¿Obama pateará la lata?

El presidente estadounidense, Barack Obama (Foto: ABC)

Escrito por Revista Ideele N°226. Diciembre 2012

Un análisis completo sobre los retos que enfrentará el presidente estadounidense Barack Obama en su segunda gestión.

Después de una interminable y, en general, poco edificante campaña, Barack Obama se unió al exclusivo club de presidentes de los Estados Unidos que lograron un segundo periodo. Logró evitar el destino de Jimmy Carter, derrotado por Ronald Reagan en 1980, y el de George H. W. Bush (padre), a quien Bill Clinton le ganó en 1992.

Obama, un estudioso de la historia, sabe que los segundos periodos están plagados de riesgos y peligros. Hubo problemas no solo para Reagan (Irán-Contra) y Clinton (Monica Lewinsky), sino también para Lyndon Johnson (Vietnam), Richard Nixon (Watergate) y, por supuesto, George W. Bush (Iraq).

Incluso antes de comenzar su segundo mandato, su primer desafío viene siendo evitar el riesgo del “abismo fiscal” —la combinación de aumentos de impuestos y recortes del gasto que entraría en vigor el 1.° de enero y que muy posiblemente podría ocasionar una severa recesión—. La perspectiva de una verdadera crisis es realmente grande y podría conseguir que los normalmente irresponsables legisladores, demócratas y republicanos, lleguen a un acuerdo.

Pero evitar la crisis y resolver realmente el problema son dos cosas diferentes. La expresión usada a menudo “pateando la lata más adelante en el camino” refleja la manera preferida de hacer negocios en Washington —retrasar las difíciles decisiones que pondrían al país en un curso financiero sostenible—. Por desgracia, Obama aun cuando reelegido, tiene que trabajar dentro del mismo entorno político polarizado y venenoso que encontró cuando comenzó su primer mandato, hace cuatro años. En este sentido, las cosas no han cambiado mucho.

Los problemas del país —incluyendo el incremento de la desigualdad y una clase media cada vez más precaria— son enormes. Sin embargo, tienen solución —siempre que exista una voluntad seria de trabajar juntos—. Una fórmula viable sería combinar aspectos de los enfoques propuestos por cada partido político (aumento de impuestos de los demócratas, recortes de gastos de los republicanos) y combinar la tarea de corto plazo de estimular la economía y crear puestos de trabajo, con el desafío a largo plazo de reducir la enorme deuda.

Sin embargo, hay un cambio notable en el estilo de Obama en comparación con el primer término. Se le ve mucho más seguro y está asumiendo posiciones claras sobre cuestiones clave, como elevar las tasas de impuestos a los más ricos. Previamente, Obama había sido bastante pasivo y pedía que sea el Congreso el que le presente una propuesta. Hoy en día, impulsado por una victoria decisiva en noviembre y el entusiasmo expectante de sus partidarios demócratas, Obama está más inclinado a tomar la iniciativa y trazar algunas líneas claras.

La forma en que la crisis del “abismo fiscal” sea manejada y resuelta probablemente marcará el clima político y el tenor de la agenda del segundo mandato de Obama. Si deja un sabor amargo, el resto de sus prioridades nacionales serán más difíciles de lograr. En cambio, si ambas partes ganasen algo en la negociación, mejorarían las perspectivas para tener resultados en otras áreas.

Obama, un estudioso de la historia, sabe que los segundos periodos están plagados de riesgos y peligros. Hubo problemas no solo para Reagan (Irán-Contra) y Clinton (Monica Lewinsky), sino también para Lyndon Johnson (Vietnam), Richard Nixon (Watergate) y, por supuesto, George W. Bush (Iraq)

La reforma migratoria
No es de extrañar que Obama haya hecho explícito que la reforma del vergonzoso y colapsado sistema de inmigración de los Estados Unidos será una prioridad en su segundo mandato. Hay indicios claros de que pretende utilizar parte de su precioso capital político, especialmente en el primer año, para impulsar cambios serios. La mayor lección de las últimas elecciones fue que el “voto latino” resultó decisivo. Nadie duda de que lo será aún más en las futuras elecciones. Durante la campaña, muchos republicanos —inexplicablemente— asustaron a los inmigrantes con una ofensiva retórica. Pero desde el día siguiente de las elecciones se ha hablado, desde ambas partes, de una reforma migratoria integral.

A pesar del repentino optimismo sobre la reforma de inmigración, no hay, por supuesto, ninguna garantía de que se vaya a producir. Requerirá mucha negociación y capacidad de hacer acuerdos. Obama tendrá que invertir mucho de su tiempo y capital político, torcer algunos brazos, incluso en su propio partido. La resistencia no va a desaparecer.

También existe la posibilidad de que pudiese ocurrir un evento inesperado que saque de la agenda la reforma de inmigración. Por ejemplo, después de la horrible masacre en una escuela de primaria de Connecticut el 14 de diciembre, la presión pública comprensiblemente crece para el control de armas, por lo menos para la prohibición de las armas de asalto. De tomarse la decisión de empujar esa medida —aunque desesperadamente necesaria—, le quitaría energía y tiempo a otras prioridades como la inmigración.

Si se dieran, los cambios en las leyes de inmigración no serían consecuencia de cambios en la política exterior de la Administración de Obama. Por el contrario, se deberían interpretar como consecuencia de las transformaciones demográficas y los intereses políticos dentro de los Estados Unidos. Aun así, una reforma migratoria significativa sería bien recibida en toda América Latina, particularmente en México (los mexicanos son un 60% de los migrantes no autorizados en los Estados Unidos), dado que el tema ha sido una fuente de tensión en la relación bilateral.

Entre otros asuntos que serán observados con mucha atención desde América Latina, están Cuba y drogas. En Florida, Obama ganó aproximadamente la mitad de los votos cubano-americanos el 6 de noviembre, un gran incremento con respecto al 2008. Los jóvenes cubano-americanos desean cambiar una política que ha probado ser fallida en relación con Cuba, y no son votantes a los que solo les interesa el tema Cuba, como sí a la generación previa.

Pero pocos apuestan a que Obama aprovechará el espacio político creciente para una nueva política hacia Cuba. Es probable que siga siendo cauteloso. Cuba no es una alta prioridad, hay pocos beneficios políticos para él y poner fin al bloqueo requeriría una ley del Congreso, que aún tiene miembros cubano-americanos importantes (¡tres senadores!), que lucharán contra cualquier cambio.

La opinión pública de Estados Unidos sobre la cuestión de las drogas parece estar cambiando también. Pero a pesar de los votos en Colorado y Washington para legalizar el uso recreativo de la marihuana, Obama se mueve lentamente a nivel federal. Por buenas razones, los mexicanos son especialmente sensibles a una contradicción básica: una tendencia hacia la despenalización de la marihuana a nivel estatal en los Estados Unidos, junto con una política nacional que enfatiza el enfrentamiento a los cárteles de droga —que en parte se dedican al tráfico de la marihuana— y que ha provocado miles de muertos mexicanos.

No se deben esperar grandes cambios en política hacia Latinoamérica en el segundo mandato de Obama. En política exterior, como es previsible, se dará atención prioritaria a una gira estratégica hacia Asia, el programa nuclear de Irán, el tumultuoso Medo Oriente, las graves crisis económicas de Europa, así como a Pakistán y a la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán (que puede ir acompañada de acuerdos con los talibanes).

Aunque Obama tendrá un nuevo equipo de política exterior, las decisiones claves sobre las cuestiones más cruciales probablemente continúen tomándose en la Casa Blanca, no en el Departamento de Estado o de Defensa o del Tesoro. Obama buscará la oportunidad para dejar su marca, establecer su legado y merecer el Premio Nobel de la Paz que recibió —principalmente por no ser George W. Bush— en 2009.

Pero primero Obama tiene que poner financiera y económicamente la casa en orden. Esa difícil tarea no solo es vital para este país sino también para el mundo. Es la mejor política exterior.

Aunque es alentador que Obama esté menos pasivo que hace cuatro años, para enfrentar los desafíos de la nación tendrá que encontrar una manera de superar dos problemas que impedirían el éxito: el feroz obstruccionismo del Partido Republicano y la distancia emocional e incluso el desagrado de Obama para presionar a los políticos para llegar a acuerdos —algo que Johnson y Clinton disfrutaban—. Como se ve en la aclamada película Lincoln, otro político de Illinois y héroe de Obama, también fue brillante en hacer lo que tenía que hacer para lograr sus prioridades.

Obama ha sido criticado por su rechazo —para usar una expresión común, el término yidis— al ‘schmoozing’ (estar de cháchara) con otros políticos, tanto demócratas como republicanos, para convencerlos de seguir su liderazgo. Pero ése es el juego de Washington —y la forma en que las cosas se tienden a hacer.

Es cierto que esta habilidad no le viene naturalmente a Obama. Pero tiene que ser más contundente y mejorar su juego, tanto en Washington como en el resto del país. Necesita mantener a sus partidarios motivados y detrás de su agenda. Pero aun con sus límites y teniendo en cuenta el estado de los Estados Unidos y del mundo —y en comparación con las alternativas posibles—, es tranquilizador tener a un ocupante de la Casa Blanca tan sereno y racional en los próximos cuatro años.

Sobre el autor o autora

Michael Shifter
Presidente del Diálogo Interamericano. Máster de Sociología en la Universidad de Harvard. Profesor adjunto en la Universidad de Georgetown.

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