En Huaychao, los comuneros siguen esperando mejoras

Miguel La Serna en Huaychao, Ayacucho

Escrito por Revista Ideele N°222. Agosto 2012

Durante las Fiestas Patrias viajé, acompañado del historiador Julián Berrocal Flores, a la comunidad ayacuchana de Huaychao, con el fin de entregar un ejemplar de mi más reciente publicación, The Corner of the Living (El rincón de los vivos). Aunque el libro ha sido publicado solo en inglés en su primera etapa, esperamos encontrar una editorial peruana que lo edite en español para que los huaychaínos puedan leer su propia historia. Por ahora, deseamos que este gesto simbólico les muestre que su pasado no ha sido olvidado y puedan gozar de las fotografías del libro, generosamente donadas por el fotógrafo Oscar Medrano de la revista Caretas.

Llegamos a Huaychao sin avisar, pues el teléfono público de Gilax, el único con que cuenta la comunidad, se encontraba fuera de servicio, y parece que no hay ninguna indicación de que se arregle pronto. Cuando arribamos nos saludaron algunos comuneros que se encontraban en la plazuela. Después de saludarnos, les preguntamos por algunos de sus compueblanos.

—¿Estará taita Fortunato?
Manam —negaron—. Está en la chacra.
—¿Y mama Juana?
—Está pasteando su ganado.
— ¿Y mama Alejandra?
—Igual.

Teníamos que cambiar de táctica. Decidí preguntarles por los ancianos, anticipando que ellos no estarían trabajando.

—Seguramente taita Mariano y taita Inocencia estarán en casa.

Los comuneros se miraban incómodamente.

—Ellos se murieron, hermano.

“No puede ser”, me dije. “Acabo de conversar con ellos y se encontraban totalmente sanitos.” Fue en ese momento cuando me di cuenta de que habían pasado cinco años desde la última vez que visité Huaychao.

Después de ofrecer nuestras condolencias, decidimos compartir algunos panes chaplas y tomar unas fotos con los que estaban presentes.

—¿Dónde nos paramos? —pregunté.

Todos señalaron al centro de la plazuela: donde el juez rumi, por supuesto. Debí haberlo sabido: el juez rumi, la piedra de justicia, es el punto focal de Huaychao y el orgullo de la comunidad. Fue en aquella roca de 1,5 metros de altura donde los comuneros ataron y luego mataron a siete de los ocho senderistas que habían ingresado en la comunidad el 23 de enero del 1983, hace casi treinta años. Su linchamiento fue el primer acto de resistencia armada del campesinado ayacuchano contra Sendero Luminoso, y apresuró la formación de las Rondas Campesinas contrasubversivas.

Luego de tomar algunas fotos delante de la piedra, la señora Alejandra ingresó en la plazuela y nos invitó a su casa, una choza con techo de ichu y piso de tierra que se ubicaba a 75 metros de aquélla. Adentro nos esperaba Narciso, su esposo.

Narciso era uno de los tantos huaychaínos que arriesgaron su vida combatiendo a Sendero Luminoso. Durante su servicio militar en las Rondas Campesinas se enfrentaba continuamente con los senderistas, quienes atacaron nueve veces a Huaychao para vengarse de la primera comunidad peruana que los resistió.

Pero eso fue hace ya mucho tiempo. En el momento que lo vimos estaba casi irreconocible. Había envejecido muchísimo desde nuestra última visita: no obstante sus 41 años de edad, parecía de 60. Su cara se había endurecido y tenía una mirada de derrota. Le preguntamos cómo estaba y su respuesta fue sorprendente.

Como muchos de sus vecinos, Narciso está marcado por las heridas físicas y psicológicas que le ha dejado el servicio militar. Las que le habían provocado los impactos de bala en ambas piernas empeoraban cada vez más, y por eso le resultaba tan difícil andar. Para Narciso, esto no se trata de su estado físico sino de su sobrevivencia. Este señor debe laborar en la chacra todo el día para darles de comer a su esposa y sus 8 pequeños hijos. Nos contó que teníamos suerte de encontrarlo justo durante su refrigerio, pues pronto tendría que volver a trabajar. Últimamente trabajaba incluso de noche. A pesar del cansancio que le provocan tan exigentes jornadas, tiene dificultades para dormir. Y cuando lo consigue, su sueño es interrumpido por violentas pesadillas. Nos confesó que no sabía cuánto más podría aguantar así, pues además de su discapacidad, su humor lo hacía cada vez menos soportable. Narciso nos suplicó que lo ayudáramos a conseguir cualquier forma de asistencia —sea del Estado o de las ONG— para aliviar en algo su sufrimiento y el de sus vecinos.

El juez rumi, la piedra de justicia, es el punto focal de Huaychao. Fue en aquella roca donde los comuneros ataron y luego mataron a siete de los ocho senderistas que habían ingresado en la comunidad, hace casi treinta años. Su linchamiento fue el primer acto de resistencia armada del campesinado ayacuchano contra Sendero Luminoso, y apresuró la formación de las Rondas Campesinas contrasubversivas

¿Acaso el gobierno peruano no ha ayudado a las comunidades afectadas por la violencia política con reparaciones civiles e iniciativas como el Programa Juntos? ¿No es verdad que alrededor de 80% de las comunidades afectadas han recibido algún tipo de beneficio? Y ¿acaso no fue Huaychao una de ellas?

Sí, sí y sí. El gobierno peruano y las ONG efectivamente han trabajado con una buena cantidad de comunidades y familias campesinas para ayudar a las víctimas de la violencia política. Además de las reparaciones económicas que han recibido muchas familias, un buen porcentaje de comunidades han obtenido reparaciones materiales que ellas mismas eligieron. A algunas se les dieron nuevos edificios, en otras se hicieron sistemas de irrigación, y a la misma Huaychao, ganado. Entonces, ¿por qué los huaychaínos siguen pidiendo más?

Aunque están agradecidos por la asistencia que les han brindado hasta ahora las ONG y el Estado, tal asistencia ha sido insuficiente. Ya se murieron la mayoría de los animales que recibieron del programa de reparaciones, víctimas de la desnutrición y las enfermedades. Las pocas familias que obtuvieron asistencia económica ya la gastaron en necesarias —pero efímeras— comodidades como la comida, la ropa y las herramientas. Otras familias, como la de Alejandra, aún no han recibido asistencia financiera.

Una gran parte del problema tiene que ver con la definición del Estado sobre lo que es una “víctima de la violencia política”, pues el Estado solo otorga reparaciones civiles a los individuos que tienen un familiar cercano que murió o desapareció, o a aquellos que han sido físicamente torturados o violados. Escapan de esta definición los cientos de miles de campesinos que, como Narciso, han sufrido “solo” algún tipo de trauma físico o psicológico.

“Arriesgué mi vida defendiendo a mi comunidad y a mi patria y tengo como prueba mis heridas de bala,” nos dijo Narciso, “pero mi familia no recibe nada porque esas balas no me mataron.” Tiene razón. Si el Estado realmente quiere beneficiar a las víctimas de la violencia política, tendrá que expandir no solo su definición de “víctima de la violencia política”, sino también el tipo de servicio que les ofrece. Las reparaciones civiles son solo una parte de la solución de algo mucho más complejo.

Donde el Estado y las ONG pueden tener un mayor impacto es a través de los servicios sociales. Es cierto que Narciso se encuentra discapacitado, pero no tendría que ser así: él sufre de heridas tratables, pero no cuenta con ningún servicio médico que lo haga. Lo mismo sucede con Frank Narciso, su hijo de 2 años de edad, que tiene la barriga muy hinchada por la cantidad de bacterias que consume diariamente, pues en Huaychao no hay agua potable. A Narciso le parece curioso que en un país cuya economía ha experimentado grandes progresos, la mayoría de las comunidades altoandinas y selváticas carezcan aún de postas médicas.

Tampoco cuentan con servicios de educación. Los huaychaínos se sienten afortunados porque tienen, por lo menos, una escuela primaria. Sin embargo, el nivel de enseñanza es allí muy bajo. Leandro, comunero de aproximadamente 35 años de edad, nos informó que los profesores enseñan cuando tienen ganas de hacerlo, y que muchas veces las clases empiezan tarde porque éstos se pasan toda la mañana durmiendo. Esto no quiere decir que los profesores tengan la culpa. Al contrario: ellos llegan a la comunidad con buenas intenciones, pero se desaniman al ver la falta total de apoyo del Estado para la enseñanza, la matrícula y los materiales.

Por eso Leandro ha optado por pasar la mitad del año en la ciudad de Huanta, a unas 4 horas de carretera, para que sus 5 hijos puedan tener una mejor educación. Claro, él tiene la gran ventaja de contar con un padre que vive en Huanta, mientras la mayoría de los huaychaínos carecen de vínculos familiares en la ciudad y deben por eso inscribir a sus hijos en la escuela local. Después de terminar la primaria, pocos huaychaínos asisten al colegio secundario, ya que éste se ubica en la comunidad de Uchuraccay, a una distancia a pie de 2 a 3 horas.

Si bien los servicios de salud y educación son poco asequibles, los de salud mental son inexistentes. Los problemas que sufre Narciso —el insomnio, las pesadillas, las migrañas, la depresión— son síntomas que presenta cualquiera que haya pasado por un episodio traumático. Es eso lo que se observa en casi todos los comuneros que vivieron la violencia política, e incluso en algunos de sus hijos. Después de realizar nuestra visita a Huaychao, tratamos de averiguar dónde podría ir la gente que, como Narciso, realmente necesita atención de salud mental. Los oficiales de la Defensoría del Pueblo nos informaron, para sorpresa nuestra, que el Estado no ofrece ningún servicio permanente de esta naturaleza en todo el departamento de Ayacucho. Ni uno. Y esto ocurre en el ‘epicentro’ de la violencia política. Con razón la mayoría de los huaychaínos con quienes hablamos consideran lamentable que el Gobierno de Ollanta Humala, que justó cumplió un año durante nuestra visita, mantenga vastas reservas económicas mientras ellos carecen de los servicios sociales más básicos.

Esto también explica algo que nos dijo Leandro antes de despedirnos. Le pregunté al huaychaíno cómo considera a su comunidad en relación con las demás comunidades altoandinas en materia de mejoras económicas y sociales recibidas desde que Ollanta Humala asumió la Presidencia. El quechuahablante no entendía bien la pregunta, así que se la hice de otra forma:

—¿Dirías que, comparada con otras comunidades cercanas, Huaychao está…?
—¿Olvidada?

“Olvidada”. No era la palabra que buscaba, pero no se me ocurre una mejor.

Sobre el autor o autora

Miguel La Serna
Historiador y catedrático en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill en Estados Unidos. Autor de "The Corner of the Living: Ayacucho on the Eve of the Shining Path Insurgency", "The Shining Path: Love, Madness, and Revolution in the Andes" y "With Masses and Arms: Peru’s Tupac Amaru Revolutionary Movement".

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