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Revista Ideele N°308. Foto: Jesús Quispe IG: @el_txuzEn medio de una de las jornadas de represión más agresivas del actual gobierno, un grupo de bandas del circuito punk e independiente tomó el emblemático jirón Quilca para sentar su postura. ¿El rock aún es un medio de protesta? Esta es la crónica del concierto.
Después de mucho tiempo, el jirón Quilca se convertía otra vez en escenario para el rock and roll y el intercambio de ideas. El contexto no podía ser el más apropiado. El concierto se denominó “Rock contra la dictadura” y se realizó el sábado 4 de febrero. El nombre de por sí tuvo distintas reacciones entre la comunidad rockera. A algunos, el hecho de calificar como “dictadura” al actual régimen no les cayó nada bien. “¿Y si estamos en dictadura cómo los dejan tocar?”, comentó alguien en las redes sociales. Había quienes insistían en que no se debe mezclar la música con la política. . Otros, por el contrario, sintieron que la reacción fue tardía. ¿No es el rock símbolo de rebeldía? Quizás la pregunta haría sonrojar a muchos veteranos del género, que se han mantenido en silencio o que, sutilmente (o abiertamente) están a favor de esa narrativa que criminalizan las protestas. Y es que en las últimas semanas hubo muchos músicos de rock que a través de las redes se manifestaron más bien a favor de la represión.
Al otro lado, muchos miembros de la comunidad punk, simpatizantes de ideas ácratas y autogestionarias, cuestionaron la aparente falta de compromiso del evento. No se vieron carteles o banderolas con mensajes contra el régimen, como si había ocurrido por ejemplo en las jornadas contra la visita de George W. Bush el 2008. Tampoco se recolectaron víveres o fondos para las víctimas de la represión o los manifestantes, como sí ha ocurrido por ejemplo en algunas fiestas y otros conciertos. Frank Herrera, conocido organizador de eventos masivos y quien estuvo a cargo de esta presentación, aseguró que esto se debió a la rapidez con la que se hizo el concierto y a la dificultad de implementar un módulo de recolección.
El concierto empezó a eso de las 5 p.m., el mismo día que se desataba una de las jornadas de represión más violentas de los últimos meses. Jóvenes, adultos y otros más veteranos, sean metaleros, punks, skinheads, rockeros o personas sin adscripción visible, se iban reuniendo. En el jirón Quilca nadie se reserva el derecho de admisión. Todos son bienvenidos mientras respeten al resto. Llegan de todos los barrios. Hay libertad, lejos de la superficialidad y frivolización que caracteriza a algunos eventos alternativos.

“Ni izquierda ni derecha, contra todos”, anunciaba Julio Incrédulo, recorrido actor y gestor cultural subterráneo y que hizo de presentador. No se vio un mensaje claro. Y de hecho, los propios músicos tuvieron posturas muy distintas.
“El rock under debió haberse manifestado hace rato, tardó un poco. Un concierto no es un acto que a la protesta le sume de manera directa, pero sí es simbólico. El discutirlo, tomar un espacio y a partir de la música plantear una reflexión… que se haga en un espacio clásico de la contracultura como Quilca es algo simbólico y me parece genial”, dice Víctor Vilcapuma, gestor de la tienda de música El Grito, quien estuvo entre los presentes
Comenzaron las bandas Kreizer y Harvock, los grupos más jóvenes del cartel. Luego siguieron los más recorridos de La Dosis. Su vocalista fue uno de los primeros en manifestarse. Habló, a grandes rasgos, sobre la unidad, la paz, y criticó a los políticos de todas las tendencias y a los manifestantes violentos.
La expectativa aumentó con Eutanasia, una de las bandas más incendiarias de la movida subterránea de los 80. La desesperanza de sus letras, escritas en épocas de conflicto armado interno, cobra, lamentablemente, mucha actualidad. Y es que la ilusión de progreso y desarrollo que se vivió en el país pos Fujimori, el crecimiento económico, que algunos llamaron “milagro peruano”, empezó a mostrar sus contradicciones con mayor dramatismo a partir de la pandemia. Siguió el efímero gobierno de Manuel Merino, las protestas masivas en su contra, los muertos, las elecciones del 2021, la caída de Castillo, más muertos. Tres años en los que la muerte y la inestabilidad se han vuelto normales.
El jirón Quilca se desbordaba de gente y también de alcohol. Algunos brigadistas, personas que habían desactivado bombas, fotógrafos, feriantes o bohemios se iban juntando. Luego todos se dispersaron. Y las preguntas quedan. ¿El acto en sí de ocupar un espacio no es suficientemente político? ¿Qué faltó? ¿El rock aún puede mover consciencias (si es que alguna vez lo hizo) entre los jóvenes?
“Es un momento un poco horrendo, a la vez triste, pero la juventud tiene que estar contenta de mostrar su rebeldía, dar su fuerza”, dijo antes de comenzar, Kike Castro, vocalista y único miembro original de la banda formada en 1985. Al promediar las 7 p.m. la rabia se sentía en el aire. Arrancaron con “Orden Criminal” y el lugar se descontroló. Los ánimos se intensificaron. Las consignas contra el gobierno iban aumentando.
“Este es el país que pisamos… un país de mierda”, dijo Kike, envuelto en desilusión.
Las canciones se convirtieron en lemas de lucha cantadas por los cientos de presentes. Entre el pogo, Gonzalo Benavente, director de “La Revolución y la Tierra”, hacía malabares con su handycam para tener las mejores tomas. La gente se turnaba para cuidar que los parlantes no se caigan. Otros cogían el micro para hacer coros. “Esto no es hueveo del montón, esto es subversión”, de la canción “No quiero verte” fue una de las frases que retumbó. En “Tratas de buscar algo” se sentía aún más esa impotencia combinada con desilusión: “Miras la violencia como un imbécil/ sea en la calle, sea en tu casa/ eres presionado porque no estudias/ y te dicen tus viejos/ que leas las noticias/ 50 muertos/ y quisieras estar entre ellos”. El concierto se había convertido, al fin, en una manifestación de protesta.

A pocas cuadras, otro grupo de personas también se revolvía y golpeaba entre ellos. No estaban pogueando, estaban escapando de esa misma represión policial que denunciaban en Quilca. Escapaban del gas lacrimógeno, los perdigones, los varazos, algunos lanzándose por las barandas de la Vía Expresa de la avenida Grau. En otro lado, muy cerca del concierto, la policía atacaba a varazos a los manifestantes, mujeres campesinas inofensivas y a quienes intentaban defenderlos, sean brigadistas, periodistas u otros ciudadanos. Hubo más de 20 detenidos ese día.
La policía, resguardando el ingreso a la plaza San Martín, parecía indiferente a los pogueantes. No los veían como una amenaza. Alguien cogió el micrófono para ir contra ellos. “Si tienes algo que decirles, anda y diles de frente. No vengas a esconderte entre nosotros”, le respondió Julio Incrédulo. ¿Toda esa indignación convertida en pogo pudo haberse canalizado para ir a acompañar las protestas?
En un momento de la noche, un grupo de gente empezó a correr preocupada saliendo del concierto. ¿Habían llegado las bombas? Felizmente, no. Al parecer, un sujeto había sido encontrado cuando quería robarse un celular. De no haber sido por varios asistentes piadosos, el acusado se salvó de ser linchado. Una chica, barranquina, la más entusiasta de la noche, y que al parecer había ido por primera vez a un concierto en Quilca, trato de protegerlo mientras la gente seguía golpeándolo. Desconozco donde terminó. Salvo ese incidente, todo se desarrolló con relativa normalidad.

La noche se animó más con Héroe Inocente. No todos los asistentes fueron por las bandas, necesariamente. “Me he puesto de este lado porque no me gusta esa música”, comentaba un chico con pinta de rockero indie que estaba por jirón Camaná. Cuando entró Morbo, la gente seguía entregada. Tocaron “Represión de mierda” y el descontrol hizo que la guitarra y el micrófono se desconecten. Pero eso no importaba, la gente había hecho suya la canción: “Represión en las calles/ represión en tu casa/ represión en el barrio/ represión de mierda”.
Tras apenas cuatro canciones, el grupo se retira. Renzo Llanos, bajista de Morbo, skinhead antifascista y el miembro más politizado de la banda, es uno de los pocos en mantener un discurso político más articulado.
“No puedes desligarte de la política y de lo que pasa actualmente, en un conflicto. Hay gente que se está muriendo y tú la pasas de puta madre yendo a chupar cuando esa gente que está muriendo es la gente del campo, que, sinceramente, te da de tragar, gente que sufre de la explotación del capitalista burgués y del sistema neoliberal que vivimos”, dice el músico.
Una opinión algo distinta es la de Frank Herrera. “Por supuesto que tengo una postura. Es el rechazo al abuso del poder. Aquí no se trata de ser de izquierda o derecha para poder dar mi opinión y malestar. Con más de 50 muertos no podría ser indiferente con lo que está pasando. Si no destripamos desde ahora la corrupción y el maltrato a los manifestantes, jamás volveremos ver un nuevo amanecer. Las calles nos esperan y nuestras únicas armar serán nuestras voces”, explica.
La jornada siguió hasta la medianoche con bandas como SQP, Escremento Social, Los Presos, entre otros. El jirón Quilca se desbordaba de gente y también de alcohol. Algunos brigadistas, personas que habían desactivado bombas, fotógrafos, feriantes o bohemios se iban juntando. Luego todos se dispersaron. Y las preguntas quedan. ¿El acto en sí de ocupar un espacio no es suficientemente político? ¿Qué faltó? ¿El rock aún puede mover consciencias (si es que alguna vez lo hizo) entre los jóvenes?
“Hace poco los policías entraron a San Marcos. La mayoría de estudiantes intervenidos son jóvenes y muchos están ligados a la cultura del rock. Mas allá de que existan otras tribus urbanas que se vienen a congregar aquí en Quilca, veo caras conocidas y de gente nueva. Mas allá de poguear o del ambiente de fiesta, están con carteles, los he visto en manifestaciones con sus cascos y máscaras de gas, han venido de las protestas. El rock tienen todavía un lugar en medio del estallido social de la contracultura”, dice Giancarlo Cabero-Fernández, quien hace 20 años conduce el programa radial “La hora del Vato”.
Para elegir a las bandas, explica Frank Herrera, hubo cierto consenso en buscar a las más combativas. “Todos estaban de acuerdo, con levantar su voz, pero también se a quien dar la invitación. No voy a invitar, digamos, a Terreviento luego se ver su video, denigrando a los que salían a marchar”. Frank se refiere al video donde “Kachete”, DJ de música electrónica y vocalista de ese conocido grupo punk rock, llamó “marchantes asquerosos” a los manifestantes que llegaron a Miraflores, todo porque se tuvo que posponer una presentación suya en ese distrito ante las protestas. El músico borró el video, pero varios lo rebautizaron como “Fachete” y le recordaron algunas letras con concierto contenido social de su banda. Claro que no fue el único, aunque muchos otros músicos, quizás con ideas parecidas a “Kachete”, prefieren no opinar para no meterse en problemas.

“No puedo decir que el rock es rebeldía, hay varios grupos de rock que no son rebeldes, que se ponen la careta porque eso vende más. Me gusta más el rock generador de consciencia y ese sí es rebeldía, quizás una rebeldía que no todos han encausado mejor, porque la idea no es hacer pataleta sino hacer una reflexión, pero para mi el rock es el que te hace pensar”, opina Vilcapuma.
Son muchas las preguntas que quedan luego de este concierto. Que si hubo bandas que solo querían figurar pero que no tenían un discurso articulado, que si el rock solo es visto como un pasatiempo, que si ya pasó su época y hoy una juventud aparentemente despolitizada prefiere el reggaetón o la música urbana. Hay que recordarlo, buena parte del rock peruano ha sido hecho por mentalidades conservadores (al menos hasta los años 80), que vieron en el género una moda, una forma de conectar con la modernidad o lo cosmopolita. Ahora, las nuevas voces jóvenes están encontrando otras formas de manifestarse políticamente en temas que antes no tenían visibilidad, como la violencia de género o las disidencias sexuales. La actual situación política será un parteaguas en muchas manifestaciones artísticas que no serán vistas igual cuando esto acabe.
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