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Revista Ideele N°308. Enero – Febrero 2023El debate sobre la relación entre autor y obra es amplio, espinoso y fascinante. Recuerdo haber conversado con quien me formateó ideológicamente sobre el poema a Stalin de Bertolt Brecht, sobre La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, entre otros casos.[1] No siempre estuvimos del mismo lado. Es un tema tan complejo que puede descomponerse en casos, partes y tipos y aún así es difícil resolver en la práctica, más aún cuando se trata de eventos cercanos. Que seas un buen ciudadano no te hace un gran escritor ni viceversa: el panteón artístico/intelectual/literario no es un panteón moral.[2] En las humanidades latinoamericanas un desafío más o menos reciente surgió en 2012 cuando en el 54° Congreso de Americanistas en Viena el arqueólogo colombiano Augusto Oyuela Caycedo presentó una ponencia demostrando que Gerardo Reichel Dolmatoff, uno de los máximos referentes de la antropología y arqueología colombianas, había pertenecido al partido nazi y, entre otras actividades, trabajó en el campo de concentración de Dachau.[3] La pregunta inmediata es ¿dejaremos de leer (y citar) a Reichel Dolmatoff? Como bien señala Susana Reisz refiriéndose al caso de Pablo Neruda: “Pero es importante poder separar esos mundos contradictorios para seguir apreciando la magia de las palabras… independientemente de la catadura moral del mago.”[4] Sin embargo, ahí solo comienza el asunto.
Palabras, actos, cortocircuitos
En los últimos años ha habido algunos casos terribles de acoso sexual en el campo de la arqueología andina que han vuelto a agitar el debate sobre la relación autor/obra. En dos ocasiones los acusados fueron juzgados, condenados y expulsados de sus respectivas instituciones académicas, por lo cual es -aparentemente- menos complicado discutirlos. Se trata de los exprofesores Gary Urton de la Universidad de Harvard y Patrice LeCoq de la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne (ver el testimonio del arqueólogo Romuald Housse ). Ambos reputados andinistas cuya valiosa producción académica he leído y citado. Luego de las denuncias contra Urton hubo una serie de discusiones e incluso se llegó a proponer que no se citaran sus trabajos sobre quipus (tema donde él ha sido una figura prominente en las últimas décadas). Más aún, se cuestionó la legitimidad de sus productos académicos ya que él habría usado la base de datos sobre quipus para perpetrar sus fechorías. Es decir, el asunto no permitía una distinción fácil entre autor y obra, ya que incluso la producción intelectual resultaba marcada/manchada directamente por esas actividades criminales (ver aquí las declaraciones de la antropóloga Carrie Brezine). El caso LeCoq, un académico muchísimo menos conocido que Urton, ha tenido poca visibilidad en los Andes, y no planteaba problemas interpretativos muy complejos, hasta ahora.
Si uno ha sido víctima de acoso sexual en un medio donde es sumamente difícil denunciar estos crímenes, pero finalmente su denuncia procede y el acosador es juzgado y expulsado de su institución ¿qué sentiría uno cuando ese mismo depravado vuelve a dar conferencias públicas o publicar nuevos textos en el mismo campo, especialmente tratándose de una comunidad tan puntual como la arqueología andina?
Cabe indicar que el escándalo Urton formó parte del fenómeno #MeToo, que también acarreó una serie de denuncias y disputas en el medio arqueológico. Por ejemplo, recuérdese lo sucedido en la reunión de la Sociedad de Arqueología Estadounidense (SAA) en Albuquerque, Nuevo México, 2019, por la presencia de un acosador expulsado de su institución académica en la reunión donde también asistían algunas de sus víctimas. Este tipo de problema complejizaba la relación autor/obra. Como respuesta a estos escándalos se sucedieron una serie de declaraciones oficiales por parte de las instituciones académicas, incluyendo aquellas dedicadas a la investigación andinista. Por ejemplo, el Instituto de Estudios Andinos de Berkeley, California emitió un valioso comunicado que incluye la frase (resaltada en el original): “Declaramos nuestro apoyo decidido a los sobrevivientes de acoso y violencia y a sus aliados” (en la versión en inglés “strong support”). ¿Qué significa exactamente este tipo de declaración? ¿A qué se compromete una institución que plantea públicamente esto? ¿Cómo queda esta declaración en relación a problemas como los planteados en la reunión de la SAA de Albuquerque? Declaraciones semejantes pueden encontrarse en otras instituciones andinistas, pero este ejemplo es suficiente para plantear las filosas aristas del dilema.[5]
En este contexto es útil pensar los casos LeCoq y Urton en relación al de Reichel Dolmatoff. Por un lado, se trata de ejemplos radicalmente distintos pero que plantean un mismo problema ¿Qué hacer con la obra luego de que el autor ha cometido crímenes? Por otro lado, hay una diferencia clave, Reichel Dolmatoff murió en 1994, en los dos casos actuales se trata de autores vivos que pueden seguir produciendo textos académicos, lo cual añade una variable a la discusión. Finalmente, hay algo que los tres tienen en común: ninguno reconoció sus infamias. Entonces volviendo a los casos recientes: ¿debemos seguir el principio de la libertad de prensa irrestricta o hay que contextualizar el tema? Si bien en teoría la libertad de imprenta debería primar, es significativo que ni en los Estados Unidos de Norte América ni en Francia se han publicado nuevas obras (ni nuevos artículos académicos) firmados por LeCoq ni Urton. Más aún, justo cuando salieron a la luz las acusaciones en su contra Urton era co-curador de una exposición sobre quipus en el Museo de Arte de Lima (MALI), institución que emitió un comunicado que cerraba con “Entre tanto, y por mutuo acuerdo con el Profesor Urton, hemos decidido suspender toda colaboración”.
La colaboración nunca se renovó. No hay que ser brujo para notar que en ciertos casos si hay conexión entre autor y obra: una exposición sobre quipus públicamente co-curada por Urton solo habría minado el prestigio del MALI. Considerando que en ambos casos (LeCoq, Urton) se trata de andinistas profesionales no es difícil imaginar que ambos podrían producir libros que los editores académicos de sus respectivos países podrían publicar. Pero ahí se genera el primer cortocircuito: la supuesta libertad de imprenta rige como principio ideal pero en la práctica los editores estadounidenses y franceses parece que no quieren quemarse publicando autores recientemente condenados por acoso sexual serial. Es más, dudo mucho que el Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, Chungara, Ñawpa Pacha o Latin American Antiquity, por mencionar cuatro magnificas revistas de nuestro campo, vayan a aceptar artículos de estos autores en el futuro próximo. Claramente hay un veto vinculado con otra variable que excede lo legal: algunos le llamarán “moral” otros “roche” o tal vez ambas.[6]
La trampa colonial
Como sabemos hay cosas que se pueden hacer en el primer mundo, pero no en la periferia y hay cosas que no se pueden hacer en el primer mundo, pero sí en la periferia, como, por ejemplo, “turismo sexual” o depositar residuos radioactivos. Operativamente reconozcamos en esa diferencia una de las facetas del colonialismo. En el contexto mundial, Perú sería una típica periferia y en su interior también hay espacios más periféricos que otros. Pues bien, todas las consideraciones previas respecto a las relaciones autor/obra (y los vetos resultantes) parecen ser insignificantes para una pujante editorial arequipeña (Librería El Lector) que en 2022 ha publicado libros de dos condenados por acoso sexual serial reciente: uno de Urton (El Cosmos andino) y uno de Le Coq(Choqek’iraw. Una nueva mirada sobre un sitio inca en la cordillera de Vilcabamba). Este último libro, además, ostenta el sello de la revista Andes, Boletín del Centro de Estudios Andinos de la Universidad de Varsovia.
Podemos identificar entonces un segundo cortocircuito. Ya no se trata solo de libertad de imprenta versus veto moral/roche, sino que a ello se agrega otro elemento: las declaraciones de “apoyo decidido” a las víctimas de acoso sexual por parte de instituciones andinistas. Si uno ha sido víctima de acoso sexual en un medio donde es sumamente difícil denunciar estos crímenes, pero finalmente su denuncia procede y el acosador es juzgado y expulsado de su institución ¿qué sentiría uno cuando ese mismo depravado vuelve a dar conferencias públicas o publicar nuevos textos en el mismo campo, especialmente tratándose de una comunidad tan puntual como la arqueología andina? Algunas respuestas se pueden encontrar volviendo a los testimonios de Brezine y Housse, y al escándalo de la reunión de Albuquerque, referidos arriba.[7] Los pecho frío dirán: son campos completamente distintos, apliquemos los mismos criterios que para el caso Reichel Dolmatoff. Pero entonces ¿por qué ese veto moral/roche que no parece afectar a El Lector y Andes si rige en las otras instituciones de primer mundo arriba mencionadas (y el MALI)? Todo indica que estamos ante un típico caso de colonialismo académico: los residuos radioactivos del norte son depositados en el sur.
Volvemos así a la confrontación entre el declarado “apoyo decidido” versus la supuesta libertad de imprenta. Si desean construir una comunidad que no repita las condiciones que llevaron al acoso sexual serial, las instituciones académicas andinistas deben vencer el miedo e intervenir activamente en esta discusión crucial. Si por el contrario “dejan hacer” y “dejan pasar” permitirán un precedente terrible y será difícil creer en sus bellas declaraciones. Como sabemos el miedo y el silencio han sido sumamente perjudiciales en estos casos ya que las víctimas se sienten abandonadas, ignoradas, burladas.[8] Supuestamente estamos en la era de la arqueología decolonial, poscolonial, subalterna, etc., en otras palabras, arqueologías performativamente combativas que apuntan a transformar nuestro status quo. Es en casos tangibles y próximos como los aquí expuestos que se evalúa la efectividad práctica de estos discursos.
[1] Arendt, Hannah, 1967, “Lo que se permite a Júpiter”, ECO. Revista de la Cultura de Occidente 65-66: 18-72.
[2] Claire Dederer ofrece una ilustrativa introducción con ejemplos: https://elpais.com/cultura/2018/01/08/actualidad/1515416335_689166.html
[3] Oyuela Caycedo, Augusto, 2012, “Arqueología Biográfica: Las raíces Nazis de Erasmus Reichel, la vida en Austria (1912-1933)”, Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe Colombiano 18:1-21.
[4] La República, 18 marzo 2018, https://larepublica.pe/domingo/1213374-la-historia-mas-indignante-del-siglo-xx-es-la-de-magda-portal-ninguneada-en-la-literatura-y-en-la-politica/ [enlace expirado]
[5] Ver también la declaración de los organizadores del Northeast Conference on Andean Archaeology and Ethnohistory https://digitalcommons.library.umaine.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1008&context=andean_past_special
[6] En su código deontológico el fondo editorial del Instituto Francés de Estudios Andinos (Lima) es saludablemente explícito: “El instituto se reserva así el derecho de excluir de sus actividades a toda persona reconocida como culpable por una instancia penal o disciplinaria competente, de delitos de discriminación, incitación al odio y acoso moral o sexual.” (https://www.ifea.org.pe/ediciones/pdf/codigo-deontologia-es.pdf)
[7] Ver también Voss, Barbara, 2022, “Contra las culturas del acoso en la arqueología: Enfoques socioambientales y
basados en el trauma para la transformación disciplinaria”, Latin American Antiquity 33(1) pp. 8-9 sobre el incidente en la reunión de la SAA y las acciones tomadas (https://www.cambridge.org/core/journals/latin-american-antiquity/article/contra-las-culturas-del-acoso-en-la-arqueologia-enfoques-socioambientales-y-basados-en-el-trauma-para-la-transformacion-disciplinaria/456B4D1DA98888EA7A335D18A75A3B1A)
[8] Sobre el silencio ver las declaraciones de la arqueóloga andinista Mónica Barnes https://www.academia.edu/43989119/Sexual_Harassment_COVID_19_New_Publications_and_Me. Ver también las críticas a la inoperancia institucional en: https://www.science.org/content/article/metoo-controversy-erupts-archaeology-meeting.
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