En búsqueda de soluciones creativas para la crisis

Foto de Alan Benavides

Escrito por Revista Ideele N°308. Enero-Febrero 2023

Crisis. Una palabra que se ha vuelto común en nuestra vida política reciente. Cuando hablamos de “crisis” en el Perú nos referimos a estos últimos seis años, de constantes conflictos entre nuestra clase política, desde las peleas del fujimorismo con PPK hasta las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte. O quizá, esa palabra nos remite a alguna de las tantas otras crisis pasadas, las cuales nos han sobrado. Solo en el siglo pasado hemos tenido múltiples crisis políticas que han acabado en rupturas, como la de Leguía en 1919, la de Velasco en 1968 y la de Fujimori en 1992, por dar ejemplos donde se liquidaron las normas constitucionales previas. Podríamos decir que el Perú es un país donde las crisis no son algo excepcional, sino que son parte de la normalidad política y social.   

Y siempre que hay crisis, también hay propuestas de solución, que parten de distintas lecturas sobre el país y sus tensiones históricas y recientes. Por ejemplo, siempre habrá algunos que abogan por la solución violenta, por el sostenimiento del orden y el statu quo a punta de balas. Idea que nace al combinar una visión conservadora sobre la necesidad de autoridad desde el Estado con una que divide a la sociedad en dos. “Civilizados” y “bárbaros”, se decía en el siglo XIX, aunque hoy se prefiere usar otros calificativos como “vándalo” o “terrorista”. Lo mismo que hace 150 años, pero, con otras palabras. Desde esta mentalidad, hay un otro al que no se le debe ceder el gobierno, y para ese fin todo está justificado, incluso la violencia. Pero no es a este grupo, que en realidad no busca resolver nada, a quien se dirige este artículo, sino a todo el bloque de reformistas, quienes creen que hay que hacer algunos cambios para poner al país en orden.

En realidad, aquí existe un mar de propuestas, aunque todas ellas parecen agruparse en dos bloques principales. El primero de estos es el de quienes podemos calificar como los “reformólogos”, los que buscan solucionar la crisis política a través de la corrección de “errores” en el diseño político institucional. “Reforma política”, dicen, y muchas veces no especifican cuál sería el contenido de esa reforma. Algunos apuntarán a las propuestas del Informe de la Comisión de Reforma del año 2019, quizá el texto más representativo de este reformismo que apunta mayoritariamente a hacer algunos ajustes en el sistema electoral. Y admito que es difícil no estar de acuerdo con muchas de las propuestas de dicha comisión, pues sería maravilloso tener elecciones primarias para filtrar a los malos elementos, y que los políticos no reciban el financiamiento privado que acaba en la devolución de favores una vez estos están en el poder.

Sin embargo, queda la pregunta de si esto sería suficiente. Aquí se halla una de las grandes limitaciones de estas posturas, que su lectura de la actual crisis parte de lo inmediato, por lo que niegan o minimizan las raíces históricas y sociales de esta, y eligen centrarse solo en el presente, en la manifestación política. Pensarán los reformólogos que es demasiado complicado apuntar a más por ahora y que, al menos, barriendo el polvo bajo la alfombra la casa se verá limpia y tendremos una democracia precaria pero estable. Mejor que no tener nada. La segunda dificultad de este reformismo es que está alejado de las demandas populares, consecuencia de unos expertos que, en lugar de llevar las reformas como parte de una plataforma amplia, se han dedicado a hacer lobby entre notables. Hoy, su “reforma política” ha sido contaminada por las vicisitudes mismas del campo político. Se ha convertido en palabrería, esa que usan unos detestables congresistas para solo apoyar cambios que les favorecen a ellos y a su objetivo de mantenerse en el poder a toda costa.

Frente a este reformismo limitado, desde todo el país, y cada vez con mayor fuerza, se escuchan voces que piden cambios más profundos. Estas han empezado a crecer tras las protestas recientes, y su propuesta bandera parece ser la de una nueva constitución. Este segundo bloque de reformistas, entre los que se encuentra la izquierda política del país, es el más ambicioso sin duda. Su planteamiento suele centrarse en solucionar problemas percibidos como estructurales, para los cuales habría que hacer grandes cambios. Por supuesto, a veces el discurso político de este sector también cae en visiones históricas simplificadas, como las famosas frases a través de las cuales algunos izquierdistas buscan comprender los problemas del país: “200 años de malos gobiernos”, “30 años de neoliberalismo”, etc.

Es evidente que falta una mayor comprensión entre peruanos, escuchar un poco más las voces de todos y comprender un poco más al otro

Más allá de esto, la búsqueda de la izquierda por corregir dos siglos de errores no viene sin inconvenientes, pues buscar solo en la estructura social del Perú le quita peso a lo coyuntural y a lo inmediato, a los factores de la reciente crisis política que son propios de ella y diferentes de las crisis precedentes. Es posible que, al centrarse en temas que nunca se han solucionado, se estén perdiendo oportunidades de apaciguar el conflicto de hoy y de darle al país un poco de paz social, como se ha podido ver estos días en las posturas de ciertos grupos de izquierda de no convocar a nuevas elecciones si es que estas no van de la mano con una asamblea constituyente. Por otro lado, no hay duda de que el cambio de constitución es una oportunidad de hacer algunas reformas profundas y potencialmente necesarias en la estructura del país, además del gran valor simbólico y regenerador de la democracia que trae la idea de “cambiarlo todo”.

No obstante, más allá del discurso electoralmente efectivo que resulta pedir el cambio de constitución, está la mayor limitación de este grupo de reformistas más ambiciosos y radicales: su única propuesta parece ser la asamblea constituyente. Luego, sobre lo que el cambio constitucional implicaría, no parece haber palabras. Aparentemente, la izquierda está esperando a que aparezca su asamblea para dar propuestas concretas y, en verdad, es difícil ver cómo unos partidos sin ideas claras de reformas se van a poner de acuerdo en hallar soluciones para el país. Y más allá de propuestas de solución para la eterna crisis que resulta el Perú, queda la pregunta que habría que hacerle a quienes quieren grandes cambios. Pregunta que puede sonar inocente o malintencionada, pero que es, en realidad, necesaria: ¿cuáles son los grandes problemas que existen en el país?

Con esto no quiero negar que existan o minimizarlos, como suelen hacer quienes solo se fijan en la coyuntura. Al contrario, revisando nuestra historia de constantes crisis políticas me es imposible no estar de acuerdo con la izquierda en que estas tienen sus raíces en algo más profundo, y que la gran “reforma política” que tanto se ha promocionado desde los medios en los últimos años es insuficiente. Existen grandes tensiones históricas en el país y no basta con pretender ocultarlas bajo el rótulo de una “nueva institucionalidad político-electoral”. Pero, a pesar de que la izquierda y sus aliados políticos tienen razón aquí, les falta dar el diagnóstico completo de la crisis. En este caso, su diagnóstico ni siquiera es bueno, y este es, en verdad, uno de los grandes problemas que tenemos en el país: que ni siquiera comprendemos la magnitud de nuestros problemas. Desde la izquierda, al hablar de ellos se apela solo a lugares comunes, muchos de ellos males reales, pero que acaban convirtiéndose en etiquetas demasiado generales: el centralismo, el racismo, la pobreza extrema, los “200 años de malos gobiernos”, los “30 años de neoliberalismo”, etc. En verdad, sabemos que estamos divididos, tenemos múltiples estudios que tratan muchas de las facetas económicas, sociales y culturales de esta división, y constantemente hablamos de ellas como una forma de explicar al Perú. Y, a pesar de todo esto, no hemos podido interpretar adecuadamente esta realidad, a fin de elaborar un diagnóstico que nos permita no solo comprender los factores que nos dividen como sociedad, sino también pensar en propuestas de solución. Esto no va solo para las izquierdas, sino también para los centros y las derechas, tan propensos a ignorar los problemas estructurales del país.

Para la última crisis política, todos los políticos y opinólogos quieren presentar una solución rápida, panacea que nos libraría de todo mal, como lo son hoy, en sus cabezas, la “reforma política” o la “asamblea constituyente”. Y más allá del cinismo que nos puede llevar a concluir que estamos frente a males que no se resolverán nunca, convendría pensar, sin caer en posiciones excesivamente ingenuas, propuestas creativas de solución. Es evidente que falta una mayor comprensión entre peruanos, escuchar un poco más las voces de todos y comprender un poco más al otro. De lo contrario cualquier reforma que se trate de hacer partirá de un diálogo incompleto y correrá el riesgo de fracasar. Si, en cambio, queremos un diálogo que sirva como base para una nueva institucionalidad democrática, el primer paso debe ser buscar mecanismos claros para representar las distintas voces de los peruanos. Por supuesto, aquí instituciones como el Congreso o la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales están de más. La razón es que, en realidad, nuestros representantes no nos representan muy bien.

¿Por qué no buscar, entonces, soluciones más creativas para dar voz por un momento a todos los ciudadanos de forma directa? Por ejemplo, hace ya un par de años, leí en las redes sociales del profesor y experto en derecho internacional Alonso Gurmendi una propuesta para la realización de cabildos abiertos. Si pensamos un poco en ello, los cabildos podrían tener una finalidad consultiva y ser el primer paso para iniciar un gran proceso de reforma constitucional, a través de una asamblea constituyente que sí represente a las grandes mayorías. No sé si esta sería una solución real, ni siquiera podemos decir que es popular pues no he visto a ningún político rescatar la idea. Lo que sí es verdad es que resulta una propuesta creativa, sacada de nuestra propia historia, pues los cabildos abiertos, donde participaban todos los vecinos o ciudadanos que quisieran y estuvieran “en capacidad”, fueron un mecanismo no poco común en tiempos de crisis hasta el siglo XIX. La verdad es que, si queremos sostener realmente a nuestras instituciones democráticas y darles nueva vida, si queremos empezar a pensar en verdaderas soluciones para las grandes tensiones de nuestro país en lugar de esperar a que algún día se resuelvan solas, esa creatividad es la que nos hace falta.

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