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Revista Ideele N°308. Enero – Febrero 2023¿Puede la semiótica aportar al estudio de la protesta? ¿O acaso está limitada a afirmar que el rojo, negro y amarillo significa violencia, muerte y felicidad, respectivamente? Tras escuchar las declaraciones del general PNP, Jorge Luis Angulo Tejada, algo nos quedó claro: invocar a la semiótica, para dar lectura a las protestas, más que evidenciar una voluntad de comprensión (o ser el ardid para justificar su represión), es una urgencia por dar nombre a una demanda simbólica que desborda a las autoridades que, a pesar de tenerla frente a sus ojos, les es irreconocible, extraña, y por ello, se la prescribe y proscribe hasta criminalizarla.
Si ya desde las Ciencias Sociales, la Psicología de masas, la Historia, la Politología, sabemos por qué ocurren las protestas, la tarea semiótica es ofrecer una interpretación desde cómo ocurren, ya que, en ella encontramos más posibilidades que una lectura simplificada que acusa la composición de las protestas -exclusivamente- por terroristas. El problema a analizar aquí es que en las protestas hay más que dos grupos enfrentándose (policías versus ciudadanos); hay dos lugares (de enunciación) que producen sentido a todos los mensajes, que van desde pancartas, cánticos de demanda, gestos, tipos de recorrido y estrategias de movilidad en el espacio público. Uno de ellos, que denominaremos emancipación radical, se enfoca en el replanteamiento de una sociedad a nivel de “fondos” y no de “formas”. De allí que el nombre “radical” remita a un cambio desde la raíz o desde el fundamento, que no se colma con asistencialismos revestidos a modo de construir nuevos hospitales o carreteras. El otro lugar es el giro ético, en el que se enuncia, a través de la solución inmediata, las salidas rápidas a nivel de las “formas” -no de los “fondos”- ávidas del diálogo y búsqueda de reconciliación a cualquier costo, o peor aún, al de extirpar lo político de la demanda social.
Si nuestra aproximación busca estudiar el cómo, y no el por qué ocurren las protestas, la enunciación es una de sus formas de aparición. De allí que, frente a los 65 muertos, la mejor forma para poder examinar su sentido (el mismo que parece no ser comprendido por las autoridades) sea estudiar los rasgos de la emancipación radical y del giro ético. Es el lente semiótico lo que nos libra de caer en la psicologización y facilísimo de leer las protestas como irracionales, pasionales, ilegítimas y sin agencia.
Las pasiones y afectos de una movilización desde la emancipación radical son vitalistas, ya que se producen desde la posibilidad y proyecto de una multitud y no desde el humanitarismo académico y quietista del giro ético. En breve, una forma enunciva que se pliega a las demandas sociales, pero a un alto costo: simpatizar con la ética más que con la demanda política. Es probable que en este momento se pregunte, ¿y por qué? Intuimos que aceptar el conflicto social desde el giro ético implica una aproximación aséptica, que puede abandonar rápidamente la movilización cuando el objeto de pretensión (la renuncia de Dina Boluarte) se haya consumado.
Sobre las protestas se ha colocado una etiqueta que sentencia su sentido: “La violencia irracional ha ganado terreno en el Perú”. Esta consigna no solo compone el sentido común de la movilización distribuido por medios y autoridades, también es una estrategia para su fragmentación a través de la criminalización. No obstante, la demanda que articula el discurso de los manifestantes desborda esta interpretación. De allí que el gobierno ofrezca un objeto como “forma” (una posta, un hospital, una carretera) que yerra frente a una demanda de “fondo” (justicia social y vida comunal).
La emancipación radical se ha manifestado en las demandas políticas de los protestantes: renuncia de Dina Boluarte, gestación de la Asamblea Constituyente, reposición de Pedro Castillo en la presidencia y cierre del Congreso, que precisamente, no se agotan en el hecho, sino que reclaman algo más. Todas estas son demandas que pretenden un disenso como forma para concretar una reconexión o replanteamiento del fondo social. Particularmente la demanda de reposición de Castillo es un acto simbólico que no puede dejarse de lado; la fuerte empatía de los protestantes no es hacia Castillo como sujeto empírico (de ser así no habría apoyo hacia el expresidente, ya que su obstruido gobierno, más bien, dio la espalda a la demanda social), sino como rol simbólico o signo de un grupo periférico segregado y expulsado históricamente, que no busca venganza, sino justicia de lo común. La emancipación radical posee estos signos fulgurantes de carácter abstracto, pero cargados de intensidad, que explican por qué los manifestantes regresan una y otra vez al espacio público a protestar. Nos explicamos: cuando una demanda solicita un objeto concreto (una ley, la destitución de un funcionario, una obra particular) la protesta acaba cuando este es alcanzado, pero cuando el objeto es simbólico (semiótico) e imposible, la direccionalidad de la protesta es perpetua. La Asamblea Constituyente y el rol simbólico de la reposición de Castillo son justamente esos imposibles para un contexto socio-político donde la única posibilidad es mantenerse en estado de enajenación y subordinación al sentido común. En la última encuesta de IEP, estas demandas no han perdido intensidad, más bien se han posicionado en el espectro político de la movilización. No obstante, a esta direccionalidad se ha acoplado, en los últimos días (y a medida que la represión policial se ha intensificado), una enunciación desde el giro ético.
Personalidades, políticos y periodistas que en un principio deslegitimaron el discurso y propósito que solicitaban los protestantes principalmente del sur, “mágicamente” se han pasado a la vereda de enfrente, ahora apoyando moralmente la movilización. ¿A qué responde dicho cambio? ¿Acaso les “lavaron el cerebro”? No, simplemente, tomaron una postura desde el giro ético que, paradójicamente, comparte vasos comunicantes con discursos de odio. Una afinidad en la superficie que alberga un antagonismo en su núcleo central. Observemos. Se han acoplado en rechazo de El Mal, encarnado en la represión e injusta muerte de peruanos a manos de la policía. En este sentido, apreciamos una selección (efecto singularizante) de las demandas en la personificación del mal: la presidenta Dina Boluarte. Una particularidad de la producción del sentido del giro ético es que su selección quita agencia y determinaciones a aquello contra lo que se protesta o aquello que se defiende. El mal es una abstracción sin determinaciones. Estamos apreciando cómo la producción desde el giro ético convierte a Boluarte en la encarnación de El Mal a la vez que oculta las agencias políticas que, una vez expulsada del poder, permanecerán en la institucionalidad. El giro ético expulsó a Merino como personaje abstracto por sus vejaciones sin comprometer una sola fibra de las agencias políticas que lo colocaron en la posición de presidente.
Si el giro ético se preocupa de las reformas para no ceder ante una vida comunal, la emancipación radical se enfoca en decir lo no dicho, en ofrecer un disenso, no para antagonizar, sino para dejar en claro que los levantamientos sociales no se resuelven con ofrecimientos.
Nuestra lectura es que si la demanda original (emancipación radical) busca permanecer, durar y mantenerse direccionada debe subsumir al giro ético en su desarrollo público. Las pasiones y afectos de una movilización desde la emancipación radical son vitalistas, ya que se producen desde la posibilidad y proyecto de una multitud y no desde el humanitarismo académico y quietista del giro ético. En breve, una forma enunciva que se pliega a las demandas sociales, pero a un alto costo: simpatizar con la ética más que con la demanda política. Es probable que en este momento se pregunte, ¿y por qué? Intuimos que aceptar el conflicto social desde el giro ético implica una aproximación aséptica, que puede abandonar rápidamente la movilización cuando el objeto de pretensión (la renuncia de Dina Boluarte) se haya consumado.
La narrativa de las protestas de los últimos días no termina con la presentación de sus personajes principales, sino con los papeles y roles de aquellos que limitan su expresión política. Del lado de la hegemonía social-clase y del sentido común, se instalan grupos conservadores que, todos ellos, enuncian desde una posición que singulariza al protestante y lo presenta como el “mal encarnado”: el terruco, el senderista, el boliviano, el puneño y el periférico. Desde un lugar más desenfadado del giro ético, la posición de los grupos conservadores busca crear todo tipo de abstracciones de los protestantes. Si entendemos que una abstracción es quitar agencia y relaciones sociales, no es difícil advertir cómo se ha abstraído a los protestantes quitándoles agencia de todo tipo. Siendo presentados como vándalos y forajidos sin deseo, entes suspendidos que no sabemos cómo sobreviven.
El nivel de abstracción llega al punto de pensar al trabajo sin ninguna determinación precaria, como un lugar despolitizado al cual deben volver los protestantes para no ser “vagos”. ¿Qué es más abstracto que la democracia, el discurso de la igualdad y la protesta pacífica? La pregunta por el “financiamiento” ¿no es un tipo de abstracción del protestante que deja de ver las agencias de colaboración popular? En el giro ético la abstracción es un tipo de selección y singularización que lo borra todo, lo aplana y presenta como una enajenación simbólica que realiza a las personas como máscaras de una relación social. Si por un lado puede fragmentar a la protesta creyendo que la renuncia de la actual presidenta (el Mal) es el propósito y fin de la movilización, por el otro, borra toda relación social de los protestantes y los empaqueta como entidades borrosas listas para los medios de comunicación.
Finalmente, frente a la pregunta con la que iniciamos estas líneas, entendemos que la semiótica está en el núcleo del debate, ya que de lo que más está sufriendo el país es de tener una demanda dicha en lengua arcana a la que el sentido común del giro ético ahorca. Si el giro ético se preocupa de las reformas para no ceder ante una vida comunal, la emancipación radical se enfoca en decir lo no dicho, en ofrecer un disenso, no para antagonizar, sino para dejar en claro que los levantamientos sociales no se resuelven con ofrecimientos.
Toda protesta es una reacción provocada. Quien la provoca la necesita para avanzar la posición que justamente en la protesta ve así confirmada. “…Ladran, Sancho, señal que cabalgamos…”