Centellas de la amistad con Felipe

Felipe Degregori. Foto: El Peruano

Escrito por Revista Ideele N°308. Enero-Febrero 2023

Espero que estas líneas se entiendan en el plano de las ideas del amigo[1] que vio en Felipe una vida diferente y exitosa, que tuvo la soltura en una personalidad que se abrió al mundo y lo hizo viajar sin miedo desde chico, como explico más adelante. Mi condición de haber sido su compañero de estudios y amigo de la infancia me acerca a él como a otros amigos, pero con él ha sido especial. Por eso, no podría calificar su vida como dura o trágica. Por el contrario, intento narrarla con la verdad que me brinda la experiencia de haberlo conocido, aunque a veces desde lejos.

Renuncio a ser el juez de una vida que rememoro con respeto. Mi testimonio es solo el del compañero de colegio que cree haber sido por mucho tiempo su mejor amigo, para reencontrarlo luego de años ya convertido en una persona de éxito. Este éxito lo empezó en su juventud, al haberse construido una identidad fuerte y haberse aplicado en decisiones estratégicas como la de decidir qué hacer, dónde estudiar y vivir. Una personalidad positiva que, sin vanagloriarlo, deja entrever un trabajo creador que se inventó con modestia. Primero como fotógrafo, luego como gestor en la producción de revistas y libros y, al final, como director de cine.

En primer lugar, estoy convencido que Felipe se empecinó en hacer desaparecer la tradición de dejar una memoria positiva de sí. Me parece que se enganchó en una percepción laica que miraba a nuestro país a su modo, olvidándose del falsamente explicativo comodín de ver el mundo concentrándose en los hechos del pasado patriótico de los héroes o del mundo nostálgico del Tahuantinsuyo, lo cual lo hizo blandir su aprecio auténtico a lo andino y a un porvenir no eurocéntrico.

Tener tal conciencia no le impidió socializar en una Lima elitista con artistas y escritores, actrices y actores y gente interesante de teatro y cine; donde hay muchos valores, pero también limitaciones democráticas y oscurantismos. En cambio, en la segunda parte de su vida, y debido a una clara sensibilidad no romántica hacia las clases media y baja, decidió juntarse con otra gente y se alejó de su familia de origen y de la que creó. Se dedicó, no a las viejas amigas y amigos de la PUCP, sino a la gente común del Rímac y de los cerros aledaños, recluyéndose en escenarios transgresivos, conocidos como bajos fondos.

A mi modo de ver, son aspectos que confirman una filosofía con una gramática existencial muy propia, cuyo comportamiento atípico y casi ficcional le impuso actuar como un personaje salido de un guión en el que debía improvisar andares, posiciones, transgresiones y pasiones. Y creo que muchos de estos papeles debían ocultar su controvertido deseo de amistad y armonía, pero también de miedo y soledad.

Felipe, siempre una persona con una gran necesidad de comunicar, mostraba poco ser el resultado de su propio esfuerzo intelectual y de un cierto egoísmo que lo ayudó a mostrarse como él quería. Sin embargo, se dio cuenta tarde que algunos pasos de su vida podían haber sido equivocados, son contar los golpes y achaques fuertes e irreversibles de la vida podían. A pesar de haber sido un hombre inteligente, fue también el producto atormentado de un ser dedicado a la reflexión creativa (para nada, tímido) y resultado también de una mezcla cultural interesante[2]. E igualmente, un buen ejemplo de actor honesto pero hermético de su perspectiva y meta final. Como he comenzado por el final, no se puede olvidar que Felipe olvidó (sería demasiado decir renunció) tempranamente muchos referentes, entre ellos tres símbolos clave de la práctica cristiana que aprendimos desde niños: muerte en la cruz, pecado y reconciliación final. Su religiosidad fue sagazmente personalizada pero no diría herética ya que dejó el espacio al dominio de sus creencias profanas. Y si bien mantuvo horror a la hipocresía pero clara su fe humanista.

Un elemento para interpretarlo mejor es leer los títulos o ver el contenido de su filmografía porque son textos en los que nos ha legado tanto sus huellas materiales como haber despejado barreras y mistificaciones a la telenovela o al desprecio limeño a lo serrano. Una lectura filológica podría hacernos ver que partió de obras como Abisa a los compañeros y cerró con Translatina, dos de sus realizaciones fílmicas cumbres que dirigió con tesón porque – en ambos casos – lo comprobé en primera persona. Felipe sonreiría frente a mi recuerdo sobre las horas que le ayudé desde Roma cuando pedía contactos y me dio solo unas pautas para preparar encuentros con líderes inciertos y a los que dedicó sendas entrevistas que, por paradoja, duraron segundos en la versión final de la película[3].

La paradoja es que nunca hablamos sobre su responsabilidad como cineasta en el revés de esa película y de sus infaustas consecuencias

Algunos rasgos que lo identificaron para siempre. Quedó huérfano del padre antes de cumplir 10 años pero reconoció el amor infinito de su mamá, una viuda dedicada a él y a su hermano Carlos[4], quien fue su guía pero asimismo un cómplice que lo ayudó a entender la vida, como Felipe mismo lo ha escrito[5]. No creo que le haya transmitido un pensamiento ideológico ni político pero sé que Felipe valoraba gratamente esta influencia y sabemos que significó una referencia mayéutica o los consejos que le faltaron en los últimos años.

Vale la pena recordar otras características de Felipe. Entiendo que tomó conciencia de sí, tal vez, con la ayuda e influencia fraterna del que aprendió a vivir ligado a una familia ideal pero tendiente a vivir como hijo, hermano y padre independientemente. Creo que en la cultura peruana haya sido una cualidad que alimentó su suficiencia para ver (y controlar) un mundo en el que a más de acomodarse hay que ganárselo con esfuerzo. Creo que su vida juvenil fue efectivamente feliz porque estudiaba y viajaba cuando y cuanto quería. Desde chico tuve esa buena amistad con Felipe que entraba y salía de mi casa como la suya y que conocía bien a toda mi familia. Con él viajamos por muchos lugares “tirando dedo” y conocimos las fronteras de Ecuador, Chile y Bolivia, mientras partíamos desde nuestras respectivas casas de una Lima todavía racista y discriminadora.

Pero es justo decir que cuando se es amigo de infancia o de colegio, la amistad dura, a pesar de las distancias y las varias opciones de vida. En esto creo que el mérito del colegio se haga realidad.

Sobre este plano, creo que Felipe ha cultivado relaciones valiosas. Aunque no olvido que prefería amigas y amigos con los que conservó gran cariño, así como el odio visceral a la chismografía.

Felipe construyó una historia personal reconocida y una imagen de cineasta que tuvo que abandonar hace algunos años por los problemas tocantes al fracaso económico de una película que le causó la quiebra de su grupo. Sé que no usó los contactos de quien antes lo convocaba para trabajos pero que fatalmente lo olvidaron, quizás por las razones de esa jungla y el privilegio de la elite económica. Ello indicó, al mismo tiempo, que no consiguió sobrevivir en ese mar profundo del mundo del cine nacional ya que tuvo que afrontar desde entonces una vida artística incierta y angosta. La paradoja es que nunca hablamos sobre su responsabilidad como cineasta en el revés de esa película y de sus infaustas consecuencias.

A pesar de la pandemia de los últimos dos años, algunos compañeros de la promoción XXXVII (1969) de La Salle nos hemos vuelto a comunicar con Felipe, lo cual ha sido un motivo de alegría pero también de preocupación por su salud física y mental. Hemos podido compartir tareas, humoradas y diálogos con cariño, incluso viviendo a miles de kilómetros de Lima, regalándonos la dicha de sentirnos naturalmente protegidos por un sentido de la vida donado por el creador.

Pido disculpa por la brevedad de estas líneas sobre la vida de Felipe que es una interpretación y no el elogio del amigo sinigual al que – como los socráticos decían – fue como la otra parte de cada uno de nosotros. Me alivia saber que esta memoria no será leída durante el rito conclusivo y me conforta que sea un modo para elaborar el luto por su partida.

Quizás valga la pena decir que hay un argumento que descorazona entre quienes hemos estado cerca de Felipe durante los últimos doce meses. En estas mismas horas en las que el cuerpo de Felipe espera el momento para ser cremado, se ha escrito mediáticamente de abandono e indiferencia. Tal vez institucionalmente se hubiera podido hacer más por su salud, pero reitero tajantemente que hablar de indiferencia es un error galopante.

Afirmo categóricamente que los compañeros del colegio y otros conocidos que se sumaron, hemos cuidado a Felipe buscando su estabilidad psíquica, así como el modo de atenuar el dolor y los males de la edad. Los médicos de la promoción, cada uno de nosotros, así como otras manos generosas e incluso varios parientes, dieron un apoyo que no ha sido sino un grano de arena que ahora pierde peso porque lo primero es la paz alcanzada por un amigo de siempre.


[1] Remarco que lo que escribo me lo ha pedido un estimado compañero de colegio. No es una introspección interior sino las palabras de un viaje de recuerdo en el que no se pueden evitar la observación y confrontación subjetiva.

[2] Sobre su interés religioso no me animo a proponer nada. Creo que haya sido n ateo convencido, aunque si para no ser tan diferente hablaba y hacía una referencia superficial al corazón de lo cristiano para hablar solo de curas.

[3] En principio debía ser un filme educativo relacionado a la lucha contra el AIDS pero el material recogido fue más allá.

[4] Fue casi sagrada la veneración a Carlos Iván, intelectual que dejó su propia huella como dirigente izquierdista, docente en Ayacucho y Lima, y luego asociado del IEP pero, sobre todo, un antropólogo y miembro de la CVR.

[5] Texto publicado en la Revista Ideele.

Sobre el autor o autora

Carlos Miguel Salazar Zagazeta
Docente universitario en la Sapienza Università di Roma.

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