Escrito por
Revista Ideele N°217. Marzo 2012¡Oh hijos dignos de
lástima!
Sé bien que todos estáis
sufriendo y, al sufrir, no hay
ninguno de vosotros que
padezca tanto como yo.
Edipo Rey
No les ha bastado a los dioses castigar a su pueblo con el desastre económico; con una deuda pública que creció en forma descontrolada hasta bordear los 350 millones de euros; con recesión, desempleo, recorte de salarios. Pareciera que se trata de una lucha contra un destino implacable que les ha arranchado ahora a su mejor creador: Theo Angelopoulos.
25 de enero del 2012: Conmoción en Grecia. Muere atropellado el mejor cineasta griego y uno de los mejores del mundo. Ni el oráculo pudo predecir una muerte tan absurda. Aunque también se puede decir que murió en su ley: Angelopoulos miraba fijamente una locación para su nueva película, El otro mar, que trata de los efectos de la crisis económica en la vida diaria de los griegos. Estaba tan distraído que una moto lo arrolló mientras cruzaba una pista medio oscura que atraviesa uno de los túneles de circunvalación en Drapetsona, cerca de Atenas.
Según el plan de rodaje, estaba previsto que unas horas más tarde se filmaran algunas tomas en ese lugar, habitualmente bastante congestionado. La producción había conseguido el permiso municipal que ordenaba a la Policía paralizar el tráfico en la zona. Angelopoulos había estado antes allí, acompañado por su equipo de filmación. Pero, obsesivo y perfeccionista como era, decidió regresar solo para darle una mirada, la última antes de que la fatalidad se le atravesara trágicamente, al más puro estilo griego.
(Confesión de parte: No sucede a menudo. Cada vez se siente con menos frecuencia esa mezcla de emoción, conmoción y asombro que produce el descubrimiento de uno de los grandes del cine. Por eso recuerdo con nitidez esa noche del 2005, en la Sala Azul del Centro Cultural de la Universidad Católica, durante un ciclo de cine europeo. Proyectaban La mirada de Ulises, de un director griego con un apellido difícil de recordar. Hasta ese momento, mi único referente del cine de ese país era Cacoyannis y su Zorba el griego.
La conexión fue inmediata, así como la fascinación por las imágenes, por el clima nostálgico, por el personaje: un director de cine, encarnado por el gran actor estadounidense Harvey Keitel, que emprende la odisea de regresar a su tierra para tratar de encontrar los rollos de la primera película griega que se filmó, pero, además, para buscar su propia historia, y a la misma mujer en todas las que va encontrando a lo largo de ese viaje.
Descubrí que las imágenes de destrucción pueden ser bellas y terribles a la vez. En medio de la guerra de los Balcanes, de las explosiones y de la niebla, Sarajevo revive entre escombros.
Hubo un momento en el que confundí la vigilia con el sueño. Los límites se volvieron borrosos cuando apareció en la pantalla una gigantesca estatua de Lenin, esculpida en mármol blanco. Durante largos minutos vi cómo era cercenada por un grupo de obreros, que colocaron la cabeza del líder ruso en una grúa y luego trasladaron esta gigantesca mole de mármol a una plataforma flotante que se desplazó río abajo hasta Belgrado. Lenin, cómodamente echado, contempla con el ceño fruncido a los pobladores de las orillas que se persignan a su paso. (¿Lo soñé?) Éste es el retrato más poético y simbólico sobre la destrucción del socialismo real. Es difícil de describir; hay que verlo.

Descubrí que las imágenes de destrucción pueden ser bellas y terribles a la vez. En medio de la guerra de los Balcanes, de las explosiones y de la niebla, Sarajevo revive entre escombros
Audacia
Son pocos los que se atreven a hacer una película de cuatro horas de duración y solo 80 tomas. A veces cuesta entrar en sus películas y en el universo Angelopoulos, pero cuando se logra uno puede quedarse atrapado por toda la eternidad y un día.
El ritmo es pausado. (Y éste no es un eufemismo para decir lento.) En su caso, ese ritmo es inherente a su estilo. Le llaman “el cineasta de la lentitud y las heridas de Grecia”. Estamos ante una obra densa y profunda a la que hay que añadir otro componente fundamental: la intensidad, una impronta de los grandes creadores de pueblos como el griego o el ruso.
El trabajo visual es especial: en sus películas pocas veces se ve la luz del Sol. Nos presenta, más bien, un país bajo la bruma, lluvioso y oscuro, alejado de la imagen playera y solariega de las postales. Y la música remarca ese sentimiento permanente de desazón y melancolía. Melodías que se incrustan en el espíritu.
Como grandes frescos históricos, los temas que lo obsesionaban pasan ante nuestros ojos: la guerra, la migración, la memoria; combinados con historias de amores perdidos y desarraigos. El cine de Angelopoulos no se entiende si no se le ubica en el momento histórico que abarca el periodo moderno de Grecia, siempre con una mirada crítica. Capturó, como ninguno, el drama de la posguerra. Definitivamente, es el referente para entender la crisis de las izquierdas en el siglo XX, y para sumergirse en la historia griega contemporánea.
Si se lo tuviera que clasificar políticamente, diríamos que era un izquierdista desengañado. Dicen que el suyo es un legado marxista matizado por un soterrado anarquismo. Era básicamente un pesimista que no podía dejar de ser humanista.
Bajo el signo de Tauro
Su signo astrológico remarcaba ciertos aspectos de su temperamento, como la obstinación y el empeño, además de su gran capacidad para el trabajo y un gusto por el detalle que podía llegar a exasperar. Si revisamos la carta astral del cineasta, encontramos que su ascendente corresponde a un signo de fuego por su personalidad explosiva y rebelde, que lo llevó a ser expulsado de la escuela de cine parisina por “inconformista”, al final de su primer curso. Pero, además, era un cascarrabias que se exaltaba al hablar de política –el ex presidente George W. Bush lo sacaba de quicio– y no le importaba pelearse con los periodistas si lo cogían en su cuarto de hora, como relata el crítico de cine Juan Sardá, quien tuvo que soportar su mal humor dos veces durante la misma entrevista.
La primera explosión ocurrió cuando Angelopoulos se declaró opuesto a cualquier intervención extranjera en un conflicto nacional, y el periodista le cuestionó su defensa a la no participación occidental en la guerra civil de Ruanda. “No llegamos a las manos pero poco faltó”, sostiene. El segundo momento de gran tensión se produjo por un comentario sobre su propuesta estética. Sardá recuerda: “Se puso furibundo cuando le dije –juro que con la mejor intención– que hubiera sido un gran pintor por su capacidad para crear imágenes estáticas de gran fuerza”.
(Confesión de parte: Era uno de mis favoritos. En mi lista, está entre los cinco primeros.)
“El país, que pasa por un momento difícil, pierde a un gran creador”, afirmó el primer ministro, Lukás Papadimos… Y entonces uno se pregunta qué le deben los griegos a Zeus, por qué tanto ensañamiento. Esta vez a la divinidad se le pasó la mano.
Currículo |
Nombre: Thódorus Angelópoulos. Lugar de nacimiento: Atenas. Estudios: Licenciado en Derecho por la Universidad de Atenas. Cursos de cine en el Institut des Hautes Études de París. Ocupación: Crítico cinematográfico, hasta que la Dictadura de los Coroneles clausuró el periódico izquierdista Dimokratiki Allaghi, donde escribía (año 1967). Director de cine (año 1970). Primera película: Reconstrucción. Obra: Quince películas y una inconclusa. Premios: Veinticinco. Los más importantes: Palma de Oro en el Festival de Cannes por la película La eternidad y un día (1998). Premio de la Crítica en el Festival de Cannes por la película La mirada de Ulises (1995). León de Oro en el Festival de Venecia por la película Alejandro Magno (1980). León de Plata en el Festival de Venecia por la película Paisaje en la niebla (1988). Hugo de Oro en el Festival de Chicago por la película Los cazadores. |
Títulos nobiliarios |
Director clave del cine contemporáneo. Patriarca del cine griego. Embajador cultural de Grecia. Gran creador. Poeta de las imágenes. Autor de arte y ensayo. Cineasta humanista. Maestro del tiempo largo y de la bruma. Director minoritario y radical. Irreemplazable. |
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