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Revista Ideele N°217. Marzo 2012El más reciente republicano en la Casa Blanca, George W. Bush, pudo haber convertido a los Estados Unidos en una nación de mendigos. Falló en su intento. Lo que sí logró fue iniciar una guerra innecesaria y empujar al planeta a lo que podría ser la catástrofe final.
Todo lo hizo en acatamiento de su ortodoxia neoliberal. Por estos días, un puñado de precandidatos republicanos trata de recoger la posta. Para ganar la nominación, deben probar que son más extremistas aún.
Como neoliberal, la administración de Bush hizo de la privatización de la seguridad social una de las más importantes prioridades durante sus dos mandatos. En vez de aportar al Seguro Social, se proponía que los trabajadores recibieran su dinero y lo invirtieran en el mercado de valores por la compra de bonos, acciones y otros títulos.
El plan Bush chocó con la oposición casi unánime de los legisladores demócratas, y eso lo hizo abortar. De otra manera, los estadounidenses habrían tenido que jugar su futuro en el gran casino de Wall Street. La crisis que siguió los habría dejado en la calle.
De todas formas, esa iniciativa dejó huellas desastrosas en América Latina. Como alguna vez dijo Los Ángeles Times, la privatización del sistema de pensiones en Chile se hizo a punta de pistola. Según ese mismo diario, no obstante el fracaso de tal sistema, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) presionaron a otros países de la región para que hicieran lo mismo por medio de ambos mecanismos: el de imponer condiciones a los préstamos y las recomendaciones que hicieron durante todos los 1990. El modelo chileno sirvió de inspiración original para la privatización de la seguridad social en el Perú.
Dentro de tres meses los republicanos terminarán de elegir a un candidato que —más que cualquiera de sus rivales— encarne la fórmula neoliberal privatizadora, así como los principios del más rancio conservadurismo que —en los dos postulantes más fuertes— conducen a una suerte de Estado teocrático.
Romney dijo hace poco: “Queremos una sola nación. Una nación bajo Dios”. Por su parte, Santorum acaba de denunciar que el Presidente actúa siguiendo una “teología falsa no basada en la Biblia”.
Desde el otro lado, el presidente Barack Obama ha reiterado su compromiso con el Seguro Social y un plan de seguro médico universal que cubrirá a todos los estadounidenses. Los pronósticos han comenzado a darlo como seguro triunfador, e incluso aseguran que los demócratas volverán a ser dueños del Congreso.
Una repentina alza en las cifras de empleo muestra que la economía está mejorando, y ésa será la fuerza de Obama. Según el consejero económico Alan Krueger: “Los datos de empleo significan que el país está recuperándose de la peor recesión registrada después de la Gran Depresión de los años 30”.
Por supuesto que los estadounidenses —y muy especialmente los de origen latino— habrían esperado que el Presidente se moviera más rápido. Pero, como dice Bill Clinton en el último número de Esquire, los votantes concluirán que “se necesita mucho tiempo” para sacar al país “del tipo de dificultades económicas” que atraviesa.
Los analistas y los candidatos
La gente que escribe y comenta de política suele caer muy simpática en ese país. Tal vez sea porque conversan con los candidatos republicanos, y eso salva a los lectores de esa penosa obligación.
Para lograr la postulación de su partido, cada uno de los postulantes trata de demostrar que es más conservador que el de enfrente. La gente común da señas de cansancio ante una competencia que a cada rato resulta grotesca. Inmigración, aborto, matrimonio gay y religión son algunos de los temas más tratados en la campaña. Cada candidato llega a las discusiones empuñando una Biblia y asiendo con la otra mano a su cónyuge: ambas son formas de mostrar que se encuentra dentro de un matrimonio normal y cristiano. Se da más énfasis a estos asuntos que a la creación de empleos o a la debacle económica.
Los postulantes tratan de demostrar lo duros que serán contra los inmigrantes. Herman Cain llegó a proponer la electrificación de la muralla con el fin de que los visitantes no deseados se achicharren allí.
Ser culto, aquí, equivale a ser sospechoso de liberal. En este país, eso no ayuda mucho a quien busque popularidad. En la campaña presidencial anterior, el entonces candidato Obama fue criticado por no usar un lenguaje chabacano, y por hablar más bien como lo que era, un catedrático de Derecho en la Universidad de Harvard.
Recuérdese que antes, por ese mismo defecto, el demócrata Gore perdió las elecciones. Mucha gente decía entonces: “Prefiero ir a tomarme una cerveza con George Bush”.
En cuanto a religión, el libro de cabecera de cada uno de ellos es por supuesto la Biblia. Además, según ellos, la mayoría optó por candidatear debido a una propuesta directa del Señor. Hace algún tiempo, la señora Bachman habló personalmente con Dios, quien le propuso la presidencia. Además, le presentó a quien sería su esposo, un curioso caballero que ha fundado una clínica para curar homosexuales.
Naturalmente, todos se oponen al matrimonio gay, pero el senador Rick Santorum —quien en estas semanas se pelea la punta con Mitt Romney— va mucho más allá: desea que las relaciones homosexuales, incluso las privadas, sean puestas fuera de la ley y sujetas a sanción penal.
Su campaña contra los gays es tan fuerte y lleva ya tantos años que su apellido ha sido puesto como nombre al semen producido durante esa relación. Así figura en los buscadores de Internet.
De triunfar los republicanos, el próximo presidente de ese país, si no es Santorum, será Mitt Romney, quien no desperdicia un momento para denunciar la seguridad social y los planes universales de salud del presidente Obama como perversas ideas socialistas que provienen de Europa: “El Presidente se inspira en las capitales europeas. Nosotros, en las ciudades y pequeños pueblos de (Norte)América”.
Las “autodeportaciones” son el otro tema de Romney. Así ha denominado la solución final para el problema de la inmigración. Propone él que los 11 millones de extranjeros ilegales decidan voluntariamente regresar a su país de origen. El otro motivo de enfrentamiento de este candidato contra los hispanos es su rechazo rotundo a la Dream Act (Acta del Sueño).
La Dream Act permitiría un camino a la naturalización a los hijos de inmigrantes que viven en los Estados Unidos sin permiso legal en caso de que terminen sus estudios universitarios o sirvan en las Fuerzas Armadas. El proyecto de ley recibió la aprobación de la Cámara Baja en diciembre del 2010, pero no obtuvo los votos necesarios en el Senado.

Los postulantes tratan de demostrar lo duros que serán contra los inmigrantes. Herman Cain llegó a proponer la electrificación de la muralla con el fin de que los visitantes no deseados se achicharren allí
Los analistas y los contadores
“Adoro a los analistas políticos. Hacen innecesario escuchar a los candidatos. Gracias a ellos, puedo cambiar de canal y ponerme a ver alguna serie, como por ejemplo La ley y el orden”, me dice un amigo.
Las últimas noticias del frente político, sin embargo, hacen ver que la contienda ya no va a ser del todo comprendida ni explicada por un analista. Ahora va a ser necesario, en vez de él, un contador perito contable. Así nos lo explica el periodista David Sarasohn, quien aporta datos como los que siguen.
Hace una semana, Mitt Romney ganó las elecciones primarias de Florida luego de invertir 16 millones de dólares en la televisión. El 95% de sus comerciales no proponían gran cosa. Eran anuncios negativos contra el candidato Gingrich.
Por su parte, Gingrich estuvo a punto de retirarse de la campaña por motivo de falencia económica, pero lo salvó una contribución que llegó justo a tiempo. Le enviaron 10 millones de dólares.
Sheldon Anderson, su buen samaritano, es considerado como la decimosexta persona más rica del mundo. Su fortuna se estima en 21.000 millones de dólares. Vale decir que esa apuesta a la Casa Blanca le costó solo el equivalente de una propina al valet que le estacionó su auto.
El año pasado Romney recaudó 57 millones más otros 30 millones que fueron a su ilimitado “Super-PAC” (súper comité de campaña que recibe los aportes económicos). Aunque cuestionados como una maniobra de las corporaciones para hacerse del poder, los Super Pacs han conseguido soporte legal. El pasado agosto, el mismo Romney señaló que esos aportes le servirían para equilibrar con el dinero de las grandes empresas las miles de pequeñas contribuciones ofrecidas por ciudadanos individuales o los miembros de un sindicato.
El dinero fluye hoy a raudales hacia los candidatos gracias a una decisión de la Corte Suprema que abrió las puertas a las contribuciones de las grandes empresas… en el entendido de que las corporaciones también son gente.
Además de los aportes, con una fortuna de 250 millones de dólares Romney es el más rico de los candidatos y, probablemente, el que menos dinero paga por impuestos. El 13% que paga es inferior que el aportado por un estadounidense con mil veces menos dinero que él. En esas condiciones, el dinero que este candidato invierte parece menos una campaña hacia la Casa Blanca que las negociaciones para comprar una empresa.
Como alguien sugería, en vez de un mapa de los Estados Unidos, los analistas políticos requieren una hoja de cálculo y, por supuesto, alguna preparación en contabilidad.
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