Escrito por
Revista Ideele N°217. Marzo 2012Muy rápido el Gobierno de Ollanta Humala se ha sumergido en su primera crisis política de magnitud. Hace solo cinco meses comenzaba rodeado de los mejores auspicios y antes de fin de año la crisis lo ha golpeado en forma considerable, al grado que los más diversos analistas anuncian la próxima recomposición del Gabinete. Ante este panorama surgen varias preguntas conectadas. ¿Por qué tan temprano? ¿Cuáles son las causas de la elevada fricción política actual? ¿Qué destino tiene el Gobierno de Humala?
Aunque pareciera pertinente comenzar por el conflicto alrededor de la mina Conga, el enfoque que presento parte de la fragilidad histórica de las coaliciones de gobierno en el país. En las dos últimas décadas, incluyendo el breve interregno de Valentín Paniagua, los tres gobernantes que han culminado sus periodos han desarrollado coaliciones de gobierno obligados también por el régimen de doble vuelta electoral. Se trata de los regímenes de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y el segundo periodo de Alan García. Lo mismo ocurre con el actual Gobierno.
Si se compara a Fujimori con Toledo se encuentra lo obvio: que uno fue democrático mientras el otro, dictatorial. Pero ambos comparten una característica: la coalición que ganó las elecciones en segunda vuelta se deshizo relativamente poco tiempo después de comenzada la acción de gobierno. Es decir, el primer gabinete de ambos no duró demasiado y, al ser cambiado, tomó el mando del Estado la burocracia liberal, purgando a sus aliados izquierdistas.
Por su parte, el gobierno de Alan García mantuvo sin mayores contratiempos la coalición ganadora de la segunda vuelta del 2006, ubicada en la centro-derecha del espectro. Desde el comienzo García sabía cuál era la base social y política de apoyo que requería e incluyó al almirante Giampietri como su vicepresidente. Apuntó al aliado fujimorista.
Como consecuencia, no hay una causa única ni un resultado predeterminado para la suerte de las coaliciones. Menos, una supuesta esencia inestable y contradictoria del país que las haría imposibles. Dos de las tres últimas coaliciones de gobierno se han deshecho, la de Fujimori en forma espectacular y, aunque sin ruptura constitucional, el bloque político que acompañó la campaña de Toledo; pero, en contraposición, la alianza política que impulsó el segundo García fue estable. En lo que respecta a Humala, aún está en veremos, y este artículo quiere explorar las posibilidades de éxito de la alianza por la inclusión social. La cuestión de fondo se halla en la naturaleza de estos frentes políticos y, en alguna medida, en la calidad de los líderes.
Un primer punto es el universo de ideas, planes y hojas de ruta que otorgan filo programático a cualquier coalición. Fujimori no tenía nada; lo suyo se sostenía exclusivamente en el rechazo a la candidatura de Mario Vargas Llosa. El cemento era una enemistad en común y no un proyecto de país. En el caso de Humala, el problema no ha sido la falta de ideas, sino su cambio y moderación, indispensable por cierto para ganar la segunda vuelta, pero insuficientemente asimilada por el personal político que lo acompaña, porque fue concebido como operación de marketing y maquillaje. Para muchos amigos izquierdistas que se hallan en el Gobierno, el cambio del programa de Félix Jiménez por la hoja de ruta no significaba más que una estrategia electoral.
En este sentido, encontramos un tema preocupante que asemeja el primer Fujimori con Humala. Se trata de gobiernos en los que no se siente que un programa definido esté al mando. Por el contrario, se observa la coexistencia de varios planes de gobierno parcialmente antagónicos que no se sinceran, para buscar un eventual equilibrio, sino que permanecen soterrados, saboteando la confianza, al explotar en cada coyuntura en direcciones distintas. Fujimori resolvió esa indecisión con la dictadura neoliberal.
A continuación, el segundo gran tema de las coaliciones se refiere a las entidades que las soportan y su grado de representatividad. En el caso de García, se trata de un caudillo que cuenta o contaba, con un partido que le otorgaba cierto soporte político, cuando menos una cantera regular de ministros, con los cuales mantener un gabinete coherente. Ése es el punto: un Consejo de Ministros que funcione y ordene el país.
Mientras que, por el contrario, el gobierno de Toledo carecía de un soporte de esa firmeza. Perú Posible era una colección de invitados al círculo del Presidente. Algunas de estas personas tenían prestigio y disponían de solvencia profesional, pero eran amigos de Toledo antes que militantes de una entidad arraigada en la política nacional.
Otro punto es la calidad organizativa del aliado. Toledo tenía al FIM, que no valía gran cosa salvo algunos cuadros aislados, pero que no aportaba coherencia política; por el contrario, su líder era inestable y proyectaba una imagen muy controvertida. Durante Toledo, las izquierdas ya estaban disgregadas, eran personalidades individuales y de perfil tecnocrático, además de corazón comprometido con la justicia social. Pero ya no existía la izquierda como organización política; por ello fueron aliados secundarios que aportaron cuadros pero no soporte.
Así, algunos izquierdistas acompañaron a Toledo y otros no le hicieron una oposición destemplada. Pero no siguieron mucho tiempo en el Gobierno. Por ejemplo, poco después ya estaba fuera del gabinete Diego García Sayán, el más caracterizado de los llamados “caviares”. Mientras que, en 1990, cuando subió Fujimori, algunos izquierdistas que acompañaron al candidato se fueron antes de ingresar al gobierno, como Óscar Ugarteche y otros, porque fueron desembarcados justo en el momento de conformar el primer gabinete, bajo la presidencia de Juan Carlos Hurtado Miller. Otros izquierdistas, sin embargo, como Gloria Helfer y Sánchez Albavera, acompañaron a Fujimori en este primer gabinete de su gobierno. Es decir, las izquierdas han intentado ser socio menor de tres gobiernos: Fujimori, Toledo y el actual. En las dos ocasiones anteriores la apuesta resultó perdedora, y todo parece indicar que en esta oportunidad resulta difícil.
Por otro lado, García tuvo como aliado menor al fujimorismo, que venía del brazo del almirante-vicepresidente. Es decir, García sabía cuál era el espectro de fuerzas que requería para gobernar y construyó su alianza con claridad. Por su parte, en la situación actual Humala tuvo como núcleo duro a la izquierda y la protesta regional. Pero en el camino ha necesitado de aliados liberales para ganar la segunda vuelta y luego para gobernar, ocupando el ministerio clave de Economía y el Banco Central.

El riesgo de Humala es que su aliado menor, el liberalismo, lo absoba por succiòn y lo lleva a cambiar de caballo comenzando la travesía del río
Es decir, Humala atraviesa una situación especial. Sus primeros socios, aquellos que lo acompañaron en los momentos iniciales, ahora le son incómodos y se deshace de ellos con sorprendente facilidad, como evidencia el despido de Carlos Tapia. El riesgo de Humala es que su aliado menor, el liberalismo, lo absorba por succión y lo lleve a cambiar de caballo comenzando la travesía del río. Su peligro no es modificar su política de alianzas, sino el cambio de soporte, operación que no es tan fácil ya que obliga a patear el tablero. Ésa fue la situación de Alberto Fujimori, que ganó las elecciones con un perfil y un personal que cambió casi inmediatamente.
Como vemos, además del programa de gobierno, otro gran factor es la fortaleza de las entidades políticas que soportan la coalición de gobierno. Otra manera de entender este mismo punto es el poder del líder. La menor coherencia de los partidos de gobierno significa mayor importancia del caudillo, como conductor personal del proceso.
A este respecto, Fujimori era energético; el neoliberalismo ortodoxo le confirió un programa político, y teniendo línea él se encargaba de dar órdenes a diestra y siniestra. Era un gobierno muy presente. Por su lado, García ya había sido Presidente y tenía experiencia en la complejidad del aparato del Estado. En su primer gobierno fue impetuoso, mientras que en el segundo pecó por excesivamente conservador. Fue bipolar y nunca condujo al Estado por una senda confiable, pero no era improvisado ni dejaba para mañana las decisiones de Estado.
Por el contrario, el estilo de gobierno de Toledo y Humala luce más dubitativo. La indecisión y el cambio de línea aparecen mucho más posibles en estos dos gobiernos que en los anteriormente nombrados. Toledo bamboleó los cinco años y Humala comienza de ese modo. A estas alturas, varias instituciones públicas carecen aún de directorios, y las ausencias de gerencia son notables. Pero Toledo pudo hacerlo porque la situación económica era buena y fue mejorando progresivamente. Mientras que la crisis mundial aprieta a Humala, y su entorno económico internacional luce muy poco promisorio.
Ese punto lleva a los poderes fácticos. En efecto, la estabilidad de una coalición depende de su capacidad para controlar políticamente tanto a los militares como a los grupos económicos de poder. En relación con las Fuerzas Armadas, la carta de renuncia de Carlos Tapia contiene malas noticias: las personas claves en el entorno militar de Humala serían aliados de las mineras, que funcionarían precisamente como nexo entre estos dos grandes agentes de la política tras bambalinas.
En el caso de Fujimori, los militares requerían un gobierno que les permitiera encarar y derrotar a Sendero Luminoso. Era el momento más duro de la guerra interna, y la ansiedad dentro de las Fuerzas Armadas era muy superior a la actual. Cuando entró Fujimori realmente estaban ajustados y necesitaban mano dura. Por ello habían escrito el “Plan Verde” y le fueron a pedir condiciones a Fujimori cuando Vladimiro Montesinos lo llevó a vivir al Círculo Militar, después de las elecciones y antes de la toma de mando. Ahí establecieron el pacto que luego llevó a Fujimori al autoritarismo el 5 de abril de 1992.
En ese entonces, los grupos de poder económico estaban también muy estresados por el desastre hiperinflacionario precipitado en los últimos años del primer García. Al igual que los militares, ellos también estaban dominados por la angustia y reclamaban el neoliberalismo puro y duro. Así, Fujimori fue un secretario ejecutivo de los verdaderos mandamases.
Como sabemos, otro asunto clave es que si Humala decidiera abandonar a sus votantes de primera vuelta, tendría que dejar caer a sus congresistas, que fueron electos precisamente en la primera vuelta, cuando valía el programa original de Jiménez. Romper con esos parlamentarios significa el camino de Fujimori, cerrar el Congreso e imponer una dictadura. Parece aún lejos; pero que la senda y la tentación están presentes, lo están.
Por otro lado se halla el movimiento social y los poderes locales, que son muchos y complejos, siendo difícil pensar que actúan al unísono y en forma homogénea. Pero no obstante su fragmentación, aparecen en escena con una agenda política muy definida. El conflicto de los últimos veinte años alrededor de minería y agricultura es el tema crucial. Esta contradicción se resolverá en el Gobierno actual y define las aguas. Una opción es el ordenamiento territorial y la consulta previa. La otra posibilidad es a la mala, imponiendo la mano dura. La orientación de la coalición actual de gobierno se definirá alrededor de este tema, cuyas opciones están meridianamente claras.
Otra cuestión decisiva es la calidad del gobernante. Fujimori era tramposo desde antes de asumir la Presidencia. Por ello necesitó a Montesinos para tapar huellas vergonzosas que había dejado en el Poder Judicial. La alianza entre estos dos personajes se fundó precisamente en la habilidad para esconder malos manejos, que luego proyectaron a la “n” potencia cuando accedieron al gobierno.
Mientras, Humala tiene mayores pretensiones que Fujimori. Su trayectoria política ha girado en torno a la inclusión y ha ganado presencia como político en tanto garante de un manejo económico responsable con rostro humano y atención preferente por los más pobres. Ese mensaje constituye un perfil que servirá para compararlo en el futuro. Por ello, el cambio de bando le resulta complicado. En su formación, esa actitud es mal vista.
Humala dispone de una comunidad nacional ante la cual debe cumplir una responsabilidad. Conoce la historia y tiene como paradigma a los militares que defendieron la patria con su vida. Esperemos que escape del ejemplo de otros que corrieron frente al enemigo. Esos gobernantes que, al estilo de Fujimori, huyeron al extranjero abandonando su compromiso con el Perú.
Deja el primer comentario sobre "Crisis política prematura"