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Revista Ideele N°212. Setiembre 2011En el último Festival de Cine de Lima, el periodista, escritor y cineasta chileno presentó su última película. Canceló entrevistas, se desconectó en la librería El Virrey, llegó tarde y sin Pablo Cerda al conversatorio en el CCPUCP. Si algo ha aprendido, confiesa, es a no pedirle permiso a nadie.
Alberto Fuguet (Santiago, 1974) tiene una historia bastante rara: fue famoso antes de existir. Él lo ha señalado anteriormente. Primero fue Alekán y luego Fuguet, por ejemplo. Con Alekán, un personaje que contaba sus divagaciones existenciales de clase media en una columna semanal en el diario El Mercurio, se hizo presente en las letras chilenas. A principios de los noventa, ya como Fuguet, a raíz del libro de cuentos Sobredosis (1990) y su primera novela, Mala onda (1991), fue duramente criticado por la derecha y la izquierda de Chile, ya que ambos trabajos reflejaban a una clase media burguesa de Chile quebrada por dentro en una Latinoamérica globalizada y urbana. Más mediático aun fue al publicar la antología de cuentos Mc Ondo junto al escritor boliviano Edmundo Paz Soldán. El prólogo, una búsqueda de valorización de la Latinoamérica moderna frente a la creada por el realismo mágico de García Márquez, fue tildado de extranjerizante, decadente, americanizado, yanqui, burgués.
Ahora, con alrededor de 13 libros publicados entre novelas, antologías, ensayos e investigaciones y 3 películas rodadas, con su apellido conjugando más con lo independiente que con lo mediático, llegó a Lima una vez más. No a la FIL como escritor, sino como director al Festival de Cine, a presentar su tercer trabajo filmográfico: Música campesina.
“Creo que cada día soy menos famoso. Estoy entrando a un nicho, me he ido achicando, en términos de lectores y de nombre público. Fui mainstream y ya no lo soy. Y no por eso soy alternativo. Yo nunca quise llegar a lugares donde llegué, y además terminé metido en la nueva narrativa, de la que nunca me sentí parte. Si hubiera querido ser popular hubiera tenido una banda de rock, pero me dediqué a escribir. Y después quise dirigir películas, pero las cosas que yo hago no son ‘el chacotero sentimental’”, confesó hace poco en una entrevista a propósito de su libro Aeropuertos (2010).
Música campesina, la historia de Alejandro Tazo, un chileno que viaja a Nashville, Estados Unidos, siguiendo un amor y que termina en una encrucijada de identidad producto del choque de culturas en la ciudad-pueblo, arrastra la atmósfera de su obra en general: la abulia adolescente, el choque de culturas y la crisis de identidad.
Sus trabajos (libros y películas) observan la soledad de los personajes, reflexionan en los diálogos y expresan las inquietudes en monólogos intensos de lenguaje claro y sencillo. “No hago películas, hago personajes”, aclaró en el conversatorio realizado en el CCPUCP. “He aprendido en la literatura, y sobre todo en el cine clásico americano, que los personajes secundarios tienen que tener algo extra, que tienen que tener un pasado. Siempre he pensado que todos los personajes de mis películas o libros podrían ser también protagonistas. Creo en el diálogo, en el mundo interior de los personajes, y creo en el guión”.
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