Eliseo Subiela: “Me han acusado de cursi”

Escrito por , Revista Ideele N°212. Setiembre 2011

Empezó a hacer cine en la década del 80 y rápidamente se hizo conocido por su estilo inconfundible que lo hace el cineasta argentino más polémico. Unos lo odian y otros lo aman. Pretencioso e intolerable para unos, sensible y entrañable para otros. Conversamos con él sobre cine y otros temas imprescindibles.

–Tu cine genera muchas pasiones.
–Sí, podría llenar una sala de gente que está en contra.

–Has dicho que te gustaría que el cine transforme conciencias. ¿El que cumplas una función social como cineasta no es una postura un poco moralista?
–No, me parece un poco ambiciosa. Pero sí creo que debo cumplir una función social. Algunos cineastas dicen que no. Es la herencia de mi generación. Esta esperanza de que podemos mejorar el mundo.

–¿Y eso no te encasilla a nivel cinematográfico?
–No, no es algo que tengo presente conscientemente al momento de escribir mis guiones. El riesgo sería el panfleto. No.

–Tú dices que el cine tiene que ser poético, porque para lo otro están la televisión y las cámaras de seguridad. ¿Es una crítica al cine posmoderno?
–Es una crítica al cine malo, sin historias, sin emoción. Ese cine posmoderno me parece que fue una moda que afortunadamente está pasando; hubo una moda alentada por cierta crítica muy esnob, de películas que algunos llaman ‘tediometrajes’, que eran muy aburridas y en las que la idea era no contar nada y que casi no hubiera nadie detrás de la cámara, que está quieta como si fuera una cámara de seguridad. Ése es un cine que no me interesa.

–¿Está pasando esa tendencia minimalista?
–Creo que sí. Borges decía: “El mejor antologista es el tiempo”. Deja que pase unos años a ver qué queda de eso. He vuelto a ver películas del cine argentino, que es el que más conozco, con historia, con emoción.

–Tu cine tiene muchas referencias literarias, poéticas, reflexiones filosóficas. ¿De dónde nace ese estilo?
–Me gusta mucho la literatura, escribir, la palabra. Le doy mucho valor al texto. Pero, además, la influencia de mis comienzos fue la nouvelle vague francesa, sobre todo Godard, que hace un cine muy literario.

–¿Cuál es el límite al mezclar lenguajes diferentes?
–No llego al límite de Godard, que es un provocador, y que dijo que la película ideal era un señor leyendo un libro. El límite sería la no acción; mientras no deje de haber acción, está bien. Eso es justamente lo que criticamos al minimalismo que mencionaron. El límite es aburrir al público.

–Si un personaje habla y habla puede llegar a aburrir.
–Si no frena la acción, no. En una última película de Ken Loach, a quien admiro, hay una escena donde dos personajes en semipenumbra se pasan hablando como diez minutos sobre Dios, la trascendencia de la vida, de la muerte. Es uno de los diálogos más literarios que he visto en el cine, y una de las escenas más maravillosas. Cuando leo el guión de El lado oscuro del corazón me da miedo. Digo: “Con esto no se puede hacer una película”. Y lo increíble es que no solo la hayamos hecho sino que haya sido tan exitosa comercialmente. Es una hazaña.

–Tú eres muy audaz. En tus películas las vacas hablan, Benedetti recita en alemán. ¿No te da temor?
–Creo que el arte es riesgo, y sin riesgo nada tiene sentido. Tampoco la vida. Pero no creas que me atrevo a todo. Estoy empezando; ya verán lo que viene.

–¿Hay algo a lo que no te has atrevido?
–Sí, muchas cosas. Una mayor aproximación al mundo de los sueños, al pensamiento visual de los sueños. Pero le coqueteamos al riesgo todo el tiempo. No sé si vieron No mires para abajo, mi penúltima película. Es de mucho riesgo, porque es una especie de didáctico sobre sexo. El eslogan era: “Para aprender a hacer el amor como Dios manda”. Y si bien hay una historia de amor, es una especie de didáctico sobre el sexo tántrico.

–¿A Mario Benedetti le gustó El lado oscuro del corazón?
–Le gustó mucho. Una vez me dijo que era la mejor traducción al cine de su obra literaria. Y le llamaba la atención que fuera la traducción de su poesía y no de su prosa.

–¿Hay una estética subielista?
–Hay un estilo. No sé si ahora, pero cuando yo empecé en 1985 e hice Hombre mirando al sudeste, el cine latinoamericano se atrevía menos a lo fantástico. Era realista, político. Pero creo que soy inclasificable, para bien o para mal.

–Algunos critican que caes en estereotipos como el del loco sabio en Hombre mirando al sudeste.
–Estereotipos, no. Que ya se ha dicho todo, sí. No pretendo ser original. Me han acusado de cursi en El lado oscuro del corazón.

–Tú sabías que te iban a decir que era cursi.
–No. Sí sabía que estaba transitando por una zona de mucho riesgo. El lado oscuro… es un bolero filmado, y creo que éste es parte de la razón del éxito que tiene en América Latina, en México, Colombia. Acá pegó más Despabílate amor.
–¿Las críticas no te afectan?
–Si no se meten conmigo sino con la obra, tienen derecho a hacerlo. Sí me molestan.

–¿Te gusta provocar?
–Sí. El arte tiene que ser provocador, riesgoso. Le temo a todo, pero no me frena. Ahora estoy haciendo una película con una cámara de fotos, lo que también significa riesgo. Si no fuera así, me aburro.

En Rehén de ilusiones, uno de tus personajes dice que tu mayor temor era dejar de amar. ¿Suscribes lo que dice?
–Absolutamente. Yo asocio eso con la vejez y con la muerte. Recuerdo a un amigo y poeta cubano a quien yo amé, Eliseo Diego: a los 80 y pico de años se enamoraba todas las semanas de alumnas, y se lo contaba a toda la familia. Yo lo amaba por eso. Me parece que la energía de la vida es eros, y de eso habla No mires para abajo.

–Tus detractores dicen también que haces un uso excesivo del realismo mágico. ¿Tuviste alguna influencia de la novela latinoamericana?
–No, yo jamás hablé de realismo mágico. Yo digo que lo mío es realismo sospechoso. No, no tiene nada que ver con García Márquez, aunque yo vivo en este continente y estoy nutrido por esta cultura. Pero diría que mi influencia viene de la literatura fantástica argentina. Me siento más cerca de Cortázar o de Bioy Casares.

–¿Tú sientes que haces cine de autor?
–Sí, hay un cine firmado, como en mi caso. En esta categoría están los directores que se juegan las tripas en cada película.

–¿Qué cineastas argentinos te gustan?
–Leonardo Fabio; fui su asistente. Solanas antes de que quisiera ser presidente; le va muy bien en política.

–¿Mujeres?
–Lucrecia Martel tiene un mundo propio.

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