Los límites del enfoque económico de Waldo Mendoza

Escrito por Revista Ideele N°310. Julio-Agosto 2023.

Un análisis crítico del libro: “Constitución y crecimiento económico: Perú 1993-2021” del exministro de Economía Waldo Mendoza (Fondo Editorial – Pontificia Universidad Católica del Perú, CIES, 2023).

     Este importante trabajo de Waldo Mendoza puede ser visto desde varios ángulos. En sentido estricto es un ejercicio lógico-metodológico que pone a prueba una relación causal, donde a un fenómeno jurídico –un texto constitucional– se le atribuye un efecto económico: determinadas tasas de crecimiento del PBI. El autor proporciona distintas evidencias, sobre todo descartando el papel que podrían tener factores causales alternativos, como el mercado internacional. Adicionalmente desarrolla un experimento contrafactual mediante un modelo econométrico para intentar establecer cómo habría sido dicho crecimiento sin el texto constitucional en referencia.

     En todo este desarrollo el autor maneja estrictamente la mirada de un macro-economista (su identidad profesional), dentro de un horizonte capitalista, al cual se le atribuye todo un conjunto de resultados “positivos”. Huelga decir que el crecimiento económico es calificado, explícitamente, como condición necesaria –más aún, indispensable– para hacer posible el bienestar de la población. En cambio, no hay un pronunciamiento sobre otras condiciones que también podrían ser necesarias. Menos aún, sobre cómo lograrlas[1].

     Otro enfoque para evaluar el texto es el de disciplinas como la Sociología y la Ciencia Política. Para ellas una nueva Constitución es el resultado de un proceso eminentemente político, que transcurre en una determinada atmósfera social e ideológica, donde el texto constitucional expresa metas, ideales, intereses, etc., de clases, grupos, regiones, etc., que luego se traducen en políticas. Estos aspectos están totalmente ausentes en el libro, limitándose de manera estricta a lo que la Constitución dice.

El argumento de Waldo Mendoza me parece válido: dentro del capitalismo no se puede avanzar rompiendo sus reglas, si se carece de la fuerza necesaria para hacerlo con éxito. Y de un proyecto alternativo viable. Si no, véase el caso de los llamados “gobiernos progresistas”. El límite de su argumento está en que la Constitución no fue puesta en una vitrina, para escoger entre esa u otras. El límite está en que el libro prescinde de la política a cuyo interior la Constitución se dio y ha funcionado. La atmósfera ideológica en la que fue discutida, redactada y promulgada, que continúa hasta la fecha, tiende a prescindir de la política, la cual se somete a los dictados de la acumulación de capital.

     Ahora bien, el examen de las últimas tres décadas muestra que las políticas económicas y sociales fundamentales que precedieron y acompañaron a la promulgación de la Constitución, y que hacían parte de un mismo “espíritu”, se mantuvieron. Como dijo Alonso Segura en un panel anterior que discutió este libro[2], hay cosas que la Constitución permite, y que no se hicieron hasta mucho después, o inclusive quizá no se han hecho todavía. Y es que ellas no corresponden a ese talante, que se aferra al horizonte del “goteo” (hacia abajo) a través de la inversión y el gasto privados. A modo de ejemplo: en el momento de la pandemia, y con los recursos que se contaba, el sistema de salud pública estaba como estaba: no teníamos hospitales, ni postas médicas; menos aún camas UCI, ni suficiente personal calificado para manejarlas; pero podíamos dar bonos… aunque tampoco los medios para hacerlos llegar al “público objetivo”.

     En ese mismo panel Pedro Francke mencionó el contraste entre, de un lado las altas tasas de crecimiento –a lo que podría agregarse la “disminución de la pobreza”, según las definiciones y cálculos usados internacionalmente–, y del otro estar en el puesto más alto en tasas de mortalidad en la última pandemia. Mendoza respondió que “mucho peor” hubiese sido si la pandemia hubiese llegado en 1990, lo cual creo que es indiscutible. Lo paradójico es que disponiendo de recursos, la pandemia encontró al sistema de salud, detalles más o detalles menos, como en 1990. Vale decir: había recursos, pero los resultados fueron como si no se tuviesen. ¿Cómo explicarlo?

     El texto, no puede olvidarse, también da mucho énfasis a la calidad de la gestión pública, la cual –puede argüir Mendoza– no depende del texto constitucional. Pero, como decía párrafos atrás, la Constitución estuvo y está envuelta en procesos, corrientes, atmósferas y fuerzas muy concretas, que son los elementos que la traducen en tales o cuales resultados. Ello es lo que explica, tanto las “islas de excelencia” que se encuentran en el Estado peruano: son las que tienen que ver con las relaciones económicas y financieras internacionales: el MEF, el BCR, la SUNAT (encargada de lograr el mínimo de recaudación que exigen estos vínculos), como la precariedad del resto del Estado.

     A mi modo de ver lo decisivo es que detrás de esa priorización del crecimiento económico está la priorización de la acumulación de capital, para la cual el trabajo –vale decir, su contingente asalariado– es un insumo, y un costo más. Como insumo hay que disponer de él con plena libertad –de ahí la “flexibilización laboral”, la cual no parece conocer límites–, y como costo debe mantenerse al nivel más bajo posible.

     Una salida algo más equilibrada implicaría elevar su productividad, pero ello diera la impresión que escapa a las necesidades de la acumulación tal como ella se da ahora en el país. Es decir, se ha crecido como se creció, con esa productividad del trabajo. Y para seguir en el tema fundamentalmente económico, según los cálculos más optimistas que conozco –el estudio de Lavado y Yamada[3]–, todo el crecimiento que celebramos, habría reducido la llamada “informalidad” en un 10%. Terminado éste, hemos regresado a situaciones que se creían “ya superadas”, pero lo que quiero remarcar ahora, para proseguir mi argumento, es que la acumulación parece no tener problema alguno con dicha “informalidad”. Si bien no creo que tratándose de fenómenos macroeconómicos el asunto sea tan simple como una “regla de tres”, y solamente para tener una primera aproximación, si se tratase de disminuir la llamada “informalidad” –digamos- a la mitad, el crecimiento debería haber sido más del triple, o continuar en el tiempo aproximadamente en la misma extensión, si China y el planeta lo permiten… Como dijo Germán Alarco en su amplio comentario al libro, éste solamente propone más de lo mismo.

     Entre los beneficios que vienen con el crecimiento, Mendoza pondera reiteradamente la creación de empleo; sin embargo, concentrados en las cifras los análisis económicos –tienden a prescindir de su contenido. Para decirlo una vez más: ¿qué crece, y qué no; de qué manera se eslabonan las ramas económicas? –lo cual generaría empleo. ¿Es posible algún entrelazamiento significativo en una economía donde, como en la economía peruana, el crecimiento depende de tan pocas ramas, y en ellas de tan pocas empresas? Mendoza es consciente de esto, pero afirma, al menos un par de veces, que el crecimiento del mercado interno depende de su vinculación con el mercado exterior. Me pregunto entonces por su opinión sobre diversificar la economía peruana, de lo cual Piero Gezzi hizo una tímida propuesta que fue lapidada en nombre de la “ortodoxia económica”.

     Una palabra adicional sobre un aspecto “extra-económico” en el que Mendoza se apoya de manera insistente: el enfoque “institucionalista” de Acemoglu y Robinson[4]. En realidad lo que tales autores tienen en mente es el Derecho, en particular la protección legal a la propiedad privada, y los pilares en los que se sostiene para hacerse cumplir: la obediencia y el uso legalizado de la fuerza. Así, no se trata de los significados que el término “institución” tiene en las ciencias sociales. A&R ven a lo que llaman instituciones como productos exhibidos en una vitrina, donde los consumidores observan y escogen. Al parecer sería igualmente fácil escoger uno u otro producto, amén de que el capitalismo ya ha determinado cuáles funcionan “bien” y cuáles no. La similitud es muy grande con puntos de vista como los de Vargas Llosa (padre e hijo) y el portal “Lampadia”. Este planteamiento implica –para bien y para mal– borrar la historia, la cultura y la política de un país.

     Para terminar, el trabajo aquí examinado es un esfuerzo muy importante para fundamentar el régimen económico que tiene el Perú desde 1993, régimen que se atiene estrictamente a las condiciones del capitalismo internacional. Una rapidísima evaluación comparativa con los “gobiernos progresistas” demuestra que si no se dispone de fuerzas internas y externas para plantear una alternativa viable a largo plazo, la alternativa está entre ser un “chico díscolo” (como los auto-proclamados “gobiernos progresistas”) y ser un “chico obediente” según el statu quo realmente existente, como lo ha sido el Perú. En esos términos el argumento de Waldo Mendoza me parece válido: dentro del capitalismo no se puede avanzar rompiendo sus reglas, si se carece de la fuerza necesaria para hacerlo con éxito. Y de un proyecto alternativo viable. Si no, véase el caso de los llamados “gobiernos progresistas”.

     El límite de su argumento está en que la Constitución no fue puesta en una vitrina, para escoger entre esa u otras. El límite está en que el libro prescinde de la política a cuyo interior la Constitución se dio y ha funcionado. La atmósfera ideológica en la que fue discutida, redactada y promulgada, que continúa hasta la fecha, tiende a prescindir de la política, la cual se somete a los dictados de la acumulación de capital. El descalabro actual es una consecuencia casi lógica. De todos modos, y ateniéndome a la inexistencia de un proyecto alternativo, la simple sumatoria de “reivindicaciones”, hace que la demanda por una “nueva Constitución” sea un error descomunal.


[1] En una reunión convocada para discutir este libro con el autor, el 15 de junio del 2023, en el Instituto del Perú que dirige Richard Webb, nadie cuestionó este punto, lo cual es elocuente. El tema de fondo es que la cantidad –la tasa de crecimiento– siempre lo es de algún contenido económico y social: qué crece, quiénes crecen, cómo ese crecimiento repercute en ramas, grupos, regiones.

[2] Fue el 25 de mayo del 2023, en el LUM.

[3] Lavado, Pedro y Yamada, Gustavo: Empleo e informalidad laboral en la nueva normalidad. CIES, Lima 2021.

[4] Acemoglu, Daron y Robinson, James A.: Por qué fracasan los países. Planeta, 2012.

Sobre el autor o autora

Guillermo Rochabrún
Magíster en Sociología, PUCP.

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