González Viaña y la patria

Escrito por Revista Ideele N°310. Julio-Agosto 2023. Foto: El Comercio.

Supe de Eduardo cuando yo todavía estaba en la universidad. No tenía ni dos semanas allí y me introduje en la biblioteca de la PUCP y por alguna razón el primer libro que tomé prestado (quiero creer que por alguna razón emparentada con eso que llamamos destino) fue El Tiempo del Amor. Un extraordinario conjunto de relatos en los que me fueron anunciados un estilo cuidadoso y pulcro, con unas licencias poéticas notables con las que Eduardo pincelaba sus cuentos, para convertirlos en mágicos pasajes provenientes de una imaginación superior y de una belleza, que ahora, muchísimos libros (y años) más tarde se han quedado para mí, como sellos indelebles de su literatura.

Kachkanirqmi Arguedas se inscribe en esa tradición, y no es ajeno al estilo inigualable de las mejores obras de Eduardo, en donde la frontera entre la poesía y la prosa parece difuminarse. Pero además se ocupa de la vida del sufrido niño José María Arguedas, cuya historia opera como una metáfora de otra mayor: la invasión occidental y la imposición de un sistema castas y el no muy diferente panorama de nuestra joven república brutalmente neocolonial.

Pero he olvidado una virtud de Eduardo y su producción literaria, o al menos la más reciente: su identificación con eso que llamamos patria. Sus últimas novelas se han ocupado de personajes sin los cuales sería mucho más difícil todavía (de lo que no es ahora) comprender el Perú. En el Largo viaje de Castilla, un joven Ramón Castilla de 20 años viaja desde Río de Janeiro hasta Lima, a través de la selva amazónica para reintegrarse al ejército realista, al que pertenecía en plena guerra de independencia. Castilla conoce en su recorrido, personas, lugares y situaciones que lo hacen preguntarse si no era esa la patria que debía defender y lo llevan a decidir unirse al bando contrario, el de los patriotas y a convertirse en un temprano héroe en la Batalla de Ayacucho.

En Kutimuy Garcilaso, que recuerdo haber leído en apenas dos días, Eduardo permite que el Inca Garcilaso de la Vega, convertido en personaje principal de su novela, vuelva a mostrar nuestros orígenes incas y a dimensionar correctamente la cultura andina, como el propio Garcilaso ya había hecho en los comentarios reales o en la Florida del Inca.

En Kachkaniraqmi Arguedas Eduardo se ocupa de un sincretismo, que desde un prisma intercultural debería confirmarse en la presencia e interacción de dos formas de ver el mundo para generar la posibilidad de expresiones culturales compartidas, pero que en la práctica se ha convertido (aunque quizá debería decir que se ha ratificado) en la dominación de una cultura sobre otra y en la recreación casi fiel del sistema de castas de la colonia.

De allí que la expresión que acompañe al nombre del auki Arguedas sea “Kachkaniraqmi”. Sobre esta voz, el amauta nos dijo que Existe en el quechua chanka un término sumamente expresivo y muy común; cuando un individuo quiere expresar que a pesar de todo aún es, que existe todavía, dice: ¡Kachkaniraqmi!.”

Es decir, hay una resistencia tozuda e incansable por luchar quijotescamente contra una poderosa voluntad que nos llama a erradicar nuestra memoria más temprana las expresiones culturales de donde venimos. Eso de lo que nos habló Garcilaso a través de Eduardo y en sus propios libros y lo que encontró Castilla en su periplo hacia Lima, como si hubiera sido el viajante a Ítaca del poema de Kavafis, sabiendo que lo importante lo encontró en la ruta antes que en su destino.

La vida de Arguedas, recreada por Eduardo es una expresión de esa resistencia. A pesar de una infancia arrebatada, sigue siendo, a pesar de la temprana muerte de su madre (que Eduardo vuelve a la vida con la magia de su literatura), sigue siendo. A pesar de la incomprensión de un círculo intelectual criollo, sigue siendo. A pesar del olvido y la postergación de su lengua y su cultura sigue siendo.

Eduardo ha recreado también con la belleza de su prosa contundente y magnífica, el mundo andino, haciendo hablar a las montañas, demonios y zorros, en un concierto polifónico y armonioso que no por diverso exceda el respeto y la comprensión. La visión del mundo andino que integra distintas expresiones, es sin embargo diezmada y apartada por otra visión dominante que la somete y frente a la cual el tayta Arguedas resiste insolitamente desde su propia naturaleza andina (natural y adquirida) y con el uso de herramientas como las ciencias sociales occidentales para oponerse al centralismo limeño y a la discriminación.  

Vivimos días de oprobio y ceniza. Días en los que los reclamos y aún la propia vida de nuestros y nuestras compatriotas de regiones distintas a Lima, parecen tener menos importancia que un partido de futbol. A esa animalización de la política hemos llegado.

Así, frente a un contexto que insiste en hacernos pensar “ya fuimos”,la obra de Eduardo es un grito potente de resistencia que nos llama a todavía afirmar que a pesar de todo, seguiremos siendo.

Voy a terminar contando una anécdota que tenía reservada para un momento como este. Hace poco más de un par de años, en el 2001 y antes de la segunda vuelta de las elecciones generales, leí en un diario que “el más importante escritor peruano vivo” había llamado a votar por Keiko Fujimori. Algún periodista me llamó para preguntarme por esa noticia. Les contesté esa era una mentira, que yo, felizmente, estaba seguro que Eduardo Gonzalez Viaña jamás llamaría a votar así.

Y por supuesto, les puedo asegurar que Arguedas tampoco lo habría hecho.

Sobre el autor o autora

Julio Arbizú González
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ex consultor adjunto del Banco Mundial. Ex Procurador Anticorrupción del Estado peruano.

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