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Revista Ideele N°311. Foto: Infobae.I
En más de algún medio crítico del gobierno se ha hablado del desaire que cometió la presidenta constitucional [y deslegitimada] Dina Boluarte por no asistir a una misa, la que forma parte del protocolo en torno a las festividades del Señor de los Milagros. Al parecer, una misa por la nación se celebra en el templo de las Nazarenas después de las primeras salidas del anda por las calles de Lima.
Tal acto requirió movilización especial en relación con el cuidado y la seguridad en aquel templo del centro de Lima y donde, como en todas esas ceremonias, se separó lugares especiales para la participación [de cuerpo presente] de las autoridades invitadas, entre ellas la señora Boluarte y el señor Rafael López por los cargos que detentan. Ante la ausencia de las personas invitadas seguro resonó en el clérigo la parábola en la que un rey invita a toda la gente del pueblo a entrar a una fiesta porque nadie invitado asistió, lo cierto es que Castillo invitó a tomar el asiento que estaba reservado a la gente presente.
Es más que seguro que el discurso de Castillo, muy cercano a la teología de la liberación, no es grato a los oídos de la gente que se puede nombrar de derecha, mucho menos a la DBA peruana que en estos últimos tiempos ha hecho gala de su inteligencia. Entiendo bien que cierta izquierda se sienta complacida con algunos discursos del arzobispo católico de Lima, pero es aquí donde encuentro un problema para reflexionar: No debemos depender del discurso de una denominación religiosa, sea mayoritaria o minoritaria.
II
El Perú no es un estado laico. Desde el preámbulo de la Constitución del 93 que invoca a dios todopoderoso hasta los pastores y pastoras con disfraz de congresistas es notorio que el Perú adolece de falta de laicidad. Tampoco puede olvidarse que al cantar el himno nacional se pide renovar “el gran juramento que rendimos al dios de Jacob” ni que en las fiestas por la Independencia tengamos la misa con el Te Deum católico y al día siguiente un culto evangélico -inaugurado en tiempos de la politiquería de García-. Más allá de lo simbólico que esto puede llegar a ser, no deja de mostrar la influencia de lo religioso en el país, situación que ha servido de fachada para que funcionarias y funcionarios dejen de actuar en favor del bien común y aprovechándose de ese tipo de discursos hayan negado activamente derechos y hayan postergado justicia a vidas concretas para favorecer sus propias empresas. Ejemplos de esto hay muchos.
Ciertamente, el art. 2 inc. 3 de la Constitución Política del Perú expresa la libertad de consciencia y el libre ejercicio de confesión religiosa, pero esto no es sinónimo de laicidad necesariamente. Es más bien el resultado de una lucha emprendida por cristianas y cristianos protestantes en el país, la que presionó para conseguir un derecho que cuenta con más de 100 años y que en el devenir de la historia ha sido manipulado para que nuevos movimientos -igual de colonizantes- tengan los mismos réditos y privilegios que la iglesia hegemónica en el país, la Iglesia Católico Romana.
De hecho, el art. 50 reconoce a esa denominación cristiana como “elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú”. Y sí, esa iglesia -y hablo de ella como institución- ha formado parte en nuestro continente de los más de 500 años de corrupción, de búsqueda de privilegios, de imposición ideológica y, por si fuera poco, ha perdido la oportunidad domingo tras domingo de formar una nueva humanidad o, al menos, ser buena noticia o sal de la tierra o cualquiera de las muchas exigencias que el texto bíblico les exige por ser creyentes. No niego que haya personas buenas en esa denominación, pero también creo lo que le escuché a una víctima de los Legionarios: “por el silencio de la gente buena que está ahí, esa iglesia sigue cometiendo atropellos”.
Ese mismo artículo de la Constitución que reconoce tal institución al mismo tiempo la acusa. Y quien lea estas líneas seguro dirá que existen muchas cosas buenas que ha hecho a lo largo de la historia, a lo que respondo con el mismo texto bíblico que exige recordar que “son siervos inútiles que hacen lo que deben hacer” (Lc 17:10). Y aún más, recuerdo también otro pasaje del evangelio en el que se dice: “a quien mucho se le dio, mucho se le reclamará” (Lc 12:48). Y dada la historia de privilegios hay mucho que reclamar, por ejemplo, el Acuerdo entre el Vaticano y el Perú que se hizo durante la dictadura de Morales Bermúdez.
III
El desplante de Boluarte y de otras autoridades que realmente importa es el dirigido al pueblo peruano, al que viene mintiendo descaradamente en sus actividades públicas y al que debería dar cuenta por las masacres al inicio de su mandato. Si fue o no a una misa católica o a un culto evangélico debe ser lo de menos en un país laico. Pero en un país como el Perú esto es una noticia. Y lo comprendo, pero no lo comparto. Es más, aprovecho estas líneas para que podamos reflexionar en la laicidad y en cómo reconocer los elementos religiosos que han formado nuestro país nos invita a ejercer criticidad sobre las instituciones religiosas y su relación con el Estado.
Una periodista recordó en su programa que en el Perú hay un 76% de católicos y católicas según el último censo realizado. Una cifra que ha ido descendiendo por muchísimos factores, entre ellos el avance de nuevos movimientos religiosos, pero también por la pérdida de credibilidad por parte de las grandes instituciones. Es cierto que este número también considera a quienes llamándose católicos o católicas no son practicantes. Aun así, este mismo número no deja de ser importante, pero en una comprensión de democracia, esta no debería ser la dictadura de las mayorías sobre las minorías. Y, en este caso, no es correcto imponer la agenda política desde la comprensión de humanidad que teniendo aquella iglesia o cualquier otra forma religiosa restrinja derechos.
IV
Entiendo que la palabra laicidad incomode mucho a quienes han tenido el poder durante siglos y entiendo también que disguste a quienes quieran tenerlo a toda costa. Entre una de las acepciones de laicidad se haya, pues, el rechazo a lo religioso, no en el sentido de persecución o anulación, sino más bien insistiendo que lo religioso no dictamine las políticas de un país. Y no se trata solamente de que clérigos no participen de la política pública, sino que debería identificar a todo personaje que está haciendo de lo religioso confesional una política de estado. Sean conservadores o progresistas, las ideas religiosas no deben ser las que confieren carácter vinculante en el Estado, sino la fuerza de un pacto social que considere a todas las personas como realmente ciudadanas y ciudadanos.
V
Recuerdo un chiste de Gustavo Gutiérrez diciendo que cierto obispo ultraconservador y Francisco (el papa del catolicismo) se encontraban en la misma línea. Ante la cara, seguro estupefacta de mucha gente, el buen Gustavo terminaba diciendo: “pero cada uno para tirando para su propio lado”. Y creo que es una verdad que no puede olvidarse: críticos del Estado como lo parece ser Castillo o complaciente a él, como en tiempos de Cipriani con el dictador Fujimori, el Estado no puede depender de una institución colonialista y monárquica que se ha opuesto a derechos, porque al final están en la misma línea, buscando mantener privilegios y queriendo intervenir en la res pública. Cualquier desaire de estos que se están dando no deberían existir en un país laico.
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