Dina ya no va al paraíso
Escribo este artículo el 20 de febrero, al comenzar la semana 11 después de desatado el vendaval de la protesta popular peruana.
Escribo este artículo el 20 de febrero, al comenzar la semana 11 después de desatado el vendaval de la protesta popular peruana.
Pedro Castillo no es el único presidente o político peruano que ha tomado repentinamente una medida poco razonable, incluso autodestructiva como, en su caso, la de lanzarse a pretender disolver el Congreso sin tener las condiciones para eso.
Una de las características fundamentales de las democracias es el de la división, el equilibrio y la coordinación entre los tres poderes del Estado.
En su interesante libro “Cómo mueren las democracias” (Ariel, 2018, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt) indagan sobre los comportamientos políticos que pueden ser determinantes para el deterioro y posterior derrumbe de un régimen democrático.
El sector más extremista de la derecha peruana se siente por estos días más cerca que nunca de su sueño más preciado: cortar el mandato de Pedro Castillo. Ha hecho de todo, desde lo turbio hasta lo ridículo, incluido el golpismo. Trató de impedir que se formalizara su triunfo en las ánforas, que asuma como Presidente, y después del 28 de julio pasado no ha dejado de ensayar cualquier cosa para desestabilizar su mandato.
Don Pedro Castillo Terrones tiene una amenaza y una debilidad muy serias para su gobierno. La amenaza es el golpismo de Keiko Fujimori y sus variantes virales. La debilidad es su impericia e inexperiencia como Presidente.
Ocurre que hay privilegios graciosos y privilegios que son odiosos. La diferencia existe desde las sociedades pre contemporáneas. Había tantos, que existía toda una tipología de los privilegios.
Primero un par de casos sobre cómo va nuestra política. Es conocido que el congresista Humberto Acuña, hermano de César Acuña, dueño del Partido Alianza para el Progreso, tiene una sentencia de prisión confirmada de tres años, por soborno a un policía que lo investigaba por otro delito.