De perros, fronteras y trincheras
Una mañana, mientras corría alrededor del parque de mi barrio, observaba con mucha atención a los perros que eran paseados por algunos vecinos muy temprano.
Una mañana, mientras corría alrededor del parque de mi barrio, observaba con mucha atención a los perros que eran paseados por algunos vecinos muy temprano.
A pesar de que la política democrática implica idealmente que se respete la institucionalidad del Estado, los acuerdos en la sociedad civil y el establecimiento de normas razonables, es usual al mismo tiempo que la práctica política real se caracterice por el mesianismo político tanto en la oferta de los partidos, así como en las expectativas de los ciudadanos.
“¿Cómo amalgamamos una comunidad?” Esta pregunta fue el punto de partida de una entrevista que me hiciera la mañana del 29 de julio de este año el periodista Carlos Cornejo en el canal televisivo estatal TV Perú. En este artículo, comparto algunas reflexiones complementarias que pueden contribuir a continuar el diálogo sobre los vínculos humanos.
La parada militar es un ritual estatal y un espectáculo social en el que se condensan varias creencias acerca del Estado y la nación.
En el Perú, hasta la década de 1970, la palabra que permanentemente desestabilizaba las prácticas políticas oficiales era “comunismo”. Los referentes internacionales estaban claros: la Unión Soviética, China, Cuba, entre otros. Sin embargo, a partir de la década de 1980, con la caída del muro de Berlín y la Perestroika, la denominación “comunismo” se fue desplazando paulatinamente hasta ser sustituida por “terrorismo”.
La manera convencional en que se ha solido concebir la nación se puede sintetizar en la definición propuesta por Stalin en El marxismo y la cuestión nacional de 1913: “Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”.
Las relaciones de poder nos constituyen. Michel Foucault (1998) ha planteado que no existe nada como el ‘gran Poder’ frente al que se oponga el ‘gran Rechazo’: solo existen múltiples, heterogéneos, desequilibrados, tensos e inestables entrelazamientos de relaciones de poder que producen modos de subjetivación, campos del saber, regímenes de verdad y técnicas de gobierno de formas complejas, móviles y localizadas en la historia.