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Querido Arturo,
Es un gusto leer este artículo donde se plasma un análisis foucólico pertinente de nuestra propia historia y sociedad, donde el ámbito del discurso y de las prácticas no-discursivas convergen y se problematizan en torno a los dispositivos institucionales de poder estatal y las implicancias de sus intervenciones en la percepción de la subjetividad ajena, en las propias vivencias de los (in)dividuos afectados y la despolitización/criminalización de sus prácticas.
En ese sentido, tu propuesta de minimizar la violencia mediante la canalización de prácticas simbólicas, lúdicas y creativas resulta interesante en la medida en que contrarrestaría, si es que no prevendría, los abusos de la razón de Estado; sin embargo, ¿consideras que dichos espacios de expresión y de constitución, donde se arremete contra los límites puramente discursivos del lenguaje, podrían quizás verse complementados por una teleología dialógica? Me explico: dichas manifestaciones formativas de la subjetividad se encuentran fuera del ámbito oficial del discurso de la razón de Estado: de este modo, se trata hasta cierto punto de 'foné' y no de 'logos', por utilizar la terminología de Rancière; pero, en tal sentido, si no existe una conceptualización propia que dé cuenta de los malestares de quienes sienten tales deseos expresivos o de violencia, se caería fácilmente en una situación de injusticia epistémica como la que denuncian Miranda Fricker y José Medina, donde no habría mucha posibilidad de diálogo ni de acuerdo o deliberación a propósito de nuestros problemas y formas de vida (quizás en los términos de Habermas y, más precisamente, en los de Rahel Jaeggi). Desde dicha óptica, tal vez no sería tan inadecuado complementar tu propuesta con una teleología diálogica que, no sin riesgos de por medio, evite también caer en una asimilación logocentrista de las propias prácticas creativas de aquellos 'otros' cuyo reconocimiento o aparición pública se procura. En todo caso, es una observación demasiado abstracta, pero que quizás valdría la pena reflexionar para concretizar.
Un abrazo,
R. M.