¿Qué es el éxito?
¿Qué es el éxito?
"La calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante".
Escrito por Einstein en un papel que dejó como propina a un mensajero.
“Somos propensos a juzgar el éxito por el índice de nuestros salarios o el tamaño de nuestros automóviles en lugar de por la calidad de nuestro servicio y la relación con la humanidad”.
Martin Luther King
Como ha ocurrido con las concepciones de ‘ser’ y ‘tener’, nuestra sociedad ha confundido ‘tener mucho dinero’ con ser exitoso. En realidad, estamos hablando de dos cosas diferentes. Concordarán en que una persona exitosa es aquella que, para empezar, ha logrado lo que se propuso. Sin embargo, no podemos considerar exitoso a quien se sacó la lotería, aún cuando se lo haya propuesto, ni tampoco a quien hace una fortuna en la bolsa por un golpe de suerte. Esta característica del éxito está vinculada con el trabajo para conseguirlo. Además, se hace indispensable haber respetado ciertos principios éticos en el camino, por lo menos, los propios. De otra manera, la persona se sentirá culpable. Tendrá también que haber procedido conforme a lo valores comunitarios, porque de lo contrario los demás no aprobarán sus métodos. Es verdad que habrá quienes ‘olviden’ los pecados, pero no será sinceramente, sólo para buscar beneficios. Un ejemplo extremo, pero que sirve para lo que trato de decir es el del millonario que construyó su ‘éxito’ comerciando con drogas. En el fondo, se sentirá culpable y los que lo rodean ‒que son el espejo en que nos miramos‒ lo señalarán con el dedo.
Mas hay un elemento adicional: el exitoso debe sentirse contento con lo logrado en el fondo de su corazón. Esto último implica que al final del camino debería considerar que el que escogió era el que le correspondía. Son muy pocas personas las que llegan a cumplir con este tercer requisito, pero la verdad es que es importante. ¿De qué vale haberte propuesto primero y luego construir una fortuna, si cuando la tienes te percatas que escogiste el camino equivocado? ¿No es cierto que abundan estos casos entre las personas que han logrado hacer mucho dinero y que con frecuencia tratan de remediar su desazón creando una fundación que se ocupe de los más necesitados o cosas similares? Por supuesto, que hay quienes dicen sentirse satisfechos con sus millones, pero son los menos valiosos y los menos sinceros. Los estudios estadísticos que se han realizado sobre el tema, muestran que, sobre todo los occidentales, estamos siempre comparándonos y eso nos hace infelices[1]. El nuevo rico, olvidará a sus antiguos vecinos y empezará a compararse con los nuevos y encontrará que siempre hay alguien que tiene más. Y, como hemos dicho, los que lleguen al tope de la escala, descubrirán que aún cuando tengan más que todos eso no los hace felices.
Esa frase que afirma que ‘el dinero no compra la felicidad, pero sí algo que se le parece mucho’ es además de cínica, más falsa que una moneda que lleve impresa la fecha con el agregado de a. de C. (antes de Cristo), lo que no quiere decir que el dinero es innecesario. La realidad nos muestra que es deseable el suficiente para satisfacer las necesidades primarias y algunas otras, dependiendo del medio en que uno viva, pero construir la vida con el solo objetivo de hacer dinero, aunque sea para gastarlo, puede ser la causa de la mayor infelicidad y la peor de las miserias. El dinero esclaviza o peor, causa desavenencias inimaginables entre familiares y amigos, en otras palabras ‒como ocurre también con el poder‒ corrompe.
¿Cuál es el secreto? Me temo que el problema está en la cultura imperante, en que tratemos de ser competitivos en vez de ser competentes[2], en compararnos con frecuencia con los de al lado. Tenemos que convencernos que somos seres únicos y valiosos, más allá de los otros. Si bien es cierto que la alteridad es parte importante en la constitución de nuestra personalidad, le hemos dado mayor significación que la que tiene. Si queremos ser felices el camino es el de la comparación con nosotros mismos, tratando siempre de mejorar, pero necesitamos de dos complementos. El primero, son nuestras relaciones personales con la sociedad, pero en especial con los que convivimos[3], respetándolos a ellos y sus procesos; y el segundo, el de la sinceridad, en el sentido de no vivir aparentando. Nuestra sociedad de consumo nos ha imbuido de esa falsa actitud de tratar de hacer creer a los otros que tenemos más que ellos, que somos más felices, de tal manera que vivimos de fachadas y no nos mostramos como nosotros mismos nos vemos. Estamos siempre tratando de engañar a los que nos rodean, sin advertir que esa es la principal causa de nuestra miseria e infelicidad.
Entonces, ¿qué es el éxito? Para resumirlo en pocas palabras, diría que es haber escogido una senda en la vida que concuerde con los deseos más profundos de cada uno y dentro de lo posible lograr total o parcialmente los objetivos trazados o por lo menos estar satisfecho con el camino andado. Es llegar al final sabiendo que la vida ha valido la pena para uno y para los demás. Hay mucho de verdad en las frases que dicen que ‘la felicidad es un camino y no un estado’; ‘es como una mariposa que, si la persigues, siempre estará más allá de tu alcance, pero si te sientas en silencio, puede posarse sobre ti’; es poder irse a la cama cada noche con el alma en paz; y también, contradiciendo mis afirmaciones anteriores, en quela Vida suele llevarnos por sendas mejores ‒aunque a veces más difíciles‒ que las que hemos escogido.
San Isidro, 6 de octubre de 2018
[1] “Pasé cerca de 20 minutos escuchando sus interesantísimas críticas (de Jorge Yamamoto, investigados social de la PUCP) al creciente individualismo del peruano, al materialismo que nos obsesiona y que se traduce en el deseo indisimulable de tener cada vez más y más dinero, a esa antigua debilidad por serrucharle el piso al que está al lado para que no compita con nosotros, a la dependencia nacional del cuestionable sueño americano, al espíritu de argolla urbana.” Renato Cisneros. El baúl de la felicidad. Somos 1632.
[2] Mientras el competitivo se compara con los demás, el competente trata de hacer las cosas bien sin importarle si los otros lo hacen mejor o peor. A diferencia del primero, en el último el parámetro es uno mismo y el tratar de ser mejor.
[3] La Universidad de Harvard demostró esto en un estudio que tomó varias generaciones.