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Enviado por vceazru (no verificado) el
Considerado una joven promesa de la literatura norteamericana y latinoamericana, se distingue por su copiosa melena y su dejo “gringo”. A pesar que la mayor parte de su vida la ha pasado fuera del Perú, está enraizado a nuestra historia. La violencia que se vivió no le ha sido ajena, sino que lo tocó directamente por motivos familiares.
Tengo cuatro trabajos, aparte de ser esposo y papá. Doy clases en la maestría de periodismo de la Universidad de Columbia, lo cual es muy divertido. Realizo crónicas para el New York Times Magazine y escribo ficción “en mis ratos libres
Es un estado muy conservador.
Mucho. El tema del racismo es fuertísimo. Trump responde a ese cáncer.
¿Cómo se expresa en lo cotidiano?
El racismo es estructural y es parte del ADN de Estados Unidos. Los pobres son los de piel más oscura. Si se presentan dos currículos parejos en estudios y en experiencia laboral, y uno de ellos es de un afroamericano, a él no lo van a llamar para la entrevista. Sucede lo mismo a la hora de alquilar departamentos. Las matanzas de jóvenes afroamericanos y latinos por la policía es otra manifestación de esto. No es que te ven la cara y te dicen “negro de mierda”. No es un racismo que se expresa de manera tan evidente, aunque también ese está presente.
Decías que Donald Trump es una manifestación de ese racismo.
Él pertenece al Partido Republicano que no quiere que voten los latinos ni la gente negra. Han hecho cambios estratégicos y políticos para desalentar y complicar un acto básico como es el ir a votar. En el estado de North Carolina, controlado por los republicanos, se ha restringido el “early voting”, por el que se puede ir a votar tres semanas antes. Han reducido el número de horas disponibles para hacerlo.
¿Y tú como integrante de una comunidad latina en Alabama veías que los trataban de forma diferente?
Bueno, nosotros éramos 20 familias peruanas que vivíamos en un barrio de clase media. En esa época éramos tan pocos que no cambiábamos nada. Éramos "los peruanos".
¿En el colegio te sentías un poco ajeno, diferente?
No, porque llegué a los tres años. Asimilé una identidad totalmente cómoda en ambos países. Es una pregunta que se la debería hacer a mis hermanas que son más trigueñas que yo. Mi hermana Silvia sí sufrió por comentarios que le hicieron, y se sintió alienada, diferente. Yo no porque me parezco más a mi mamá que es blanca con ojos azules.
¿Tu traslado, primero a Oakland y después a Nueva York, fue por trabajo o fue porque quisiste liberarte de esa carga más pesada que se respira en el sur de Estados Unidos?
No, cuando entré a la universidad quería ir a una ciudad grande e ingresé a la Universidad de Columbia en Nueva York, donde estudié dos años, y después fui profesor en colegios públicos. Siempre me encantó Nueva York. Luego me mudé a Lima. Por cosas del azar, me enamoré de una chica que era de Arizona y me fui para allá. No funcionó. Mis dos hermanas se habían establecido en California y me mudé a Oakland en el 2004. En San Francisco conocí a Carolina y nos enamoramos. Cuando publiqué mi última novela De noche andamos en círculos, me entrevistó una mujer cubana que enseñaba en Columbia, muy fan de Radio Ambulante y de mi novela. Ella estaba en el comité que buscaba un profesor de radio y me llamó para que me presente a enseñar. Pensé que estaban locos porque yo hago periodismo pero soy novelista, y eso marca una diferencia. Pero mi familia me alentó, me presenté y me contrataron.
Estabas dispuesto a irte de California.
Sí, San Francisco es una ciudad muy cara. Si no trabajas en Google no la haces. Carolina tenía una beca en Stanford y yo vivía del periodismo y escribía. Vivíamos en un barrio donde se produjeron tres asesinatos en tres años y había disparos a cada rato. No teníamos muchas opciones de mudarnos a un sitio mejor.
¿Cómo te sientes en la facultad de periodismo de Columbia?
Siento mucho orgullo porque mis compañeros profesores son de primera. El decano, Steve Coll, escribió un libro magistral sobre la historia de la CIA.
Tú eres graduado en antropología. ¿Por qué escogiste estudiar una carrera a la que después no te dedicaste?
En estudios generales se escogen los cursos libremente antes de entrar a la especialidad. Sin haberlo pensado tenía hecha las dos terceras partes de la especialidad de antropología. Si tomaba tres cursos más acababa, y eso me daba más tiempo para escribir. Pero sí me gusta conocer sobre culturas extrañas y política internacional.
Es posible que herramientas de la antropología, como las entrevistas en profundidad y la investigación etnográfica, te hayan servido para escribir tus novelas.
Sí, me han ayudado. Pero quizás también hubiera llegado por otra ruta.
¿Tienes un método para escribir?
No, me basta con escribir algo, no necesariamente ficción. En mi calendario trato de separar algunos días para escribir. Tengo un proyecto de no ficción, muy poético, sobre la historia de un expandillero chicano.
Tu bilingüismo es una ventaja evidente. ¿Por qué no te animas a escribir en castellano?
Escribo en castellano mis crónicas de Radio Ambulante.
¿Te satisfacen las traducciones de tus libros? ¿Has encontrado errores?
Yo no puedo hacer todo. Entonces me parece conveniente que alguien en quien confío se encargue de eso. A la hora de la traducción yo no me meto.
¿Corriges mucho?
Sí, por ejemplo escribí “Las auroras”, un cuento largo que he entregado a mi editora, y los cambios que tengo que hacer son estructurales. No tiene que ver con el lenguaje sino con la estructura narrativa: en qué momento revelas algo para que el final sea dramático y tenga coherencia. Tienes que preparar al lector para que sienta una mezcla de ansiedad y sorpresa.
¿A qué fuentes recurriste para escribir tus libros relacionados a la violencia política?
He leído a los clásicos: Carlos Iván Degregori, Gustavo Gorriti, Simon Strong, Carlos Tapia. Leí El Diario senderista en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional y otros panfletos. He hecho muchas entrevistas en la cárcel y a personas que fueron liberadas. Empecé a ir Lurigancho en el 2007, después de escribir Guerra a la luz de la velas y Radio ciudad perdida, cuyo personaje principal es Rey, que está basado en alguien de mi familia. Hice muchos entrevistas a la familia y a personas que trabajaron con él. Para mi tercera novela me sirvió todo el material de la cárcel.
¿Entraste a la cárcel por medio de los delegados?
Sí, fue una coordinación que no fue tan rápida. Los senderistas que conocí en Castro Castro eran muy formales y era más fácil hablar con los que se habían independizado. Recuerdo que todos eran súper respetuosos. Mucha gente conocía a mi tío, Javier Alarcón, quien estuvo vinculado al MRTA a través de su militancia en la UDP y que desapareció a fines de los 80.
¿Cuál fue tu motivación para visitar la cárcel? ¿Fuiste a recoger historias, a querer comprender lo que pasó en el país o por otro motivo?
No fue nada de eso. Alguien me invitó a presentar mi segundo libro, Radio ciudad perdida en Castro Castro. Después algunos presos por motivos políticos dijeron que no recordaban que los había visitado. Y es que en realidad estuve muy pocas veces ahí. Lo escribí en base a lo que había leído, en las conversaciones con personas de mi familia que habían estado muy metidas en política en los años 80, y con una buena dosis de ficción. Una de las razones por las que no puse el nombre del país fue porque no quería que se juzgue la novela desde el punto de vista histórico.
Has estado más veces en Lurigancho que en Castro Castro.
Bastante veces más. Recuerdo que un chico del pabellón de los narcos en Castro Castro me dijo que si me interesaba ese ambiente tenía que ir a Lurigancho. Me dijo: “Esto es provincias. Eso es Lima”. Me dio curiosidad. La primera vez que estuve ahí no lo podía creer, me fascinó inmediatamente. En esa primera visita conversé con un interno que me dijo que vivía en el pabellón 18 pero que le gustaría vivir en el pabellón 7 – el de los narcos - porque ahí había democracia, con elecciones y todo. Comencé a indagar y me encontré con que los pabellones de los narcos eran ambientes totalmente diferentes, con gente de todas partes del mundo, que no tenían vinculación con el ambiente criminal de Lima, que no les interesaban los pleitos del barrio.
¿También había narcos peruanos?
Recuerdo a un señor de la selva de Ayacucho que estaba en ese pabellón de los narcos. Cocinaba delicioso. Me contó con toda naturalidad que él prefería contratar como cocineros a los violadores porque iban a estar ahí mucho tiempo y porque corrían mucho peligro en esa parte del penal. Entonces él los llevaba a su pabellón y se convertían en trabajadores estables.
¿En algún momento algunos presos te dijeron que no sabías lo que estabas escribiendo, que los estabas atacando?
No, pero seguramente hay gente que piensa eso y están en su derecho.
Somos un país traumado por una violencia que cobró decenas de miles de vidas y entiendo por qué hay gente que no quiere que participen.
¿Qué opinas acerca de la participación política del Movadef? ¿Deben inscribirse como partidos legales o primero pedir perdón?
Somos un país traumado por una violencia que cobró decenas de miles de vidas y entiendo por qué hay gente que no quiere que participen. Por otro lado, entiendo que una democracia robusta puede derrotar ideas como esas en las urnas. Mi intuición me dice que si el Movadef se presenta a las elecciones tendría el 3% de votos. Se aplastaría solo y se acabó.
El problema es que hay jóvenes que creen en la versión de la guerra que propalan.
Por eso creo que es mejor discutir con ellos y derrotarlos en el terreno político. No son un peligro porque ya perdieron. La amnistía que piden para sus líderes se puede discutir porque es una propuesta política; lo que no se puede discutir es la vigencia de la lucha armada, y ellos ya no están planteando eso.
Lo que dices tiene que ver con la situación de los grupos armados en América Latina. Hay un hecho que ha remecido a nuestro continente y es el triunfo del No en el referéndum por el acuerdo de paz en Colombia. Imaginamos que por tus vínculos familiares con Colombia has estado pendiente de este proceso.
Bueno, mi esposa es colombiana, así que hemos estado muy pendientes. Yo no estaba tan confiado como ella y sus amigos del triunfo del Sí. Siempre me pareció muy complicado porque el miedo es algo muy “verraco”, como se dice en Colombia. Es muy fácil hacer una campaña basándose en el miedo.
La frase que recuerdo es que uno no hace la paz con los amigos sino con los enemigos, sobre todo si has estado luchando por más de 50 años y no has podido ganar y hay un empate técnico. El ejército colombiano podría ganar poniendo una bomba atómica en la selva, pero eso no se permite. Incluso con las violaciones de derechos humanos que ha habido del lado de los militares y paramilitares hacia la población no han podido ganar.
No tiene por qué ser un acuerdo de paz perfecto e inmaculado.
Claro, no es perfecto. Requiere que la población se trague muchos sapos, pero es la oportunidad histórica de acabar con la guerra. Como colombiano por matrimonio me pone muy triste pensar que esa oportunidad se perdió. Ojalá que no sea para siempre.
Los del “No” no son un grupo compacto.
Hay gente del “No” que claramente no quiere la paz por motivos políticos y todos saben quiénes son, así como hay gente del “No” que es más razonable y que no acepta algunos puntos. Hay que tratar de empujar una nueva versión del acuerdo, pero ya.
En Estados Unidos a los escritores no se les suele preguntar sobre política. ¿Te incomoda que lo hagamos?
Se trata de una tradición más europea y latinoamericana. Como escritor no me incomoda, pero como periodista me pone en una situación más complicada porque en Estados Unidos hay una tradición del periodismo objetivo: los periodistas no pueden opinar. En la facultad de Columbia el estilo que enseñamos es el de la objetividad, aunque yo cuestiono ese mito. Columbia manda a los chicos al New York Times que tiene un estilo clásico, se escribe "como si fuera la voz de Dios”. Los nuevos medios no lo hacen así.
Todavía no has escrito autoficción que está muy de moda.
No lo hago porque mi vida no me parece tan interesante; más interesante me parecen las de otros. No sigo mucho lo que está de moda. Alejandro Zambra, a quien admiro mucho, usa su vida para referirse a la de otros. No sé si eso sea autoficción. Todo está un poco mezclado.
¿Los talleres literarios funcionan? ¿Se puede enseñar a escribir?
Escribir sirve, así no publiques. Creo que se puede aprender a escribir mejor. Como en todo, hay una medida de esfuerzo y dedicación y otra medida de talento. En el deporte se ve clarísimo cómo hay grandes jugadores muy talentosos que nunca llegan a ser estrellas de fútbol porque no tienen la dedicación.
La literatura de la violencia en el Perú, ¿te parece que se está repitiendo o hay más que decir a nivel literario?
Siempre hay más que decir, más historias que contar. Para mí se ha acabado el ciclo. Yo no pienso que voy a escribir otra novela sobre militares y política. La última que escribí, “De noche andamos en círculos” trata de manera bastante indirecta el tema. Es más una historia de amor, sobre el teatro, sobre la relación entre la costa y la sierra. En cambio, la anterior era sobre el impacto de la violencia política en una familia.
Y sobre la literatura sobre la violencia que se ha hecho en los últimos años, ¿qué libros te parecen importantes?
La hora azul de Alonso Cueto, La violencia en el tiempo de Miguel Gutiérrez. Me parece que es una novela importante, pero de pronto necesita un editor.
Es interesante porque hay diferentes grados de acercamiento al tema por parte de los escritores, dependiendo de cuánto les haya tocado.
Claro, hay experiencias más vivenciales como las de Miguel Gutiérrez, Dante Castro o Martín Roldán (Coche bomba), y otras más externas como la de Cueto. El libro de José Carlos Agüero es un libro extraordinario, de un impacto personal, poético.
Hablando de escritores importantes, ¿cómo descubres a José María Arguedas? Te marcó. A muchos nos ha marcado, pero a ti por un motivo diferente.
Yo lo leí por primera vez en 2001, en la Universidad Católica, en la clase de Ricardo Gonzáles Vigil. Lo que me marcó es que él utilizaba el castellano para describir una realidad que había vivido en quechua y yo quería hacer lo mismo con el inglés. Arguedas me dio permiso para escribir sobre el Perú que yo conocía en inglés.
Sabemos que esta última pregunta te fastidia. ¿Qué opinas sobre el Premio Nobel de Literatura otorgado a Bob Dylan?
Oh, no. ¡No me pregunten sobre eso! Bueno, me entristece por Philip Roth y por Don De Lillio. A mí me gusta Bob Dylan, pero no soy un fan. Creo que hay raperos que merecen el Nobel también, y no lo digo en plan de burla. Es un premio que está en un momento de transición tratando de entender cuál es su lugar en el mundo. La verdad es que no me importa quién gane el Premio Nobel.
Beto Ortiz ha escrito un artículo en tu contra – con todo el veneno que suele introducir - y te acusa de haberte aprovechado del caso de Ruth Talía, la chica que fue asesinada por su expareja, para hacer el episodio La concursante que transmitiste en Radio Ambulante.
Él está mal informado. Un productor me llamó para hacer una película sobre el caso y yo le dije que no me interesaba, pero igual le comentó a Beto sobre ello. Lo otro es que mi contacto fue David Novoa, quien me dijo que era del equipo de producción de El valor de la verdad. Beto dice que no era productor, pero el hecho es que él tenía el contacto con la familia de la chica. Miren, yo estoy muy tranquilo con mi conciencia y no he violado ninguna ley escrita o no escrita sobre cómo hacer periodismo.
Beto Ortiz da a entender que al principio a ti te parecía interesante su programa.
La primera vez que vi el programa hubo una especie de tribunal “pop” sobre lo que estaba pasando en el VRAEM, y justo yo estaba pensando viajar ahí para escribir sobre la relación entre los narcos y Sendero. Entonces le escribí a un productor de Beto y me invitaron al programa. Por eso es que estuve en primera fila cuando capturaron al asesino de la chica. Pero todome pareció tan asqueroso y tan triste que guardé mi material y no escribí nada.
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