Una explicación al fujimorismo

Una explicación al fujimorismo

Ideele Revista Nº 262

(Foto: Andina)

En los últimos tiempos ha habido varios intentos de explicar el fujimorismo y su alta votación en las últimas elecciones. En mi opinión la razón más evidente es la tentación del autoritarismo, el gusto por los gobiernos fuertes que, sin importar cómo, ‘solucionan’ los problemas. Existe un sector de la población que tiene cierto desprecio por la democracia y prefiere que la administración de turno se encargue de enfrentar todos los males y lograr que la economía funcione y es lo que añoran del gobierno de Fujimori, pero que está deformado en la memoria por el paso de los años y olvida todos los defectos y pecados de los noventa. En la clase dirigente, fujimorista, esta imagen es evidente, muchos de ellos hubieran sido nazis si hubieran vivido en la Alemania del los treinta, quizá no por su talante antisemita y estatista, con los que muchos discreparán, sino porque Hitler solucionó los problemas de Alemania haciendo un gobierno autoritario. En ese aspecto, guardando las distancias, se parece al que hizo Fujimori en medio del caos en que nos dejó el primer gobierno de García. En el sector popular –que es el de mayoría de los votos– la explicación es más evidente y tiene que ver con el trabajo populista de hacer regalos y, eventualmente, visitarlos y ofrecer alguna obra comunitaria. En esos sectores se reclama la función de ‘Papá gobierno’, incluido el de crear puestos de trabajo.

El problema de los gobiernos autoritarios –ya lo sabemos– resulta cuando el poder los corrompe (si no lo estaban desde el principio), lo que ocurre en todos los casos, sin excepción, como lo prueba el del autor de ‘Mi lucha’, el de Mussolini y también el de Fujimori, sin mencionar la enorme cantidad de dictadores latinoamericanos. No hay registro histórico de dictaduras que no terminaran en la corrupción.

La postmodernidad y la muerte o el desencanto de las utopías es un elemento que colabora con el desarrollo de partidos sin ideología y que sólo responden al populismo como es el caso de Fuerza Popular. Durante la campaña, Keiko criticaba el Plan de gobierno de Pedro Pablo Kuczynski diciendo que había sido hecho en un escritorio, mientras el suyo había era el resultado de sus visitas a diferentes lugares del país. Algo de cierto hay en esta afirmación, pero la verdad es que si bien es válido que un Plan de gobierno debiera ser resultado de lo que pide la población, tiene que tener también un pensamiento unificador e ideológico del que el fujimorismo carece y requiere del trabajo de pensadores que trabajan en su escritorio.

Más en el fondo está la falta de educación y formación democrática del pueblo peruano, (incluida su clase dirigente) que ha estado acostumbrado, desde que tenemos recuerdo, a que cuando el gobierno asume el poder se olvide de sus electores y sus promesas para gobernar a su gusto y en beneficio de sus propios intereses, los de su entorno y de los grupos de poder que puedan presionarlo, satisfaciendo a las mayorías en lo indispensable y muchas veces forzado por sus reclamos. La visión de un Perú a largo plazo ha estado ausente en la mayor parte de gobiernos y en esto último tiene que ver la falta de políticas de Estado, carencia que sin mucho apoyo está tratando de cubrir el ‘Acuerdo Nacional’.

La democracia entendida como una permanente inter-relación entre gobernantes y gobernados, en la que el cumplimiento de los planes de gobierno y las promesas electorales encaminan el trabajo y legitiman las políticas para lograr los objetivos fijados es todavía un sueño en nuestro Perú. El derecho de los pueblos a exigir que los elegidos cumplan con sus compromisos y el deber de los últimos a cumplirlos es un derecho olvidado, peor aún, tenido por ilusorio por muchos ciudadanos, incluidos algunos líderes de opinión, que consideran que las obligaciones nunca serán cumplidas por los gobiernos. Alguien los llamó ‘profetas del noveno mes’, solo saben del nacimiento de algo nuevo cuando está a punto de ocurrir. Lo increíble de las utopías es que terminan por lograrse. Pensemos en cosas tan obvias hoy, pero imposibles hace algunos siglos, como la abolición de la esclavitud, la jornada de trabajo de ocho horas, las vacaciones, la seguridad social, etc.

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