Portada 285
Ir al índice de la Revista Ideele N°285, mayo 2019.
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Desde que comenzó el escándalo internacional producido por la empresa brasileña Odebrech y su extraordinaria organización para coimear a presidentes, funcionarios y técnicos en varios países con el propósito de ganar mucho más dinero, vivimos en Perú el inicio de un período de esperanza para que, por primera vez en nuestra historia, expresidentes y altos funcionarios sean enjuiciados y juzgados. Un pequeño núcleo de fiscales y jueces asumió el enorme desafío de acusar y comenzar a juzgar, con seriedad y honradez.
Para el suscrito, la muerte de García, por mano propia, no es más que una fecha infausta como tantas otras aparentemente ilustres. Pongo como ejemplo la muerte de Rufino Echenique y la de Mariano Ignacio Prado. Pueden ser muchas para escoger, que para no ahondar más, no inspiraron absolutamente nada en un mar de sospechas y de acusaciones todas delictivas (traición, corrupción, incapacidad, entre tantas).
La tarde del 11 de julio de 1932, cuando las tropas avanzaban para tomar Trujillo, Justiniano Riera logró llegar a casa de sus padres en el jirón Unión para despedirse y emprender la retirada hacia la sierra de La Libertad.
El expresidente Alan García tomó con meses de anticipación la trágica determinación de matarse y como dijo en su última carta, dejar a su partido ese gesto de orgullo y a su familia la dignidad de sus decisiones. Quiso sacrificar su vida no para escapar a la justicia como hoy proclaman sus enemigos sino para impedir la indignidad de ser encarcelado sin pruebas como iba a suceder. Truncó los designios políticos de quienes lo consideraban un enemigo temible y un gran trofeo tras las rejas.
Antes que Alan García vaya preso, él hará que “arda Troya”, era lo que muchos decíamos.
La posibilidad de su detención venía desde tiempo atrás, pero pasó a ser inminente cuando se hizo público que “Chalán” Nava, exsecretario general de la Presidencia de la República, en tiempos del segundo gobierno de García, había recibido más de 4 millones de dólares procedentes del Sector de Operaciones Estructuradas de Odebrecht, durante dicho gobierno.
No me atrevería a definir si el suicidio es coraje o cobardía. Recuerdo sí, lo que sostenía el gran literato colombiano José María Vargas Vila: “cuando la vida es una infamia, el suicidio es un deber”. Así, en las dos últimas décadas, durante la era de Montesinos, se suicidaron dos militares peruanos: el coronel de ejército Francisco Núñez, el 2 de julio del 2002, y el general Oscar Villanueva, el 1 de septiembre del 2002, por hechos que los atormentaron.
La Revista Ideele me ha solicitado amablemente una reflexión acerca de lo sucedido el 17 de abril último en que el expresidente Alan García se dio un disparo, terminando con su vida, para evitar que se concretara la diligencia judicial de su detención preliminar, solicitada por la fiscalía y ordenada por el poder judicial. Esto sucedió en el marco de las investigaciones sobre uno de los procesos penales iniciados para combatir a la mega- corrupción – que golpea sañudamente a nuestro país desde hace varios años -, y sancionar debidamente a los culpables, en el marco de las leyes y con las garantías del debido proceso.
El 17 de abril, víspera del feriado de Semana Santa, en medio de una reunión muy mañanera con Francisco Durán y Jesús Cosamalón para definir detalles del volumen 6 de Una Nueva Historia del Perú Republicano, hacia las 9:50 am, Twitter nos confirmó la noticia de la muerte violenta de Alan García como consecuencia de un disparo en la cabeza que él mismo se había propinado para evitar el encuentro, aparentemente inopinado, con la aguerrida fiscalía actual.
Al inicio de los tiempos, habitaba el primer ser humano sobre la tierra, que en su soledad trataba de organizar sus actividades cotidianas, se defendía de los peligros, tomaba decisiones consigo mismo: buscaba sobrevivir. Una mañana apareció alguien como él, y poco a poco ambos empezaron a disfrutar placenteramente el transcurrir del tiempo, realizar actividades acompañados y enfrentar ese ambiente inhóspito que los rodeaba. Un día cualquiera surgió un problema que sin darse mucha cuenta escaló hacia un conflicto. No sabían qué hacer, era algo totalmente desconocido que les despertaba distintas emociones y sentimientos.