Los héroes del silencio

La historia de nuestro país ha tenido algunos paréntesis cortos y boyantes, cortesía de doña natura. Salitre, guano y minerales se turnaron en la lista de productos que en algún momento engrosaron la billetera del Estado ilusionando nuestro tránsito de problema a posibilidad.
Modesto Montoya cuenta que nació en un pueblo llamado Salpo, en La Libertad. Era un pueblo humilde, como tantos en el Perú, al que un día la minería le tocó las puertas. Los salposinos tuvieron así su cuarto de hora de abundancia. Pero como todo se acaba en la vida, se acabó la mina, los negocios, el dinero y, casi, la esperanza. El modesto pueblo que relata Montoya es la metáfora de un país cuya riqueza nunca ha encontrado el camino para homogeneizar sus beneficios y sostenerse. A la fortuna le ha faltado ciencia, y ahora sí que entramos en honduras.
No importa, si exporta
Con o sin ministerio, lo cierto es que el desarrollo económico del país debe ir acompañado de un impulso científico si no queremos reeditar el ejemplo de algunos vecinos que se acostumbraron a vivir de los exorbitantes beneficios de un recurso que no es eterno como el petróleo. Pero el oro, la plata y el cobre tampoco lo son, a menos que descubramos los secretos de la alquimia. Pero igual, para lograr la ilusa alquimia habría que atravesar procesos de ensayo y error —léase método científico—, cosa aún muy remota en este país.
Con todo, a pesar de pelear pelados los últimos puestos en la tabla de clasificaciones para el segundo mundo, en el Perú sí se hace ciencia, y hasta podríamos hablar de semilleros y calidad de exportación, sin tono huachafiento de por medio. La Universidad Nacional de Ingeniería —o simplemente la UNI para los amigos— debería ser la partera de la ciencia en el país. Ganas no le faltan, pero entre el querer y el poder existen barreras insalvables: dinero poco, medido y negado; kafkianos trámites, y el estigma de ser el último de la fila.
Juan no alista maletas
Es que la ciencia en el Perú no vende, no paga, no importa. Solo exporta (talentos). Según el físico Juan Gutiérrez, el 90% de su promoción emigró. Cuenta que al inicio tenía muchos proyectos para realizar en el Perú luego de regresar de su doctorado en Suecia, y que ahora, de cuando en cuando, le asalta la mente la idea de preparar maletas. Pero no. Al final siempre decide quedarse.
A pesar de las limitaciones, en el país se sigue haciendo ciencia, y no poca cosa; un ejemplo de ello es el mismo Juan Rodríguez y el desarrollo de la nanotecnología en un nanopaís como el nuestro. Juan ha inventado un sistema para potabilizar el agua a bajo costo mediante la energía solar. La técnica está diseñada para resolver un problema de sanidad en los lugares más recónditos del país.
“Mi objetivo en investigación es desarrollar tecnologías y materiales para mejorar la calidad del agua principalmente en las zonas rurales. Desinfectar el agua de manera sencilla. Los equipos que hemos diseñado actúan como catalizadores para transformar la energía solar en energía que degrade bacterias”, dice el físico.
Es que el desarrollo tecnológico no es una opción sino un imperativo en un país en el que 10 millones de personas no tienen agua potable y 14 millones no cuentan con desagüe. El índice de infecciones de los niños en la sierra por no consumir agua potable es altísimo. Por los medios convencionales sería imposible conseguir que el agua potable llegue a todos. Ya el presidente anterior zanjó el debate al decir que mientras en las alturas existan los pueblitos desperdigados, no iba a ser posible dotarlos de los servicios básicos. El invento de Rodríguez nos aliviaría de esta drástica sentencia.
Sin embargo, los insumos que utiliza Rodríguez son costosos, pues trabaja con un nanopolvo que es bastante caro, lo que podría ser un obstáculo para hacer viable el plan. Nuestro inventor también ha pensado en ello y ha fabricado una máquina para generar esta sustancia, y esto abarataría considerablemente el proyecto. El invento de Rodríguez es total. Sin embargo, paradojas a la peruana, las partículas que produce la máquina de Rodríguez no pueden ser visualizadas en el Perú: en la UNI no cuentan con esa tecnología.
La máquina de Rodríguez no solo puede servir para potabilizar el agua; además, la producción de nanopolvo nos podría llevar a exportar polvo de metal, como el cobre, que es un excelente bactericida.
El edificio Vaisberg
No es la UNI el único lugar desde donde jinetes solitarios batallan por encontrar soluciones a problemas nacionales y globales. Al costadito, a cuatro cuadras en dirección a la Panamericana Norte, en la Universidad Cayetano Heredia, los científicos de la UNI encuentran sus almas gemelas y solitarias.
Hace ya más de 20 años que el doctor Abraham Vaisberg estudia las plantas amazónicas para encontrar principios activos antibacteriales y antitumorales, herramientas imprescindibles de la medicina. “Estamos trabajando en el campo de la biología celular, y, dentro de ella, con extractos de productos naturales. Tenemos proyectos de investigación para buscar agentes antitumorales con plantas de la selva.”
Es un proyecto de largo aliento. A veces se puede estar estudiando una planta dos años y aislando sus componentes para descubrir al final que el elemento que combate el tumor hace daño a otra parte del cuerpo. No vale, entonces. Así es el fútbol: errar, errar, errar y acertar. Lo ideal es encontrar aquellos compuestos que puedan dañar a las células nocivas sin afectar a las buenas, lo que, como es lógico, puede tardar años, sobre todo cuando se trabaja con plantas sobre las cuales no se cuenta con conocimiento previo.
Vaisberg es un personaje emblemático. En la Universidad Cayetano Heredia, el edificio que se dedica a la investigación lleva su nombre; y es que se trata de uno de los científicos que ha empeñado la mayor parte de su vida en armar todo el aparato de investigación en un lugar que rima con lunar. Las labores científicas en la Cayetano, silenciosas y solitarias, tienen un bien ganado prestigio internacional. Funciona, como la mayor parte de proyectos científicos en el Perú, con el aporte de la cooperación extranjera, fundamentalmente gubernamental. Pero esa ayuda no es como la plata presidencial (García dixit), pues no llega sola. Necesita de hombres que, como Vaisberg, se compren el pleito y apuesten la vida en proyectos cuyo valor no guarda concordancia con la indiferencia con que hasta el momento está siendo tratada la ciencia.
Uno de los mayores aportes de Vaisberg ha sido su investigación sobre la sangre de grado. Alguna vez este producto tuvo un futuro promisorio. Era la estrella de diarios, revistas, reportajes televisivos y charlatanes de esquina. De pronto dicen que empezó a dejar de tener el mismo efecto. La sangre de grado fue falsificada de manera masiva. Hasta ahora puede encontrarse en algunas tiendas, pero vaya usted a saber si es original o bamba.
Si bien hablar de extinción de la sangre de grado, por suerte, es muy difícil, cada vez se hace más complicado conseguirla, debido a la implacable deforestación. La suerte de la sangre de grado hubiera podido evitarse mediante una adecuada planificación. En un país con tantas heridas —factuales y literales— como el nuestro, la sangre de grado debería ser el medicamento bandera.
“El nuestro es un pequeño esfuerzo dentro de un esfuerzo gigantesco para descubrir uno de los grandes misterios de la biología.” Daniel Guerra

Grado sumo
Para seguir hablando de la potencialidad de nuestras plantas y su conversión en productos que pueden servir aquí y ahora para resolver problemas concretos, tenemos que dar un salto al IPEN. La clarificación de las siglas de esta institución quizá no nos diga mucho. Se trata del Instituto Peruano de Energía Nuclear.
Pero los científicos del IPEN no están interesados en fabricar bombas nucleares; de momento están abocados a utilizar la tecnología de la investigación atómica para desarrollar productos que puedan resolver nuestras necesidades. Precisamente dentro de unos meses saldrá a la luz un invento que servirá a manera de emplasto para quemaduras de primer, segundo o tercer grado, usando, por supuesto, los poderes de la sangre de grado.
En los hospitales peruanos cotidianamente se presentan casos graves de quemaduras que en muchas ocasiones terminan por dañar partes medulares del cuerpo. El invento del equipo de Julio Santiago está a la altura de los más avanzados productos que se utilizan para casos similares en países como Estados Unidos, pero cuyo uso es limitado en el Perú debido a su alto costo.
Y con este invento regresamos a un problema que mencionamos líneas atrás: la sangre tan buena, tan sabia, tan curativa, tan escasa. ¿De qué sirve crear un súper producto contra las quemaduras si no va a haber manera de sostenerse en el tiempo? Por ello están ahora tratando con otra planta que podría suplir los poderes curativos de la sangre de grado. “Como la sangre de grado no es un cultivo intensivo, hemos pensado en otro: la tara. Antiguamente se usaba mucho el ácido tánico. Hemos empezado a trabajar con eso y hemos evaluado su fuerte actividad cicatrizante con efectos muy similares a los de la sangre de grado”, señala Julio.
Daniel tampoco juega a los dados
Pero no toda la iniciativa científica en el país está orientada a resolver los problemas inmediatos. Existen otro grupo de científicos que están obsesionados con descubrir los planes del Creador. Einstein dijo: “Dios no juega a los dados”, y el grupo de científicos dirigidos por Daniel Guerra, de la UPCH, quiere saber cuáles son las coordenadas que rigen nuestros destinos.
Actualmente Guerra está trabajando en tres proyectos. Uno es sobre la ARN polimerasa bacteriana, otro acerca del plegamiento de proteínas alosféricas, y el tercero sobre los efectos de la congestión molecular en reacciones biológicas. No se asusten. Para poder explicarlo vamos a abusar de la licencia de la metáfora. Salvo que usted, esforzado lector, prefiera enterarse de estos estudios por boca del mismo doctor Guerra:
“El enfoque que nos hace especiales es que, a diferencia de la bioquímica tradicional, estamos estudiando las moléculas que forman los seres vivos y nos permiten funcionar de manera individual; es decir, estamos estudiando a las moléculas una por una para poder observar su comportamiento. Lo que hace la bioquímica tradicional es, en cambio, observar una asamblea estadística de miles de millones de moléculas funcionando a la vez, con lo que cualquier transformación que sufren se observa de manera continua”.
Mejor lo explicamos de esta manera, con la licencia del caso. El método que emplea el equipo que encabeza Daniel Guerra consiste en estudiar los procesos moleculares de manera individual, pues los cambios determinantes suceden a escala infinitamente pequeña. Los resultados que se obtengan de estos estudios permitirán conocer de manera más fiel estos procesos y, sobre todo, manipularlos.
Recurriendo a la metáfora, Daniel Guerra dice: “Es como que toda la vida hemos estado viendo la célula en un televisor con una imagen borrosa, y ahora vamos a poner un factor de corrección para verlo más nítido”.
Los estudios farmacológicos que se han hecho hasta el momento no han tomado en cuenta la congestión molecular de manera individual, razón por la cual la investigación de Guerra podría tener un alcance global y cambiar la historia de la farmacología. “Los estudios deberían ser más precisos y más rápidos. Habría menos caos si el ensayo de laboratorio fuera distinto del ensayo con los animales”, explica Daniel.
El proyecto de plegamiento de proteínas consiste en entender cómo fluye su información. Las proteínas cumplen en el cuerpo la función de censores: si una bacteria cambia de contexto (frío, caliente, grasa, azúcar), la proteína registrará este cambio.
Comprender cómo funciona este sistema de información permitiría crear algún día nuestras propias proteínas. “Si pudiéramos diseñar las proteínas que queremos, podríamos hacer absolutamente lo que queramos: es la piedra filosofal. El nuestro es un pequeño esfuerzo dentro de un esfuerzo gigantesco para descubrir uno de los grandes misterios de la biología.”
Este proyecto lo están realizando, en conjunto, con la Universidad de Berkeley, pero el planteamiento original fue diseñado por un científico peruano que trabaja por esos lares: Rodrigo Maya.
El estudio sobre ARN polimerasa, por su parte, va a contribuir a que se produzcan mejores antibióticos. En el momento en que el sistema inmune comienza a atacarlas, las bacterias se recluyen en determinados lugares y empiezan a controlar su crecimiento para engañar a sus atacantes. Cuando una persona deja de tomar los antibióticos el cuerpo se debilita y ¡paff!, nuevamente dan el zarpazo.
El estudio que está dirigiendo Guerra trata de influir en el proceso de toma de decisiones de las bacterias: “Estamos interfiriendo con el cerebro de la célula, cosa que no se ha hecho antes”, explica Guerra, y señala que si logran manipular la capacidad de crecimiento de las bacterias esto podrá servir para contrarrestar la TBC multirresistente, enfermedad en la que tenemos tasas muy altas de crecimiento, una vergüenza para un país económicamente pujante.
Los alcances de estos proyectos son globales y podrían implicar una pequeña revolución en el mundo. No decimos mundo de la ciencia sino mundo, vida, orbe, universo. En esas cosas anda nuestro Guerra.
Ciencia cierta
La producción de ciencia en el Perú es diminuta, clandestina, subversiva; pero, como hemos visto, donde se desarrolla es potente. Modesto Montoya ubica cinco líneas de acción que deberá fomentar su anhelado ministerio. Su relato sobre lo que se está haciendo en el país parece increíble, y por un momento la cantinela (a veces cansona) de nuestro orgullo de ser peruano y ser feliz adquiere sentido.
“Primero la biodiversidad en plantas curativas. Desarrollar fármacos de maca. El doctor Gustavo González, de Cayetano, tiene la patente. Se están exportando 6 millones de dólares en maca gracias a esta investigación, pero todavía no se vende como medicamento. En segundo lugar, la nanotecnología. Aquí hay 15 científicos que se dedican a ello. En lugar de exportar concentrados, exportas nanopolvo. En tercer lugar, los recursos hídricos: Túnel gratom. Con terremotos hay fallas que se llenan de agua y van arrastrando átomos de metales preciosos, y así se forman las vetas. Estas fallas tienen agua y es posible construir túneles para usar esas aguas que son como ríos y que pueden proveer a toda la costa. Cuarto: las tecnologías en informática. Las universidades deben formar grupos fuertes de investigación. En quinto lugar, mejoramiento genético de especies vegetales. En IPEN iniciamos esas investigaciones de mejoramiento genético por radiactividad, con la mejor bióloga en este campo: Isabel Montoya”.
Benjamín Marticorena, quien también tiene su corazón en la UNI, no obstante que ahora se encuentra a cargo de la Dirección de Investigación de la PUCP, lugar desde donde se cocinan también proyectos interesantes, opina: “El potencial es enorme. Yo he visitado 70 grupos de investigación. Por ejemplo, la ingeniería biomédica en imágenes digitales médicas, vital para el país. Si vivo en Ayabaca y tengo acceso a una computadora, puedo mostrar mi radiografía por la pantalla al médico de Lima que me hace el diagnóstico sin viajar. En eso tenemos muy buenos especialistas que han regresado después de hacer sus doctorados”.
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Son los héroes del silencio. Los que la sudan, los que la mojan sin cámaras ni bulla. Quizá, sí, con la esperanza quedita, tan humana, de que en algún momento el reconocimiento llegue, aunque sea a paso de ministerio.
El mérito, por más trillado que parezca, es que estos personajes y los cientos más que entre tubos de ensayo y error nos ayudan a descifrar el borrador de la vida, deciden quedarse en el país. Cada uno de ellos es un regresado, con maestrías y doctorados en los lugares más pintados del mundo. Su opción de volver y hacer ciencia desde el Perú es el único enigma que estos científicos y locos no están dispuestos a divulgar.