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Chile muestra las grietas del modelo

Huelgas, movilizaciones callejeras, enfrentamientos con la Policía, partidos políticos en crisis de representatividad y un Presidente con menos del 30% de aprobación son los elementos cotidianos en muchos países latinoamericanos, pero no esperados en Chile. Es cierto que allá los avances son innegables, como el crecimiento económico de los últimos 20 años, la estabilidad política y fiscal, la disminución de la pobreza del 40% al 18% en el mismo periodo, la generación de programas sociales de vivienda, empleo y salud. La consolidación de una clase media con capacidad de gasto que, en el marco de una economía estable, se atreve a invertir, son solo algunos ejemplos de los logros del modelo.

Pero, al parecer, el excepcionalismo chileno tantas veces destacado por técnicos y políticos en las últimas décadas no era tan cierto. La tolerancia de la población se agotó, las reiteraciones de los logros pasados no tranquilizan a nadie, y las promesas de ‘chorreo’ económico generan fastidio y frustración.

¿Qué pasó con uno de los llamados “tigres de América Latina”? ¿Dónde quedó el supuesto arribo al primer mundo, dónde las promesas de crecimiento con igualdad? ¿Cómo hacen agua ahora los modelos de la municipalización de la educación, la privatización de las jubilaciones y los sistemas de salud, por mencionar solo algunas políticas emblemáticas chilenas que han sido copiadas profusamente en toda la región? Las respuestas, nada sencillas, tienen al país manifestando sus profundas divergencias respecto de lo que, se pensaba, eran logros y avances.

El modelo ha mostrado su cara menos amable. Un dato que alerta es que Chile se ubica segundo entre los países de mayor segregación escolar en el mundo. Es decir, la municipalización de la educación, deseada aún en otros países, no aumenta la integración social ni genera esquemas de inclusión. Peor aun: la calidad de la educación está en entredicho cuando más del 65% de los estudiantes pertenecientes a los dos quintiles más bajos de ingreso deserta de las universidades. El único ‘chorreo’ que los jóvenes chilenos vislumbran es uno de exclusión y frustración.

Y no solo en educación las políticas neoliberales de las últimas décadas no han funcionado apropiadamente: la construcción masiva de viviendas sociales logró enfrentar un serio problema de cobertura heredado de la dictadura militar en 1990, pero tres décadas después esto no es suficiente. Los programas de vivienda están siendo reformados por las consecuencias de segregación, violencia y estigmatización que han contribuido a potenciar. Así, por ejemplo, la localización de las viviendas en terrenos con limitado acceso y distancia de los lugares de trabajo ha fortalecido el proceso de exclusión socio-territorial más que de integración.

No hay que engañarse: el problema no es únicamente la gestión de las políticas y la necesidad de mejores gerentes. La situación actual en Chile tiene un ingrediente principal vinculado con el deterioro del sistema y el ejercicio de la política, que se veía venir pero que no ha logrado enfrentarse con certeza. Luego de 20 años de gobierno de la Concertación, el llamado progresismo moderado logró estabilidad política y cambios importantes, pero se quedó corto frente a un país que exige transformación, renovación y nuevos liderazgos. La Concertación está en una crisis evidente que los dejó fuera del gobierno y que no permite que consolide un rol opositor reconocido por la ciudadanía. De hecho, las encuestas muestran mínimos niveles de aprobación de su rol, y la única alternativa real de ganar en las próximas elecciones presidenciales es la ex presidenta Bachelet. ¿Renovación o muerte será posible con una candidata cercana a los círculos tradicionales de la política chilena y que es parte de los legados (positivos y negativos) de las últimas dos décadas?

Al Gobierno no le va mucho mejor. Para una coalición política acostumbrada a un rol opositor opaco y poco confrontacional, sin mayores vínculos políticos con la ciudadanía y con un diagnóstico equivocado de los desafíos temáticos y comunicacionales, la llegada a La Moneda ha sido, y sigue siendo, un proceso doloroso. El Presidente, con su discurso de éxito y nueva forma de gobernar, se ha visto enfrentado al terremoto y otros desastres naturales de proporciones, al rescate de los mineros y, últimamente, a una tragedia aérea que impactó a toda la población. Sus logros, que no son pocos, se invisibilizan frente a una sensibilidad ciudadana que continúa reclamando por cambiar el sistema, el modelo de la no-inclusión y la pasividad. Así, por ejemplo, el Gobierno de Piñera aumentó los impuestos para los más ricos en el marco de la reconstrucción, creó el Ministerio de Desarrollo Social, está mejorando los sistemas de focalización de las políticas sociales, ha mantenido importantes niveles de crecimiento a pesar de la crisis internacional y con bajos niveles de desempleo. Sin mencionar que el primer año se crearon casi medio millón de empleos.

Además del mundo virtual, los ciudadanos han retomado las calles, para demostrar su preocupación, insatisfacción y frustración frente a un modelo que ya no genera orgullo.

Es cierto que a Piñera se le perdona menos, se le reconoce menos y se le exige más. En un análisis reciente de este fenómeno, Eugenio Tironi propone que es el tipo de relación instrumental que se estableció entre el votante y el Presidente lo que genera esta distancia e insatisfacción. Ella es también, sin duda, expresión de un sistema político cansado que requiere de nuevas formas de participación, nuevos temas y agendas más ciudadanas.

De las grandes alamedas al twitter
En Chile los niveles de conectividad son grandes. En la actualidad hay más de un celular por habitante y la presencia y participación en las llamadas redes sociales es masiva y transversal, aunque una parte importante está compuesta por jóvenes. En un país marcado por la desconfianza, la limitada interacción y la debilidad de los espacios públicos, las redes sociales han florecido. Algunos casos emblemáticos de los últimos años marcan el impacto de estas redes sociales en la definición de política pública. Así, por ejemplo, la construcción de una central termoeléctrica en la zona norte del país fue impactada directamente por el masivo debate y crítica en las redes sociales que generan y potencian a la opinión pública.

El fenómeno de la red social en Chile es difícil de entender para la mayoría de países del mundo donde los comentaristas de televisión no están permanentemente citando sus mensajes o los programas de debate no tienen colgados los mensajes de los televidentes. Donde los políticos se comunican de forma directa (o mediante un encargado del twitter) con miles de ciudadanos que frecuentemente, más indignados que contentos, les envían sus comentarios. Y donde temas de absoluta preocupación interna se convierten en tendencia mundial debido a la cantidad de comentarios. No hay que olvidar que Chile es un país pequeño pero, al parecer, de un peso relevante en las redes.

Lo importante de los procesos vividos en los últimos meses es que, además del mundo virtual, los ciudadanos han retomado las calles, las plazas y todo aquel espacio disponible para demostrar su preocupación, insatisfacción y frustración frente a un modelo que ya no genera orgullo. Es cierto que muchos se han organizado a través de redes sociales, que éstas han servido de caja de resonancia de hechos y problemas que en otras ocasiones pasaban inadvertidos en los medios tradicionales, y que han abierto la participación a muchos más “formadores de opinión”. Pero el verdadero desafío empieza ahora, para mantener el momentum de la presencia ciudadana, consolidar mecanismos de monitoreo y seguimiento de acuerdos y fortalecimiento de una ciudadanía que reconoce que el desarrollo requiere de menos desigualdad como ingrediente principal y no externalidad posible.

¿Futuro de revolución?
Acostumbrmados a los futuros inciertos y a las debilidades de la gobernabilidad en el Perú, nos preguntamos si el contexto descrito puede traer problemas de gobernabilidad en Chile. La respuesta es categórica: es prácticamente imposible pensar que el deterioro de la situación se mantendrá por mucho tiempo. Llegó la primavera a Chile, pero el verano será moderado. Al igual que en muchos países europeos y del Medio Oriente donde las calles se han llenado de ciudadanos reclamando por reformas, en Chile el proceso se dirige hacia la búsqueda de caminos de entendimiento.

Ciertamente, los desafíos son muy grandes y las iniciativas tendrían que tener resultados concretos pronto para evitar más movilizaciones ciudadanas o demostraciones de frustración. La calidad de la educación y el lucro en la educación universitaria son problemas ineludibles que no se apagarán por porcentajes de mejor rendimiento o ventaja sobre los países vecinos. Los cambios sugeridos, exigidos y concordados son evidentes y serán monitoreados de cerca por una ciudadanía conectada y activa.

Los pedidos de reforma política son también importantes, pero ahí los incentivos para los actuales representantes son menores. Abrir el padrón electoral para que todos voten sin necesidad de inscripción previa aumenta la incertidumbre del sistema. Terminar con el modelo binominal obliga a competir a una generación de parlamentarios poco acostumbrados a la contienda electoral. Instalar primarias en los partidos políticos limita el margen de los caudillos locales y reduce el de las llamadas máquinas que administran el poder, y la influencia de ciertos sectores al interior de los partidos perdería peso.

La tendencia es compleja, pero no todo está aún jugado. La generación de nuevos liderazgos en ambas coaliciones, el reencantamiento ciudadano y la demostración de capacidades por parte del Gobierno son elementos que pueden derivar en futuros políticos diversos en Chile. Lo único claro es que la ciudadanía llegó para quedarse, y esto redefinirá (para bien o para mal) la relación con la política en los próximos años.