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Poderosos y solitarios: la fortaleza de la soledad o la ilusión del héroe cínico

Un estado de ánimo recorre Europa como una enfermedad, erosionando el espíritu con la violencia de un dogma que enfila su furia contra lo colectivo. La soledad se instala en la vida de la gente como un síndrome moderno que desvincula a hombres y mujeres de la colectividad a la que pertenecen.

La sensación de soledad es hoy un síntoma, el malestar de una autonomía liberal propuesta por el modelo cultural económico1 en nuestra ruta hacia una particular autorrealización y éxito, una independencia prometida por esta modernidad salvaje, que en su reclamo de libertad reduce la solidaridad y el bien común a poco más que obstáculos y estrategias de vida marginales contrarias a su visión de modernidad.

Vivimos en la lucha constante, en la guerra que esta modernidad erosiva ha declarado a la comunidad, a la coodeterminación, al individuo que participa activamente en el tejido social, que reconoce y se reconoce en el otro, en los otros, a los sujetos que continúan conjugando el nosotros como posibilidad, y que hacen del plural la formula política con la que enfrentar el presente y construir el futuro.

La demagogia discursiva del capitalismo herido en Europa se resiste a aceptar sus errores y no claudica en su necesidad de sobrevivir a costa de todo y de todos, arremetiendo soberbiamente, una vez más, para dejar constancia de que no todo está perdido y que la crisis actual que viven los Estados en general, pero sobre todo los menos desarrollados (Irlanda, Grecia, España y Portugal), es un momento infeliz, pero del que con el sacrificio y el esfuerzo —de la población, claro está— se podrá salir airosos y aleccionados.

De este modo, el Consejo de la Unión Europea — con Alemania a la cabeza— ha decidido implementar retorcidas políticas de salvación económica que no sancionan a sus responsables financieros sino a sus víctimas, a las personas de a pie que viven día a día con el dedo acusador de sus ministros de Economía que los responsabilizan de haber vivido por encima de sus posibilidades, cuando fueron cada uno de sus Estados y sus sistemas financieros los que les aseguraron que sus posibilidades eran ésas y no un sueño, porque la solidez del Mercado aseguraba un crecimiento ilimitado que les beneficiaba y que debían aprovechar.

A este carnaval de la abundancia en Europa se sumaron sucesivas oleadas migratorias de países menos favorecidos de Europa del Este, África y Latinoamérica a principios de los 90, y repotenciados hasta los primeros cinco años del 2000, trasvases que confirmaban la estupenda salud de la economía europea y que daban por sentado que el núcleo occidental de países del viejo continente era la tierra prometida donde cabía reclamar y proclamar una ciudadanía efectiva.

Países como Italia, España, Francia y Alemania eran destinos apetecibles para la masa ilusionada de inmigrantes que dejaban sus ciudades y a sus familias con la esperanza de alcanzar los beneficios de la modernidad soñada, la modernidad de un sistema de bienestar al servicio de sus ciudadanos y sus residentes. Pero esto ha quedado atrás y, en el mejor de los casos, es el inicio de una nueva vieja historia que nos introduce a millones de microhistorias desgraciadas de personas que lo tenían todo y ahora no tienen nada,2 salvo los unos a los otros, unidos en la carencia y la exclusión, y esto es lo verdaderamente importante en las actuales circunstancias de aterrizaje forzoso en la realidad hostil que habitamos. El Sistema lo sabe, y se incomoda.3

Sálvese quien pueda
Esbozado el contexto en el que Occidente se ve inmerso, y reseñadas las medidas que los países miembros de la UE han acatado para regular un retorno eficaz al crecimiento, resulta más que evidente, a partir de su hoja de ruta, cuál es el arquetipo de ciudadano que el modelo cultural económico busca perfilar.

Declaradas como fracasadas las políticas de administración pública de la sanidad, la educación, el transporte público y la asistencia a colectivos dependientes de ancianos, niños y enfermos, el sistema ha sentenciado la quiebra del Estado en sus funciones de gestor y planificador de estos servicios y ha recortado sus tareas y mutilado sus presupuestos. Como si la salud o la educación social fueran inversiones privadas de las que se debieran obtener ganancias, antes que garantizar el bienestar físico y mental y el desarrollo humano de la población que sostiene una seguridad social y un sistema educativo con las cotizaciones deducidas de su trabajo.

Desde el desmantelamiento de los servicios públicos se argumenta que la alternativa salvadora es la “externalización” de la gestión administrativa, es decir, una privatización de los servicios de primera necesidad invitando a las empresas privadas a participar del negocio en el que se convertirían la salud y la educación de los ciudadanos. Porque en un momento de crisis como la española, en el que la tasa de desempleo ronda la escalofriante cifra de cinco millones y medio de hombres y mujeres, la gestión de los pocos recursos de los que se dispone debe realizarse con eficacia y mano dura, tomando como válido el cínico argumento de que no todos deben disfrutar del derecho de acceder a la sanidad ni a la educación superior a través de las becas, porque desde su ‘in-empleo’ estos excedentes del mercado laboral no participan del mantenimiento de los servicios como sí lo hacen el resto de ciudadanos.

Este modelo egoísta y privado del bienestar presenta y promueve un ideal de individuo autónomo acorde con el neoliberalismo salvaje que, so pretexto de la crisis, planifica futuros negocios que le reportarán pingües beneficios, al tiempo que proyecta en el grueso de la sociedad la ilusión de algo más complejo: que solo el éxito individual en el sistema — el modo importa poco, legal o ilegal, aquí la ética y la moral son laxas— garantizaría la plenitud del bienestar y su sostenibilidad en el tiempo. De tal modo, la naturaleza ética de estos personajes poderosos y solitarios muestra sobre todo la faceta más opaca del héroe neoliberal, un “sujeto ético” que hace del cinismo4 su principal facultad y la vértebra sobre la que se erige su particular y dudosa moralidad.

Vivimos en la lucha constante, en la guerra que esta modernidad erosiva ha declarado a la comunidad, a la coodeterminación, al individuo que participa activamente en el tejido social

El individuo que busca construir el sistema es un individuo con marcados rasgos de sociopatía, incapaz de sentir empatía por sus pares, un depredador que somete su línea vital a la destrucción del vínculo solidario en beneficio de sus logros narcisistas, la rentabilidad y el poder económico que sostienen su estilo de vida y el casino financiero que le posibilita disfrutar de su sueño perfecto, la pesadilla de los otros en el “desierto de lo real”.5

La singularidad de la cultura económica neoliberal faculta a su “sujeto ético” con características que reaccionan negativamente ante manifestaciones de naturaleza colectiva, normalizando un comportamiento que penaliza las reclamaciones de sus pares, porque éstos difícilmente llegan a reconocerse en las necesidades que el colectivo considera urgentes, debido a que sus urgencias son otras y completamente excluyentes. La cultura del éxito hace de la exclusividad su rasgo distintivo, “la distinción” es su sello de clase, ante lo cual ¿cómo podrían los hijos del éxito identificarse con el grueso de la sociedad, si está su pensamiento diseñado sobre la premisa mercantil de la diferenciación y de la exclusividad?

La cultura de lo VIP es la matriz semántica que busca desmontar el argumento de lo colectivo, de lo social. Espacios privados, consumo de mediana y alta gama, reducen a los consumidores a actores que pugnan por un rol en la sociedad. Todos son consumidores, pero en aquella muchedumbre de poseedores y mercancías, aquel basurero de exquisiteces, el fetichismo de los bienes resignifica modelos ilusorios en cada uno y transforma a éstos y a sus vidas en escaparates donde se exhibe “la sensación de vivir” el simulacro que es su estilo de vida, a la sombra del “rebufo simbólico” que prometen las marcas.

Por otro lado, el campo de lo exclusivo está construido por pedagogos particulares que ordenan y educan —o pretenden hacerlo— mediante discursos civilizatorios que procuran aleccionar y señalar el derrotero que ha de seguir por el resto de ciudadanos. El glamour de estos “tertulianos del éxito” es su principal credencial y les autoriza el poder opinar, discutir y decidir. Y sin embargo, ¿qué éxito es éste? ¿De qué materiales está confeccionada esta acreditación, este título neonobiliario? ¿Cuál es la fuente de su realeza?

Intentando ensayar una hipótesis, podría señalar que las personas de éxito poseen el aura de los objetos de lujo, están iluminados por la teatralidad, la refinada ilusión de lo exquisito y frívolo, el aura del capital simbólico que los identifica y distingue. Así, el campo de lo exclusivo ordena su juego e interactúa con los demás campos, reubicando y resignificando a cada uno de los ciudadanos en el juego social del que participamos y en el que distinguimos jerarquías económico-culturales que designamos con categorías como hegemónico y subalterno, elitista y popular, que se muestran en tensión.

No obstante el carácter marcadamente excluyente de la cultura económica neoliberal, la sensación de que lo exclusivo puede ser asequible a todos es el combustible que dinamiza las ilusiones y hace funcionar las distintas esferas subordinadas de la sociedad, pero es solo un espejismo, porque, pasado el simulacro a través de la posesión de la mercancía y su aura glamorosa, la caducidad de su truco se impone, y con ello la frustración inevitable, con lo cual se inaugura una sensación de vacío y estafa que produce en los individuos un extraño sentimiento de soledad y casi abandono, y que en ocasiones se traduce en manifestaciones anómicas aisladas de descontento contra el sistema y otras, la mayoría, en acciones resignadas de desmovilización que más pronto que tarde se normalizan.

Con lo hasta aquí reseñado, resulta más que necesario plantearnos preguntas del tipo: ¿Qué modelo de sociedad e individuos promueve la cultura económica propuesta por el capitalismo contemporáneo? ¿Cómo afronta el actual modelo económico cultural el modelo colectivo, la cosa pública? ¿Qué modelo de sociedad habitaremos en el supuesto ocaso de lo colectivo, qué tipo de futuro nos depara este paradigma social?

Sabemos que el presente no es amable y que las dudas son ahora más profundas y numerosas que las certezas. Pero algunos cambios intuimos, sobre todo cuando comprobamos que el “modelo Frankenstein” del neoliberalismo viene funcionando mal, muy mal, y sus argumentos se agotan, porque de otro modo no podemos entender cómo puede tomarse por bueno que en plena crisis causada por la codicia del sistema financiero, los Estados —todos los Estados, salvo Finlandia—, como medida de salud, terminen invirtiendo abundantes sumas de dinero en rescatar bancos privados causantes del desastre y nada, o muy poco, en la lucha contra la erradicación de la pobreza social, y que semejante cinismo sea tomado como una muestra de virtud. Esto es a todas luces incomprensible, una provocación de toda regla que emulsiona a la población y eleva sus niveles de mera indignación a cotas ineludibles de decisiva indignación.


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1Coincidimos en lo señalado por Castells, Caraça y Cardoso (2013) cuando remarcan y citan textos que apuntan en la línea de que “[…] la economía es — todas las economías son— cultura: prácticas culturales implícitas en los procesos de producción, consumo e intercambio de bienes y servicios […] la cultura da forma a la economía. Una crisis sistémica indica que se está produciendo una crisis cultural, de la no sostenibilidad de la evolución del sistema económico” (Manuel Castells, Joao Caraça y Gustavo Cardoso, editores: “Las culturas de la crisis económica: Una introducción”. En Después de la crisis. Madrid: Alianza Editorial, 2013, p. 37).

2Las medidas económicas “sugeridas” por el Consejo de la UE tienen como propósito recortar el déficit público de los Estados, aplicando un estricto control sobre los presupuestos de cada país de la Unión, medida que incluso ha llevado a la modificación de normas constitucionales como la española. Esta medida se traduce concretamente en un brutal recorte de inversión pública en salud, vivienda, educación y asistencia social de los países miembros, que ha puesto en jaque mate al perfectible Estado de bienestar y a sus instituciones.

3 Al respecto, recomendaría a los interesados revisar la interesante colección de ensayos de Manuel Castells reunidos bajo el título Redes de indagación y esperanza: Los movimientos sociales en la era de Internet. Madrid: Alianza Editorial, 2012, en el que el autor realiza un repaso reflexivo por cada una de las plazas de Europa, Norteamérica y África donde se emplazó tanto a las medidas antisociales del Gobierno del Partido Popular en España y que motivó la protesta de los Indignados en Madrid, así como también contra el sistema financiero corrosivo en el caso de Occupy Wall Street y los movimientos revolucionarios contra los regímenes dictatoriales en Túnez y Egipto, y cómo las plataformas ofrecidas por las nuevas tecnologías sirvieron de canalizadores para aglutinar esfuerzos y lograr objetivos.

4Cinismo. (Del lat. cynismus, y éste del gr. κυνισμός): 1. m. Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. 2. m. Impudencia, obscenidad descarada. 3. m. Doctrina de los cínicos (‖ pertenecientes a la escuela de los discípulos de Sócrates). 4. m. desus. Afectación de desaseo y grosería. (Extraído del Diccionario de la Real Academia on line. Ver: <http://lema.rae.es/drae/?val=cinismo>.)

5Aquí me permito la licencia de recurrir a la imagen que se muestra en el film The Matrix (1999) con la bienvenida que le da Morfeo a Neo al “desierto de lo real”, el universo que se oculta tras lo aparente, el simulacro de lo cotidiano. Lo real es lo que permanece oculto, la matriz gramatical que ordena y resignifica la vida del tejido social en su conjunto asequible a partir de la duda y del agenciamiento de códigos de acceso específicos, que en nuestro caso son el cuestionamiento teórico del discurso neoliberal que, lejos de ser el modelo estabilizador de la sociedad, es el promotor de las mayores desigualdades sociales en la historia de la humanidad.

Entrevista