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Patrick Chauvel: “He visto morir a mucha gente pero nunca he pensado en mi propia muerte”

(Foto: novinky.cz)

No se quita unas botas estilo Elvis Presley que terminan en puntas levantadas. Dice que son las únicas que le han durado porque sus botines de guerra se los robaban todo el tiempo hasta que se cansó y cambió de look. Es reportero de guerra desde los 18 años y lleva casi 40 en los campos de batalla. No le gustan las parrilladas porque le recuerdan el olor de la carne humana chamuscada. Las manos le tiemblan mientras agarra la taza del café. ¿Por qué será?

Hubo un hecho en la guerra de Viet Nam que te marcó, y a partir de él decidiste hacer periodismo.
Hablé con un prisionero de Viet Nam y él me contó su historia, no la versión americana. Yo me di cuenta de que me estaba pidiendo que contara la historia de la guerra desde el punto de vista vietnamita. En ese momento, para mí dejo de ser la fiesta de celebración con los soldados americanos. Ellos tenían 18 años, igual que yo. A partir de ese momento sentí la responsabilidad, el deber moral de decir lo que sucedía.

¿En qué circunstancias llegaste a Viet Nam y, hasta ese momento, qué idea tenías acerca de esa guerra?
No tenía ninguna idea, yo solo tenía 18 años. Los americanos eran muy criticados por esa guerra. Recién en 1968 la gente se comienza a preguntar sobre las masacres. Mi papá y mi tío eran reporteros de guerra y hablaban de eso todo el tiempo en la mesa; además hablaban de otras aventuras, de otros reportajes. Yo les dije que también quería hacer eso. Ellos me miraron y me dijeron que no hablara y que lo hiciera. Mi papá me compró el pasaje de avión, mi tío me compró una cámara y me fui.

¿Cuántas guerras has cubierto y cómo eliges las misiones a las que vas?
En realidad no las he contado. Habré estado como en 30 guerras. Yo no elijo las misiones, voy detrás de los eventos y éstos nos eligen a nosotros. Por ejemplo, estoy acá en Lima y ya recibí dos llamadas: una para que vaya a cubrir los eventos de Río, que no es una guerra sino un conflicto social; la otra para que vaya a Ucrania.

¿Ves algún cambio en la actitud de Estados Unidos, quizás más cuidado, algo más de respeto por la autonomía de los estados, o se mantiene la misma prepotencia y la política intervencionista?
Es la misma. Intervienen cuando ven que sus intereses están en peligro, y cuando se van dejan una catástrofe. Irak, Afganistán, ¿cuál es la diferencia? ¿La calidad de las armas? Los soldados son los mismos.

En un caso como el de Libia, ¿era inevitable la intervención internacional?
Al comienzo la intervención salvó a mucha gente. Cuando la aviación francesa y los ingleses intervinieron, Bengasi estaba acorralada y la masacre duró una hora. La intervención permitió que la situación se controle más rápido. Si no, hubiese durado más tiempo. No hay que olvidar que hubo una revolución y que las instituciones democráticas se tienen que recomponer. Entonces hay muchas críticas por el caos que todavía subsiste. Los políticos estaban muertos o en el extranjero y han regresado, igual que en Egipto y Túnez. Cuando no hay políticos no se puede restablecer la democracia, entonces la gente se entrega a la religión y salen estos nuevos discursos. La religión durante la dictadura era un refugio, ayudaba a los pobres y enfermos. Va a tomar tiempo. En Francia nos ha tomado cien años entender lo que pasó con la revolución.

Pero es un concepto de revolución bastante distinto, apoyado además por países “democráticos” que tienen intereses en esos países.
Menos mal para los libaneses, de lo contrario no hubiese habido una intervención. El petróleo obviamente interesa en Irak, pero en Afganistán, por ejemplo, no hay petróleo. El caso de Ucrania es muy distinto porque ahí los americanos tienen miedo de intervenir ya que eso significaría enfrentarse a Rusia. Pero en Siria no hay petróleo y tampoco apoyan a los rebeldes.

Entonces no toda intervención es condenable.
Es muy difícil, no se puede simplificar. Los americanos intervinieron en 1944 y, si no hubiesen llegado, yo estuviese ahora hablando alemán. Claro que hay muchos intereses pero hay que entender el contexto. Todo eso se viste de libertad y democracia. Lo mismo pasó en Nicaragua y El Salvador, ¿y cuál es el resultado?

Cuando ves la esperanza de la gente en el momento de la revolución y luego todo lo que ha ocurrido, ¿qué sientes?
Yo conocí a los guerrilleros, los he seguido. Hará tres años me he encontrado nuevamente con ellos y he hablado con Ortega. La vida da giros, es así como funciona la democracia. Ya no está Somoza, ni el batallón de la muerte, entonces en cierto modo el país ha progresado.

En Nicaragua hay corrupción, los ex guerrilleros se han vuelto una nueva clase dominante. De hecho se han traicionado los principios de la revolución.
De repente necesitarían otra revolución.

Con la aplicación del derecho humanitario, ¿han cambiado las guerras? ¿Ha influido en el mejor trato a los prisioneros, por ejemplo?
En Siria a los prisioneros los matan. Hay como 40 mil desaparecidos. Han desaparecido 50 periodistas. Oficialmente los americanos se cuidan, son legalistas. Si yo les presento mi carnet no me pueden decir que no, ése es el poder de la prensa. Pero me pueden meter en una patrulla donde no pasa nada, o los comandantes me pueden llevar a sus operaciones especiales durante la noche. Hay una visibilización más grande de las guerras porque ahora con los celulares todo el mundo puede tomar fotos y es mucho más difícil esconder algo, y la comunicación es mucho más rápida. Por ejemplo, los americanos trataron de controlar la prensa en Afganistán, pero las fotos que se publicaban fueron tomadas por soldados, igual que las que tomaron en la prisión irakí de Abu Ghraib.

A nivel personal, ¿cómo manejas el miedo?
No pienso. Solo hay que pensar en el trabajo. Si empezamos a imaginar lo que nos puede pasar se acabó todo. Cuando los americanos te llevan a patrullar te hacen firmar un documento en el que tú te haces responsable si te pasa algo. Cuando ves esa lista con todas las posibilidades, ahí te pones a pensar. Para ejercer esta profesión debes ser del tipo de personas con cierta pasión y con la ilusión de que estás siendo útil.

¿Cuántas veces has visto caer a un colega y ha muerto a tu costado?
En cada historia hay uno o dos. Quizás no he estado a su lado. En Panamá a Pancho Rodríguez sí lo mataron al lado mío. Le entró la bala por acá y murió inmediatamente. Yo recibí dos balas en el vientre. Y ése es el fuego amigable, como lo llaman los americanos. Yo trabajaba para el Newsweek e hice un reportaje sobre mi herida que titulé Uups!

Tú has dicho que hay un mundo de la paz y uno de la guerra. ¿Hay relación entre ambos?¿La paz necesita de estos otros escenarios de guerra?
Para entender y apreciar la paz hay que saber lo que se pasa cuando hay una guerra. En Europa hace 60 años que no había una guerra, y en 1992 ocurrió lo de Yugoslavia. Fue la primera vez que me fui a hacer un reportaje en auto. Y ahora Ucrania se siente tan cerca. Hay señales peligrosas que pueden ser la antesala de un conflicto: la intolerancia, el racismo, la crisis económica, la calidad de nuestras autoridades, las visiones de corto plazo.

¿En algún momento podría haber una guerra entre potencias?
Justamente la experiencia de la Segunda Guerra Mundial dio mucho miedo. Ese peso está ahí, y luego con la bomba atómica se quedó fijado. Durante la guerra fría América y la Unión Soviética se peleaban apoyando otras guerras alrededor del mundo, pero no directamente, sino a través de revoluciones mercenarias.

¿Qué guerra o revolución te hubiera gustado cubrir? ¿Cuba, tal vez?
Cuba, sí. Pero era demasiado joven.

Dicen que todas las guerras son parecidas. ¿Cómo cubres una guerra, cómo encuentras historias particulares? ¿Cómo te ubicas cuando llegas?
No hay método. Las historias vienen a ti. Tú llegas y la gente te llama, te subes a un camión y te vas por allí y descubres cosas. Lo que sí tienes que elegir con cuidado son a los compañeros con los que vas a partir. Hay que evitar a los rambos, son muy peligrosos. Hay que encontrar gente que te explique bien sus razones. Por ejemplo, en Siria es muy complicado. Todo el mundo pide la salida de Bashar al-Assad. Él representa una minoría de 2 millones de chiitas que se pelean entre ellos y también con los sunitas y los cristianos. El padre de Bashar, que fue un terrible tirano, hizo una revolución. En esa época los que dominaban eran los sunitas, y los chiitas no podían ocupar cargos importantes. Entonces como no conseguían trabajo se volvían militares, como fue el caso del padre de Bashar, quien llega a ser capitán. Ahora la mayoría trata de cambiar las cosas, pero el problema es que entre los rebeldes se ha infiltrado el extremismo musulmán y hay mil diferentes partidos, es el caos completo. En este momento se están peleando entre ellos. Yo creo que eso va a terminar con una división.

¿Quién apoya a Bashar al-Assad?
Rusia e Irán. Hay una base militar rusa en el lado del Mediteráneo. Ahora Arabia Saudita y Qatar han armado a los rebeldes extremistas. Bashar es un tirano que ha disparado contra su pueblo, pero sus enemigos son nuestros enemigos. Y no creo que Francia esté lista para eso. Es una mierda. Esto puede durar mucho tiempo. Ya hay 200 mil muertes y hay 5 millones de refugiados en una población de 70 millones. Es una catástrofe: las vidas están destruidas, la economía está por los suelos. Es la Edad Media en estos momentos. Abres el caño y no hay agua, prendes la lámpara y no hay luz, la gente come pasto. ¡Estuve en Damasco hace 3 o 4 años y el gran problema era el tráfico!

Si, por ejemplo, estás cubriendo el conflicto israelí-palestino y tienes una posición a favor del pueblo palestino, ¿cómo haces para mantener la neutralidad?
Nunca he sido neutro. Israel es un caso bien complicado porque uno puede cambiar de opinión ahí a cada hora. Cuando hay una bomba en una escuela o restaurante estamos con cólera con los palestinos. Cuando los israelitas bombardean un hospital en Gaza, estamos en contra de ellos. Hace medio siglo que cubro esa guerra, acabo de estar ahí y todo es lo mismo.

¿Cuáles son los argumentos que impiden que se llegue a un acuerdo?
La posición de los israelitas es clara: nunca más un Holocausto. Tenemos un país y un ejército. Los judíos de todo el mundo pueden venir acá y estar protegidos. Al comienzo fue una “injusticia necesaria”, pero el problema es que son expansionistas. Los palestinos me mostraban las llaves de las casas que tienen en Tel Aviv que tenían colgadas en sus cuellos, y a las que no pueden entrar. Ellos dicen que el Holocausto no lo hicieron ellos, entonces por qué no llevan a los judíos a Alemania o se quedan en los países donde nacieron. Los judíos dicen que esa fue su tierra hace tres mil años. Pero si yo tengo mi departamento y regreso después de 3 mil años alguien más estará allí, ¿no?

Siendo en realidad pueblos hermanos se sienten absolutamente diferentes unos de otros.
El problema es que parte de los israelitas que viven en Israel piensa que vive en Europa y que sus vecinos son los italianos o los ingleses, y están en el Medio Oriente y tiene que mezclarse con los árabes. Claro que hay menos atentados con ese muro, pero si para llevarte bien con tu vecino hay que poner un muro, francamente… Los israelitas tienen el poder regional, entonces la iniciativa de la paz debería venir de su parte. No quieren negociar con el enemigo, pero yo me pregunto: ¿entonces con quién se negocia, acaso con los amigos? Es el único país que no tiene una Constitución, no hay un documento que diga que hay que respetar los derechos humanos. Hay mucha gente en ambos países que quiere la paz, sobre todo los jóvenes. Hay intercambios, obras de teatro conjuntas.

¿Mientras hay un bombardeo en Gaza, la gente al otro lado sigue haciendo su vida normal?
A veces van los fines de semana a tomar fotos de las bombas con sus celulares, llevan a sus hijos y hacen como un picnic. Yo los he filmado.

La guerra se vuelve cotidiana para la población civil. ¿Es así en todos los lugares o solo sucede ahí?
En Israel es particular porque son dos mundos. En Tel Aviv a la gente le importa un comino lo que pasa en Gaza. Es como una mini Nueva York. Hay una negación de lo que pasa. Una bomba cayó en el mar de una playa donde había miles de personas. Yo estaba en el restaurante de la playa, y el mesero que me atendía siguió como si nada. Me dijo: ‘Es solo una bomba’. Durante una hora la gente se escondió, pero después volvió.

¿En otras guerras cómo es que la población se adapta a esa situación?
No se adaptan, es terrible. Se desenvuelven, pero son vidas en regresión. En Siria la gente está viviendo en cuevas y las mujeres dan a luz ahí, sin agua. Hace tres años que los niños no van a la escuela.

Los países que ha colapsado en los últimos años son muchos: Siria, Irak, Afganistán, Haití. ¿Hay más conflictos que antes?
Ahora hay menos guerras que antes. Antes había conflictos en toda América Central, África. ¡Estoy preocupado por mi trabajo!

Estuviste en el Perú durante la guerra interna.
Fue en 1992. No me acuerdo dónde estuve. Neesweek había contactado a las autoridades. Cuando llegué al aeropuerto había un tanque y pensé ‘así me estaban recibiendo’. Pero no era eso, justo fue el día del autogolpe de estado de Fujimori. Yo llegué con mi permiso del ministerio y los militares pensaron que era el permiso para cubrir el golpe, y era para ir a la selva. Entonces filmé todo desde un jeep militar. A mis amigos periodistas que llegaron al día siguiente les prohibieron tomar fotos, y no entendían cómo yo sí podía tomarlas. Un día duró esa confusión y después me fui con el ejército a la selva, no sé exactamente dónde. Fuimos atacados por Sendero Luminoso. En la patrulla con la que iba, 30 fueron asesinados. Fue un desastre.

¿Cómo te salvaste?
Vi al que tenía la radio y pensaba que había mandado un mensaje, pero la persona estaba muerta. Yo escuchaba a los senderistas que venían y gritaban: ‘muerte’. Recuerdo que agarré un fusil. En ese momento ya no era periodista, era un hombre que quería vivir. Felizmente el de la radio sí llegó a mandar un mensaje. Tuvimos mucha suerte porque a 3 kilómetros estaban 4 helicópteros de la DEA que nos rescataron.

¿Sabes disparar?
Yo he estado en el ejército en Francia. En esa época todos teníamos que hacer servicio militar durante un año.

Cuando cubres una guerra, acompañas a uno de los lados. Por ejemplo, en Perú estuviste con el ejército. ¿Qué tanto influye ello en la percepción que tienes del conflicto?
Cuando puedo yo escojo el lado de la víctima. Claro que no siempre es posible. Lo otro es escoger el lado del más fuerte que es lo más seguro. Cuando estás con el ejército tú lo sigues, pero te quedas atrás y ves a las víctimas que caen y puedes hablar con ellas. Cuando estuve en El Salvador era muy fácil estar con el ejército y después con la guerrilla. En Gaza tengo muchos amigos con los que estoy en sus casas, pero también tengo amigos en el ejército. Yo he estado durante toda la guerra con ellos. Muchos son generales jubilados. En Afganistán estuve con los talibanes, y al que ahora es el comandante talibán lo conocí cuando combatía contra los rusos en 1981, y él no era talibán en esa época. Ahora tiene una barba inmensa y cada vez que me ve, me pregunta si tengo whisky. Esa es una guerra justa, por ejemplo, porque creo que están completamente locos.

¿Son tan fundamentalistas como los pinta la prensa occidental?
Los talibanes sí; los afganos, no. Entre ellos se unen en contra de los americanos, de los franceses, pero después se van a pelear entre ellos. Allí las alianzas cambian todo el tiempo. Eso ha sido así desde siempre. Yo estaba con los soldados afganos e ingleses que se supone son sus aliados. Durante la noche los afganos se fueron al lado opuesto, y los ingleses no entendían qué pasaba. Cuatro días después regresan y el inglés les pregunta al jefe por qué se habían ido, y el afgano le responde: ‘Porque pensamos que los otros eran más fuertes’. Afganistán es bien particular. Hay que entender que nadie externo les ha ganado una guerra: ni los rusos, ni los americanos, ni los franceses. Y eso que los americanos son los que crearon a los talibanes para luchar y ganarle a los rusos.

¿Hay algún olor o sustancia que te remita a imágenes o recuerdos terribles?
No me gustan las parrilladas porque me hacen recordar el olor de la carne humana quemada.

En Panamá fuiste víctima de lo que entre los periodistas de guerra le llaman un friendly fire, que nos has dicho que es estar en medio del fuego de las balas.
Cuando caí herido en Panamá creí que esa vez sí me tocaba morir. Allí, tirado en la calle, estuve solo, sangrando durante cuatro horas, viendo ese charco de sangre crecer y crecer. Pensé en cuál sería mi última frase antes de morir, pero no se me ocurría nada. He visto morir a tanta gente, pero nunca pensé en mi propia muerte. Escuchaba el canto de un pájaro y me dije: ‘me voy a morir y ese pájaro va a seguir cantando’. Entonces le agarré odio a ese pájaro. Después me rescataron.

¿Cuál fue tu primer trauma?
Cuando me dejó mi primera esposa. Ahora lo que más me cuesta es despedirme de la gente que me recibió en sus casas, que compartió conmigo lo poco que tenía para comer, que me presentó a sus familias. Yo sabía que iban a morir porque las bombas seguirían cayendo y acabarían con todo. Toda esa gente tuvo confianza en mí, me contaron sus historias. Después de tantas despedidas, mi dolor por una relación amorosa es nada comparado con lo que siente la gente que se queda en medio de una guerra.

Si pudieras darle un consejo a los corresponsales que recién empiezan, ¿cuál sería?
Si están dispuestos a firmar el documento que te entrega el ejército americano y que dice: ‘Si usted muere, pierde una pierna, es quemado, etc., etc., el ejército no se responsabiliza…’ Si pueden firmar ese documento, si no les importa que su pareja los deje, si tampoco les importa ganar una mierda porque esta carrera está cada vez peor pagada, si no les importa que los critiquen por las fotos que tomen, si sienten pasión por lo que hacen, entonces, bienvenidos al club.

¿Estás casado?
He estado casado 4 veces y tengo 5 hijos. Eso no funciona.

¿Alguna relación ha surgido durante una guerra?
No. Las historias de romance y sexo son raras durante la guerra, porque uno apesta, está sucio. Un hombre y una mujer que están sucios no tienen ganas de sacarse la ropa.

¿Y ahora estás solo?
Ahora estoy bien solo. No le tengo miedo a la soledad. Para eso están los bares.

 

(Traducción: Roxana Olivera) 

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