Giros coyunturales

Después de meses y meses de girar alrededor de Nadine Heredia y sus presuntas pretensiones presidenciales, la coyuntura nacional dio un giro radical cuando el congresista Carlos Bruce, el autor del polémico proyecto de Ley para la Unión Civil, decidió salirse del cuadro –y, de paso, del clóset-, desubicando a los opositores de su propuesta al confesar que: sí, pues, es gay y que se siente orgulloso de serlo.
Aunque había que ser iluso para esperar que el actual Congreso, lleno de evangélicos, supernumerarios del Opus Dei y retrógradas de todo pelaje, se iba a animar a aprobar la ley que reconoce los derechos de un enorme segmento de la población a convivir y amarse con tranquilidad y seguridad patrimonial (por lo pronto, ya hay dos leyes que sibilinamente pretenden acoger el mismo principio negando lo principal: el derecho de emparejarse). El gesto de Bruce marca un antes y un después de la lucha por la igualdad, pues es la primera vez que una autoridad elegida se declara públicamente homosexual.
Además, toda la discusión generada en torno a la Unión Civil es, en sí mismo, un adelanto de leguas. Es más, me atrevería a decir que es el debate de la década, pues no sólo hablamos aquí de los derechos de un segmento de la población por siglos invisibilizado, sino, básicamente, de libertades. Es decir, del deber del Estado de garantizar que cada ciudadano haga de su vida lo que quiera, siempre y cuando no incumpla ninguna ley ni haga daño a terceros.
También será la prueba del deslinde definitivo de un estado laico con una Iglesia católica que insiste en intervenir en temas civiles. Por eso, sospecho que este tema va a teñir (¿de rosa?) la campaña del 2016, pues la comunidad homosexual tiene ahora la posibilidad de exigir a los aspirantes a que pongan en agenda sus preocupaciones de género e, incluso, de boicotear candidaturas que sean abiertamente homófobas.
Pero, ojo, no porque el foco de interés ha variados por unas semanas, la esposa del presidente se libra del callejón oscuro al que la someten insistentemente sus detractores. Al contrario, sigue siendo la piñata favorita de la oposición, especialmente después del enojoso incidente Cosas, donde, entre otras cosas, fue acusada de atentar contra la libertad de prensa, de ser ingenua por creer en la palabra del periodista que le ofreció un reportaje no político, de apelar a empresarios amigos para vetar un artículo (grave tema sobre el que los acusadores no dieron pruebas) y hasta de lucir excesivas joyas en las fotografías.
Lo que nadie puede negar es que pese a que las encuestas revelan que su excesivo protagonismo no favorece a la imagen de su esposo -al punto que ya hay quienes le aconsejan meterla en el clóset por un rato (como si él pudiera siquiera sugerírselo, ja)-, doña Nadine parece disfrutar provocando a sus críticos. Por ejemplo, luciéndose cual jefa de Estado en una prolongada visita a Río de Janeiro donde, entre otras cosas, se reunió con el ex presidente Lula Da Silva y fue reconocida como incansable "líder y movilizadora social" de Unasur en la prevención y control del cáncer, distinción que desconcertó a medio mundo pues, por aquí, jamás la hemos visto ni siquiera portando una de las alcancías de la Liga contra el Cáncer.

Claro que, en materia de condiciones piñateriles, no le va muy a la saga la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, especialmente ahora que parece decidida a tentar la reelección tras recibir incluso el apoyo de los partidos de izquierda a través de la novísima alianza llamada Confluencia popular y, por si fuera poco, obtener un repunte de algunos puntitos en recientes encuestas.
Ahora, Villarán se apresta a competir de igual a igual con Luis Castañeda Lossio AKA #forever alone, AKA Mister Comunicore, AKA El Mudo. Para eso, ha realizado dos acciones bastante vistosas: la controvertida ampliación de la licencia a los ambulantes del centro de Lima por dos años más (que, valgan verdades, le ha ganado más críticas que elogios) y la entrega de la Línea 1 del Metro de Lima, que sí satisface uno de los más grandes sueños de los habitantes de esta metrópoli.
Lo que es evidente, más allá de lo que hagan Nadine y su esposo (by the way, también presidente de la República) o Susana Villarán, es que hay una insistencia en un par de corporaciones mediáticas para socavar cualquier esfuerzo y deteriorar la imagen de ambas mujeres. No sabemos si es por simple misoginia o porque se trata de una consigna coordinada con las fuerzas políticas del conservadurismo más extremo (¿alguien dijo “keikoalanismo”?). Además, pese a los esfuerzos de los aspirantes a la alcaldía –incluida la Tía Regia- por calentar en algo la inminente campaña municipal, la coyuntura nacional sigue girando, con dos años de anticipación, en torno al 2016 y, cómo no, alrededor de la kilométrica cintura de Alan García, el único político que, tras su salida de la presidencia, se ha mantenido en constante campaña.
Pese a que las prematuras encuestas de intención de voto aún las encabeza su extraña aliada Keiko Fujimori, García no pierde ocasión de lucirse como el gran titiritero de la coyuntura, a pesar de que sobre su cabeza penden sospechas y acusaciones serias, entre ellas la nunca aclarada de los narcoindultos y la larga lista de actos de corrupción en su gobierno que elaboró la fenecida Megacomisión. Su única respuesta a todo eso, por cierto, es repetir, cual bataclana argentina, que sus enemigos políticos lo odian (#envidia, me tienen envidia) por ser dizque el único político con verdadera opción para el 2016.
Lo cierto es que, como dijimos, García vive en campaña y no se cansa de hacerle ojitos al fujimorismo, como hace unos días, que se manifestó a favor de que se le otorgue la pensión presidencial a Alberto Fujimori, quien, después de haber comprobado que haciéndose pasar por un agonizante y senil ancianito no la hacía, ahora está clamando pobrezas a través de su abogado.
Para algunos, la pretensión de Fujimori es una muestra de extrema frescura y, para otros, un intento de desviar la atención de su juicio por el caso de los diarios chicha. Lo claro es que nadie se cree que pase penurias alguien que pudo solventar una larguísima estadía en el país más caro del mundo, Japón, donde hasta realizó una costosa campaña para convertirse en senador. Tampoco alguien que pudo pagar una millonada por los estudios de sus hijos en Boston. Y menos alguien que ahora mismo puede darse el lujo de pagar a abogados de alto vuelo para defenderse de sus múltiples acusaciones.
Sus partidarios, sin embargo, se debaten en una disyuntiva existencial: o ponen carita de pena cada vez hablan de su “moribundo” líder o arman un jolgorio para grabar un video clip por el cumpleaños de su lideresa máxima. Pobrecitos, a este paso, van a terminar esquizofrénicos.