No más democracia de papel

El proceso electoral del 2016 será la cuarta elección presidencial ininterrumpida en los últimos 100 años en el Perú. Eso significa que hemos entendido que las aventuras dictatoriales, caudillistas, deben quedar en el pasado y que queremos vivir en democracia. Sin embargo, lo que podría ser motivo de satisfacción es apenas un consuelo, porque, podemos decir que tenemos democracia, pero no estamos satisfechos con sus resultados. La que tenemos es una democracia coja y ciega, carente de cualidades que nos ayuden a caminar más ágilmente hacia la consolidación de un sistema que nos ofrezca mejor calidad de vida para todos.
Muy por el contrario a lo que necesitamos, la política se nos ha convertido en un asunto precario y poco transparente. Escándalos de corrupción -el pan de cada día-, parecen inherentes a la clase política casi sin excepción; la situación es tal que para muchos peruanos resulta natural afirmar que “la política es sucia”. Sin justificarlo, se puede entender, pues como hemos visto en infinidad de denuncias periodísticas, para muchos políticos llegar a un cargo, ya sea en el gobierno nacional, el congreso o gobiernos subnacionales, ha significado ganarse la lotería o tener carta libre para hacer exactamente lo contrario de lo que las leyes mandan.
Ya interesa poco, por ejemplo, que la primera dama diga que no son suyas las cuentas millonarias anotadas con su puño y letra, en las antes también negadas agendas. Que la rendición de cuentas de campaña de las agrupaciones ante el sistema electoral delate el burdo manejo para ocultar ingentes cantidades de dineros misteriosos; así como interesa poco también que otro de nuestros connotados líderes admita que “la plata llega sola”.
Se nos ha hecho normal eso de que una cosa es con guitarra y otra con cajón, para justificar el abandono de los planes de gobierno sin rubor ni explicación a los ciudadanos. Aunque el presidente prometiera que en su gobierno los peruanos “más pobres serán beneficiados” estos, después de ilusionarse en la campaña y dar su voto, ya se resignaron a estar entre los que no serán tocados por la prosperidad; sobre todo cuando la economía desmejora y el presupuesto debe ajustarse, en este Perú que se jacta sin embargo, de ser ahora un país de ingresos medios.
Así, la gigantesca brecha de la desigualdad sigue creciendo como amenaza a la paz nacional, donde la mayoría sigue viviendo con ingresos que los hacen llegar, de manera sacrificada, a fin de mes o como en el caso del ejército de jóvenes egresados, con título profesional en mano que deben aceptar salarios que con suerte alcanzan el sueldo mínimo. Es la generación de “los pulpines” cuyas dolorosas peripecias para insertarse en el descontrolado mercado laboral nacional parecen no incomodar a nadie.
No obstante, también hay culpas compartidas, porque los peruanos sufrimos de una antológica mala memoria o simplemente no le damos importancia a lo que se anuncia en el discurso, hasta que pagamos las consecuencias. Si no fuera así y sólo por citar un ejemplo, cómo se explicaría la aceptación que tiene hoy PPK como candidato, que anunciala rebaja de impuestos; cuando en la campaña de Toledo el 2001, acompañándolo como voceado ministro de Economía, anunció que bajaría a 16% el IGV y, ya en funciones, más bien lo elevó a 19%. Sobre propuestas de campaña olvidadas una vez en el gobierno, ¡podríamos escribir tanto!
Pero, por si toda esta historia de frustración y experiencias negativas no fueran suficientes, la gravedad de la hora actual es más inquietante todavía. Queda claro que los peruanos tenemos que tomarnos muy en serio el proceso electoral que acaba de iniciarse y no pensar que este consiste en mirar con desdén y sordera a los candidatos e ir luego a desgano a la mesa de votación para marcar la cédula decidiendo allí mismo por el candidato que mande el temperamento del momento. No podemos ejercer más esa democracia de papel.
La hora actual reclama compromiso. Es urgente la necesidad de contribuir realmente en la generación de paz y progreso desde el rol de ciudadanos, en especial, por la delicada situación que atravesamos. Tenemos la obligación de luchar contra la incursión de intereses ilegales en la campaña electoral, porque la relación de actividades ilícitas, especialmente el narcotráfico, con la política se ha incrementado peligrosamente.
Como sabemos, el crimen organizado tiene una enorme capacidad económica para comprar poder e impunidad, corrompe a funcionarios y políticos. Trae extorsión, tráfico de influencias, violencia; lacras que, lamentablemente, han empezado a formar parte de nuestra realidad.
Si permitimos que sigan ingresando a la política candidatos cuyas campañas son financiadas por dineros oscuros, sufriremos una mayor distorsión en la cultura política, el violento debilitamiento del Estado y una irremediable desestructuración de la institucionalidad y del tejido social. El proceso electoral del 2016 es de tan enorme trascendencia, que no resulta exagerado decir que nos jugamos la incipiente democracia que tenemos.
La responsabilidad en estas próximas elecciones es, no cabe duda, de cada peruano y peruana, que está ahora más que nunca en la obligación de preguntarse quién es él o los candidatos por los que votará, si está capacitado para el cargo y quiénes pueden estar detrás de cada uno,para evitar quetengamos en el estado políticos con agendas perjudiciales a los intereses del país. Por su parte, los candidatos y candidatas, tienen el imperativo de mostrar, si en verdad quieren servir al país,honestidad,transparencia y rendición de cuentas, ¿se puede?