Varias campañas del significante, una política de la letra

Los recientes sucesos en la coyuntura electoral parecen reclamar una urgente reflexión sobre las relaciones entre las palabras, la ética y la política. Nos referimos, claro está, al escándalo de los casos de plagio y de atribución de autoría del candidato de APP, César Acuña, pero sobre todo apuntamos a quienes esgrimen –y aparentemente por no perder su apuesta electoral– argumentos para cubrir esta deshonestidad; como los de Anel Townsend, quien afirmó que la falta de Acuña no sería tan grave como las de otros candidatos: la corrupción del fujimorismo y los “narcoindultos” del gobierno aprista.
Además, en este rubro, podemos incluir el conjunto de las afirmaciones contradictorias, destacadas por los diversos medios, del candidato Julio Guzmán, quien parece estar convencido de diversos principios, que no se condicen entre sí, según el interlocutor a quien se dirija. Igualmente, en este conjunto, podemos incluir al uso retórico de las palabras, en particular el uso de la metáfora para la justificación de actos reprensibles. Es el caso de las afirmaciones de la señora Keiko Fujimori, quien ha dicho haber “cargado una mochila muy grande por errores de otras personas” para referirse a sus relaciones innegables con los crímenes del fujimorismo.
Todas estas afirmaciones son, desde un punto de vista psicoanalítico, un conjunto de significantes articulados que no remiten sino a otros significantes sin nunca anclarse en lo que estaría fuera del discurso, es decir, en algo real. Algunas de ellas son en apariencia coherentes: no sería tan grave plagiar en una tesis como sí lo sería indultar a un gran número de narcotraficantes; otras afirmaciones pretenden atenuar el peso de los hechos de corrupción con algún tropo literario y “mochilero”. Y otras, simplemente, son contradictorias. Pero cada una de ellas se hilvana con argumentos nuevos, complementarios o repetitivos, es decir, con articulaciones significantes y no con los hechos; incluso podría decirse que su significación se enlaza y se hace coherente en contra de lo real que, así, queda por fuera de la escena.
No obstante, también hemos podido observar otro tipo de relación entre las palabras, la ética y la política. Nos referimos a las afirmaciones del candidato Alfredo Barnechea quien las articula, no solo con otras aseveraciones, las que son resultado de un conocimiento académico legítimo, sino también con su verosímil conocimiento de autoridades y prestigiosos actores de la escena política y administrativa peruana y mundial. Además de reclamarse amigo y admirador de líderes políticos peruanos como Haya de la Torre o Fernando Belaunde, por su trayectoria profesional ha conocido al secretario general de la Comunidad Andina de Naciones, al comisionado Europeo para el Comercio, al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, entre otros. Construye así un semblante de saber propio de un estadista que se haya además avalado, y con justicia, por el prestigio de esos nombres y esos cargos.
En este mismo campo podemos incluir a la candidata del Frente Amplio, Verónica Mendoza, cuyo uso de las palabras es, en algunas precisas ocasiones, notablemente referencial. A semejanza de Barnechea, sus discursos pretenden dirigirse hacia los hechos reales. Sin embargo, a diferencia de este, no lo hace para avalar legítimamente un saber y una competencia personales, sino para ubicar con precisión casi indicial: un hecho que otros pretenden no aludir o directamente enmascarar. “Tenemos que empezar por llamar corruptos a los corruptos, aunque vistan saco y corbata”, “es una condición indispensable para combatir verdaderamente esta lacra”, dijo la candidata en el foro organizado por PROÉTICA en torno al tema de la corrupción en la Universidad del Pacífico. Y, en ese momento, sus palabras parecieron enroscarse sobre sí mismas; pero al hacerlo se aproximaron con una forma tautológico –llamar corrupto al corrupto–, a la crisis que significa lo real para el discurso siempre elaborado con significantes. Y es que, desde la perspectiva psicoanalítica que adoptamos, lo real solo se articula con las palabras causando perturbaciones en los discursos que pretenden aludirlo.
Todos los discursos, en general, se configuran construyendo o apelando a un saber. Este, desde el punto de vista teórico de Jacques Lacan, se constituye en lo básico por articulaciones de significantes. Como era su costumbre, el psicoanalista francés elabora una escritura de ambición matemática para dar cuenta del saber. Plantea así que este es un significante maestro o clave (S1) que articula el resto de los significantes (S2). Su fórmula es la siguiente: S1 S2. Con estos “matemas” da cuenta de un procedimiento elemental no solo de los discursos políticos aquí aludidos, sino de todo discurso en general, es decir, de todo conjunto de elementos que contienen significación para los seres humanos. ¿Y cuál es este procedimiento elementa? Es el enlace de los significantes que con otros significantes. Es decir que los enunciados, los argumentos, las metáforas, las afirmaciones adquieren sentido, principalmente, al juntarse o referirse a otros u otras equivalentes.
Muy probablemente, la mayoría de los votantes percibe de Verónika Mendoza una propuesta demasiado fuera del sentido común político y quizás todavía no se encuentra esa mayoría preparada para el cambio radical.

Sin embargo, los dos grupos de discursos políticos que hoy destacamos se distinguen entre sí por las decisiones que toman respecto de sus lazos con lo real: o se dirigen, los primeros, a la coherencia retórica de las articulaciones significantes y pretenden evadir el meollo de los hechos o se enfrentan; los segundos, a los hechos fuera del discurso como fundamento del discurso.
Habría que añadir algo más: el saber fundamental de las personas es desconocido. A diferencia de un equivocado sentido común, el psicoanálisis afirma que no todo saber es consciente, sino que incluso el saber más importante que se realiza entre los seres civilizados es en cierto modo completamente desconocido. Según Jacques Lacan, es por un acto enorme de caridad que Sigmund Freud interviene en la civilización occidental con la demostración de que hay una instancia diferente a cada uno de nosotros, los hablantes, que dirige y orienta el saber. El término lacaniano para esa instancia es el gran Otro. Todo lo que hay en él son redes de significantes, todos relativos unos respecto de otros y siempre articulados por alguno que, por hechos contingentes, se convierte en el significante central.
Lo fundamental es que este Otro requiere de los individuos para realizarse. Dicho de otra manera, cuando hablamos le damos un lugar en la realidad a los significantes que, de otro modo, se encuentran como flotando, como almacenados en un archivo de sentidos comunes, por encima de las cabezas de todos los que pertenecemos a una comunidad, a una cultura. Lo que hacen Townsend, Fujimori y Guzmán con sus discursos es ser el lugar de la realización de ese saber puramente significante y, sin saberlo, confirman el gran Otro de nuestra época. Cabe añadir que ese archivo de saberes que ellos actualizan es de naturaleza capitalista. ¿Acaso no es relativo a la lógica del capital el discurso de Townsend que pondera lo menos y lo más? ¿No está regida por ella la vinculación de los inconciliables según las conveniencias del mercado y no es esto lo que ocurre en los enunciados de Guzmán? ¿La metáfora con pretensiones atenuadoras no es como una envoltura atractiva para el mismo producto viejo y malo que se nos pretende volver a vender?
Por oposición a estos enunciados que solo se solidarizan con el saber inconsciente y capitalista, los enunciados de Verónica Mendoza parecen apuntar a un más allá y, al hacerlo, se arriesgan a ser tautológicos y, por lo tanto, autorreferenciales. Pero no lo son. Aunque no lo parezca son estos y no todos los enunciados anteriores los que tienen más confianza en el discurso y en sus capacidades de referirse a lo real. Llamar corrupto al corrupto es creer o apostar, es decir, arriesgarse a ubicar un lugar problemático, imposible de abordar, pero necesario de enfrentar con los instrumentos de la significación. Usando las fórmulas de Lacan, su tautología es una letra y apunta a un sitio. Como una letra, una X en un mapa de piratas, su enunciado “llamar corruptos a los corruptos” –y otros varios semejantes “ladrón al ladrón, plagiario al plagiario”— apunta a una ubicación crítica: el tesoro mal habido, el oro escondido de la corrupción, pero sobre todo la falta de relación entre las necesidades ciudadanas y los intereses de los políticos.
Los actos posteriores de su campaña apuntan a lo mismo, a lo que podemos llamar una “política de la letra”. A decir esto nos ayuda el hecho de que fue con una carta (une lettre en francés) que Verónica Mendoza se dirigió a la SBS para solicitar el levantamiento de su secreto bancario, para demostrar que no hay nada que ocultar debajo de su campaña. Pero el asunto de la letra va más allá de lo anecdótico del gesto: con la palabra francesa que se traduce por “carta”, Lacan alude también a una letra (lettre) que, por oposición al significante, sí apunta a lo real. Es una letra-carta con la que se dirige no solo hacia la administración bancaria, sino hacia los que pretendan recibir un mensaje diferente y demasiado anómalo dentro de la política peruana. En él se comunica sobre las posibilidades del discurso político de ser algo más que sentidos comunes girando casi automáticamente.
La carta-letra pretendería rayar el “disco-urso”corriente y giratorio que nada de lo humano lleva implicado, salvo su sentido capitalista y monótono. Y es emblemático de esta política –pero no tiene por qué ser un acto consciente— la asunción de la “V” como una letra que conecta el nombre propio de la candidata con la valentía. Se trata de una apuesta, claro está, que se orienta con este mismo procedimiento: solo la letra en sentido lacaniano apunta a un fuera de discurso político y lo conecta con él. Y es claro que la valentía, pero también la honestidad y otros valores relativos, son o han sido ese “fuera del discurso político”, es decir, imposibles dentro de la política peruana de las últimas décadas.
Así, en síntesis, podemos observar que las campañas de los significantes solo se refieren a los significantes y no tocan nada real. Esas parecen ser las de los candidatos aludidos y destacados para la ocasión a partir de algunos sintomáticos enunciados: Acuña –quien además se apropia indebidamente de discursos prestigiosos, como tesis y libros—, Fujimori y Guzmán solo prometen inconscientemente ser medios sumisos de los mismos procedimientos de sentido capitalista. Quizás Barnechea sería el único candidato que promete ser consciente con sus asunciones neoliberales. Por oposición, la campaña de la letra parece prometer una política de la letra, es decir, una que apunte a los problemas reales de nuestra nación.
Hay un hecho por el que varias veces Verónica Mendoza es interrogada: por qué no ha calado todavía su mensaje de honestidad y de rechazo a la corrupción. Ella suele responder “En eso estamos”, refiriéndose a sus recientes viajes al interior del país y al trabajo de comunicación de sus propuestas. No obstante, las estadísticas que no la favorecen son un indicador de que en su campaña apunta a lo real. Muy probablemente, la mayoría de los votantes percibe de ella una propuesta demasiado fuera del sentido común político y quizás todavía no se encuentra, esa mayoría, preparada para el cambio radical. Esto quizás anuncie la derrota electoral de una política de la letra, pero también indica su vigencia y su necesidad imperiosa.