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La agenda pendiente

(Foto: La Tercera)

Pedro Pablo Kuczynski fue elegido presidente del Perú el 5 de junio con poco más de 42,000 votos, el 0.2% de total, en una dramática segunda vuelta contra Keiko Fujimori, quien lideraba las encuestas hasta solo cuatro días antes de la elección. La competencia de este año tiene una similitud importante con la del 2011: el factor determinante fue el antifujimorismo, es decir, la movilización social y política en contra de la organización que defiende el legado de Alberto Fujimori a pesar del autoritarismo, la corrupción y la violación de derechos humanos en sus dos gobiernos consecutivos en los años noventa. En la elección anterior, Keiko Fujimori perdió contra Ollanta Humala y su agenda de izquierda moderada; este año perdió contra Kuczynski y su agenda de derecha tecnocrática. En ambos casos, para quienes determinaron la elección, los elementos ideológico-programáticos fueron hechos a un lado para traer al centro de la discusión un asunto fundamental: la defensa de la continuidad de las formas elementales de democracia.

El resultado final ha sido un alivio para quienes consideramos que el regreso del fujimorismo al poder hubiera sido nefasto, pero no debe entusiasmarnos. Primero porque estas elecciones dejan en claro la fuerza electoral del fujimorismo, aunque no sepamos bien cuál es la racionalidad, expectativas y sensibilidad de sus votantes. En segundo lugar porque el fujimorismo ha demostrado que tiene capacidad de influencia en instituciones políticas y sociales que inclinan la balanza en su favor. En tercer lugar porque la campaña también dejó en claro que el fujimorismo se ha renovado generacionalmente pero no ha cambiado su orientación criminal ni sus estrategias clientelares, más bien les ha dado continuidad. En cuarto lugar, pero no menos importante, porque en todo este tiempo no se han consolidado organizaciones políticas democráticas que puedan ser alternativas electorales importantes al fujimorismo.

Todo esto es sintomático de la pobreza de nuestra democracia. Dieciséis años después de la Marcha de los Cuatro Suyos –la primera movilización masivamente articulada contra el fujimorismo- la calle ha sido nuevamente el escenario principal para la articulación de una oposición social y política a la continuidad del fujimorismo. Las instituciones democráticas no dan la talla, los actores políticos tampoco. Y nuestros procesos electorales son cada vez más decadentes. Vale la pena por eso reseñar el conjunto de la experiencia, pero también anotar cuáles serán los retos principales del siguiente gobierno en cuanto a la agenda pendiente de la democratización.

La primera vuelta dejó resultados importantes que no deben ser opacados por los de la segunda: el fujimorismo se convirtió en la primera fuerza electoral al conseguir la mayoría de votos en 1,028 distritos y 14 regiones que se extienden por todo el norte (costeño y amázonico pero en menor medida andino), el centro y el sur costero. Aunque Peruanos Por el Kambio logró concentrar numéricamente el voto y pasar así a segunda vuelta, no pudo hacerlo extendiéndose en el territorio pues solo ganó en 46 distritos y una región. El Frente Amplio tuvo mucha mayor cobertura territorial pues logró la mayoría de votos en 628 distritos y 10 regiones del país. Estos resultados, sin embargo, no son indicativos de un apoyo sostenido o militante en un contexto en el que más que partidos e identidades políticas tenemos un sistema de competencia entre “emprendedurismos” electorales para los que el dinero y la relación clientelar es recurso fundamental .

La votación de la primera vuelta y la distorsión de un sistema electoral que premia a quienes obtienen la primera mayoría de votos determinó que el fujimorismo consiguiera mayoría absoluta en el Congreso con 73 escaños de un total de 130. Paradójicamente, la primera minoría congresal con 20 escaños no es la agrupación que pasó a la segunda vuelta y hoy preside el gobierno, es el Frente Amplio liderado por Verónika Mendoza, una alianza política de izquierda a la que ningún analista político le auguraba buen futuro. Peruanos Por el Kambio obtuvo solo18 escaños.

En la segunda vuelta, el apoyo del Frente Amplio a Peruanos Por el Kambio –con reticencias fuertes al inicio pero claramente expresado al final de la contienda- fue clave. Peruanos Por el Kambio logró ganarle en Lima y Loreto a Fuerza Popular y se benefició de la votación del Frente Amplio en otras ocho regiones. Fuerza Popular solo pudo ganar y por poco una región más, Ayacucho, donde antes había ganado el Frente Amplio. Y también fue clave el movimiento antifujimorista que se expresó con contundencia en la calle. Kuczynski logró suficientes votos para pasar a la segunda vuelta, pero necesitó un gran empujón de otros actores para convertirse en presidente.

El fujimorismo, por cierto, también necesitó de un gran empujón en la primera vuelta. Recordemos que el proceso electoral se jugó en tres escenarios distintos, con dinámicas y actores propios orientados a definir los resultados del proceso electoral. El primero fue el escenario institucional, el segundo el de los medios de comunicación, y el tercero la calle. Los tres son espacios para el juego político y nos remiten a jugadores y estrategias distintas, y sin embargo en los tres vimos que la cancha estuvo inclinada. A la vez, los tres espacios se relacionan y buscan influenciarse mutuamente .

En el escenario institucional el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) inclinó groseramente la cancha en favor de candidatos representantes del poder establecido, todos ellos vinculados directamente con gobiernos recientes, responsables directos del status quo neoliberal que tenemos desde los 90. La decisión de excluir del proceso a candidatos que se posicionaban bien en las encuestas (César Acuña y Julio Guzmán) y hacerse de la vista gorda con otros, a pesar de las evidencias de haber cometido las mismas faltas (Keiko Fujimori, Alan García y Lourdes Flores, y Pedro Pablo Kuczynski), reveló el doble rasero del JNE y los privilegios de los que gozan algunas agrupaciones políticas.

En el escenario de las empresas y corporaciones que administran la información e inciden directamente en la conformación de lo que en nuestro país pasa como agenda pública, la concentración de medios también jugó a inclinar la cancha a favor de las candidaturas de derecha, y particularmente el fujimorismo que fue tratado con guantes de seda a pesar de las denuncias del oscuro y millonario financiamiento de su campañas, por sus vínculos cercanos con personas y organizaciones criminales que incluso vienen siendo investigadas por la agencia anti-drogas de los Estados Unidos, ni por sus abiertas prácticas clientelistas y prepotentes. En esta arena electoral también jugaron un rol importante las encuestas y las encuestadoras que insistentemente proyectaban la imagen de un fujimorismo imbatible.

El escenario institucional y el escenario mediático se revelaron en última instancia como tableros inclinados en favor de la candidatura de Keiko Fujimori. La calle fue más bien un espacio contencioso que se fue afirmando progresivamente y se inclinó en la dirección opuesta, tratando de hacer contrapeso al poder hegemónico. La fuerza del factor calle contrastó de manera significativa con la incapacidad del fujimorismo por movilizar apoyo popular voluntario, sin pago de por medio. Pero, ¿qué expresó la calle y qué aportó al proceso electoral?

Todo esto es sintomático de la pobreza de nuestra democracia. 16 años después de la Marcha de los Cuatro Suyos, la calle ha sido nuevamente el escenario principal para la articulación de una oposición social y política a la continuidad del fujimorismo. (Foto: Andina).

En primer lugar, la calle expresó la fuerza del antifujimorismo a través de un rechazo espontáneo y estentóreo que levantó argumentos invisibilizados o ninguneados en las otras dos arenas electorales. La calle respondió así directamente al mensaje central de Keiko Fujimori en la campaña del 2016: que ella representaba un fujimorismo renovado y profesionalizado, consciente de la importancia de no repetir los “errores” del pasado. Este discurso fue inaugurado públicamente en un escenario de lujo frente a un auditorio académico liderado por el politólogo Steven Levitsky quien presentó a la candidata en términos sumamente elogiosos (“Keiko Fujimori may have entered politics ten years ago to defend her father, but she has now clearly established herself as a formidable politician in her own right”) resaltando su lugar privilegiado en las encuestas que en ese momento le daban 20% de ventaja sobre cualquier otra candidatura.

En esa ocasión Levitsky argumentó que Keiko Fujimori había aprendido algunas lecciones clave y había trabajado duro para lograr algo -según él- histórico, que ni siquiera el padre pudo alcanzar: la formación de un partido político más fuerte incluso que el APRA . Posteriormente, otros colegas politólogos han asumido con facilidad y sin mostrar evidencias que el fujimorismo está en proceso de convertirse en un partido democrático, quizás porque consideran que participar sostenidamente en elecciones y con porcentajes favorables significativos es un criterio suficiente para que una organización sea considerada democrática . Obviamente no hay una conexión necesaria, pero además hay abundantes indicios que apuntan más bien en la dirección opuesta y que muestran que el fujimorismo es una organización personalista y sin procesos de democracia interna, sin militantes ni programa o ideología definida, con fondos millonarios cuya procedencia no puede explicar, y vinculado a organizaciones criminales . No se trata de soslayar la fuerza del fujimorismo, se trata de entender su modus operandi y las razones que explican su fuerza electoral.

Así las cosas, el nuevo gobierno enfrenta varios retos de envergadura: no tiene partido, no tiene apoyo social, y todo parece indicar que tendrá en el fujimorismo una oposición obstruccionista, en un contexto de alta y persistente conflictividad social principalmente en torno al control del territorio incurso en un proceso de desaceleración económica por la baja de los precios de los metales. De otro lado, tiene un equipo de tecnócratas muchos de los cuales ya son parte del gobierno y tendrá muy probablemente apoyo del empresariado y los medios de comunicación en la medida en que no se aparte demasiado del modelo económico. ¿En qué puede consistir la agenda de la democratización en este contexto?

Precisamente el reto mayor será el de democratizar la práctica gubernamental. En el Perú la derecha ha gobernado sin ser elegida para ello desde 1990, imponiendo verticalmente y muchas veces con violencia desmedida desde el Estado decisiones que en democracia debieran ser debatibles. Esta es la primera vez que la derecha logra llegar al poder, aunque sea como mal menor. El primer reto será entonces gobernar para el conjunto de la ciudadanía y no solo para el crecimiento económico, de manera transparente y no solo eficiente, prestando atención a los reclamos, demandas y propuestas de los muy variados grupos que componen nuestra sociedad y no solo las élites, de quienes votaron por él y también de quienes no lo hicieron, como ha señalado acertadamente Alberto Vergara.

El segundo reto, no menos importante, será el de la forma de gobernar: nuestro país no puede seguir sometido a la práctica de la mano dura para con quienes discrepan o plantean formas alternativas de desarrollo, la democracia requiere diálogo y no solo negociación, capacidad de escucha e incluso de decisión conjunta y no solo estrategias comunicativas y de convencimiento. El tercero será sin duda interactuar con las otras fuerzas políticas en las instituciones del estado, sin tener un verdadero partido político detrás ni alianzas políticas al lado. Precisamente por eso el presidente tendrá que construir y sostener el apoyo de la ciudadanía, y particularmente de los grupos que hicieron posible su triunfo y con los que sí asumió compromisos importantes, como la CGTP o las organizaciones de víctimas del conflicto armado interno.

En resumen, tendremos un gobierno de derecha. Esto por supuesto, no es una novedad. La pregunta es si será un gobierno democrático y democratizador.

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