Piedad Bonnett: “El machismo se ha vuelto muy soterrado”

Detrás de esa señora chiquitica, como dicen sus paisanos, simpática y bonachona, se esconde una mujer de gran fuerza, con convicciones inquebrantables y pasiones controladas. Uno puede estar seguro que nos está diciendo exactamente lo que piensa, que con ella uno siempre sabrá a qué atenerse. Esta señora chiquitica en una gran poeta colombiana con dos antologías en su haber, cuatro novelas y cinco obras de teatro.
Eres un ejemplo de la importancia de la lectura temprana. La lectura te atrapó desde muy niña. Te marcaron Dostoiesvsky y otros escritores clásicos.
Creo que fue definitivo que mis papás creyeran en la educación como una manera de sacar adelante a los hijos. Era un matrimonio conformado por una maestra y un buen lector, sobre todo de revistas. Tenían esa aspiración muy clara de que no era el trabajo o el dinero lo importante sino la formación. Ellos eran personas de clase media, no especialmente ilustradas, pero en la casa había libros. Yo soy de un pueblo chiquitico en el que nacieron los hermanos Castaño, estos paramilitares, una zona que después se tornó muy violenta, aunque siempre lo fue porque ya estaba presente la violencia que produjo el enfrentamiento entre liberales y conservadores.
¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
Mi papá nos compró la colección “El tesoro de la juventud” y yo leía los cuentos fantásticos que aparecían ahí. Me salteaba las partes de ciencia, divulgación científica, el porqué de las cosas. Me concentraba en los cuentos y en la poesía que era la peor poesía española del siglo XIX. Leía a Espronceda. Mi papá recitaba poesía.
Mi mamá me llevaba a mí, que era la hija mayor, donde una señora del pueblo que alquilaba libros. Ese es uno de mis recuerdos más antiguos porque yo debía tener tres o cuatro años. Empecé a leer cuentos infantiles. El primero fue “El jardín de Lilolá”. Me acuerdo de tardes enteras en las que me quedaba leyendo cuando tenía cinco años.
Seguramente tu mamá estaba muy orgullosa.
Y yo también. Decía: “Ella es muy inteligente, ella sabe leer y recitar”. Mi mamá era una mujer hermosa, de una familia de mujeres hermosas y yo no le parecía especialmente agraciada. Ella me enseñó a recitar para compensar eso. Yo debí haber sido muy vanidosa, de las que se creía la gran cosa intelectualmente, porque lo otro estaba bastante menoscabado por la mirada de mi mamá que nunca me dijo que yo era fea, pero disimuladamente me lo demostraba. Entonces en el colegio me gustaba sobresalir en literatura y en dibujo.
Ustedes salen de Amalfi cuando eras todavía muy pequeña. ¿En Bogotá seguiste siendo una devoradora de libros o la gran ciudad te distrajo?
Cuando me fui a vivir a Bogotá me acuerdo de una especie de epifanía. Tendría unos 16 años. En Bogotá llueve mucho y yo estaba leyendo “Crimen y Castigo” de Dostoievski. Sería un domingo por la tarde, estaba en la pequeña biblioteca de mi casa y afuera había una luz particular. Es una luz que a veces hay en Bogotá y es plateada. Se parece a la visión del mar aquí cuando está brumoso y es tremendamente mágico. Yo me acuerdo que miré por la ventana esa luz que se proyectaba por la calle y tuve la sensación de que esa era la idea de la felicidad, de que no podía ser más feliz que en ese momento. Ahí decidí que quería ser escritora, quería escribir libros que le proporcionaran a la gente esa misma felicidad que yo estaba sintiendo. Así fue que decidí estudiar filosofía y letras.
¿Y cuándo das el siguiente paso y empiezas a escribir poesía?
Cuando estaba en el colegio descubrí que sabía versificar, escribía en endecasílabos. Luego mi vida ha sido una pelea con los endecasílabos porque eso es lo primero que me sale y ya no se escribe así. La versificación es una destreza que no tiene que ver con la poesía. La poesía es otra cosa distinta. En el colegio las monjas no eran nada ilustradas. Yo adoraba la historia y también la geografía. Me di cuenta que me interesaba mucho saber, conocer. Pero a los 13 años era una niña díscola, tenía problemas con la autoridad, detestaba a las monjas de mi colegio o que mi papá me prohibiera hacer muchas cosas.Hasta que me echaron de ese colegio.
¿Por qué te expulsaron?
Porque yo me bajaba en el paradero que no era, esperaba con un grupo de amigos hombres que yo tenía del barrio. A las monjas les parecía que yo causaba perturbación, que era rebelde. Mis pobres papás se creyeron ese cuento porque creían en la autoridad y todo eso. Entonces decidieron que para corregirme me iban a mandar a otro colegio en Bucaramanga, un internado donde enseñaban dos tías monjas hermanas de mi mamá. Me metieron en un avión a los 13 años. Bárbaro, no dimensionaron lo que eso podía significar para mí. Fue una torpeza de mis papás que tuvo sus frutos porque en esa ciudad sentí ese abandono que me obligó a hacer un ejercicio de introspección y empecé a escribir poesía en serio.
Tus hermanos también están ligados a las artes y a las humanidades. Un cineasta, una historiadora.
Los cuatro. Un cineasta que ha escrito tres novelas publicadas por Alfaguara. Lo cual es extravagante porque es extraño que en una familia haya dos novelistas. Mi otro hermano es traductor y editor.
¿Hay algo genético?
En mi familia había talentos. Mis antepasados fueron maestros, mi abuelo paterno maestro. Yo tenía un bisabuelo que pintaba de manera extraordinaria. Yo sé dibujar muy bien. Mi hijo tenía un gran talento para el dibujo.
Yo nací en un pueblo en el que - a pesar que después hubo una violencia tan feroz-se apreciaba mucho la letra escrita. El libro “María”, de Jorge Isaac, lo pasaban de casa en casa y la tarea de la persona que lo leía era pasar a verso un fragmento del libro.
Ahora hay mucha distracción con Internet y la televisión, y ello puede dificultar aun más el hábito de la lectura.
Me da mucha tristeza eso. Pero hay sensibilidades, proclividades y vocaciones a toda prueba. Camus vivía en una familia pobrísima en la que no había ni qué comer, ¿cómo hizo para leer? El mismo García Márquez creció en una familia no especialmente letrada. La mayoría de escritores de América latina, sobre todo del siglo XX, pertenecemos a familias de clase media, no de clase alta. Esto de la genética a cualquiera le podría parecer un exabrupto, pero yo sí creo que hay algo que corre por la sangre.
Tú tuviste un taller de escritura creativa.
Tal vez fue uno de los primeros en Bogotá. Era para un grupo chiquito en la universidad privada. He visto a muchachos con un talento enorme que están otra cosa; les faltó la disciplina, el impulso. Cuando uno es un escritor de verdad tiene una fuerza que lo impele. Yo misma tuve muchas dificultades. La universidad me sofocó la creatividad. La universidad me frenó mucho porque en el momento en el que yo entré no era tan natural escribir dentro del aula. La idea era que nos formaban para ser maestros y críticos. En la facultad de literatura teníamos que ser unos académicos, leer marxismo, Foucault. La academia no fomentaba que escribiéramos, cuando uno usualmente se mete a estudiar literatura porque quiere ser escritor. A mí me castraron con ese apabulle de la reflexión te meten en un territorio donde tu cabeza te funciona distinto. Dices: “Uy, hay unos genios. Yo qué voy a ser Proust”. Me hice hipercrítica de mí misma y me paralicé por varios años.
Salir de ese entrampamiento es muy difícil.
A veces no se consigue con la mera voluntad. Yo me casé muy joven cuando estaba en la universidad, tuve a mi primera hija muy joven. Me vi metida en una vida que no era la que yo había querido tener. Tuve una especie de conflicto, y no hay nada más productivo que el conflicto para la literatura. Así como yo había escrito en la adolescencia volví a escribir por ese desacuerdo conmigo misma que me había frustrado. Trabajaba mucho, criaba niños, estaba llevando una vida burguesa muy aburrida.
¿Qué fue lo primero que escribiste que te permitió romper el bloqueo?
Ahí me decidí por un género que es el que más he amado, el que más disfruto leyendo y el que nunca he realizado: el cuento. En la universidad empecé a escribir cuentos motivada por esa militancia. Eran cuentos horribles, totalmente de mano alzada, demagógicos. Imitaba a Rulfo y a otros escritores latinoamericanos.
¿Se puede enseñar a escribir poesía?
Literalmente, no. Se puede enseñar a escribir novelas. Estructuras, maneras, perspectivas. Finalmente se pueden escribir novelas decentes y nada más que decentes, sin talento. La poesía sí es un don porque su ejercicio tiene que ver con el manejo del pensamiento simbólico y la metáfora tiene que nacer de una mente asociativa. A mis estudiantes los ponía a hacer narrativa y poesía. Yo veía que el 95% no tenían el pensamiento asociativo - simbólico. Había dos vicios que me llamaban mucho la atención: la tendencia al realismo que no logra imaginar suficiente para asociar. Y los narradores que me decían “pero eso fue así”. No importa si pasó así, no tienen que ser fieles a la realidad.
Pero lo que sí se puede incentivar es el gusto por la poesía.
Claro. Cuando empecé a dictar poesía, el primer curso lo tuvieron que cerrar porque había cinco estudiantes. Ni sabían lo que era porque no se los había enseñado ni en la casa, ni en el colegio ni en ninguna parte. Pero yo perseveré y tuve siete alumnitos, veinte alumnitos. Al final había más de 50 que querían entrar a mi curso y teníamos que cerrar la inscripción porque más de 25 no pueden aprender poesía en un curso. Esos niños llegaban sin tener idea de qué era la poesía. Los más afortunados sabían quién era Mario Benedetti, un poeta que me parece muy menor. Entonces empezábamos a leer a Blanca Varela, “ternera acosada por tábanos”, no es que yo les explicara el poema sino que veíamos el ejercicio del lenguaje. Qué sentido sugiere. Hacíamos algo que era muy difícil, muy abstracto, pero muy apasionante. Yo veía cómo algunos se iban enamorando de ese lenguaje, y muchas de esos alumnos se hicieron poetas. ¡Imagínense que eso se hiciera con niños de ocho años! La gran falla en la relación con la poesía está primero en casa, y luego en la escuela porque los maestros están vertidos a la narrativa.
A veces las personas se inhiben o aceptan que los parametreny no desarrollan sus cualidades creativas.
La educación castra mucho a la gente. El culto a la razón es tremendo. Me doy cuenta de eso con mis nietas. Tengo tres, pero hay una que adoro, de cuatro años y medio. Yo veo que juegan a la casita y de pronto le digo:“ Ahí hay un monstruo”. Y ella me para bolas a mí porque voy más lejos que los demás. Naturalmente, no es que me lo proponga. Tengo una imaginación que va más allá de la lógica.
La forma de escribir poesía no es igual que cuando se escribe narrativa.
La mente funciona completamente diferente. Yo tengo distintas formas de escritura. Además escribo teatro y una columna en el periódico.
¿Cómo se te ocurren las ideas para tus poemas?
El poema nace como una pequeña iluminación. Cuando leo siempre tengo una libreta en la que apunto las ideas o un verso hermoso que me seduce, con el crédito de la persona que lo ha escrito para que no vaya a pensar después que es mío, cosa que ya me pasó una vez. Esa idea debe convertirse en lenguaje en mi cabeza. No es que yo piense todo el poema sino que imagino una especie de música, el tipo de lenguaje: más prosaico o más lírico. Me siento cuando estoy lista, y tengo que tener mínimo dos horas. Si alguien va a venir en dos horas es mejor que no me siente, porque qué tal si viene y yo no he terminado. El poema tiene ser escrito de una sola sentada.
Yo veía cómo algunos se iban enamorando de ese lenguaje, y muchas de esos alumnos se hicieron poetas. ¡Imagínense que eso se hiciera con niños de ocho años! La gran falla en la relación con la poesía está primero en casa, y luego en la escuela porque los maestros están vertidos a la narrativa.

Y requiere de condiciones diferentes: ¿más silencio, menos referentes intelectuales?
El acto de escribir un poema exige un tipo de concentración muy distinta del de la prosa. Es una introspección por eso no puedo oír música porque yo estoy construyendo una música para ese poema, y el pensamiento fluye de una manera muy libre, asociativo, se vuelve simbólico. Es como si estuviera poseída.
La novela es distinta. También aparece la idea, pero escribir lleva mínima un año. A mí me toma dos. El único que escribí en seis meses fue el libro testimonial “Lo que no tiene nombre”, cuando murió mi hijo. Me gusta escribir novela, no prosa poética, y eso exige continuidad e investigación y un cierto compromiso con la verosimilitud. Y los poetas somos básicamente perezosos.
La poesía peruana tiene una calidad reconocida internacionalmente. ¿Estás de acuerdo?
Para mí es la mejor poesía del continente. Tienen una tradición muy fuerte, una poesía diversa con una fuerza increíble. Tengo debilidad por Blanca Varela. Me cambió radicalmente. Examinábamos los poemas de Blanca Varela en clase con mis alumnos y es una poesía que no se agota jamás. Cuando escribo, mi calentamiento consiste en leer primero un poema de un poeta que ame mucho, y una de esas poetas es ella. Me lleva a un universo que es el de la extrañeza, de lo que no es lugar común, a la entraña, pero a una que no es romántica. Siempre me enseña cuando la vuelvo a leer.
Ser poeta es estar a contracorriente dentro de la industria editorial. El gran lanzamiento de una editorial tipo Alfaguara nunca es un poemario.
Porque también la poesía se ha vuelto muy hermética, muy difícil. Desde comienzos de siglo la gente se alejó de la poesía porque parece que no la entendiera. No es lo mismo leer un poema de Quevedo o de Neruda que enfrentarse a Eielson. Acá me he encontrado con mi amigo David Roa, que es editor independiente y tiene la librería La Madriguera del Conejo. Él no conoce qué es lo último que ha salido en poesía. Los libreros están leyendo la última novela que ha salido.
¿La poesía está condenada a una élite, a círculos muy pequeños?
Siempre ha sido así. Se escribía entre un grupo de intelectuales. Antes la gente ni siquiera tenía acceso a los libros. No tenemos esa perspectiva de qué lugar social ocupaba la poesía. Los poetas siguen teniendo enorme prestigio, pero hay una disociación. Escribir poesía es mucho más difícil, es la quintaesencia de la literatura. Es dificilísimo.
¿Por qué escoges a Blanca Varela para enseñar poesía?
Para mí Blanca Varela se convirtió como un hito en la vida. Es por afinidad. A uno le gustan los poetas que tienen afinidad con el alma. Yo siempre he apreciado la fuerza en la expresión, la contundencia que lo deja a uno como drogui. Hay una especie de mundo íntimo pero traspuesto aunque no sepas de qué está hablando, pero con el que te puedes identificar si te da la gana. Hay una cosa corporal que tiene que ver con la enfermedad, la muerte y yo siempre tuve interés por esos temas. Me parece una poesía muy pareja; nunca lees un poema de Blanca Varela y dices: “esto sí no me gustó nada”; hay aunque sea hay dos versos que te fascinan.También me gusta la poesía que es irónica, y Blanca es irónica. Tenía un humor como negro.
Es una poesía femenina con una sensibilidad especial.
Sí, me he dado cuenta de que la poesía femenina conmueve mucho. Por ejemplo, la de Alejandra Pizarnik, Olga Orozco o la de Rosario Castellanos que es más convencional. No es fácil encontrar poetas que te seduzcan y te enamoren y quieras volverlos a leer.
Has dicho que la poesía masculina te parece más externa.
Sí, se cuidan más. La poesía masculina evita más la exposición del sujeto. Las mujeres, desde Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Alejandra Pizarnik, Blanca Varela son mujeres que exponen sus pasiones, sus amores, sus entrañas. Pero lean a Pablo Neruda y sus poemas más amorosos son bastante artificiosos, que de alguna manera camuflan el sentir. Las mujeres tenemos mucho menos miedo a la exposición personal.
Pero, en general los poetas estamos mucho más expuestos que los narradores, no nos podemos camuflar como ellos. A mí no me gusta la literatura impúdicamente confesional. Si hay una confesión tiene que estar hecha con un lenguaje que tenga tal fuerza que esa confesión se convierta en literatura. Uno escribe no para hacerle confidencias al lector, sino para hacer de una experiencia personal una universal. Uno escribe del yo en la poesía.
Tuviste una especial amistad con José Watanabe.
Nos conocimos en Londres hace muchísimos años en un encuentro de poesía. Después coincidimos un rincón de la embajada de México y pusimos a hablar sobre el miedo a los aviones. Eso nos hizo amiguísimos. Esa vez me dio dos libros suyos que me llevé para Colombia, los leí y me quedé deslumbrada. Era una poesía reveladora, pareja, maravillosa. Se los presenté a la editora de Norma y unos meses después la editora me dijo si quería ser la compiladora de una antología.
José fue un amigo entrañable. A veces por correo, nos veníamos de cuando en cuando. Él me acompañó cuando mi hijo estuvo en una clínica a la que fue a parar de urgencia. Me dolió mucho su muerte. Él quedó de mandarme el libro “Banderas detrás de la niebla” y no lo hizo, y un día me llamó Rocío Silva a darme la noticia de que se había muerto. Me acuerdo que me puse a llorar y yo soy poca llorona. Luego me vine a hacer un viaje largo a Perú y de pronto en un pueblito cerca de Ollantaytambo veo en una vitrina de un almacén paupérrimo el libro de José. Me conmoví, lo compré y me senté a leerlo. Después escribí un poema que era como una carta sobre ese momento.
Watanabe pertenece a la generación del 70, de poetas muy politizados y que escriben una poesía callejera, social. Él se va por otro camino.
Sí, Watanabe era la dulzura y la serenidad. Sin embargo, qué poder tiene. Usaba mucho la alusión: hablando de un árbol está hablando del amor. Esa manera de traslapar.
¿Cómo se pueden tocar los temas sociales sin ser muy burdo, muy panfletario si tu objetivo es insuflar a las masas?
Eso era lo que creíamos en los años 70. Odas contra Roosevelt y no sé qué. Ahorita la sutileza o la sátira es lo que se pide, como Gonzalo Rojas. Creo que de pronto hubo gente que hizo las dos cosas bien. Por ejemplo cuando Neruda dice: “Sube a nacer conmigo, hermano”, esto del desposeído que lo comprende cualquiera y emociona a las masas.
Si mil personas no conocen anda más que a Benedetti y les encanta. ¿Eso te parece bueno o malo? Puedes decir que por lo menos está leyendo.
Benedetti tampoco es que sea pésimo, es que tiene una cosa populachera y facilista. Eso aviva la sensibilidad y de repente puede pasar a otros poetas mejores. Es bueno a a cierta edad. Si mis estudiantes de 17 años lo leen me parece bonito. Pero el riesgo es que se queden ahí para siempre. Eso pasa con la literatura femenina. Todas están enamoradas de Marcela Serrano, pero si no pasan de Serrano, Mastretta y otras peores, entonces no salen de ahí. De pronto les cae Pamuk y también lo leen, pero vuelven a lo otro. No se llega a afinar el criterio.
Un tema recurrente en tu poesía es el desamor. Tienes poemas muy tristes, desgarrados. Sabemos que te casaste muy joven. ¿Esos poemas tienen que ver con tu vida personal?
Pues claro, me casé a los 18 y tengo 65. Me he separado y he vuelto. Es un hombre con el que tengo una relación entrañable de complicidad y solidaridad. No es fácil. No quiere decir que no haya tenido amores imposibles o amores fugaces. Hay mucho tabú y uno no quiere herir al otro. Los poetas escribimos a instancias del amor; es muy difícil que escribamos desde la abstracción. Tengo un poemario de libros de amor.
Son opciones en la vida.
Claro. Yo conversé con Olga Orozco que estaba casada con un arquitecto, y ella me confesó que el gran amor de su vida fue el poeta X, un poeta importantísimo que era un perro, un mujeriego. No se entiende bien que el matrimonio es algo que se necesita para tener un eje, para estar bien parado en la tierra. Ese amor que se tuvo por ese hombre y que fue el primero no se olvida nunca.
¿A pesar de que pueden haber habido traiciones?
Eso de pende de cada uno. Hay gente que no puede olvidar. De hecho, creo que nadie perdona nada, pero trata de continuar.
¿Tú has apostado por la institución?
Yo no apuesto por nada de eso. Es que una cosa es la teoría y otra lo que en la vida te toca vivir. Si me enamoro de alguien maravilloso de pronto dejo todo. Por ejemplo, si yo me enamoro de Toño Cisneros, sé que toma muchísimo, que está enfermísimo, no me voy con él. Hay un sentimiento de protección también. Tengo una historia preciosa con un estudiante, veinte años menor que yo. Yo me senté con él a ver algo que había escrito y empecé a sentir unas cosas – porque el amor era así de loco, horrible. Y después me fui para la casa y escribí un poema. “No sé nada de ti, solo tu nombre”. Yo no voy a tirar todo por la borda, esa no es mi condición.
De ahí me di cuenta que eso no era por ahí y soñé con escribir una novela. No pude con el paquete. Recién a los cuarenta y pico de años pude escribir mi primera novela. Pero en ese momento vino la poesía a salvarme. Escribí cinco libros uno tras otro con intervalos de dos, tres, cinco años. Pensé que había perdido para siempre la opción de la narrativa. Mi cerebro se convirtió en una máquina loca de hacer poesía. En la ducha, mientras manejaba.
Hice una pausa y pensé que qué tal si yo escribía narrativa. Era una aventura porque el arte tiene que ser una aventura, un riesgo. Estaba pasando por un momento personal problemático y cuando a mí la vida se me pone muy problemática me vuelvo tremendamente productiva. Porque creo que la literatura es una forma de huir de la realidad o de trasponer cosas. El mismo año escribí una tesis de maestría y mi primera novela.
Fui profesora de narrativa y poesía a los 32 años en la universidad. Y lo que hace un profesor en narrativa es disectar los libros, y había aprendido mucho. Esa novela la presenté muy temerosa a Alfaguara y siete meses después me dijeron que me la iban a publicar. Fui tan apasionante escribir la novela que me envicié con la narrativa y ya no pude parar. Escribía simultáneamente poesía y novela.
Eres feminista en tu posición ante la vida, pero tu poesía no es feminista.
Me he vuelto cada vez más feminista. En mi poesía no. Aunque ahora estoy escribiendo un libro de poemas que es irónico y que se llama “Los hombres de mi vida”. Me fastidia todo lo que es constreñimiento desde afuera. El autoritarismo político también. Al principio decía que a mí no me había afectado la discriminación porque las cosas me fueron relativamente fáciles en la universidad, me aceptaron relativamente rápido como poeta. Pero de repente empecé a darme cuenta de unos machismos muy soterrados. No es la cosa ruda de destruirte de verdad, sino que te van destruyendo de a pocos.
Ser poeta es estar a contracorriente dentro de la industria editorial. El gran lanzamiento de una editorial tipo Alfaguara nunca es un poemario.

¿Te refieres a tu carrera académica?
Por ejemplo. He experimentado mucho desprecio. Me acuerdo que a los 28 años había hombres que hablaban entre sí y yo no existía. En las deliberaciones donde predominan los hombres el intento por aplastar a la mujer es impresionante. A veces de manera violenta. Por ejemplo, lanzo los nombres de unos poetas y un colega dice: “es que han empezado a aparecer nombres de gente muy mediocre”.
Es una forma de descalificarte.
Claro, y eso no lo haría con un hombre. Hubo uno muy famoso que en medio de la deliberación me daba palmadas en la cabeza. Entonces yo me he vuelto muy feminista, pero no me gustan las feministas rabiosas. Ellas me han odiado porque yo no he sido así. Conozco ese feminismo radical y horroroso. Me choca profundamente.
¿Cuando hablas de feministas rabiosas te estás refiriendo a cuestiones conceptuales del feminismo con las que no estás de acuerdo?
Sí. Por ejemplo, yo en el discurso nunca digo ellos y ellas. El lenguaje no es así, dijimos los y nos entendimos así. Es una tradición que tenemos que respetar, no nos quita nada. Esos giros me parecen estúpidos. Hay un montón de cosas de lo políticamente correcto de los americanos que me parece de lo más estúpido. Si un profesor mira a una niña durante toda la clase, después la niña va a decir que el profesor la está acosando sexualmente. Eso me parece estúpido.
¿Entonces no crees ese rollo de que el lenguaje también es un instrumento de dominación y no hay una invisibilización de la mujer?
Pero eso de los y las me parece tan tonto. Un montón de imbéciles dicen ellos y ellas, empezando por los congresistas. Hay cosas mucho más importantes en las que hay que concentrarse. No nos vamos a poner a cambiar el lenguaje después de 25 siglos. Hay mujeres a las que el hombre la castiga todos los días no hablándole o diciéndole que por qué llegó a las 7. Son formas muy sutiles y muy oprobiosas. Eso está interiorizado.
Tú nunca has sido militante política, pero sí has participado en política en la universidad.
Sí, cuando florecía el hippismo, estaba la guerra de VietNam y en América latina se afianzaba el pensamiento de izquierda inspirado por la revolución cubana. La universidad privada se contagió de esa especie de militancia. Fue maravillo. Ahí me radicalicé como una persona de izquierda. Radicalicé es una manera de decir porque yo me considero de centro izquierda.
Ahora creo que la vida me dio la razón. Esos partidos políticos siempre terminan en manos de unos autoritarios o de gente que usa el poder para otras cosas. Esas formas de organización de la política no las soporto porque hay mucha manipulación. Y la militancia en la guerrilla tampoco. Estoy contra todo lo que sea militar.
¿En algún momento sí pensaste que había que hacer la lucha armada?
A los 19 años hubiera podido escoger esa opción que fue cuando se fueron todos. A uno le parecía una maravilla; pero en ningún momento se me ocurrió que yo me iba a ir al monte. No me gusta anda que tenga que ver con lo militar. Claro, simpatía tuve por algunos de esos. Ahora soy partidaria cero de la lucha armada en ninguna parte del mundo. Claro, puedo decir qué dicha que vaya a caer Erdogan porque los militares son más progresistas. Uno dice cosas así porque cree que son circunstanciales. La muerte de la gente joven en la guerra por una causa me parece la cosa más dolorosa.
Al leer tus columnas periodísticas queda claro que eres una persona de centro.
Es que me he vuelto una persona de centro en un país de violencia. Ahora, internamente, soy de centro izquierda, pero la gente me ubica como de centro y a lo mejor me relacionan con el régimen de Santos o con el ministerio, pero es porque tengo una posición privilegiada porque he logrado cosas y parezco un poco oficial. En mis columnas yo siempre me he manifestado como una persona independiente del poder.
Qué puedes decir de la “Oda a Stalin” de Pablo Neruda. De García Márquez dices que siempre ha estado equivocado políticamente.
Es que es el típico escritor escindido. Es muy fácil caer en las garras del poder. Habrá muchos escritores que estarán furiosos porque yo he estado en la mesa acá y pensarán que yo pertenezco a esas instancias del poder. Pues no, yo en mi discurso tengo que mostrar que no estoy haciendo un elogio a ultranza de esto. Siempre hay que tener muy clara la frontera, no dejarse comprar por prebendas. Un escritor tiene que ser independiente y poder decir “me gusta esto; no me gusta esto”. Yo, por ejemplo, soy enemiga número uno del presidente Uribe. Si me invitaran a un evento en la Biblioteca Nacional en el que él estuviera, yo no iría.
¿Y si estuviera el presidente Santos?
El presidente Santos es una persona decente. Puedo estar de acuerdo o no, no me gusta pero no ha hecho masacres ni nada.
Tu posición es que se culmine con el acuerdo de paz.
Sí, pero ahora vienen unas cosas horribles. Hay una campaña de descrédito de la paz. Ya están difundiendo mentiras, como que han cantado en himno de las FARC en el Congreso. Eso me aterroriza. Lo que viene es peor porque la derecha en Colombia es terrible, es asesina.
No podemos terminar esta entrevista sin preguntarte sobre tu novela “Lo que no tiene nombre” (que trata sobre el suicidio de su hijo que sufría de esquizofrenia) tuvo una difusión inusitada en la prensa.
Hicieron una cosa tremenda, pero fue un boca a boca. Hasta ahora recibo correos de mamás que me siguen contando su experiencia, pero yo ya era suficientemente conocida. El día que lanzo el libro había unas 800 personas en el auditorio, hasta se quedaron afuera. Parecía una rock star, pero no porque sea yo sino por el tema.
Hay mucha sensibilidad de la gente con este tema.
Es que la gente leyó el libro y dijo: “es tremendo”.
Algo que no tiene nombre.
Sí, pero por ejemplo Isabel Allende escribió “Paula” y no paso eso. Es la manera como está escrito. Son cosas que pasan en la sociedad, no se trata de mí; creo que hay una herida. Ahí empecé a ver la magnitud de la enfermedad mental.
¿Siempre ha existido o se ha disparado por algunas condiciones sociales?
Yo creo que es como las guerras: no las veíamos por televisión. Toda la vida ha habido gente que padece violentamente. Las encerraban, las abandonaban. No las veíamos porque no se quería ver, no había medicinas. Siempre el silenciamiento, el desprecio, el “me salió loco”.