Astucia gris

Han pasado más de 30 años y ya nadie esperaba el veredicto. La Corte Penal III de Roma condenó a cadena perpetua al expresidente Francisco Morales Bermúdez y a su ministro de Interior y de Guerra Pedro Richter Prada por la muerte de una veintena de argentinos descendientes de italianos en el marco del Plan Cóndor. A raíz de este hecho hemos querido profundizar en la figura de este controvertido personaje que llegó al poder de manera abrupta e inesperada, y a quien se le recuerda por convocar a elecciones para la Asamblea Constituyente en 1978.
Gris. Rosadete. Sibilino. Temeroso. Cauteloso. Dubitativo. Hábil. Muy paciente. Pragmático. Confuso a veces. Podía decir una cosa y hacer otra. Le interesaba quedar bien con todos. De poco opinar. Quienes conocen a Francisco Morales Bermúdez recuerdan que casi no intervino en las discusiones del gabinete durante los cinco años que fue ministro de Hacienda de la Junta de Gobierno, especialmente si se tocaban temas políticos. Solo lo hacía sobre asuntos económicos, como una vez que amenazó con renunciar si no se firmaba el contrato de Cuajone con la empresa Southern Perú Cooper Corporation.
Un chocolateo de todas las características antes mencionadas compone la personalidad de este militar especializado en ingeniería que siempre estuvo en segundo plano, pero en un segundo plano expectante. Sus compañeros pensaban que era más técnico que político, no obstante resultó que tenía grandes condiciones para la intriga y para lograr consensos, que finalmente es lo que caracteriza a los buenos políticos.
Su esencia militar la lleva en sus entrañas. Su bisabuelo fue un militar español, su abuelo fue un coronel elegido presidente del Perú desde 1890 a 1894, apoyado por el cacerismo. Hizo un gobierno discreto y sin nada relevante por lo que se pudiera recordar. Su padre fue teniente coronel del Ejército. Y Francisco les siguió los pasos cuando ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos.
Ha manifestado estar convencido de que su padre nunca perteneció a los grupos castrenses ligados al poder y a la oligarquía. Siempre se vio a sí mismo como un tipo progresista, con sensibilidad social, muy católico.
Su discurso antiimperialista, nacionalista, antioligárquico, anticomunista y con toques sociales no era propio sino un producto de los nuevos vientos. Lo propagaron los ejércitos de muchos países del mundo: era la época de los no alineados y de la identificación con ciertas posiciones progresistas. En Latinoamérica se realizó la famosa reunión de presidentes de Punta del Este, en la que hubo consenso en la necesidad de realizar reformas estructurales, entre ellas la reforma agraria.
Influencias como las de esos tiempos permitieron que madure el proyecto del general Juan Velasco Alvarado, nacido de la conspiración de un grupo de oficiales “ radicales”, que nunca llegó a generar un consenso absoluto al interior de las Fuerzas Armadas.
El historiador Víctor Torres Laca precisa que dicho grupo provino de los servicios de inteligencia y no del Centro de Altos Estudios Militares, que formó a los jóvenes oficiales desde 1954 con una mirada menos ajena a la realidad nacional, sino. Ese fue el espíritu del régimen de Velasco Alvarado que Morales Bermúdez apoyó, si bien no participó en la planificación del golpe militar. Él sostuvo que en ese momento era necesaria una ruptura antiimperialista que permitiera realizar cambios estructurales.
Él mismo manifestó que a veces ha sido radical y otras conservador. Por eso a veces resulta confuso y otras desconcertante. Tales bandazos quedan evidenciados en una extensa entrevista que le concedió a la periodista María del Pilar Tello en 1983, para su libro ¿Golpe o Revolución?
En ella el expresidente sostiene que no fue llamado a trabajar en ninguno de los equipos que se habían formado para elaborar el Manifiesto y el Estatuto, los dos únicos documentos- guía en los que estaba plasmado algo parecido al ideario del nuevo régimen. Las bases ideológicas recién fueron publicadas en febrero de 1975, unos meses antes de que Morales Bermúdez expectorara a Velasco del sillón presidencial.
Pero no nos adelantemos. El 3 de octubre de 1968 lo agarró prevenido. Del golpe velasquista se enteró la víspera por una visita que le hizo el general Jorge Fernández Maldonado, aunque ya sospechaba que algo se estaba gestando. Siete meses después recibió una llamada del presidente Velasco, quien lo invitó a una reunión en Palacio de Gobierno para ofrecerle la cartera de Hacienda, cargo que ya había ejercido durante nueve meses durante el defenestrado gobierno de Belaunde, y por el cual se había ganado el prestigio de ser un buen técnico al interior de la institución castrense.
Cuando Tello le preguntó si se sentía identificado con el discurso político y las acciones que se tomaron, Morales Bermúdez sostuvo que tanto el Manifiesto como el Estatuto eran muy generales y que nunca estuvo seguro de que las acciones que se proponían fueran viables. En lo que sí reconoce que estuvo totalmente de acuerdo fue con la expulsión de la International PetroleumCompany y con la ley de reforma agraria.
¿Por qué recae sobre este general de segundo plano el papel protagónico en el levantamiento o “Tacnazo” que relevó a Velasco del poder? Según Torres Laca, esa falta de protagonismo fue la que le permitió encontrar consensos en las Fuerzas Armadas. No lo veían como alguien peligroso o radical. “Después de que el general Mercado Jarrín fuera retirado del cargo, lo sucede Morales Bermúdez como Jefe de Estado Mayor y Comandante General del Ejército, y es el cargo el que lo pone en vitrina”, precisa el historiador.
¿Cuáles fueron los motivos que lo llevaron a planear un contragolpe? En la entrevista mencionada dio varias razones, entre ellas, que la enfermedad de Velasco, agudizada en 1974, hizo demasiado visibles las pugnas internas y las opiniones divergentes en las Fuerzas Armadas. Sintió que la dirección de la revolución se estaba perdiendo. Estuvo sumamente preocupado porque temía que se produjera un enfrentamiento entre las instituciones castrenses.
Además, según Morales Bermúdez, la “infiltración marxista” se había extendido a todo el aparato político del Estado. Sostuvo: “El proceso revolucionario ya no estaba siendo la tercera vía que filosóficamente el gobierno quiso impulsar, sino que estaba orientado hacia el campo marxista”.
Otro argumento de peso que dio es que el Plan Inca de Velasco no tenía fecha de cierre y ponía en impreso que se iba a ejecutar hasta que las reformas fueran irreversibles. Un aspecto de ese documento que le daba escozor era la importancia que le daba a la propiedad social dentro de la economía, frente al pluralismo económico que era su modelo y que después plasmó en el Plan Túpac Amaru. Como en otros aspectos, su posición era pragmática. Consideraba que el trabajador peruano necesitaba una formación para poder adecuarse a ese nuevo esquema.
Otra incomodidad que siempre lo acompañó – pero que no manifestó en su momento- fue tener que destinar un abultado presupuesto para hacer funcionar al elefantiásico Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social, más conocido como SINAMOS, que promovía campañas de concientización y movilización política con dinero del Fondo de Desarrollo Económico y de las corporaciones departamentales. Cerrarle el caño en 1978 fue su nirvana.
La suma de estos motivos lo obligó a tomar una decisión que él define como “de conciencia”. El que no existiera una norma que definiera cómo proceder en caso de relevo o reemplazo del presidente hizo que su protagonismo fuera visto como oportunismo. Orgánicamente, al ser Comandante General del Ejército, le correspondía ser el sucesor. Incluso Velasco le había manifestado en dos oportunidades su deseo de que él lo releve.
Según el general Tantaleán - el gran amigo de Velasco – Morales era la persona en quien el presidente más confiaba; pero él, por temor a la reacción del irascible mandatario, le contestó que no tenía ninguna ambición de poder.Posteriormente ha manifestado que su intención fue no aparecer ante su jefe como interesado en que esa situación se concretara.
Pero fue peor: se levantó en Tacna, con el apoyo de todas las regiones militares. El acto fue tomado como una traición. Velasco vociferó: 'Morales se ha sublevado porque le faltan los pantalones para hacerlo acá, en mi presencia'. Al actuar subrepticiamente se convirtió en traidor.
La segunda es la vencida
Más de 40 años después del relevo de Velasco Alvarado, una idea casi generalizada es que el gobierno de Morales Bermúdez -o Segunda Fase- fue un giro hacia la derecha e implicó el desmontaje de todas las reformas. Esta percepción ha sido muy bien explotada después por el propio Morales, quien se jacta de haber devuelto la democracia con todas las implicaciones que ello tuvo. El dictador era el otro.
Sin embargo, los días posteriores al 29 de agosto de 1975, el día que se produjo el “Tacnazo”, el discurso era distinto. Morales Bermúdez juraba que no solo representaba la continuación de la revolución sino también su profundización.
El 26 de setiembre de 1975 el titular del diario oficial El Peruano fue rimbombante: “El proceso revolucionario sigue en permanente estado de profundización.Hasta los primeros meses de 1976 enfatizó la continuación y profundización de los cambios, reiteró la militancia tercermundista y no alineada de la revolución peruana y viajó a Cuba a la reunión de los No Alineados. “Nunca rompí relaciones con Cuba, a pesar de las presiones que tuve cuando se produjo la invasión de cubanos a nuestra embajada”, afirmó.
El discurso oficial hablaba de no cambiar ni un milímetro la “filosofía de la revolución”. Estaba claro que Morales no quería que se le considere un felón, al menos en ese primer momento. O tal vez quería conjurar cualquier tipo de movimiento en su contra al interior de las Fuerzas Armadas por parte de los velasquistas.
“En la Conferencia de Punta del Este, organizada por el BID, defendí al gobierno peruano y dije textualmente: ni comunismo ni capitalismo. No quiero repetir la palabra socialismo porque es interpretada de diferentes formas. Creo en un socialismo basado en raíces profundamente humanistas. Una socialdemocracia o democracia cristiana, no sé”. Esto es lo que le dijo a la periodista Tello en 1983.
Hubo incoherencia en su discurso, un desfase entre la palabra y las políticas. En el año 1978 el sociólogo Henry Pease escribió Los caminos del poder, libro en el que analiza esa Segunda Fase del gobierno militar. El investigador señala que en varios discursos hizo referencia a una sociedad socialista y a una economía de base auténticamente socialista, hasta que en marzo de 1976 anunció oficialmente el viraje y, a mediados de ese mismo año, suprimió la mala palabra.
En esa segunda etapa se inclinó por un gobierno pluralista con fuerte presencia del Estado en lo económico y alejado del estatismo absoluto. Las medidas económicas que dictó su ministro de Economía, el conocido empresario Luis Barúa, fueron acompañadas por el toque de queda y la suspensión de garantías que vino acompañada de una fuerte represión desplegada contra el movimiento popular.
La ingrata tarea se la encargó a dos militares con mano de piedra: Luis ‘Gaucho’ Cisneros, su ministro del Interior, y Pedro Richter Prada, su ministro de Guerra, quienes iniciaron una persecución sin tregua a los líderes sindicales que estaban enardecidos. Solo en un mes realizaron nueve huelgas.El nuevo presidente no derogó la ley de estabilidad laboral, pero aprobó normas que facilitaron los despidos.
Un caso bastante revelador del accionar del gobierno fuesu comportamiento frente a la libertad de expresión. Morales había dado muestras de aplicar una política distinta a la de su antecesor e hizo regresar a algunos periodistas que fueron deportados, y también dio permiso para que las revistas clausuradas volvieran a circular.
Julio Mesquita, presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), saludó esta especie de primavera y aprovechó la ocasión para pedir que se devolvieran los diarios a sus dueños.La respuesta del Morales fue un tacle. Consideró intrascendentes “los juicios de personas o instituciones ligadas a intereses empresariales privados”. Igualmente, los diarios siguieron en manos del gobierno, otra contradicción de Morales Bermúdez en su marcha hacia la democracia.
Pease resumió el modelo: “Será un nuevo gobierno – aunque se encuentre en las mismas manos, es decir, en la cúpula de la Fuerza Armada – que cambiará lo que puede del régimen anterior, en función de las demandas de la burguesía nativa. Se critica la Primera Fase y se desmantelan las reformas”.
Hay que reconocerle que en ese punto sí hizo lo que pensaba: aplicó una política económica ortodoxa, pasó al retiro a los generales más progresistas como Rodríguez Figueroa, Graham y Fernández Maldonado, modificó la ley de la comunidad industrial, limitó el apoyo a las empresas de propiedad social. Pero muy pronto volvió a irrumpir el rasgo errático que no lo abandonaba, que se hizo patente en medidas como la reducción del límite de inafectabilidad de las hectáreas expropiadas por la reforma agraria (de 150 a 50 hectáreas); o la ley que congelaba los alquileres.
Según el especialista en temas de seguridad de la PUCP, Ciro Alegría: “Morales significaba un factor de estabilización. Era institucionalista, aunque continuó siendo un gobierno de Junta. No es casual que le ponga a Belaunde como condición para la transferencia que los miembros de la Junta Militar se conviertan en los ministros de Guerra, Marina y Aeronáutica. Lo único que fue diferente es que el ministerio del Interior se lo dio a Percovich.”
Finalmente la crisis económica se fue agudizando.A pesar de que las Fuerzas Armadas todavía eran muy fuertes, el desgaste del régimen era irreversible y, cuando la presión social comenzó a volverse inmanejable, Morales Bermúdez se avocó a preparar su salida. Incorporó la idea de la transición democrática en su discurso de fiestas patrias del año 1977.
Si Velasco fue el presidente de la revolución, él fue el de la devolución. Pero fue una devolución más que arrancada, conversada.
Víctor Torres Laca dice lo siguiente sobre ese momento decisivo: “Las transiciones de los gobiernos autoritarios se conversan para que cuando dejen el poder no los investiguen. Morales Bermúdez se tenía que apoyar en algún partido y decide acercarse al APRA, dejando de lado la tradición antiaprista del Ejército. Se acerca a Víctor Raúl Haya de la Torre para establecer los pasos a seguir”. El resto es historia.
"El acto fue tomado como una traición. Velasco vociferó: 'Morales se ha sublevado porque le faltan los pantalones para hacerlo acá, en mi presencia'. Al actuar subrepticiamente se convirtió en traidor".

El Cóndor pesa
Sin duda, hubiera resultado impensable que Montoneros eligiera como lugar de reunión a Chile, Paraguay, Brasil o incluso Bolivia (donde gobernaba una civil pero flanqueada por militares). ¿Por qué Perú? Porque era una “dictablanda” comparada con las feroces dictaduras vecinas. Por ello no es casual que entre tarde al Plan Cóndor.
Los cóndores son buitres. Por eso sus certeros ojos siempre están atentos en busca de carroña, de la que se compone la mayor parte de su dieta, dice una descripción de National Geografic. En esas características del animal andino debieron estar pensando los militares latinoamericanos que idearon el macabro operativo.
Las dictaduras de Chile, Argentina, Paraguay y Brasil coordinaron la vigilancia, desaparición y asesinato de sus contrarios. Después se sumaron Ecuador y Perú. La operación tuvo tres fases. La primera consistió en el intercambio de información. Debido a los regímenes de terror que imperaban en sus países, muchas personas- identificadas como enemigos por los militares- terminaron huyendo para poder sobrevivir. Es por eso que sus gobiernos coordinaron una inteligencia transnacional que vigilaba y daba cuenta de las actividades de los exiliados.
Se trataba de una especie de TLC, pero de personas, y su objetivo era letal. Durante la década de los 70 del siglo pasado, Latinoamérica era una región gobernada, en su mayoría, por juntas militares. Todas ellas eran diferentes entre sí pero coincidían en un objetivo: la necesidad de eliminar a sus opositores. Y si estos no eran un peligro, igual les servía inventarlo. A mediados de ese período, la mayoría de guerrillas habían sido aplastadas, pero igual seguían siendo una buena excusa para ejercer el poder con ferocidad. El cóndor vive de la carroña.
La segunda fase del operativo consistió en la detención, tortura y asesinato de los objetivos vigilados. No existen cifras concluyentes, pero se calculan en más de 50,000 las víctimas. Este cálculo se establece en base a los archivos encontrados en Paraguay, aunque los casos procesados solo incluyen a algunos cientos. La tercera fase se concentró en algunos personajes representativos, como el general chileno Orlando Letelier, quien desde el exilio denunciaba los atropellos del gobierno de Pinochet. Letelier fue asesinado en Estados Unidos, el país que apadrinó la operación.
El militar chileno Juan Manuel Contreras fue el artífice de Cóndor. La fecha de nacimiento de esta operación fue el 25 de noviembre de 1975 en una reunión realizada en Chile con los jefes de los servicios de inteligencia de Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Días antes, Contreras había estado en Virginia, invitado al cuartel general de la CIA.
El documento Operación Cóndor: 40 años después, del Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos (CIPDH) de la UNESCO es contundente respecto de la responsabilidad de Estados Unidos: “Una perspectiva comparativa permite ubicar el modelo de la Operación Cóndor como un componente top secret en la estrategia norteamericana. La destrucción de los enemigos dondequiera que estuvieran también fue parte de la “guerra contra el terrorismo”, con fuerzas estadounidenses involucradas en secuestros, traslados extralegales transfronterizos, centros clandestinos de tortura en varios países y otros métodos”.
Cóndor debe entenderse dentro del contexto de la Guerra Fría: de cómo ésta servía a la expansión de la hegemonía norteamericana en América Latina por medio de la desaparición de sus enemigos.
El país del norte, además de formar y capacitar a los militares latinoamericanos en sofisticadas técnicas de sabotaje, asesinato y tortura, puso a disposición de Cóndor su sistema continental de comunicaciones, ubicado en la zona del Canal de Panamá. El mismo nombre de operación Cóndor tiene su correlato en el Programa Phoenix que con características similares implementó Estados Unidos en su lucha contra los vietnamitas.
Perú se subió tarde al Cóndor y se bajó temprano. Los primeros documentos que dan cuenta del involucramiento de nuestro país datan de 1978, año en el que la Central Nacional de Inteligencia de Chile (CNI) asignó un agente en Lima con el consentimiento de su par peruano. Según algunas versiones, el Perú no fue incluido en el bloque inicial porque se desconfiaba de que el gobierno de Morales Bermúdez siguiera en la línea nacionalista de su antecesor, el derrocado general Velasco. El giro del nuevo gobierno fue una señal de confianza para los demás países miembros.
El primer vuelo del Cóndor que se registró en el Perú fue la desaparición del argentino Carlos Alberto Maguid, en 1977. Maguid había participado en el secuestro del expresidente argentino el general Pedro Aramburu, en la primera acción pública del grupo guerrillero Montoneros.
Maguid fue amnistiado en 1973 por el presidente peronista Héctor Cámpora, y huyó de su país durante la dictadura de Videla. En el Perú mantuvo una vida discreta alejado de la política. No solía participar en las manifestaciones de los exiliados. No había motivopara ponerlo en la mira, pero el ‘Gaucho’ Cisneros no tuvo ningún problema en ofrecérselo en bandeja a sus aliados argentinos. Sobre este caso existen dos versiones. La primera es que Maguid fue secuestrado por el servicio de inteligencia peruano y entregado como cadáver a los oficiales argentinos. La segunda es que lo despacharon vivo en Desaguadero (Bolivia) y los militares argentinos lo asesinaron en su país.
El agradecimiento argentino por el operativo Maguid habría sido la detención y posterior envío a la Argentina de trece personas, entre las que se encontraban políticos, sindicalistas y periodistas. Fue el 25 de mayo de 1978, el mismo día de las elecciones para la Asamblea Constituyente. Dentro del grupo se encontraban los políticos Javier Diez Canseco , Ricardo Napurí y el periodista Alfonso Baella Tuesta.
El hecho se develó temprano y la presión de diversos organismos internacionales como la ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) hizo que cualquier intensión letal -si es que la hubo - abortara.
Noemí Gianotti de Molfino, Julio César Ramírez y María Inés Raverta son los otros argentinos secuestrados por militares peruanos en nuestro país, el 12 de junio de 1980 y entregados a Argentina. Aquí también el destino final es difuso. Se sabe que luego de su detención, a Noemí- madre de la Plaza de Mayo, madre de montoneros y colaboradora de este grupo - la llevaron a un centro de esparcimiento del Ejército peruano y de ahí la mandaron a Argentina. Luego de un mes fue encontrada muerta en un departamento en Madrid, España. Al inicio, las autoridades argentinas ensayaron las tesis de “muerte natural”, pero luego se confirmó que fue asesinada.
De los demás no se sabe nada. A pesar que los hechos han sido relativamente recientes y que muchos implicados en la desaparición siguen vivos, el mutis es la norma. El entonces ministro del Interior, general Richter Prada, le dijo al periodista Ricardo Uceda que los argentinos fueron entregados vivos y que conserva como prueba un documento de migraciones de Bolivia en que se certifica dicha afirmación.
Sin embargo, las autoridades bolivianas negaron haber recibido a los detenidos. La misma presidenta de ese entonces, Lydia Gueiler, dijo que nunca recibió a los argentinos y prefirió no venir al Perú para el cambio de mando en rechazo por este suceso. Tampoco hubiera podido asistir: el 17 de julio fue derrocada por los militares de su país.
"El discurso oficial hablaba de no cambiar ni un milímetro la 'filosofía de la revolución'. Estaba claro que Morales no quería que se le considere un felón, al menos en ese primer momento".

Morales Bermúdez se ha mantenido en sus trece al negar en todo momento cualquier vinculación con la Operación Cóndor. Dice no tener conocimiento del caso de los desaparecidos argentinos y le echa el pato a Richter Prada, quien no ha declarado sobre el tema. Morales argumenta que “ya estaba en plena preparación la entrega de mando y que no tenía sentido su relación con este plan”. Lo que sí admite es su responsabilidad en la deportación del grupo de trece peruanos. Argumenta que fue un hecho público y asegura que nunca hubo intención de mandarlos al matadero gaucho.
Un hecho que podría ser significativo para su defensa es que durante esos años, el Perú era uno de los destinos favoritos de aquellos montoneros que huían de las garras de la dictadura de Videla. No era una ruta de escape, sino de reunión.
Precisamente, en ese momento se encontraba en Lima Roberto Perdia, el número tres en la jerarquía montonera y en el momento de la captura de Molfino se aprestaban a tener una reunión con 12 integrantes más. Para poder localizarlos, los argentinos trajeron a Frías, un obrero montonero que se había convertido en colaborador de los militares argentinos. En nuestro país intentó huir para no delatar a sus compañeros. Al final lo atraparon y lo ajustaron. Nunca volvió a saberse de él.
Para Ciro Alegría, no hay duda de la complicidad del Perú en el Plan Cóndor, aunque como actor subalterno: “Morales se limitó a ejecutar acuerdos internacionales en los que el Perú tiene que estar inscrito. Tenía muy poca iniciativa política, lo cual no le quita responsabilidad. Él no puede decir que no sabía. La Junta de Gobierno era un equipo. Es imposible que no se le haya informado. Había muchas reuniones diplomáticas, mucha actividad institucional y compartían información sobre sus acciones. Todos estaban digitados por la Inteligencia de EE.UU que coordinaba todo de manera cercana”.
El politólogo Santiago Marini, de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, coincide con la responsabilidad del gobierno peruano en este plan: “Acá hubo una clara colaboración y una clara política de ‘dejar hacer’ para que militares de otros países aplicaran todas las técnicas de tortura y violación de derechos humanos en el Perú. La sentencia contra Morales Bermúdez tiene una importancia mayúscula. La justicia le está diciendo al poder político que los crímenes aberrantes nunca van a prescribir. El mensaje a los gobernantes es que no pueden extralimitarse en el uso de su poder”.
Se cortaron las alas peruanas.
Recuadro
Goodbye, Morales Ciro Alegría afirma: “Estados Unidos tenía clasificados a los gobiernos de los diferentes países en lista blanca, gris y negra. Incluso los países con líderes militares que impulsaban reformas estaban en su lista gris, no en la negra. No polarizaron con Velasco, ni tampoco lo arrinconaron. No es casual que las cúpulas militares de los gobiernos latinoamericanos se formaran en la Escuela de las Américas”. Pero se produjeron algunas modificaciones cuando se produce el ascenso de Jimmy Carter a la presidencia norteamericana, hecho que ocurre en paralelo a los planes para el retorno de la democracia en el Perú. Su gestión fue muy crítica de las dictaduras militares de Pinochet en Chile y Stroessner en Paraguay por la violación a los derechos humanos, por lo cual también dejó de apoyar a Anastasio Somoza en Nicaragua, lo cual ayudó a la victoria sandinista. Según Santiago Marini, cuando Jimmy Carter llega a la Casa Blanca el gobierno de los Estados Unidos revisa su política de apoyo a los gobiernos militares y les impone sanciones. Pero eso es solo un paréntesis durante todo el periodo de la Guerra Fría - de 1945 hasta 1990 - en el que prevaleció el apoyo del gobierno de Estados Unidos a gobiernos que evitaban, mediante las urnas o cualquier vía que fuera, la llegada de cualquiera que tuviera relación con la Unión Soviética, porque en ese periodo de tiempo su principal objetivo era contener la amenaza del enemigo rojo. En cuanto al Perú, el apoyo de Estado Unidos a un gobierno militar ya no tenía sentido. Además del recelo que les podía seguir generando Morales Bermúdez, la perspectiva en democracia- con una izquierda atomizada- no podía ser mejor para sus intereses económicos. |