La ética de Donald Trump, un hombre de negocios exitoso

Desde el primer día en que entró en la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos mostró un comportamiento errático y contradictorio, cuestionado por buena parte de la clase política norteamericana, la mayoría de los medios de comunicación y una creciente desaprobación por parte de la opinión pública. Para explicarlo, se ha dicho que es inmaduro, egocéntrico, autoritario, machista, racista, que no tiene experiencia política, no escucha a nadie, que está loco, que es un niño de nueve años, entre otros calificativos. Discrepo. Desde mi punto de vista Trump es un típico hombre de negocios, que ha tenido mucho éxito en ellos, convirtiéndose en un multimillonario.
¿Cómo ha ido construyendo sus valores, convicciones y formas de comportamiento? Como la mayoría de hombres de negocio que conozco. Pongamos el ejemplo de un negocio muy común, la venta de autos usados. El vendedorle dice a uno de sus clientes: “este Chevrolet tiene cinco años, ha pertenecido a una sola dueña, una señora de edad, ha estado muy bien cuidado, tiene el registro de todas las visitas al taller para su mantenimiento, nunca ha hecho taxi, entre otros argumentos”. Todos, hechos absolutamente ciertos. Pero no le dice “este auto está perdiendo aceite, tiene un amortiguador vencido y la batería está a punto de morir”, pues si le dijera esto al cliente, claramente no lograría venderlo. No está mintiendo, pero tampoco está diciendo toda la verdad.
Cuando Trump le vende una propiedad (casa y terreno) en su condominio de Florida a un magnate ruso, le dice que es el mejor lugar de Estados Unidos, que tiene el mejor clima, con las mayores seguridades, con los mejores vecinos, el menor costo por metro cuadrado, con la cancha de golf más grande del mundo, entre otros argumentos. Ninguno de estos datos es cierto, pero el magnate ruso no tiene tiempo de comprobarlo, no puede viajar por el país, comparando otros condominios, sus precios y ventajas, así que al final termina aceptando lo que le dice Trump y le compra la propiedad, en varios millones de dólares. Un excelente negocio basado en falsedades. Esto pasa todos los días en todas partes del mundo, pues los compradores no tienen información perfecta sobre lo que están comprando; salvo algunas commodities (productos) muy conocidas, cuyos precios y características son universales, ellos están a merced de los vendedores.
Una de las causas de la crisis financiera mundial del 2008 fueron los préstamos hipotecarios predatorios que una buena cantidad de bancos colocaron a sus clientes, muchos de ellos latinos, afroamericanos y de la tercera edad. Ellos fueron engañados sistemáticamente al ofrecerles grandes cantidades de dinero a cambio de segundas y terceras hipotecas altamente riesgosas, pues no leyeron la letra chiquita de los contratos, ni tenían idea de qué les ocurriría si la tasa de interés de la FED variaba.
La razón de ser, la racionalidad, de todo hombre de negocios es buscar la máxima ganancia, que viene de la diferencia entre sus ingresos por ventas y sus costos; por lo tanto, su objetivo es tener los menores costos y obtener los mayores precios. Lo que nos lleva, a la mayoría de ellos, a pagarles lo menos posible a sus trabajadores y a sus proveedores. Esto es lo que ha hecho Trump toda su vida, lo cual está ampliamente documentado en las varias biografías que se han escrito sobre él. Hay cientos de historias de cómo maltrataba a sus trabajadores y cómo abusaba de sus proveedores, generalmente pequeñas empresas. No lo ocultaba; uno de los programas de TV que lo hizo famoso se titulaba: estás despedido (you are fired).
También saben que los impuestos recortan sus ganancias, por lo tanto, intentan pagar los menores impuestos posibles, aunque en realidad aspiran a no pagar nada. Esto es lo que ha hecho Trumpdurante los últimos años, y está muy orgulloso de ello. No solo no paga impuestos, sino que mantiene en secreto su declaración jurada (cosa que ningún candidato presidencial en la historia de Estados Unidos ha hecho). Se convirtió automáticamente en el héroe de muchos colegas en el mundo. Hoy día los paraísos fiscales, que abundan en casi todos los continentes, les dan el mecanismo perfecto para facilitar esta evasión.
Los hombres de negocio por lo general no soy muy educados, es decir, no han llegado hasta los niveles más altos en la escalera académica. La mayoría de ellos no tiene título profesional, y si lo tienen, se contentan con un título en alguna universidad “fácil”, “amigable con los negocios”. Según ellos, no “necesitan” estos conocimientos sofisticados, actúan por olfato, instinto, ambición, buen ojo para las oportunidades, codicia. Su éxito se lo atribuyen mucho más a estas características personales, que a su formación, a sus colaboradores, consejos externos, o incluso a las circunstancias favorables de la economía. Ellos mismos son responsables de su éxito. Y mientras más plata tienen más se convencen de ello, llegando a construir una soberbia gigantesca.
La soberbia los lleva como por un tubo al autoritarismo; unos verdaderos dictadores en sus imperios privados, lo cual también está ampliamente documentado. El caso de la familia Walton, dueña de la mayor cadena de supermercados del mundo, Wal-Mart, es un buen ejemplo. El autoritarismo en los negocios lo trasladan al campo de la política. Así, Trump admira a todos los gobernantes autoritarios del mundo, comenzando por Putin. Al igual que muchos hombres de negocio, les gustaría mucho un gobierno autoritario para sus propios países.
“No solo no paga impuestos, sino que mantiene en secreto su declaración jurada (cosa que ningún candidato presidencial en la historia de Estados Unidos ha hecho)”.
Todos los negocios de Trump son fáciles de realizar: casinos, hoteles, campos de golf, bienes raíces, construcción. Son negocios en donde hay muy poca innovación, muy poca creatividad. Como son de fácil ingreso, muchas personas se dedican a ellos, con buenas posibilidades de tener éxito. Si Trump no hubiera construido sus condominios, casinos o campos de golf, muchos otros hombres de negocio lo hubieran hecho. Estados Unidos no se hubiera perdido nada.
Esta es la ética de Trump, y de la muchos hombres de negocio, falsear para vender más, maltratar a sus trabajadores y proveedores, no pagar impuestos, o pagar muy poco, no escuchar a nadie porque tiene siempre la razón, e ir siempre por lo más fácil, con el menor esfuerzo.
¿Esto significa que no deberían existir los hombres de negocio? De ninguna manera; ellos son necesarios para el funcionamiento del sistema capitalista (hoy por hoy, salvo el caso de China, el único que existe). Compran, venden, producen, transportan, ofrecen productos y servicios, invierten, amplían la economía. Pero, no son los principales actores económicos en las economías capitalistas. Desde la revolución industrial, los responsables del crecimiento, de la diversificación productiva, de la oferta de los nuevos bienes y servicios, de la creación de los empleos mejor remunerados, son los emprendedores innovadores. Los empresarios schumpetereanos.
Son los Karl Benz, los Henry Ford, los Thomas Edison, los Luciano Bennetton, los Steve Jobs, los Bill Gates, los Larry Page, los HelanMusk, los Amancio Ortega. Ellos son los que crean la riqueza aplicando el nuevo conocimiento para producir nuevos bienes y servicios, es decir, innovaciones, que son los verdaderos motores del crecimiento y el desarrollo. Ellos son los indispensables, los verdaderos responsables del desarrollo en los países en los que actúan. Los hombres de negocio son, en realidad, actores secundarios, se ubican en la segunda fila, mueven, de un lado para otro, la riqueza generada por los primeros.
La ética de los emprendedores innovadores es bien diferente a la de los hombres de negocio. Su objetivo es el nuevo bien o servicio, es decir, la innovación; la que se convierten en su pasión, en su razón de vivir. Por lo general, el dinero les viene como un subproducto de la innovación, no es su motivación principal, aunque, por cierto, le dan la bienvenida. Su relación con el dinero los hace ser, en algunos casos, generosos, como Bill Gates que está donando la mitad de su fortuna. Crean empresas sólidas y con proyección de largo plazo (Ford, Microsoft, Zara), bastante diferente del concepto de negocio, que se vende al primer buen postor (Wong, Backus).
Para innovar tienen que ubicarse en la frontera del conocimiento, lo que generalmente viene con una formación de alto nivel. Su compromiso con la verdad es absoluto, pues la frontera del conocimiento es cruel con los que engañan o sacan la vuelta. En esto, son parientes cercanos de los científicos e investigadores que también se ubican en esa misma frontera, aunque sus objetivos no siempre son económicos o de mercado. Creen en la cooperación y el trabajo en equipo (todas las innovaciones radicales han sido producto de ello), les pagan bien a sus profesionales y trabajadores, muchas veces les dan acciones de sus empresas. Tienen excelentes y duraderas relaciones con sus proveedores y subcontratistas, de los que depende en última instancia la alta calidad de sus productos finales (caso Toyota). Todos pagan sus impuestos puntualmente, y por lo general no usan los paraísos fiscales.
En realidad la verdadera pregunta que tenemos que hacernos es: ¿cómo es que la primera potencia mundial pudo elegir a un hombre de negocios como presidente?