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La ola populista en Brasil y en otros países del mundo

Foto: eldiario.es

Desde hace una década asistimos a la emergencia de “hombres fuertes”, machos providenciales, que anuncian y prometen salvar a sus sociedades de todos los males en varias partes del mundo. Todos se presentan como la respuesta (incluso imperfecta) de tres cuestionamientos existenciales: ¿en quién podemos confiar ante nuestras angustias profundas?, ¿quién puede restablecer la confianza de la nación en épocas inciertas?, y ¿quién nos permitirá no inquietarnos más en el futuro? (Roger Boyes, Times, 12 de octubre de 2018). La ola populista se está expandiendo por doquier en el planeta pues estos “hombres fuertes” responden a las esperanzas y sobre todo a los temores (reales y falsos) de los pueblos necesitados de protección en estos tiempos de mundialización. Es por ello que se llaman “populistas”, porque ante los desafíos inmensos de nuestra época ellos tienen las respuestas fáciles y simples que todos los pueblos esperan. Según algunos analistas esta situación ha sido acelerada por la elección del triste personaje Donald Trump en 2016, que ha abierto el camino al nuevo desorden mundial.

¿Podemos considerar entonces que la reciente elección del ex capitán del ejército Jair Bolsonaro en Brasil se situá en ese contexto mundial de expansión del populismo, sobre todo de extrema derecha? Es lo que vamos a tratar de responder en este texto.

El populismo actual y el neopopulismo en América Latina

Muchos autores consideran que estamos viviendo una situación similar a la que caracterizó Europa en los años 1920-1930 cuando, en medio de una crisis económica grave, los populismos y los fascismos nacieron en Italia con Benito Mussolini y luego se desarrollaron en Alemania nazi con Adolfo Hitler (con los horribles resultados que conocemos: violencias extremas, persecución antisemita, hambre y destrucción, campos de concentración). Sin embargo, hay que precisar que el populismo es sólo un elemento del sistema político fascista que nació en Italia en los años 1920, y que combinaba el autoritarismo, el nacionalismo, el populismo y, en su forma extrema, el totalitarismo. Por lo cual no es pertinente considerar que la ola populista actual esté asociada al fascismo europeo.

¿Qué es el el populismo? Es una “doctrina política que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo”, que nació en el siglo XIX en tanto “movimiento ideológico ruso que tenía como objetivo luchar contra el zarismo apoyándose en el pueblo” (Larousse ilustrado). Históricamente, el populismo es de derecha (conservador) y de izquierda (por el cambio); se caracteriza por el rechazo a los profesionales de la política, la desconfianza en las instituciones públicas existentes, el dialogo directo entre el líder carismático y la base social, una retórica nacionalista y un liderazgo caudillista (Wikipedia). Actualmente se destacan los elementos que combinan el “hombre fuerte” independiente que actúa sin intermediación de partidos con un discurso “anti-sistema”.

En América Latina se habla de “neopopulismo” para diferenciar el periodo actual de los populismos históricos de los años 1910-1954. Recordemos que el primer partido populista del continente fue el APRA fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, que se declaraba socialdemócrata, anti imperialista y nacionalista. En Argentina, Juan Domingo Perón fundó un partido similar en 1947 (Partido justicialista), y en Brasil Getulio Vargas fundó el Partido social democrático en 1945. Podemos clasificar en el neopopulismo de derecha a los gobiernos de Alberto Fujimori en el Perú, Álvaro Uribe en Colombia y de Mauricio Macri en Argentina; y el neopopulismo de izquierda concierne los gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro en Venezuela, de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y de Evo Morales en Bolivia (Wikipedia). Jair Bolsonaro representa el caso más extremo del auge del populismo de extrema derecha en América Latina.

 

La expansión de los “hombres fuertes” y del populismo inmoral en el mundo

En todos los casos de populismos internacionales, con sus facetas autoritarias y anti democráticas, observamos la desaparición creciente de referentes éticos y morales. En efecto, el presidente chino Xi Jinping, su homólogo ruso Vladimir Putin y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan se han afirmado como dictadores e imponen sus propias reglas, alejándose cada vez más de la decencia política, del respeto de los derechos ciudadanos y de los derechos humanos. Jinping, Putin y Erdogan son admirados por los otros dictadores (como Rodrigo Duterte, el presidente gansteril de Filipinas), sobre todo por su capacidad a oponerse al “Occidente”, léase a los Estados Unidos de Trump.

En ese contexto, la situación política actual en Europa es lamentable. Polonia, Austria, Italia y Hungría están gobernados por los partidos más extremistas y populistas de derecha desde los años 1930-1950. Y en todos los otros países europeos los partidos de extrema derecha han ganado muchos militantes. El movimiento de ultra nacionalismo está avanzando inexorablemente, y el Brexit ha demostrado que la tentación al repliegue nacionalista puede ser muy fuerte. ¿Porqué? ¿Cómo ha sucedido este desastre en el continente que defiende más que los otros los valores democráticos y de civilización? Tendría que tratar este tema en otro artículo, por ahora me contentaré de dar una respuesta esquemática planteando que la ola migratoria del Oriente Medio y del África, que empezó en 2015, con la guerra en Siria, ha sido utilizada como pretexto para la emergencia de un discurso populista que afirma que “ante el peligro de la invasión extranjera de Árabes y de Africanos lo único que queda por hacer es cerrar las fronteras pues esos Extranjeros vienen a traer desgracias a Europa.” La elección reciente de Matteo Salvini (vice-presidente y ministro del Interior) en Italia, uno de los países que afronta directamente la llegada masiva de migrantes, junto con España y Grecia, ha demostrado que el populismo de extrema derecha, abiertamente racista, xenófobo y ultra nacionalista, ya entró en el centro de Europa occidental.

Para explicar este movimiento social y político, algunos analistas como el politólogo ruso Fiodor Loukianov, consideran que la desaparición del sistema político bipolar, anterior a 1989-1990, representa el punto de ruptura del equilibrio político ulterior a la Segunda Guerra mundial, y la causa histórica de la situación actual. En efecto, este desequilibrio ha engendrado una degradación psicológica (para algunos el “todo esta permitido” y para otros el revanchismo), y también una degradación institucional; lo cual ha llevado a una pérdida de control racional del orden social y la afirmación de los instintos, que prima en la política mundial. Según él, todo ello conduce a la pérdida de los referentes morales y de las normas éticas bajo la influencia nefasta de las nuevas tecnologías y de la mundialización desordenada (Courrier International, 17 de octubre).

La elección de Jair Bolsonaro en Brasil: un “hombre fuerte” ultra conservador

Es en ese contexto que se sitúa la elección de Jair Bolsonaro en Brasil (208 millones de habitantes y 147 millones de electores). En la primera vuelta obtuvo 46,5% de los votos y Fernando Haddad, líder del Partido de Trabajadores (PT) obtuvo 28,5%; luego, en la segunda vuelta Bolsonaro ganó con 55,21% de los votos y Haddad perdió con 44,79% (O Globo, 1ro de noviembre).

En Brasil, el populismo no tiene como base la crisis migratoria (como en Europa), sino más bien la crisis económica y de seguridad ciudadana que se ha agravado desde hace una decena de años. En efecto, contrariamente al Perú, a Colombia y al Ecuador, el Brasil no afronta la migración masiva de venezolanos que escapan a la miseria y a la represión del nefasto gobierno de Nicolás Maduro. La migración de venezolanos a Brasil es reducida y está mejor controlada. El caso venezolano está demostrando que ante problemas similares, como la llegada masiva de inmigrantes extranjeros, las sociedades reaccionan con el mismo temor y desconfianza azuzados por los “hombres fuertes” ante los “Extranjeros”; por lo cual, como comprobamos en el Perú, la xenofobia se instala rápidamente. Este grave problema contemporáneo divide a las sociedades entre los pro-migración y los anti-migración; pero debe ser resuelto en modo democrático. Cada país debe analizar sus capacidades de acogida y de integración de los nuevos migrantes. No existe una solución global y definitiva como lo pretenden los populistas anti-migración.

Podemos preguntarnos ¿cómo es posible que un país latinoamericano que eligió masivamente a gobernantes progresistas y de izquierda (de 2002 a 2016) haya cambiado tanto en tan poco tiempo y haya elegido como presidente a un candidato ex militar, con un discurso machista, racista y de gran violencia? En realidad Bolsonaro tiene todos los vicios de Trump, el populista más grande del continente americano, y ambos han logrado un triunfo electoral concentrando todo el descontento, toda la frustración y todos los miedos de los ciudadanos pobres, mal educados y, en consecuencia, más manipulables políticamente. No obstante, contrariamente a lo que opina el periodista español Juan Jesús Aznares [El País, 9 de octubre], no se trata de “analfabetismo político de una buena parte de América latina… una región poblada de millones de iletrados en materia política”, un juicio sumamente arrogante y desdeñoso hacia las sociedades latinoamericanas [¿cuándo dejaran de insultarnos ciertos Españoles?]. Se trata de la aceptación del discurso populista que promete resolver todos los problemas urgentes, dando esperanzas y aliento a las mayorías, con consignas simplificadoras muy lejanas de la realidad. No obstante, el voto de extrema derecha corresponde a la situación social efectiva de una sociedad dada: la corrupción, el machismo, el racismo, la homofobia, y otros tipos de intolerancia no son invenciones de los populistas, ellos no hacen sino utilizar esas realidades sociales para ganar las elecciones haciendo promesas absurdas.

Desde hace varios años Brasil afronta un altísimo nivel de corrupción. Como sabemos, el ex presidente Lula da Silva se encuentra purgando una larga pena de prisión de 12 años, y Dilma Rousseff ha sido destituida en 2016 por un proceso político que intentaba demoler al partido fundado por Lula. La mega corrupción del caso Lava Jato, en el cual se encuentran asociadas las empresas brasileñas Odebrecht y Petrobras, entre otras, con el Estado brasileño, concierne numerosos países latinoamericanos, entre los cuales se encuentra el Perú. Recordemos que actualmente, los ex presidentes Ollanta Humala y Alejandro Toledo están afrontando la justicia por cargos de corrupción, Alan García deberá seguirlos próximamente; y la ex candidata a la presidencia Keiko Fujimori cumple prisión preventiva por haber recibido dinero de Odebrecht para su campaña electoral de 2011.

De otro lado, una de las causas de miedo de la mayoría de brasileños, sobre todo las clases populares y medias, es sin duda alguna el altísimo nivel de violencia criminal. Como dice el periodista João Domingos, de O Estadao de São Paulo: “Hay que entender que un gran problema brasileño es la inseguridad, y que mientras más pobre es una población, más la sufre. A mayor vulnerabilidad social más muertos en la familia, cualquiera que sea la causa. Entonces, esta población apoya propuestas autoritarias.” (La República, 30 de octubre). La pobreza contribuye a la violencia, es evidente. No obstante, este problema grave no puede resolverse con “el acceso libre a las armas” como pretende Bolsonaro, ello producirá de seguro un aumento horrendo de la violencia criminal, como observamos en Estados Unidos, donde se registraron 1,800 muertes por armas de fuego en 2017 [sobre más de 325,3 millones de habitantes] (CNN español del 8 de noviembre de 2018).

Según el “Atlas de la violencia de Brasil”, en 2018 el país tiene una tasa de homicidios 30 veces más importante que la de Europa. En 2016, se registraron 62,517 asesinatos; en la última década 553,000 brasileños perdieron la vida de muerte violenta, es decir que hubieron 153 muertos por día. Peor aún, entre 1980 y 2016, casi medio millón de Brasileños perdieron la vida en asesinatos con armas de fuego. Estas cifras de la violencia criminal son tan altas que hacen pensar en un país en guerra. En efecto, el uso de armas en Brasil es de 71%, una cifra muy cercana de la situación de países que sufren de la violencia endémica como El Salvador (76%, más de 6,5 millones de habitantes) y Honduras (83%, más de 8,7 millones). En Río de Janeiro la tasa de homicidios creció en 18,8% entre 2015 y 2016; los más afectados de esta violencia criminal son los hombres jóvenes (94,6% de las víctimas). Esto significa que los jóvenes pobres que tienen entre 15 y 29 años representan una suerte de juventud perdida (O Globo, 5 de junio de 2018).

Después de Brasil, los países con el nivel más alto de homicidios en América Latina son: México (19,669 en 2014; más de 122 millones de habitantes) y Venezuela (19,030; más de 31,2 millones). En el Perú hubieron 2,014 asesinatos en 2014, y 2,247 en 2015 [sobre más de 31 millones]. Entre 2011 y 2015, 80% de los muertos por asesinato fueron hombres; sin embargo en 2015 la tasa de feminicidios aumentó en 18% (¿Qué sabemos de los homicidios en el Perú? MINJUS, 2017).

En ese marco general, las promesas de campaña de Bolsonaro han sido de una extrema violencia verbal; por un lado, ha centrado sus ataques contra las mujeres (ha declarado que son ignorantes, que no deben ganar el mismo sueldo que los hombres, y ha insultado a una legisladora diciéndole que era “demasiado fea como para violarla”). Luego ha ofrecido facilitar el acceso a las armas de fuego y otorgar a la policía mayor autoridad para matar a los delincuentes; el general jubilado que lo secunda ha dicho que una intervención militar sería la única forma de depurar el corrupto sistema político del país. Bolsonaro ha hablado con admiración de la dictadura militar en el país y de sus métodos de tortura (The New York Times del 5 de octubre). Además, ha prometido una política económica ultra liberal en la cual la Amazonía sería aún más explotada y desforestada, para el mayor beneficio de la minería, de la explotación de madera, de la agroindustria y de la ganadería, y sin ningún respeto por las convenciones internacionales sobre el calentamiento global. En ese marco, también promete expropiar tierras a los pueblos indígenas, que tienen solamente el usufructo de sus tierras ancestrales (Libération del 30 de octubre). Esto significa que el pulmón del planeta , con todo lo que ello implica para las personas y para el ecosistema, está en peligro real. Pero los populistas como Bolsonaro son incapaces de reflexionar en el futuro cercano y se contentan con una política centrada en el presente y en el beneficio económico y político inmediato. Veremos si estas promesas absurdas son concretizadas y aceptadas, o si suscitan un rechazo global y medidas internacionales en defensa del planeta.

¿Porqué ganó Bolsonaro?

Sabemos que Bolsonaro ha sido apoyado masivamente por las iglesias evangélicas que defienden como él modos de vida tradicionalistas y la posición subordinada de las mujeres; pero también fue sostenido por los grupos de la agroindustria que quieren seguir enriqueciéndose. De manera más precisa, siguiendo el análisis de Rodrigo Tavares [Folha de São Paulo, 19 de octubre] cuatro elementos explican su triunfo: la importancia política de las redes sociales; el conservatismo machista, homofóbico y racista; la bipolarización política luego de la caída del Partido de los trabajadores (PT) de Ignacio Lula da Silva y de Dilma Rousseff [que apoyaban a Ollanta Humala en la ascensión política que lo condujo a la presidencia del Perú en 2006]. Y, en cuarto lugar, el silencio y el olvido del pasado de violencia dictatorial del país.

• En primer lugar, Bolsonaro ha sabido utilizar en su beneficio el infra mundo de las redes sociales, esta nueva forma de hacer la política que ha reemplazado en muchos países los mítines, los discursos en las plazas, en las radios y en la televisión. Trump ganó sus elecciones de esa manera, y en nuestro país, el siniestro Alberto Fujimori, con sus 80 y pico años, su hija Keiko y su hijo Kenji también lo han adoptado como medio principal de “hacer política”. Estos “nuevos políticos” ya no necesitan los filtros de los partidos, prácticamente inexistentes, hablan directamente al “pueblo” con los Tweets y los mensajes inmediatos. Por lo cual podemos decir que las redes sociales favorizan la expansión de los neopopulistas.

Brasil es uno de los países del mundo que cuenta con el número más importante de usuarios de WhatsApp (3er lugar, 44 millones de usuarios), de Facebook (4to lugar) y de Twitter (6to lugar). Mientras los otros candidatos a las elecciones (Fernando Haddad por el PT, Ciro Gomes de izquierda moderada, Geraldo Alckmin de centro derecha y Marina Silva, de izquierda, ecologista) hacían sus campañas en las calles y en la televisión, Bolsonaro desplegaba un aparato de ataque y de propaganda en las redes centrado en la estrategia piramidal de difusión con cerca de 300 mil grupos de WhatsApp animados por militantes locales y extranjeros. La Folha de São Paulo ha revelado que los medios empresariales han financiado una gran campaña de WhatsApp contra el PT invirtiendo cerca de 12 millones de reais [la misma suma en soles, o 2,8 millones de euros]. Evidentemente, se trata de una práctica ilegal; Bolsonaro ha logrado transformar los electores en sus propagandistas.

• En segundo lugar, el triunfo de Bolsonaro se explica también por el conservatismo machistael racismo y la homofobia de una parte importante de la sociedad brasileña. Luego de un largo periodo de dictadura militar (1964 a 1985), el país ha sido dirigido por gobiernos de centro o de izquierda desde inicios de los años 90; pero a pesar de ello, 63% de la población es favorable a la pena de muerte [reservada a crímenes graves en caso de guerra exterior]; solamente 14% defiende el derecho de la interrupción voluntaria de embarazo. Y los sondajes anuales sobre las instituciones que juzgan más dignas de confianza, la mayoría de Brasileños citan: el Ejército, la Policía y las Iglesias. En ese contexto, recordemos que las iglesias evangélicas [25% de la población, o sea 50 millones de brasileños], que defienden valores ultra conservadores y puritanos, han ganado mucho terreno en Brasil, haciendo retroceder a la iglesia católica; este movimiento socio-religioso es general en América Latina.

La cultura machista, extendida y valorizada, atribuye el poder a los hombres que cosifican a las mujeres. De acuerdo con un estudio de 2017, citado por Tavares, 61% de hombres brasileños asumen tener comportamientos machistas, y sólo 17% reconoce tener prejuicios. Para los hombres, el discurso de Bolsonaro revela su patriarcalismo asumido, y muchas mujeres lo aceptan con indulgencia. Los discursos homofóbicos y racistas contra los afro-brasileños son también parte del bagaje político del ex capitán Bolsonaro. Este “hombre fuerte” reafirma la defensa de las jerarquías ordinarias que datan del siglo XIX y que siguen moldeando el orden social conservador brasileño.

• Brasil sufre de una penuria de líderes carismáticos, ello a pesar de tener muchas personalidades en las artes, las ciencias y las letras. Según Tavares, la mayoría de responsables políticos evitan la confrontación pública para poder mantener una neutralidad estudiada y oportunista. Los opositores de Bolsonaro brillan por su ausencia en el debate nacional. O sea que si ponemos de lado las posiciones de resistencia y de rechazo de los universitarios, de los intelectuales, de los medios sindicalistas y de los ecologistas , no existe una oposición organizada en Brasil. Lo cual es lamentable porque se acercan 4 años de autoritarismo y de “mano dura”, seguramente peor que el régimen del funesto Alberto Fujimori.

• La cuarta especificidad de Brasil es su olvido de la historia de dictadura y la inexistencia de una cultura histórica que valorice el pasado para corregir los errores del presente. De acuerdo con Tavares los grandes momentos históricos son raros y desconocidos por la mayoría de la población. Nunca se han esclarecido los hechos de violencia del periodo militar; y la Comissão da Verdade [2012-2014] creada durante el gobierno de Dilma Russeff, una antigua militante de izquierda torturada por los militares, no ha logrado crear un consenso nacional sobre las violaciones de los derechos humanos de parte del Estado [hubieron 434 muertos entre 1946 y 1988]. Esta situación es similar a la del Perú, donde tampoco se ha adoptado el Informe final de la CVR como un documento histórico que debía servir a restructurar el Estado, las Fuerzas Armadas, y a rendir justicia a las víctimas. Igualmente, del mismo modo que en el Perú, las Fuerzas Armadas brasileñas han rechazado el Informe final y no han abrogado la ley de amnistía de 1979; o sea que ni siquiera han habido procesos y condenas de algunos altos responsables, como ha sucedido en el Perú, en Argentina y en Chile.

• En fin, lo peor hubiera podido ser evitado en las elecciones de Brasil si el candidato opositor no hubiera sido Fernando Haddad, del Partido de trabajadores de Lula. Dado que lo propio del populismo es concentrar sus ataques en una sola persona o fuerza política, Bolsonaro ha logrado concentrar y cristalizar todos los miedos del pueblo contra el candidato del partido que ha gobernado entre 2002 y 2016, y que ha caído por la mega corrupción que lo carcomía desde el interior. Lo cual ha sido utilizado perfectamente por Bolsonaro, sobre todo porque hasta ahora el PT no ha renovado sus líderes, y tampoco ha reconocido su responsabilidad en los asuntos de corrupción al más alto nivel del Estado. Lamentablemente, Lula y Rousseff estaban implicados en esos asuntos, aún cuando hayan desarrollado políticas positivas (aunque asistencialistas) para las clases más pobres del país. La presencia de Haddad ha reforzado la tesis del “enemigo público” y ello ha polarizado totalmente el país.


Reflexiones finales

• Hemos entrado en una nueva fase de la política nacional e internacional, influenciada como nunca antes por las nuevas tecnologías que contribuyen a la desaparición de los partidos tradicionales, y a la afirmación de personajes populistas de extrema derecha. Estos últimos utilizan los mismos resortes instintivos de los ciudadanos confrontados al miedo y a la angustia por el presente y por el futuro que se ha observado en los años 1920-1930 en Europa, ulteriores a la Primera Guerra mundial [que conmemora el primer centenario del armisticio este 11 de noviembre]. Sin embargo, como disponen de las redes sociales para transmitir e inculcar sus promesas absurdas sobre el “futuro brillante” que pueden ofrecer a los “pobres pueblos desamparados”, su capacidad de hacer daño a la población se ha multiplicado.

• Las promesas populistas son creídas y aceptadas por millones de personas, de todas las clases sociales por motivos distintos: las élites para conservar sus privilegios; y las clases medias y pobres porque necesitan creer en las promesas de los “hombres fuertes” para mejorar sus vidas cotidianas.

¿Qué ofrecen los machos neopopulistas? Todo lo que angustia a los ciudadanos de a pie según el estado de sus sociedades. En Estados Unidos y en países europeos se agita el temor a “los migrantes extranjeros que van a destruir la sociedad actual”. En Brasil, Bolsonaro ganó la presidencia por cuatro años (2019-2022) agitando el temor a la delincuencia criminal (ofrece armas para todos); el temor a los grupos minoritarios que van a “envilecer” la sociedad brasileña basada en la jerarquía social heredada del siglo XIX (los ricos antes que los pobres), en la jerarquía entre los sexos (los hombres mandan y las mujeres deben someterse), y en la jerarquía étnica o “racial” (los “blancos” son superiores a los afrodescendientes, indígenas y mestizos). ¿Qué ofrece para mejorar la situación del país? Afirmar el poder autoritario de las Fuerzas Armadas, de las Iglesias (los evangelistas votaron por él); explotar la Amazonía para vender más productos mineros, agroindustriales y ganado (aunque ello implique la destrucción de los pueblos indígenas y del ecosistema mundial); y conservar las jerarquías sociales y estatutarias fundadas en los orígenes étnicos y de clase social. Esos son los valores de ultra derecha del lamentable Bolsonaro, súper macho de Brasil, que sin embargo no puede ser calificado de “fascista”. Para serlo tendría que dar un golpe de Estado y comportarse como Mussolini; esperemos que no se lleguen nunca a esos extremos en nuestro continente.

• Brasil tiene más de 212 millones de ciudadanos, y sobre el total de 147 millones de electores, 55% ha votado por las promesas de Bolsonaro. Veremos si esas promesas populistas ultra conservadoras, ultra liberales y anti modernas suscitan la adhesión o la oposición de las clases populares y de las clases medias del país que son las que sufren más de la crisis multifacética de este país. Por ahora constatamos que el voto mayoritario por un candidato “anti-sistema” ha sido el reflejo del contexto social real en el que viven los ciudadanos brasileños.

• Debemos observar con mucha atención este proceso a partir de enero de 2019 pues la llegada de un presidente de extrema derecha a Brasil es un peligro latente para todos los países latinoamericanos, incluyendo el Perú por supuesto, donde ya tuvimos un presidente populista de extrema derecha, Alberto Fujimori, cuya familia sigue tratando de reinstalarse en el poder con el apoyo de los sectores más corruptos e ignorantes que cuenta nuestro país. Esperemos que esta realidad sea visible para todos, que la verdad salga a la luz, y que se anule, por medio de la justicia, todo intento de retorno del peligro naranja.

Fuentes consultadas:

— ¿Qué sabemos de los homicidios en el Perú? MINJUS, Boletín IV, 2017 [https://indaga.minjus.gob.pe/sites/default/files/Bolet%C3%ADn%20IV%20Homicidios%20MINJUS%202017.pdf]

— O Globo, 5 de junio y 1ro de noviembre de 2018.

— The New York Times del 5 de octubre de 2018.

— El País, 9 de octubre de 2018.

— Times, 12 de octubre de 2018.

— Libération del 30 de octubre de 2018.

— Courrier International n° 1461, 1-7 de noviembre de 2018.

— CNN español, 8 de noviembre de 2018 [https://cnnespanol.cnn.com/2018/11/08/tiroteo-florida-armas-estados-unidos-comparacion-mundo/]

— Le Monde Diplomatique n° 776, noviembre de 2018.

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