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El significado del suicidio de Alan García

Para el suscrito, la muerte de García, por mano propia, no es más que una fecha infausta como tantas otras aparentemente ilustres. Pongo como ejemplo la muerte de Rufino Echenique y la de Mariano Ignacio Prado. Pueden ser muchas para escoger, que para no ahondar más, no inspiraron absolutamente nada en un mar de sospechas y de acusaciones todas delictivas (traición, corrupción, incapacidad, entre tantas). La del sujeto de marras, será considerado igual por la historia por lo que no cumplió, por lo que destruyó y en general por el daño que dejó; no sólo en el plano económico y social sino también en lo que sigue ausente a lo largo de nuestra vida como nación y que vienen a ser la ética y la moral en lo político.

Puedo decir, sin ninguna pretensión vana, que ambos recibimos la misma formación ideológica, histórica, épica y principista de Haya de la Torre y de los principales líderes y dirigentes del aprismo. Desde muy jóvenes pudimos compartir muchas situaciones o eventos partidarios hasta 1983, año en que se hizo elegir, con malas artes, secretario general. Y afirmo lo anterior, con autoridad moral, para sostener que frente a la comparación  que algunos ignorantes quieren hacer con Haya de la Torre, no resulta más que un disparate y que García, por más brillante o inteligente que se le quiera pintar, no llega ni al inicio de la talla intelectual, moral y política  de aquel que es reconocido  como el “Hombre del siglo xx”.

Haya, siguiendo a Gonzales Prada, siempre predicó que los ciudadanos al momento de elegir autoridades deberíamos hacerlo entre quienes cuyas biografías se puedan leer de principio a fin.

En este sentido, desde muy joven, el personaje que me ocupa, tuvo manifestaciones de soberbia y narcisismo que lo hacían sentirse superior a todos sin reconocer el valor de muchos de quienes actuaron en su entorno y que podían ser promocionados con el objetivo de construir un equipo. Pero él nunca lo permitió, ello explica la carencia de líderes en la actualidad.

No hay dignidad ni honor y menos heroísmo, al hecho de recurrir al suicidio cuando, cercado por la justicia, prefiere dispararse huyendo de las circunstancias que no supo enfrentar por su miedo y por su cobardía.

Para nadie es un secreto su individualismo y egocentrismo del que siempre hizo gala y que delata un desequilibrio emocional que lo acompañó en su decisión fatal. Algo más, llegó a concebir, bajo el patrocinio de Carlos Andrés Pérez, que para mantener el poder tendría que hacerlo con el sostén de la acumulación de dinero, en otras palabras, que tenía que ser rico; tal como lo demuestran sus signos exteriores de riqueza. Otra de sus características que lo definían, era su incontrolable cobardía en los momentos supremos de peligro o de tomar una gran decisión, y de lo cual soy testigo de excepción. Haya murió pobre y rodeado de afecto, García muere rico y en una soledad que hacen del cuadro una antinomia.

En lo ideológico, siendo el APRA un movimiento de izquierda democrática, se dejó seducir por la derecha más conservadora, a la cual se entregó sin miramientos, convirtiéndose en apóstata y traidor a las ideas Hayadelatorreanas. Destrozó un partido que nació para redimir a los más necesitados y alcanzar la justicia social con pan y libertad, prefirió el cómodo y fácil papel de servir a los intereses de los dueños del país a cambio que lo dejen disfrutar del Estado como botín; el resultado: una organización política al borde de la extinción.

Volviendo al comienzo de estas líneas, no hay dignidad ni honor y menos heroísmo, al hecho de recurrir al suicidio cuando, cercado por la justicia, prefiere dispararse huyendo de las circunstancias que no supo enfrentar por su miedo y por su cobardía. No hay mito ni leyenda en una vida como las tantas que podemos recordar, a despecho de títulos y encumbramientos, que jamás se podrá leer para buscar un ejemplo. La historia lo olvidará y su desaparición se reducirá a una crónica policial.

 

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