Sobre el suicidio de Alan García y lo que queda del APRA

La Revista Ideele me ha solicitado amablemente una reflexión acerca de lo sucedido el 17 de abril último en que el expresidente Alan García se dio un disparo, terminando con su vida, para evitar que se concretara la diligencia judicial de su detención preliminar, solicitada por la fiscalía y ordenada por el poder judicial. Esto sucedió en el marco de las investigaciones sobre uno de los procesos penales iniciados para combatir a la mega- corrupción - que golpea sañudamente a nuestro país desde hace varios años -, y sancionar debidamente a los culpables, en el marco de las leyes y con las garantías del debido proceso.
Es difícil cumplir con lo solicitado, pues no se trata sólo de reflexionar sobre el suicidio de una persona, lo que no es ni puede ser tema sobre el cual agrade conversar o escribir, sino porque en este caso se trata de las circunstancias en que ocurrió el hecho, y por tratarse de alguien que fue alto dirigente y, durante bastantes años, para muchos, líder del APRA (PAP), luego de la muerte en 1979 de Víctor Raúl Haya de la Torre, el incuestionable líder histórico de esa APRA muy distinta a la de ahora. De ese partido que fue como mi segundo hogar y en el cual activé durante gran parte de mi vida.* Y porque, además, la persona que consumó su suicidio tuvo muchísimo poder - entregado por quienes en su momento confiaron plenamente en él - y fue en dos ocasiones presidente del Perú.
Complicado, además, porque este hecho trágico (quitarse la vida, haciendo con ello más dificultoso para los encargados de administrar justicia, que se llegue a conocer la verdad) tiene implicancias profundas y complejas para el Perú y, cómo no, para el APRA, la organización política decana del país fundada por Haya de la Torre en 1930. Por ello, es necesario ubicar lo sucedido en un contexto mayor de reflexión- habida cuenta de los hechos: signos exteriores de riqueza, pruebas plenas, evidencias, y testimonios corroborantes- de lo que puede significar para el Perú empezar a terminar con la megacorrupción instalada en los más altos niveles del Estado, lo cual ha frenado y frustrado las posibilidades de un sostenido desarrollo nacional en libertad, en democracia, y respetando los derechos humanos de todos sus ciudadanos.
El suicidio de Alan García
Expresado públicamente el pésame a la señora madre, hijos y otros seres queridos del expresidente por este hecho de sangre inaudito e inexplicable, la vida debe proseguir.
Sin embargo, así como fue impactante el hecho de descerrajarse un disparo con arma de fuego como consecuencia de la decisión exclusivamente personal de Alan García, también debe ser materia de un sereno y razonable primer análisis, donde prevalezca rigurosamente la consideración objetiva de los antecedentes conocidos, la lógica, las pruebas y los elementos de convicción. Y finalmente, el sentido común, como telón de fondo y marco general, sin forzar interpretaciones extravagantes, antojadizas o interesadas, sobre hechos, actitudes y evidencias que caen por su propio peso.
La reacción normal y previsible de una persona que se sabe y se siente inocente de delitos o crímenes que se le imputan, es defender tenazmente su inocencia, siempre, con toda su inteligencia, sus fuerzas y argumentos en busca de la verdad. No rehúye ni evade. Si hay complejidad o sofisticación en los delitos o crímenes perpetrados, pues la persona inocente procede a explicar esa complejidad y, acto seguido, procede al deslinde transparente de responsabilidades y al careo correspondiente con co-imputados, si los hubiere, o con los testigos de cargo, en el marco de la razón y de las reglas del debido proceso en un Estado constitucional de derecho. A esta conclusión llegó el gobierno de Uruguay cuando en diciembre del año pasado le denegó el asilo diplomático - solicitado dos semanas antes - y le pidió que se retirara de la residencia uruguaya en Lima. El señor García Pérez no era un perseguido político.
Y, si de honor y dignidad se trata, pues la persona inocente defenderá con más decisión y tenacidad su inocencia, precisamente, para salvar el honor y la dignidad de su nombre y el de sus progenitores e hijos.
Pero ¿qué ocurrió el miércoles 17 de abril? Lo impensable para la inmensa mayoría de peruanos, inclusive para los fiscales y para los miembros de la Policía Nacional que intervinieron en la diligencia. Excepto, aparentemente, para su entorno de colaboradores inmediatos, inclusive algunos congresistas que el país conoce bien, y cuya pasividad y silencio, desde la noche anterior a la diligencia y hasta momentos antes del suicidio, es inexplicable, no obstante tener ellos conocimiento de fuertes indicios que el señor García podría atentar contra su vida y saber que tenía en posesión varias armas de fuego. ¿Por qué no alertaron a la Policía Nacional o a la Fiscalía de la Nación de esa posibilidad fatal y por qué ninguno de esos congresistas o dirigentes políticos de su entorno inmediato y de confianza ni siquiera estuvo acompañando a su “compañero presidente” desde la noche anterior, dentro o fuera de su domicilio, en la misma mañana de los hechos?
Días antes, - sobre todo a través de los informes valientes y rigurosos de los periodistas de investigación Gustavo Gorriti y Romina Mella -, se había conocido públicamente la existencia de vouchers o transferencias bancarias - de varios millones de dólares en presuntas megacoimas - atribuidas y hechas a favor de Luis Nava Guibert, - según confesión de Jorge Barata, máximo ejecutivo de Odebrecht en el Perú. Transferencias bancarias desde cuentas en la Banca Privada de Andorra (BPA) hechas por Miguel Atala, ex-vicepresidente de Petroperú designado durante el gobierno de A. García y hombre de absoluta confianza del ex-presidente. Como sabemos, el señor Nava fue secretario de la presidencia de la República durante los dos períodos de gobierno de Alan García, designado por el mismo presidente, hombre de su absoluta confianza también y a quien se veía permanentemente muy cerca del entonces presidente, atento a cualquier indicación o directiva de él, en la gran mayoría de actos públicos oficiales, año tras año.
Al momento de escribir estas líneas, Luis Nava Mendiola, hijo de Nava Guibert, - quien salió del país el mismo día que se ordenó su detención preliminar -, ha regresado al Perú luego de confirmar ante los fiscales, en la ciudad de Miami, EE. UU, la veracidad de lo declarado por el ejecutivo de Odebrecht, y que él sólo se limitaba a transportar al señor Barata a donde se encontraba su padre para entregarle grandes cantidades de dinero. Nava Mendiola, cuyo nombre también se registra como receptor de medio millón de dólares de Odebrecht, se encuentra, por ahora, con orden de comparecencia restringida.
Estos son los antecedentes inmediatos más relevantes a la muerte autoinfligida por Alan García Pérez ese 17 de abril y que derivaron en la orden judicial de arresto preliminar que jamás pudo cumplirse. El proceso penal ha de continuar y el dictamen fiscal deberá contener todos los elementos de convicción que finalmente serán materia de sentencia judicial. Y aquí me detengo en este aspecto.
Distorsiones, fanatismos y campañas mendaces
Sin embargo, no obstante ser de público conocimiento todo lo anterior, los dirigentes del entorno inmediato del fallecido expresidente iniciaron una inexplicable, absurda y violenta campaña verbal de negación de los hechos y de distorsión, cuestionando el hecho central que Alan García se había quitado la vida por su propia decisión y pretendiendo culpar de su suicidio a los periodistas de investigación que acopiaron la información de la fiscalía brasileña y la hicieron pública, a los fiscales encargados del caso y a los mismos policías que intervinieron en la diligencia. La reacción de esos dirigentes, que debió ser de reconocimiento cabal de lo acontecido, con hidalguía y sinceridad ante el país, se tornó, por el contrario, en un grotesco espectáculo mendaz, que el país ha atestiguado y que ha hundido aún más en el descrédito, en la debacle moral y en el rechazo popular al otrora poderoso partido de Haya de la Torre.
La reacción normal y previsible de una persona que se sabe y se siente inocente de delitos o crímenes que se le imputan, es defender tenazmente su inocencia, siempre, con toda su inteligencia, sus fuerzas y argumentos en busca de la verdad.
¿En qué condiciones deja Alan García al APRA?
El APRA fue mi partido durante gran parte de mi vida, y en el pasado fortaleció sus cuadros políticos, su mística, su organización y su gravitación política precisamente enfrentando adversidades y persecuciones en las peores circunstancias. Y en ningún momento, ni Haya ni ninguno de los dirigentes o militantes se suicidó o pretendió suicidarse, lo cual habría sido absolutamente impensable. Pero el APRA de Haya pudo resistir la adversidad y erguirse frente a ella porque, aún en medio de aciertos y desaciertos, como ocurre con toda obra humana, prevaleció la autenticidad de la prédica y la propuesta de transformación democrática y, sobre todo, la honestidad y honradez de sus máximos dirigentes.
Hoy el PAP, luego del segundo gobierno de Alan García, ante la inmensa mayoría ciudadana, está asociado con la corrupción y por ello es rechazado por esas mayorías. Es como si ese peso histórico se hubiera volcado contra el mismo partido. El PAP, bajo esta dirigencia, en los últimos lustros se ultraderechizó, arrió sus banderas de justicia social con libertad y derechos humanos, se puso del lado de los poderosos y llegó a llamar “ciudadanos de segunda categoría” a nuestros compatriotas de los andes y de la selva que se atrevieron a defender sus tierras, su agua y la pureza de su aire. Y aún en medio de procesos penales por corrupción que involucran a los expresidentes Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski, y a la excandidata presidencial Keiko Fujimori; el rechazo y el repudio al APRA es proporcional a la influencia, gravitación y esperanzas que tuvo y concitó durante décadas. Todo esto por responsabilidad directa de quienes se presentan como dirigentes máximos y hasta “líderes”. Esto es una gran traición a esa APRA del pasado, a Haya de la Torre y a quienes lucharon hasta perder la vida por esos ideales superiores.
¿Qué ocurrirá en el futuro próximo y más allá de él?
Por el momento, aventurar una respuesta sería entrar en el terreno de lo insondable.
*En lo personal, creo pertinente señalar que nací en hogar aprista, cuando en el Perú regía la dictadura militar de Manuel Odría. Mi padre, Romeo E. Salgado, a los 20 años de edad, fue co-fundador de la Federación Aprista Juvenil (FAJ) en 1934, luego que en 1932 (bajo la dictadura de Luis M. Sánchez Cerro) estuviera a punto de ser ejecutado extrajudicialmente junto con otros jóvenes apristas en el Callao. He sido dirigente del Comando Universitario Aprista (CUA) en la Universidad Católica de 1973 a 1977, secretario general de comités apristas en los EE.UU (1979 - 1984) y en años ulteriores (1989-1992) secretario nacional de Relaciones Internacionales del Partido Aprista Peruano.