Mediocrón no más

Cada cambio de Gabinete ha sido más que un cambio de personas: ha sido una especie de cambio de lógica de gobierno. Se empezó con la idea de todas las sangres; Lerner presidía un equipo con gente que iba, para simplificarlo, desde liberales hasta izquierdistas. Cayó a los tres meses por un desorden generalizado.
Vino entonces un giro importante; se dijeron ‘hagamos un gabinete más cohesionado, homogéneo, y que apunte al orden, dentro del Gabinete y en el país’.
Tampoco resultó. El Gabinete Valdés agonizó desde marzo y llegó ya muerto a julio.
Vino entonces el Gabinete autoproclamado del diálogo, que es como decir ‘ojo, no seremos como Valdés’. A tal punto que el ministro del Interior —como si lo que empezase fuera un nuevo gobierno y no un cambio de ministros—, llegó a decir que, a diferencia de lo que venía ocurriendo, ya no habría más muertes en protestas sociales. Si no me equivoco, van cinco en el nuevo gobierno —perdón, el nuevo Gabinete.
Tengo la convicción de que este último está condenado al destino de los anteriores. Estoy seguro de que durará varios meses más, ya que no se puede cambiar de gabinete todos los días, pero ya está desgastado por los turbulentos acontecimientos de los dos primeros meses de su existencia. Creo que el problema fundamental no está en el Gabinete.
La dificultad para tener equipos coherentes, estables y reconocidos está más arriba. Tiene que ver con Ollanta Humala y Nadine Heredia. En un país cada vez más desinstitucionalizado, ellos concentran el poder de decisión. Juegan con las cartas muy pegadas al pecho y no están dispuestos a tener ministros que piensen y actúen con mayor independencia. Si hoy día Jiménez es el primer ministro es porque se hizo dentro del Gobierno y logró la confianza de Nadine y de Ollanta. En ese orden. La posibilidad de atraer a alguien con peso político propio no existe en un esquema de gobierno en el que, por ejemplo, es la primera dama la que entrevista a los candidatos a sus cargos y anuncia las reglas del juego.
Pienso que, en términos generales, estamos ante un Gobierno pragmático y coyunturalista. No se ve un gran horizonte de gobierno. Ya no queda prácticamente nada de la “Gran Transformación”, lo que a mí me parece bueno, en la medida en que las ideas que la sustentaban eran profundamente erradas; pero que es una traición a sus votantes. Además, la “Gran Transformación” no ha sido reemplazada por nada que tenga un aliento que trascienda la coyuntura. Responder a todo diciendo que están por la inclusión social es casi tan vacío como cuando Toledo hacía jurar a sus ministros por los pobres del Perú.
Hay problemas fundamentales que requieren ser encarados para tener una sociedad más justa y un desarrollo más sustentable. Necesitamos igualar hacia arriba las oportunidades para todos. Es decir, que no solo los que las podemos pagar tengamos seguridad, educación, salud y justicia; debe haber un Estado que la provee con calidad suficiente a todos. No veo sinceramente a este Gobierno con ideas y ambiciones a ese respecto.
La dificultad para tener equipos coherentes, estables y reconocidos está más arriba. Tiene que ver con Ollanta Humala y Nadine Heredia. En un país cada vez más desinstitucionalizado, ellos concentran el poder de decisión.
Desde la izquierda se dice que el Gobierno ha girado a la derecha y está al servicio de los empresarios. Los empresarios, por su parte, admiten el giro, pero señalan que —probablemente no por opción, pero sí por la incompetencia gubernamental— hay muchísimas inversiones paradas.
Y no me refiero solo a Conga, que, por su magnitud y onda expansiva, es una enorme derrota para la posibilidad del desarrollo del país. No olvidemos que se fueron por el caño 5 mil millones de dólares, casi el 5% de la inversión privada de los últimos cuatro años; exportaciones por 1.700 millones de dólares anuales y alrededor de 850 millones de nuevos soles al año de impuestos.
Me refiero, también, a diversas trabas burocráticas a la inversión en distintos campos, que tiene paralizada una enormidad de proyectos —por ejemplo, las eléctricas—, lo que pronto puede empezar a traducirse en apagones para viviendas y empresas. No es solo la ideología, sino también la mediocridad la que hace daño a los países.
Se anunció, con este nuevo Gabinete, un manejo distinto de los conflictos sociales. La verdad, estamos en lo mismo, si no peor. No hay capacidad de anticipación para evitar que se llegue a la violencia, y cuando ésta estalla usualmente termina con muertos, lo que lleva a una mesa de diálogo en la que el Gobierno concede lo razonable o lo absurdo. Lo que sea, con tal de voltear la página. En Jauja, después de recorrer el camino recién mencionado, concedieron que no haya un estudio técnico para ver cuál es la mejor alternativa para el aeropuerto regional; en resumen, un contrasentido mayúsculo en el que pierden todos.
No es mucho más alentador el panorama del manejo de la seguridad. Dejemos por un lado, esta vez, la inseguridad cotidiana en las ciudades, que cada vez está peor, y veamos lo que pasa con Sendero Luminoso. Si bien se ha dado un paso significativo con la derrota que se le propinó en el Huallaga, en el VRAEM la cosa está complicada y no se encuentra la manija para enfrentarlos con éxito. Menos todavía se sabe qué hacer frente al Movadef.
La desesperación lleva a que se empiece a hablar de nuevo como en la época del fujimorismo, cuando no se podía criticar las acciones antisubversivas, así haya hechos tan lamentables como la muerte de una niña y el “secuestro” de otros tres, porque se debilita a las Fuerzas Armadas.
En general, veo a un Gobierno mediocrón que, como todos los de esa naturaleza, hace algunas cosas buenas y tiene alguna buena gente, pero que carece de una visión interesante de qué hacer con el país.