Perú–Chile: Entre el Grupo Basadre y el “Llamado a la Concordia”

En las últimas semanas hemos sido testigos de la difusión de dos formas diferentes de comprender cómo deben establecerse las relaciones con Chile, las cuales, sin llegar a enfrentarse (lo que sería nefasto en vísperas del fallo de la Corte de La Haya-CIJ), merecerían un mayor análisis: me estoy refiriendo al “Llamado a la Concordia”, iniciativa del escritor Mario Vargas Llosa, y a un comunicado del autodenominado Grupo Basadre del 7 de agosto, en ambos casos respaldados por una serie de políticos, académicos y personalidades del país.
Por una parte, el territorio y, específicamente, los límites del país, adquieren vital importancia para nuestro Estado en pleno diferendo marítimo, más aún teniendo en consideración la experiencia histórica con Chile. Esto lleva al Grupo Basadre a rechazar cualquier mecanismo de acercamiento que pudiera mostrar debilidad (frente a las estrategias que vendría utilizando el vecino del Sur ante la CIJ que afectan la seguridad del país), así como a criticar duramente la carrera armamentista chilena frente a la posibilidad de que veamos un fallo favorable a nuestros intereses y Chile no tenga intención de cumplirlo. Obviamente, esta lectura incluye un serio cuestionamiento a nuestro propio potencial militar, que no sería de mucha ayuda en caso de un escenario negativo.
Claramente influenciado por una óptica realista desde las Relaciones Internacionales, el Grupo Basadre parece ver en el armamentismo chileno la principal amenaza, lo que configuraría una relación de poder bastante desequilibrada y nefasta para nuestros intereses, y confirmaría lo manifestado por el historiador Antonio Zapata acerca de la imagen de Chile creada desde el Perú en una de esas “ingenuas” reuniones bilaterales de índole académica llevada a cabo hace pocas semanas. Sin negar la importancia de lo militar en la relación entre dos países, aunque cada vez más costoso en el mundo de hoy, no debemos desconocer el papel de la historia (el Perú también tuvo su época de armamentismo en la década de 1970), la economía (cuyo desarrollo permite los gastos militares excesivos e irracionales por parte de Chile), y la política interna (la transición democrática chilena significó reconocer cierto espacio de poder a sus Fuerzas Armadas) en cualquier análisis de la relación bilateral.
Es más: un comunicado anterior del Grupo Basadre, que data del 2009, hace referencia a la misma preocupación militar, pero en relación con la inversión chilena en el país, cuando llegó al extremo de señalar que ésta sería “una antesala de una fase de penetración cultural”, olvidando la dinámica de la economía mundial en un mundo globalizado y el activo papel que debe tener todo país en favor de sus inversiones. A manera de ejemplo, Brasil también suele hacer referencia al rol de sus Fuerzas Armadas en salvaguarda de sus inversiones, y Estados Unidos tiene clara esta política al negociar tratados de libre comercio incorporando mecanismos de protección.
Así, recordando al embajador Juan Miguel Bákula, hay que decir que éste es el momento de buscar no solo solucionar el conflicto, sino también sentar las bases para una relación a futuro (como sucedería en el caso ecuatoriano). Es allí, justamente, donde radica la importancia del “Llamado a la Concordia”: en el hecho de afirmar la oportunidad que puede significar la próxima sentencia de la CIJ, a pesar de que ciertamente es poco probable que las relaciones se normalicen (peor aún: a raíz del fallo, tenderían a dificultarse), de acuerdo con lo expresado por el ex primer ministro Carlos Ferrero, miembro del Grupo Basadre, en una reciente entrevista en Diario16.
Sin embargo, en un artículo publicado en La República, Mario Vargas Llosa parece mostrar una visión más positiva de lo que puede ser una relación entre nuestros países una vez solucionado el diferendo limítrofe. Mucho más cercana a la tradición liberal en materia de Relaciones Internacionales, la posición que encarna nuestro Premio Nobel parece encontrar posibilidades de cooperación en virtud de la interdependencia económica existente entre nuestros países, que estaría manifestándose en el incremento del comercio, las inversiones y la migración. El futuro de la relación dependería de seguir dejando atrás el nacionalismo económico que dominó la región durante largos años, y el nacionalismo ideológico que “separa y enemista a nuestros países” aún presente.
Pero ¿podemos desconocer tan fácilmente que existe la posibilidad de que Chile incumpla un fallo favorable al Perú? Las encuestas de opinión pública en dicho país no ofrecen resultados muy alentadores, por lo que es responsabilidad de nuestra Cancillería no solo cooperar con Chile con el objetivo de construir un camino conjunto para los próximos años posfallo, sino también contar con una respuesta rápida en caso de una violación por Chile del Derecho Internacional, aunque pareciera que para Vargas Llosa ésta no sería una posibilidad. Lamentablemente, en una circunstancia así las diferencias militares pueden desempeñar un papel fundamental.
Los problemas entre el Perú y Chile no son mayores ni más profundos que los existentes durante siglos entre Francia y Alemania; sin embargo, estos países europeos pudieron construir bases de confianza suficientes para ser hoy los pilares de la Unión Europea. Cierto es que la amenaza comunista ejerció un papel muy importante para este acercamiento, pero, como menciona el “Llamado a la Concordia”, podríamos encontrar nuestro enemigo común en el hambre y la ignorancia, de modo que logremos alejarnos del conflicto y establecer como prioridad una agenda conjunta a favor de una armoniosa relación futura entre ambos países.