Europa no existe
Europa no existe
Que un europeo escriba a inicios de diciembre del 2011 sobre la crisis del euro es una paradoja: en este momento no existen europeos, sino solo alemanes, franceses, italianos, españoles... que ya no entienden cómo hace 13 años se han podido embarcar en la aventura de una moneda común.
Empecemos con Alemania. Hasta sus 35 años, para la científica de las físicas teóricas de la Academia de Ciencias de la República Demócrata Alemana Angela Merkel, países como España, Italia o Grecia solo existían en sus sueños, como remotos lugares con un sol eterno y poblados de gente alegre que producían frutos deliciosos como naranjas que nunca lograron pasar la cortina de hierro y se convirtieron por ende en símbolo de todo lo que el comunismo no pudo dar a sus ciudadanos. Solo después de la caída del Muro de Berlín, en 1989, los habitantes de los países del antiguo bloque del Este obtuvieron la libertad de viajar por todos los países que quisieran. No sé si Angela Merkel aprovechó su nueva libertad para conocer el Mediterráneo, pero sí debe de haber conocido por primera vez el suroeste de Alemania, y que le debe de haber causado una impresión indeleble. Porque fue allí donde encontró su modelo económico: el ama de casa de Suabia. Los suabos son conocidos porque trabajan mucho, gastan poco, saben construir autos Mercedes y Daimler y aprenden la virtud del ahorro personal aún antes de empezar a leer y escribir. Como hija de un ama de casa suaba puedo dar fe de ello: el funcionario de la caja de ahorro local nos visitó cada año durante la primaria, vació el chanchito personal de cada alumno ante todo el salón y premió al que más había ahorrado.
Un ama de casa de Suabia, así dicen, nunca se prestaría plata para poder servir a sus hijos carne si la caja familiar solo da para papas. Esta ama de casa suaba sería el modelo por seguir por una economía nacional, y si más países hubieran continuado su ejemplo, nunca se habría llegado a esta crisis, dijo Angela Merkel, convertida en cancillera de Alemania en plena crisis financiera, hace tres años. Ella aplicó la receta con cierto éxito en su propio país, y ahora la quiere aplicar al resto de la Zona Euro. Alemania es el país que mejor parado ha salido de la crisis financiera. Lo que Merkel no dice es que el precio para este “milagro económico alemán” lo han pagado los trabajadores alemanes.
Es probable que un sindicalista español no entienda hasta hoy por qué sus homólogos alemanes no andan de protesta en protesta. El hecho es que entre el 2003 y el 2005 un gobierno conformado por los socialdemócratas (“partido de los trabajadores”) y los verdes ha podido remodelar el Estado de Bienestar y el régimen laboral alemán según el modelo neoliberal sin encontrar mayores resistencias entre los afectados: desde entonces en Alemania existen services, los sueldos mínimos los regula el mercado y no el Estado, los trabajadores no han tenido aumentos salariales en años y los subsidios para los desempleados están recortados a su nivel más básico. Todo esto para poder competir con los trabajadores chinos por el título de campeón en exportación. Alemania tiene hoy la tasa de desempleo más baja con trabajadores peor pagados que hace 20 años, mientras que el índice de desempleo entre los jóvenes españoles bien calificados ronda el 40%.
El caso español es quizá el más trágico, porque España no ha tenido una burbuja de funcionarios fantasma bien remunerados como Grecia, ni ha falsificado sus balances como Grecia, ni fue gobernado por un dictadorcillo salido de una telenovela de mal gusto como Italia. España hizo las cosas bien y sin embargo está mal. ¿Qué pasó?
Gracias al euro, España ha conseguido préstamos mucho más baratos que sin la moneda común. Los bancos alemanes y franceses prestaron plata barata con la que los españoles se endeudaron para poder comprar productos “made in Germany”. Un negocio redondo y la otra cara de la medalla del éxito alemán. Durante los últimos años se ha abierto entre Alemania y el resto de los países de la Zona Euro una brecha comercial demasiado grande como para existir dentro de un espacio monetario común. Europa es hoy, en chiquito, lo que en grande es ChinAmerica. Ninguno puede vivir sin el otro. Estados Unidos no vive con la espada de Damocles de una bancarrota, lo que sí ocurre con España, Grecia o Italia, porque la Banca Central de los Estados Unidos, la “Fed”, inunda el mercado con la cantidad de dinero que se necesita. Algo que la Banca Central de Europa podría y debería hacer también, según los países más endeudados. Pero Angela Merkel dice no. Así de grande es su miedo por una inflación que hace 80 años llevó al poder a Adolf Hitler. Merkel tampoco quiere recurrir a emitir bonos soberanos comunes entre todos los países de la Zona Euro. Desde la perspectiva de los países más endeudados, es un deber de los países más ricos solidarizarse de esta manera. A los ojos de los alemanes sería una invitación a no seguir el ejemplo del ama de casa de Suabia. No quieren ver que ahorrando demasiado se puede ahorcar una economía, y que una economía nacional es algo más complicado de manejar que un hogar familiar.
¿Qué hacer? El politólogo español Manuel Monereo dijo hace poco, en Lima, que para España la elección era entre el caos (la salida del euro) y la catástrofe (un programa de austeridad bajo el control fiscal desde Berlín).
Los presidentes reunidos en la última cumbre sobre la crisis del euro escogieron la “catástrofe”: los 17 países de la Eurozona acordaron una unión fiscal que prevé una sanción automática a cada país miembro que vulnere el dictado del ahorro al estilo alemán. Seis países que no tienen el euro proclamaron su intención de adherirse a esta unión fiscal. Lo acordado es un primer paso hacia un estado federal europeo y a dejar la soberanía nacional a favor del proyecto europeo. También es un primer paso hacia una unión de transferencia que las regionales más ricas financien permanentemente a las regiones más pobres; algo común y corriente en un país con desigualdades económicas: pensemos en la próspera Italia del Norte y el pobre Sur, o los países de la antigua Alemania del Este que siguen viviendo de lo que se produce en el próspero Sur de Alemania.
Solo un país quedó fuera: el primer ministro británico, David Cameron, no logró negociar privilegios para la plaza financiera de Londres. En la isla británica —tradicionalmente escéptica respecto de la Unión Europea— Cameron fue recibido con júbilo. En Europa continental se escucharon voces que dicen que la pérdida no era muy grande, porque los británicos nunca habrían sido realmente parte del proyecto europeo.
Lo que Merkel y Sarkozy celebraron como una victoria, cojea. Los mercados no necesariamente aprueban las recetas del ahorro germánico. El peligro de una recesión es inminente. El desafío consiste en cómo conseguir un crecimiento económico que ayude a pagar las deudas y que no todo el ahorro sirva para pagar los altos intereses que cobran los bancos para seguir prestando. La presión por darle licencia al Banco Central Europeo para satisfacer la demanda por dinero fresco recurriendo a la imprenta de euros aumentará, algo a lo que Alemania, con su fobia histórica a la inflación, se ha resistido tajantemente.
A pesar de las muy escasas certezas, la señal política por un fortalecimiento del proyecto europeo en medio de la crisis está clara. Pero no deja de ser una paradoja que en el momento en el que a los países de la Unión Europea no les queda más remedio que unirse más, también están más conscientes que nunca de lo mucho que los separa.