Izquierda y agenda progresista: ¿caminos separados?
Izquierda y agenda progresista: ¿caminos separados?
Brasil, México y Colombia, los tres países latinoamericanos de mayor población, tendrán elecciones presidenciales en 2018, y en todos hay una importante posibilidad de que acceda la izquierda o centro-izquierda al poder. Así, el péndulo podría estar moviéndose nuevamente hacia ese lado del espectro político, menos de tres años después de que el ascenso de Temer en Brasil y Macri en Argentina pareció marcar, más bien, un nuevo quiebre regional hacia la derecha neoliberal.
En Colombia, las elecciones del 27 de mayo tuvieron al uribista Iván Duque como claro ganador, pero el izquierdista exalcalde de Bogotá Gustavo Petro resultó segundo y ambos pasarán al balotaje que tendrá lugar el 17 de junio. En México, las elecciones se realizarán el 1 de julio y el favorito según todas las encuestas es Andrés López Obrador (conocido como AMLO, por sus iniciales), izquierdista y exalcalde de la ciudad de México. Finalmente, en Brasil el favorito según las encuestas atraviesa una situación algo más incierta, ya que el expresidente Lula da Silva está encarcelado por corrupción y lavado de dinero. Sin embargo, el Partido de los Trabajadores ha confirmado en mayo la candidatura de quien actualmente apela una sentencia de 12 años, y lucharán porque esté presente en las elecciones de octubre.
Una diferencia clave en los programas
Como sería de esperar, hay varias diferencias entre las propuestas de estos candidatos. Sin embargo, hay una diferencia (entre Petro y Lula, por un lado, y AMLO, por el otro) que llama la atención particularmente. Tienen posiciones contrastantes frente a las causas progresistas que han sido asociadas con los programas de izquierda, y que suelen polarizar a electorados que todavía son mayormente conservadores. En efecto, como se evidencia en el mapa cultural de la Encuesta Mundial de Valores, las sociedades latinoamericanas aún tienden a ser tradicionales (opuestas al aborto, por ejemplo) antes que seculares y racionales, a pesar de las transformaciones sociales y económicas de las últimas décadas.
En los debates políticos recientes en América Latina destacan tres temas de la agenda progresista: el aborto, los derechos de las parejas homosexuales, y la legalización de la marihuana y otras drogas. Frecuentemente se ha asociado a los actores de la izquierda con el mayor apoyo a estas causas, especialmente a partir del caso emblemático de Uruguay. En ese país, el gobierno de José Mujica atrajo la atención mundial alrededor de 2013 al aprobar en poco tiempo leyes relacionadas con el matrimonio entre personas del mismo sexo, la despenalización del aborto y la regulación de la marihuana. Acá en Perú, la candidata Verónika Mendoza promovía estas tres causas en la campaña de 2016. Sin embargo, también en la historia reciente, otros líderes políticos de izquierda han demostrado mayor afinidad con los valores tradicionales. Por ejemplo, el ecuatoriano Rafael Correa se manifestó contra el aborto y el matrimonio homosexual (al que llamó burlonamente “gaymonio“), y finalmente acentuó la criminalización de las drogas a pesar de haber tenido una agenda reguladora por momentos.
De los candidatos en las tres contiendas de este año, la posición más claramente alineada con los valores progresistas es la de Gustavo Petro. El colombiano ha considerado al aborto como un derecho de las mujeres en los tres casos que han sido reconocidos por la Corte Constitucional de su país—aunque no ha señalado claramente si está también a favor del derecho al aborto en otros casos. En cuanto a las parejas homosexuales, Petro ya desde que fue alcalde de Bogotá se ha manifestado por el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, y recientemente también se pronunció a favor de su derecho a la adopción. Asimismo, se ha manifestado claramente a favor de regular la marihuana con fines recreativos, además de proponer cambiar el enfoque prohibicionista de las drogas en Colombia.
Lula, por su parte, también ha estado generalmente alineado con los valores liberales, aunque con ciertos reparos. Como presidente consideró al aborto un tema de salud pública y defendió el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, pero aclaró también que personalmente como padre de familia y cristiano estaba en contra del aborto. Asimismo, Lula se manifestó a favor de la unión civil homosexual, aunque no llegó a proponer el matrimonio homosexual para su país. Sobre la marihuana, se manifestó varias veces a favor de descriminalizar su uso, pero en la práctica se avanzó poco en su gobierno y el de su sucesora, Dilma Rousseff, al respecto.
Es marcadamente distinto el caso de López Obrador, cuyo éxito parece más seguro entre los tres. A pesar de ser considerado de izquierda y apoyar institucionalmente causas como el derecho al aborto y al matrimonio igualitario, su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) se ha aliado este año con el evangélico y ultraconservador Partido Encuentro Social (PES), opuesto en principio a dichas políticas. En la campaña actual, el candidato no se ha manifestado por expandir la unión civil o matrimonio homosexual, ni el derecho al aborto; lo que ha dicho AMLO es que no tiene planes de cambiar las leyes existentes en cuanto a aborto y derechos de las parejas homosexuales. Ha propuesto, más bien, realizar consultas populares sobre estos asuntos, lo cual ha despertado temores de que se pierdan derechos adquiridos. En cuanto a la legalización de las drogas, sí ha dicho (a diferencia de otros candidatos actuales en su país) que el tema debe debatirse como alternativa para enfrentar la ola de violencia, pero tampoco se ha manifestado decididamente por este curso de acción.
Nueva estrategia ganadora a la vista
¿Por qué debería llamarnos la atención este caso en particular? El probable triunfo de AMLO validaría una estrategia distinta de la izquierda latinoamericana para llegar al poder: evitar confrontar los valores tradicionales que aún predominan en muchos países, lo cual les permita aliarse con los movimientos evangélicos que en muchos lugares son la principal nueva fuerza política. Esto es posible porque, a nivel programático, AMLO ha encontrado puntos de encuentro importantes con estos sectores evangélicos, por su énfasis en la equidad, distribución de la riqueza, participación y lucha contra la pobreza.
Hasta ahora, en todo el hemisferio se había asociado a estos sectores aparentemente ultraconservadores con los partidos de derecha y el neoliberalismo—como en el caso de Perú y su cercanía histórica con el fujimorismo—pero la estrategia de AMLO podría abrir un nuevo espacio para lograr alianzas antes impensables. Y quizás los valores de izquierdistas y evangélicos latinos no sean realmente tan lejanos como uno podría imaginar: hay varios ejemplos de izquierdistas latinoamericanos del siglo 21 que reflejaron valores tradicionales en sus políticas. Al igual que Correa, en el poder Evo Morales, Cristina Fernández y Hugo Chávez se mostraron como “pro-vida” y solo apoyaron de manera muy limitada el derecho al aborto.
Evitar la discusión de estos temas sensibles y lograr alianzas de la izquierda con grupos políticos emergentes podría representar un potente desafío a la derecha neoliberal en varios países. Cabe recordar que estos grupos normalmente evitan ser etiquetados como derecha o izquierda, como en el caso de Hugo Eric Flores, líder del PES en México. Quedaría pendiente, por supuesto, el debate interno acerca de la compatibilidad de estas estrategias con los principios fundamentales de los movimientos de izquierda y su compromiso con la expansión de derechos y la inclusión.