Javier

Javier

Abraham Valencia Área de Gobernabilidad del IDL
Ideele Revista Nº

(Foto: Lamula.pe).

Se puede estar de acuerdo con él, se puede discrepar, se puede coincidir, se puede discutir; pero lo que no podemos dejar de hacer es reconocer los méritos de Javier Diez Canseco y su vital aporte a la política nacional, especialmente en la lucha por los derechos humanos y contra la corrupción. Invitamos a una persona muy allegada a él a que escriba unas líneas sobre su amigo y compañero.

Fue un acto políticamente incorrecto el que me hizo comenzar a indagar por él. Estoy seguro de que muchas y muchos aún lo recuerdan, y no me quedan dudas de que el fujimontesinista Espichán aún más. Esto me hizo comenzar a seguirlo en los pocos medios que no se prestaron al juego de la dictadura, en los que era casi común verlo con algo qué decir, siempre con algún abuso que denunciar, siempre luchando, siempre firme. Ése es el Javier que me hizo decir “tengo que militar con él”.

En medio de la lucha contra la dictadura, verlo en el Congreso, verlo en las calles, verlo en las plazas arengando y marchando era un real incentivo. Cuando fui enterándome de lo que ya había hecho durante sus años de lucha, no me quedaron dudas.

Fue extraño para mí que no estuviese en ninguna lista de candidatos al Congreso el año 2000, pero con la caída de la dictadura y las elecciones del año siguiente lo volvimos a tener. Ahí decidí que ya era hora. Tuve varias conversaciones con gente allegada a él que ya hablaban entonces del Partido Democrático Descentralista (PDD). Fue el 2002 cuando por fin pude conocerlo.

Cuando logramos la inscripción como partido, se decidió que Javier debería ser nuestro candidato presidencial. Entonces ya éramos el Partido Socialista, y confiábamos en poder lograrlo. Fue una campaña intensa y casi sin recursos. No olvidaré su discurso de cierre de campaña el 2006; estaba súper ronco, pero igual puso toda la fuerza y entrega a la que siempre nos ha tenido acostumbrados.

Después de las elecciones había mucho por hacer. Yo sentía que teníamos que comenzar de cero, pero ahí estaba él, reconociendo errores cometidos y recalcando que la única alternativa para que podamos ser gobierno era, la siguiente vez, ir unidos con los otros partidos de izquierda.

Entre las muchas cosas que aprendí está que en los debates políticos partidarios, a pesar de lo que se cree, no es él el que tiene la última voz en las decisiones; posiblemente sea uno de los que mejores ideas tiene, pero siempre respetuoso cuando es minoría o cuando sus ideas no eran las que la otras personas consideraban adecuadas en esa coyuntura.

Creo que los mejores momentos empezaron no hace tanto, en realidad; fue cuando decidimos aliarnos a Ollanta y al nacionalismo. Las y los más allegados le decíamos que tenía que ser nuestro candidato al Congreso, pero se negaba a aceptarlo. Costó convencerlo, pero las razones políticas eran muchas. Además, cuando llevamos la propuesta a la asamblea de nuestro regional de Lima, la votación, obviamente, fue unánime. Arrancamos la campaña con algunos problemas, dado que era evidente que la señora Nadine y muchos y muchas de sus allegados no querían a Javier en la lista, y esto hacía que en algunos momentos se planteara el no candidatear. A pesar de todo, lo hicimos. Semanas y semanas de reunión en reunión, volanteando, en conferencias, en las calles, en las universidades, en todas las Limas. Teníamos un bonito equipo e íbamos a todos lados acompañándolo. Horas de horas de charlas entre actividad y actividad, o coordinando justamente esas actividades, nos hicieron dejar el ámbito político y llevar las cosas siempre al personal: muchas anécdotas que escuchar, muchas que contar. Eso sí: en su lado humano Javier siempre se daba un tiempo para lo que todas y todos nunca debemos dejar olvidado: la familia. La mejor muestra de eso fue que un día alguien del equipo le dijo: “Javier, el domingo nos esperan en Ate al medio día”, a lo que respondió automáticamente: “Imposible. Por favor, pídanle a los compañeros que lo pasen para más tarde”. “¿Por qué?”, preguntó uno de los presentes. “Le prometí a mi nieta que almorzaría con ella”, respondió.

El día de las elecciones, al terminar el proceso, estábamos en nuestro local. Éramos cientos esperando a Javier; ya sabíamos que lo tendríamos nuevamente como congresista y queríamos celebrar con él. A su llegada todo era alegría, aplausos, cánticos y vivas. Cuando le tocó hablar para agradecer a sus votantes, a la militancia, a su esposa, a toda su familia y a todo el equipo de campaña, las lágrimas en sus ojos fueron contagiosas para casi todas y todos los asistentes. Lágrimas de alegría y emoción, por supuesto. Él lo dio todo; todas y todos lo dimos todo y logramos que sea uno de los más votados. Esos momentos son inolvidables.

El tiempo sigue pasando, y ahora que volveré a ser padre, me pareció que algo más tenía que hacer por él, por un hombre que tanto luchó por las y los demás, una persona que se dio íntegra cuando y para quienes más lo necesitaron. Después de consultar con mi esposa y con mi hijo mayor, lo decidimos: le mostraríamos nuestro reconocimiento poniéndole Javier al niño por venir.

Para terminar, en este momento solo quiero seguir mandándole fuerza, como lo hace mucha gente, como lo hace su gran esposa, que está todo el tiempo a su lado, sus hijos y su hija, mi querida amiga; y desearle no al congresista, no al dirigente, sino a mi gran amigo, que salga airoso de esta batalla.

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