Alejandro Fernández Almendras: “Quería reflejar la miopía con la que ve el mundo la clase alta”
Alejandro Fernández Almendras: “Quería reflejar la miopía con la que ve el mundo la clase alta”
Presentó su película “Aquí no ha pasado nada” en el 20 Festival de Cine de Lima. Vicente, un joven de clase alta, se convierte en el principal sospechoso de un atropello que causa la muerte de un pescador. A pesar de que sus recuerdos son confusos, recuerda que quien conducía el auto no era él sino el hijo de un político poderoso.
¿Crees que el tema de la justicia se presta para reflejar la idiosincrasia de un país, la corrupción, los arreglos debajo de la mesa y, en general, los problemas de fondo?
Yo nunca pensé en hacer una película para dar un mensaje. Pienso mis películas desde el lado personal. Aunque es una película bien política, pero para mí empieza por entender cómo llegan a ocurrir algunas cosas bastante aberrantes e injustas. La película tiene un punto de vista muy claro y una intención, pero se abre a cosas más ambiguas como retratar a la clase alta y sus diferentes estratos. Aplicar justica tiene que ver con cómo normamos la convivencia en una sociedad y cómo esa norma está cruzada por intereses económicos y políticos.
Fue un caso muy sonado.
Fue muy grande. El accidente ocurrió en setiembre del 2013 y el fallo definitivo fue en enero del 2015. En el caso real el amigo del conductor, que es el hijo del senador Larraín, terminó siendo acusado y encontrado culpable de obstrucción a la justicia y falso testimonio. Este chico iba en la parte de atrás con un bidón de piscola. Y se me ocurrió hacer la película a partir de él.
No es una narración del caso real.
No está mostrado en la película porque está en los periódicos, me parecía redundante hacer una película sobre algo que ya se conoce tanto. Eso hubiera sido como hacer un juico público, enjuiciar a un personaje que no es la labor del cine sino de un tribunal de justicia.
¿Había algún problema con la norma?
Sí, pero la ley se endureció muchísimo después de este y otros accidentes. Lo que quería plantear era que no importaba cuál fuese la ley, siempre va a existir la trampa. Nos asesoramos con fiscales y gente de la defensoría pública para saber qué es lo que haría en una situación como esa y conseguir la libertad de la persona que comete este delito.
Tu película anterior, “Matar a un hombre”, también se basó en un caso real. ¿Sueles tomar casos reales y a partir de ellos contar historias?
Yo trabajé como periodista como 15 años y esos casos reales me disparan muchas ideas.Me gusta eso.
En los dos casos hay un hombre muerto. En esta última es el personaje que menos importa, y en "Matar a un hombre" la película gira en torno a él.
Quería hacer una película que metiera al espectador a un lugar muy incómodo que es el del victimario, del poder, del dinero. Quería filmar dentro de la burbuja, con la miopía que se ve el mundo desde ese lugar. En ese sentido, mostrar el muerto o enfocarse en la familia de la víctima no me parecía pertinente, porque ellos no existen para los que lo atropellaron. El problema para esta gente poderosa era el inconveniente de tener un hijo metido en un juicio.
Tal como ocurrió en la vida real. Tenemos entendido que el chico que manejaba era hijo de un poderoso y que no fue condenado.
El papá del chico que iba manejando es el senador de derecha, Carlos Larraín. Él dio una entrevista un año después del fallo y lo que dijo es brutal. Dijo: “Como familia hemos sufrido mucho. Pagamos un alto costo”. Pagaron 15 mil dólares a la familia de la víctima, ellos que tienen millones de millones. El hijo que conducía ebrio no fue a la cárcel y ni siquiera perdió la licencia de conducir. Es un descaro que diga que ellos sufrieron mucho. Imagínense qué tendrá en la cabeza para pensar que el mundo lo ataca a él y que él es la víctima. Hay una conspiración en contra de ellos que son tan buenos. Eso era lo que yo quería filmar: cómo el otro no existe, no existe la gente pobre.
Es la primera vez que retratas a la clase alta en tus películas. "Huacho" era en una zona rural pobre, "Matar a un hombre" es sobre un pueblo costero. ¿Te fue difícil construir esos personajes y su peculiar forma de hablar?
Lo he hecho con el mismo respeto y cuidado que puse en Huacho. En esa película me pareció súper importante que la gente hablara como gente del campo. En esta película fue fácil porque casi la mayoría de actores en Chile son de clase alta, y lo que ocurre es que neutralizan su acento en las escuelas de teatro. Yo les pedí que no escondieran su origen y que hablaran como lo hacen los de su clase. La sociedad chilena es tan clasista que se identifica inmediatamente a la gente por su acento.
¿Más que por su color?
Sí, mucho más.
A Vicente, el chico al que le echan la culpa, tampoco le preocupa mucho que haya habido un muerto por culpa de la irresponsabilidad de todo su grupo.
Igual. Su gran drama es que va a quedar sin licencia de conducir por dos años. Es un personaje que entiende que está protegido por su clase social. Entiende los costos y beneficios de estar en ese lugar. Quería buscar una especie de catarsis en este personaje, que empieza luchando por la verdad pero que después se da cuenta de que es mejor aceptar y no enfrentarse.
Una antiepopeya.
Totalmente. Juega con lo que uno espera que pase: que David se enfrente a Goliat y gane al final, pero eso no pasa.
El papel del abogado es revelador. Él le hace entender “por las buenas” que es inútil rebelarse ante el poder. Y es curioso que haya sido defensor de derechos humanos.
Me interesaba que fuera un personaje que lo amenazara y lo hiciera entrar en razón de manera casi chistosa. Después saca a relucir el papel que tuvo durante la dictadura ayudando a presos políticos. Eso es algo que ocurre mucho en Chile. Gente que luchó contra Pinochet, en los años noventa utilizaron eso como capital moral para tener mucho dinero y obtener posiciones de poder.
¿Hay muchos abogados que vienen de esa escuela?
Son muchos los grandes abogados litigantes que ahora trabajan para las grandes empresas y que empezaron como abogados de derechos humanos. Son casi como un doctor acostumbrado a operar en tiempos de guerra, que ha hecho muchas cirugías. Se convirtieron en muy buenos abogados. Eso pasa mucho con políticos, artistas también.
¿Cómo se justifican?
Dicen que pelearon en contra de la dictadura, que han sido perseguidos, proscritos. Eso pasa en los partidos que están en el gobierno ahora. El hijo de Miguel Henríquez ha aceptado plata del yerno de Pinochet – que mandó asesinar a su padre - para financiar su campaña. Marco Henríquez Ominami permitió que ganara Piñera porque le restó votos a Bachelet al presentarse como candidato en el 2009. Ese gelatineo moral en el que estamos es lo que me interesaba mostrar en la película.