Ceni ciencia
Ceni ciencia
En el año 2003, el Perú tenía solo 0,39 investigadores por cada mil trabajadores, en comparación con el 6,50 del promedio en la región. Según el informe del Foro Mundial Económico sobre Competitividad Global, de un total de 139 países, el Perú se ubica en la posición 110 en cuanto a los indicadores de innovación, en la 101 en materia de disponibilidad de científicos e ingenieros, en la 109 en calidad de instituciones de investigación, y ocupa el puesto 113 en inversiones en investigación y desarrollo.
Pero no es que históricamente el Perú le haya volteado la cara a la ciencia. Para el investigador Marcos Cueto, “han existido valiosos esfuerzos por lograr una excelencia académica propia, que no fueron una mera recreación de influencias europeas o norteamericanas”. La fascinación por las trepanaciones craneanas realizadas por los cirujanos paracas nace de su pericia para extraer la corteza ósea dañada con cuchillos de obsidiana, y reemplazarla por una capa de metal que le permitía al guerrero herido salir bien librado del traumatismo producido por las porras de piedra. El dominio de la ingeniería hidráulica asombra en la ciudad chimú de Chan Chan, que era abastecida por un sistema de agua potable mantenido por otro de filtración de la capa freática, con un manejo hidráulico más ingenioso y eficaz que el alcantarillado de la moderna ciudad de Trujillo.
El estancamiento I
Hay un grupo de científicos que considera que el freno a su efervescencia creativa empezó muy temprano. Benjamín Marticorena, destacado científico peruano, afirma que desde la Colonia la sociedad peruana tiene un problema psicoanalítico, porque rehúye la producción de conocimientos: se ha reprimido el pensamiento por tres siglos. El autoritarismo colonial, seguido del militarismo republicano, dio lugar a que se privilegien carreras como el Derecho. “El ámbito del razonamiento social del hidalgo era la Corte, y surgían muchos pleitos por desigualdades que era necesario resolver”, manifiesta.
A pesar de ello, fueron los españoles, cronistas y jesuitas como José de Acosta (Historia natural y moral de las Indias) y Bernabé Cobo (Historia del Nuevo Mundo), quienes se constituyeron como la vanguardia científica, evadiendo los estrictos controles de las órdenes religiosas cuyos filtros eran la teología, la escolástica y una larga lista de dogmas. La ciencia era sinónimo de herejía, y fueron varias sus víctimas: Giordano Bruno se atrevió a decir que quizá el universo era infinito en el tiempo y en el espacio. Por contradecir el dogma de la creación que postula el Génesis, Bruno fue quemado en la hoguera por la temible Inquisición en el año 1600. La Iglesia católica fue también muy intolerante con el astrónomo Galileo Galilei, quien osó defender el modelo heliocéntrico. Sin embargo, estando muy cercano el precedente de su colega, no le quedó otra que retractarse; pero ni por esas se libró de pasar su buena temporada en el calabozo y de sufrir arresto domiciliario por los ocho años que le quedaron de vida.
El panorama mejora durante el siglo de la Ilustración. Son los tiempos de las surtidas bibliotecas, como la del colegio jesuita de San Pablo, que llegó a contar con 40 mil volúmenes. Resalta el papel de las expediciones científicas al Perú organizadas por las monarquías y naturalistas europeos. En ese momento llega Humboldt y posteriormente Antonio Raimondi, quien prolongó sus viajes por diecinueve años y estableció un vínculo con el doctor Cayetano Heredia, que había inaugurado la Facultad de Medicina de Lima, precursora de la Facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos. Por esos años también, un estudiante de Medicina cerreño y sanmarquino, de 28 años de edad, murió al inocularse sangre de un enfermo de verruga para demostrar que esa enfermedad y la fiebre de La Oroya eran lo mismo: el recordado Daniel Alcides Carrión.
El estancamiento II
Este auge se paralizó durante la Guerra del Pacífico, que también retrasó la llegada de ideas europeas como el Darwinismo y el positivismo, para resurgir a principios del siglo XX, con Alberto Barton, Carlos Monge, Honorio Delgado, entre otros investigadores de alto vuelo. Marcos Cueto ha acuñado un término que sintetiza estos avatares: la ‘ciencia de la adversidad’, que consiste en una práctica científica y creativa diferente a la de los países industrializados, y se caracteriza por la concentración de pocos problemas de investigación, la coexistencia de temas de investigación teóricos y prácticos, el nacionalismo y el uso de tecnologías baratas y poco sofisticadas. “Este estilo de hacer ciencia en condiciones adversas experimentó reveses por la masificación del número de estudiantes y por la violencia política de los años 80”, precisa el historiador.
Como no hay carrera de investigador, no se puede contratar científicos en los institutos y éstos se llenan de personal administrativo, que puede llegar hasta el 80% del total.
El estancamiento III
El controvertido gobierno militar de Velasco Alvarado funda un Consejo Nacional de Investigaciones, precursor del actual Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONCYTEC), y diez institutos de investigación externos a imagen de los países europeos. Benjamín Marticorena sostiene: “Éramos los primeros en América Latina en investigación agrícola. Venían de Argentina a capacitarse. En la Universidad Agraria, el 95% de los profesores tenía doctorado, pero muchos se fueron a los institutos, y cuando se dieron cuenta de que estaban atados por los bajos presupuestos, se fueron al exterior”.
En su primer gobierno, un vehemente Alan García incrementó siete veces el presupuesto para la investigación científica, y cualquiera que iba con su proyecto bajo el brazo podía ser financiado, pero sin ningún criterio ni atisbo de política clara. Este desborde dio paso a una brusca cerrada de caño que se prolongó durante los diez años de fujimorato. Irónicamente, el ingeniero presidente que ganó las elecciones con el eslogan honradez, tecnología y trabajo recortó aun más los presupuestos de los institutos, relegando la investigación a pequeños bolsones dentro de las universidades. El experto en física nuclear Modesto Montoya suele contar que durante una visita del Nobel de Física León Lederman al Perú, fueron donde el Ministro de Educación de entonces quien, alegando falta de tiempo, los delegó con la viceministra. Después de escuchar hablar por media hora al Premio Nobel sobre la importancia de la ciencia y la tecnología, la señora le dijo que era interesante, pero que su prioridad era la educación básica. Fin de la historia. (Algo parecido le ocurrió a Carlos Bustamante, el científico peruano vivo más prestigioso, quien estuvo esperando al entonces primer ministro Jorge del Castillo media hora en la PCM, hasta que le dijeron que la cita había sido cancelada.)
“Esta situación mejora algo con Toledo, no porque invirtiera más, sino porque la libertad es muy importante para el investigador”, sostiene Marticorena. Diez días antes de irse, Toledo firmó un convenio con el BID para formar el Fondo de Innovación, Ciencia y Tecnología, que ha tenido un buen desempeño en los años del segundo gobierno aprista.
Según Francisco Sagasti, ex presidente de ese organismo, “el préstamo del BID empezó con la cifra grandiosa de 100 millones de dólares, pero al final la situación de nuestras autoridades en ciencia y tecnología era tan pobre que decidieron darnos 36 millones para ver qué hacíamos con eso”. El Fondo otorgó veinte becas de posgrado en el exterior para ciencias e ingenierías. “Pensamos que se iba a presentar mucha gente y solo lo hicieron 28”, cuenta.
Estancamiento IV
Mientras que el Perú otorga unas 30 becas anuales, Chile da 1.500 y Brasil un promedio de 5 mil. El Perú invierte 4 dólares anuales por habitante para investigación y desarrollo; Chile llega a los 25 dólares, y Brasil, a los 60. El Perú invierte solo el 0,15 de su PBI en ciencia; Chile, cuatro veces más. En fin…
Como no hay carrera de investigador, no se puede contratar científicos en los institutos y éstos se llenan de personal administrativo, que puede llegar hasta el 80% del total. Sagasti señala que a los científicos se les contrata por servicios administrativos y sin beneficios. “Veinte por ciento de los recursos del canon van a la inversión en activos fijos, maquinarias y equipos de las universidades; no se puede contratar personal. ¡Ya no hay espacio para un laboratorio más!”, exclama.
Por eso la diáspora. En la actualidad hay 6 mil científicos peruanos en el extranjero. “Acá un científico gana de acuerdo con el instituto donde trabaja. En el IPEN ganamos un promedio de 2.500 dólares mensuales, pero en otros institutos están por los 1.000 ó 1.500; mientras que en los Estados Unidos ganan 10 mil dólares mensuales”, precisa Modesto Montoya, a quien reclamar por mejores sueldos para el Instituto Peruano de Energía Nuclear (IPEN) le costó el despido temporal, hasta que finalmente logró su reivindicación.
Los incentivos en los institutos públicos son burocráticos y administrativos. Cinco años de servicio equivalen a un punto, una maestría recibe seis puntos, pero la tesis solo vale un punto. Resultado: no se incentiva la investigación, como en las universidades privadas.
Y mientras tanto, somos la Corea de los 60 o el Brasil de los 70. Elija usted.