De los extremos y el centro
De los extremos y el centro
Miércoles 23 de noviembre del 2011. Ollanta Humala ofrece una conferencia de prensa en Palacio de Gobierno. Algo singular en su estilo de comunicación, hasta entonces parco, solo roto por pocas apariciones públicas, discursos en ceremonias oficiales y, por supuesto, twits. Y si a alguien le quedaba duda de que Humala usará la Hoja de Ruta de la segunda vuelta como guía de gobierno, pues debió despejarlas con estas palabras:
“La minería no puede servir a unos cuantos. Tenemos que resolver el problema de la extrema pobreza y la desigualdad, pero el Gobierno no acepta el ultimátum de nadie. Vamos a dialogar y aclarar con transparencia y humildad las dudas que surjan desde las comunidades, porque todos son importantes, y como Gobierno tenemos que proteger los recursos naturales, pero también las actividades productivas”.
Y los extremos de ambos lados interpretaron a su modo las palabras presidenciales. Por un lado, simpatizantes y miembros de partidos de izquierda, en su mayoría entre la sub-30 y la sub- 40, estallaron en Facebook y Twitter y consideraron a Humala de traidor para abajo. No faltó algo que se animara a crear un grupo en la red social creada por Zuckerberg denominado “Queremos de regreso La Gran Transformación”, en alusión al plan original presentado por Humala y preparado por el equipo encabezado por Félix Jiménez.
Por el otro lado, continuaron con la cantaleta de que Humala en realidad solo hace un giro táctico más para consolidar un proyecto autoritario. Desde un diario con el ADN alborotado, decía un director de antepasado ilustre:
“Lo único que ha sucedido es que simplemente ha entendido que el acto más lógico y racional con respecto a este proyecto es impulsarlo por el buen negocio que le significa al país, por el mensaje a favor de la inversión que significa y, last but not least, porque le va a proporcionar los recursos que necesita para financiar sus programas de Inclusión Social, piedra angular de sus planes de fundar una dinastía política junto a Nadine”.
Ambos extremos se nutren, porque ambos creen que lo que debe venir es “la gran transformación” (unos para apoyarla, los otros para denostarla), cuando en realidad en lo que andan pensando es en “la gran conspiración”. Los del lado zurdo, echándole la culpa de cualquier crítica al Gobierno al “apro-fujimontesinismo” o a “la derecha” y, claro, todo aquel que no pertenezca a aquellos sectores pero sea crítico de algunas acciones y acentos de esta administración queda reducido a la categoría de mero instrumento. Los del lado más extremo en la diestra buscan agudizar las contradicciones entre el sector más liberal del Gobierno y el más zurdo, sueltan acusaciones (varias sin sentido) o intentan convencernos de que lo que se viene es un zarpazo que hará ver a Velasco como un partidario de la economía de mercado.
Ambos extremos se nutren, porque ambos creen que lo que debe venir es “la gran transformación” (unos para apoyarla, los otros para denostarla), cuando en realidad en lo que andan pensando es en “la gran conspiración”.
El problema es que ambos sectores olvidan que Humala no es una persona ideologizada. Por el contrario: si una divisa tiene es el pragmatismo. Rosa María Palacios, en una columna para Diario 16, retrató al Presidente de la República de la siguiente manera: “No tiene ninguna convicción ideológica en materia económica. Le interesan determinados objetivos respecto a la pobreza en el Perú y al honor en el Ejército. Eso es lo que más lo mueve. ¿Cómo lograrlos? Eso le es casi indiferente. Pero cuando absorbe una tesis, la cree sin dudas ni murmuraciones. Hasta que lo convenzan de lo contrario”.
Así, Humala ha quedado al centro de sus cheerleaders más beligerantes y de sus detractores más rabiosos. Lo que no quiere decir que ello lo deba llevar a indefiniciones. En una entrevista brindada en 2003 a Eduardo Dargent y Alberto Vergara, Valentín Paniagua hacía explícita su simpatía por lo que denominaba “centro radical”, lo que resumía de esta manera: “Bobbio prefiere usar el término libertario y por eso él, siendo un liberal, dice que es un liberal socialista, porque él no entiende la libertad sin un acento social y sin un sentido de responsabilidad y solidaridad elemental con los demás”.
Ello implica gestos y trabajo político. Explicar por qué su plan original no será plasmado, cómo hará para que el agua y el oro convivan donde se pueda, generar institucionalidad, deslindar rápidamente de personajes nocivos (Chehade) o iniciativas incompatibles con la Constitución (como las amnistías a favor de violadores de derechos humanos) y no esperar a una entrevista a los 100 días de gobierno para hacerlo, separar a los funcionarios con conflictos de interés, por mencionar solo algunos puntos críticos de estos meses.
El centro no es un mero estado de ánimo, ni el agua tibia que algunos quieren ver. Si Humala ha optado por ello, deberá saber que la indefinición para quedar bien con todos no es sinónimo de centrismo, sino que éste está marcado por jugársela por una república superior, con libertades y un acento social. En suma, reconocer y actuar a favor de los derechos de los ciudadanos y fortalecer un Estado que pueda ser un eficiente árbitro frente a los conflictos de intereses que puedan suceder en el camino.
Ése es el reto de un quinquenio difícil y que tendrá, como telón de fondo, a los extremos de ambos lados coqueteándole o denostándolo, indistintamente. Si Humala tendrá el coraje de asumirlo, con todo lo que implica, es algo que veremos en los siguientes meses.
*El autor de este artículo, José Alejandro Godoy, es editor de "Desde el Tercer Piso" y columnista de Diario 16.