Estados Unidos en la era Trump

Estados Unidos en la era Trump

Michael Shifter Presidente, Diálogo Interamericano
Ideele Revista Nº 266

Foto: PanAm Post

El 20 de enero, Donald Trump se convertirá en el presidente de los Estados Unidos número 45. Para muchos estadounidenses, y otros tantos alrededor del mundo, esto todavía es difícil de creer. Aunque Hillary Clinton obtuvo 2,7 millones de votos más que él, Trump ganó cómodamente en el colegio electoral --que es lo que cuenta para la constitución de los EEUU- gracias a su triunfo en los llamados “estados bisagra”. Desde el momento en el que anunció su candidatura hace 16 meses en la torre de Nueva York que lleva su nombre, Trump ha desafiado todos los pronósticos, y a todos los expertos.

Enfrentando a una candidata experimentada pero impopular como Clinton, Trump demostró un gran instinto político, y presentó un mensaje simple y directo: “Hacer grande a los Estados Unidos otra vez”. El ahora presidente electo aprovechó la ansiedad de muchos y su rechazo a la corrupción política, la pérdida de empleos de calidad, el estancamiento de los salarios, la creciente inequidad, y una oposición a la inmigración inesperadamente fuerte. Como muchos han explicado, aquellos que apoyaron a Trump tomaron su discurso en serio pero no literalmente, mientras que la mayoría de los analistas hizo lo contrario –lo tomaron literalmente, pero no en serio. El estilo de Trump, su lenguaje simple, constantes ataques personales, peligrosa demagogia e ideas excéntricas en temas como la inmigración, el comercio y el cambio climático fueron vistos por muchos analistas como demasiado extremos para un país tan centrista como los EEUU. Fue un grave error.

Si Barack Obama fue el anti-George W. Bush, Trump es el anti-Obama. Mientras que Obama es cauto y metódico, a Trump le encanta el drama y el conflicto, y actúa en base a su instinto. Para un empresario de bienes raíces como Trump, tomar grandes riesgos es parte del negocio. Obama es un político extraordinario, de esos que solo aparecen una vez en cada generación, y termina su presidencia con un alto nivel de aprobación (59 por ciento). Pero la victoria de Trump, la mayor sorpresa electoral en la historia moderna del país, es un gran golpe para Obama, y pone gran parte de su legado en riesgo.  

Desde una perspectiva histórica, el legado de Obama es considerable. Además de evitar una nueva gran depresión, normalizar las relaciones con Cuba y conseguir un acuerdo nuclear con Irán, el todavía presidente logró una importante reforma del sistema de salud y avances significativos contra el cambio climático. Trump, por el contrario, nombró a un ejecutivo contrario a las regulaciones ambientales para liderar a la EPA, agencia encargada de la protección del medio ambiente. El compromiso de los EEUU por cumplir con los acuerdos de Paris y proteger al planeta está, entonces, en duda. Como alguna vez preguntó Groucho Marx, “¿Por qué deberían preocuparme las generaciones futuras? ¿Qué han hecho ellos por mí?”.

Queda claro entonces que el Donald Trump que vimos en la campaña y durante la transición será el que gobernará los próximos cuatro años. Es probable que cambie de opinión en numerosos temas como ya lo ha hecho, pero no va a ocurrir el tan esperado giro hacia posiciones más convencionales, moderadas y “presidenciales”. De hecho, Trump parece adicto a los actos masivos con sus seguidores, que han continuado tras la elección con una “gira de agradecimiento” por los estados que le dieron la victoria. La imagen recuerda a la campaña permanente de muchos presidentes latinoamericanos, como el ecuatoriano Rafael Correa.

Además, es muy probable que Trump continúe utilizando la mentira, las distorsiones y la exageración como herramientas políticas, dado que fueron fundamentales para su éxito como empresario multimillonario. La capacidad del sistema político y de la sociedad estadounidense de corregir las mentiras y hacer rendir cuentas a la administración Trump será crucial. Como alguna vez recordó el senador Daniel Patrick Moynihan: “todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”.  

El gabinete designado por Trump, que aún debe ser confirmado por el Senado, es una combinación de multimillonarios, generales e ideólogos conservadores, que bien podrían haber sido nombrados en administraciones republicanas más tradicionales. Trump se siente cómodo en este ambiente, mucho más que con la clase profesional, los políticos tradicionales o los intelectuales (caviar, en términos limeños).

Durante la campaña, Trump, nunca modesto, afirmaba que “sabía más que los generales”, pero ahora tendrá tres en su gabinete, a cargo del departamento de Defensa, de la Seguridad Interior y como asesor de seguridad nacional. Estos nombramientos recuerdan al poderoso discurso de despedida del presidente Dwight Eisenhower en 1961. Eisenhower, un general retirado y el único no político en alcanzar la presidencia antes de Trump, advirtió sobre los peligros del “complejo militar-industrial” en los Estados Unidos. Su mensaje tiene ahora más peso que nunca.

Además de militares, el equipo de Trump contará con muchos hombres y mujeres de negocios. Como Trump mismo anunció, quiere un “gabinete lleno de personas que hayan hecho una fortuna”, y nombró a líderes del sector financiero para cargos muy importantes, incluyendo a un ex ejecutivo de Goldman Sachs como Secretario del Tesoro. Estas designaciones van en contra de las promesas populistas y nacionalistas de la campaña de Trump, que prometió combatir la corrupción de Wall Street y gobernar para la clase trabajadora olvidada. Como muchos temían, es probable que el discurso populista de Trump esconda políticas diseñadas para hacer a los ricos todavía más ricos.

Muchos se preguntan si Trump tiene una agenda concreta, o si solamente dice lo que sus seguidores quieren oír. Analizando alfuturo gabinete, el prestigioso columnista Michael Kinsley escribió en el Washington Post que Trump “sinceramente cree que la combinación tóxica entre un gobierno fuerte y unas corporaciones fuertes deberían gobernar el país y el mundo. Ha pasado su carrera negociando con el gobierno en nombre de las corporaciones, ahora ha cambiado de equipo. Pero el juego es el mismo”.

Si Kinsley tiene razón, esta visión del mundo podría explicar los elogios de Trump al presidente ruso Vladimir Putin y su “estatismo corporativo”. La comunidad de inteligencia de EEUU, liderada por la CIA, concluyó que Rusia hackeó y reveló emails del Partido Demócrata para perjudicar a Clinton y promover la candidatura de Trump. En otra declaración sin precedentes, el presidente electo rechazó estas conclusiones y criticó a las agencias de inteligencia, aunque legisladores de ambos partidos han prometido investigar esta inaceptable interferencia en la democracia de los Estados Unidos.

Otra explicación todavía más fuerte para la cercanía de Trump con Rusia –país tradicionalmente considerado como un adversario en Washington-- son los intereses de negocios que tienen en el país el nuevo presidente y muchos de sus colaboradores. Esto incluye a Rex Tillerson, hasta ahora CEO de la petrolera Exxon Mobil y designado por Trump como su Secretario de Estado, encargado de la política exterior del país. La división entre la presidencia de Trump y sus negocios privados será cuanto menos difusa. Es inevitable que emerjan controversias a raíz de potenciales conflictos de interés, que pueden llevar a investigaciones del Congreso e incluso a tensiones constitucionales. Resulta paradójico que muchos en Washington hayan criticado al boliviano Evo Morales por seguir al mando del sindicato de cocaleros después de convertirse en presidente, alegando que una cosa así nunca sucedería en Estados Unidos.

Aún no sabemos cómo será la política de Trump hacia América Latina. El mayor peligro para la región es que Trump convierta en realidad su agresiva retórica contra la inmigración y el comercio, que fueron temas centrales de la campaña, sobre todo en relación a México. Ya hay signos de que Trump abandonará alguna de sus posiciones más extremas, como la construcción de un muro en la frontera y la deportación masiva de millones de inmigrantes. Los acuerdos comerciales como el NAFTA serán probablemente revisados, pero si Trump quiere eliminarlos se encontrará con la resistencia de los republicanos en el Congreso.

Un personaje influyente en la política latinoamericana de Trump será John Kelly, general retirado y futuro Secretario de Seguridad Interior, que fue jefe del Comando Sur. Kelly conoce bien la región y apoyó la Alianza para la Prosperidad, un paquete de asistencia para el Triángulo Norte de América Central diseñado para atacar las causas profundas de la migración reforzando la seguridad y promoviendo el desarrollo económico y el fortalecimiento institucional. Pero también ha tenido diferencias con Obama, incluyendo sobre el cierre de la base en Guantánamo y en la política contra las drogas, en la que Kelly tiene una visión más tradicional, dura y alineada con la “guerra contra las drogas”.  

Parece que todos los días un tweet de Trump provoca controversia. Sus mensajes son más ataques personales que referidos a políticas, una actitud muy poco presidencial. Muy sensible a las críticas y siempre a la defensiva, Trump ha atacado con particular intensidad a la prensa y a periodistas que en su opinión lo han tratado de manera “injusta”: Se ha referido al periodismo como “una forma inferior de vida”.

Este 20 de enero, mientras desfila desde el Congreso por la avenida Pennsylvania hasta su nueva residencia en la Casa Blanca –pasando por el Hotel Trump—el próximo presidente debería mirar hacia el grandioso monumento dedicado a Thomas Jefferson, uno de los más firmes defensores de la libertad de prensa. Esa libertad –celebrada en el Newseum, museo dedicado al periodismo que también podrá ver en su recorrido— contribuyó a hacer grande a los Estados Unidos.

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