Heddy Honnigmann: “Lo más difícil es filmar en mi propia ciudad”

Heddy Honnigmann: “Lo más difícil es filmar en mi propia ciudad”

Gerardo Saravia Editor de la Revista Ideele
Patricia Wiesse Directora de la Revista Ideele
Ideele Revista Nº 253

Es la mejor documentalista peruana. Su carrera la ha hecho en Holanda donde es muy reconocida. Tiene doce documentales y ha recibido varios premios. En Lima se ha hecho conocida gracias a Polvos Azules y se ha vuelto una documentalista de culto. Tiene una sensibilidad especial para retratar a los personajes y un ojo fino para captar los detalles que la rodean, tal como lo demuestra en su último documental Around the World in 50 concerts que presentó en el 19 Festival de Cine de Lima.

Tus padres llegaron de Europa al Perú huyendo del nazismo.
Sí, mis padres llegan de una Europa destruida por los nazis. Se conocieron en el Perú, se enamoraron, se casaron, nací yo. Estudié en el colegio Franco Peruano, luego en la Católica y en San Marcos.

¿Qué estudiaste?
Primero empecé a estudiar biología en San Marcos, dos años, porque a mi papá se le había metido en la cabeza que yo debería ser una médica. Pero no funcionó porque yo quería ir hacia las letras. Entré a la Católica a letras y después regresé a San Marcos a estudiar literatura, que nunca terminé. Mi idea era terminar en México.

¿Cuánde te empieza a interesar el cine?
Desde muy chiquita las propinas que ahorraba las gastaba en ir al cine. Después fui a los cineclubes de la Alianza Francesa, del Ministerio de Trabajo, del Museo de Arte.

¿Qué veías?
De todo, incluso las películas de horror. Lo que no veía eran películas de guerra porque a ellas mi papá me llevaba mucho porque él la había vivido. Me acuerdo que en Amsterdam yo lo llevé al cine a ver Apocalipsis Now y él se reía y me decía: “Eso no es así. Uno no camina con los fusiles así”. Pensaba en cómo era la guerra de verdad.

Te mató la película.
En realidad nunca me ha gustado Marlon Brando. Ni su forma de actuar ni nada.

En ese momento en Lima no había ningún lugar en el que se enseñara cine.
En la Universidad Agraria había un curso de cine científico. Yo pensé en irme porque quería terminar literatura y estudiar cine en México. Por circunstancias familiares no puede hacerlo. La otra escuela adonde quería entrar era al Centro de Cine Experimental en Roma, en el que Rossellini y otros dieron clases. Finalmente, estudié ahí. Aunque aprendí más con un compañero de la escuela con el que hice un documental de 45 minutos: El Israel de los beduinos. Nos fuimos al filmar al desierto de Néguev, al sur de Israel. Fue una película que se pasó con relativo éxito en Venecia, en Rotterdam, en Londres.

¿Aprendiste en la práctica como se aprende casi todo?
Por lo menos más que en las clases. Recuerdo que mi tía me había regalado un fotómetro de luz profesional, un Spectra. En esa época era complicado aprender a leer la luz. Me acuerdo que mientras hacía la película pensaba en lo más importante a la hora de hacer cine, que es dónde poner la cámara. Jugaba con la cámara, con la luz. Aprendí un montón haciendo cine.

Había pocas mujeres que se dedicaran a la parte técnica del cine en esa época.
En esa época era raro. Ahora ya no.

¿Cómo llegas a Amsterdam a vivir?
En Roma encontré a mi marido holandés y fue amor a primera vista. Siempre las mujeres nos trasladamos por el amor.

Dices que no te gustan las películas de guerra pero, por ejemplo, los protagonistas de Crazy son soldados que sufren los traumas de la guerra.
Son los que han estado en misiones de las Naciones Unidas. Se trata de ver cómo la música ayudó a soldados de diferentes lugares, como Corea o Srebrenica, a sobrevivir, tener recuerdos bonitos, luchar contra el miedo y el deseo de regresar a casa. No es una película sobre la guerra sino sobre la música.

¿Qué sentías al tocar un tema tan cercano a ti?
Sentía emoción. Los momentos más difíciles era cuando el soldado iba a escuchar esa música. Sucedían cosas muy extrañas. Antes de filmar al coronel que estuvo en Sarajevo cuando la ciudad estaba rodeada por los serbios, escuchando la canción, lo llamé a una mesa y le dije: “Usted es un coronel. Nadie se pueda imaginar que la música le toque el corazón a una persona con un grado tan alto. Sería importante que la gente se dé cuenta de que un coronel es un hombre como todos nosotros”. Y se levantó y me dijo: “Entiendo”. Se fue a caminar y después regresó y me dijo que estaba listo. Y lo ves en la película siguiendo la música y recordando.

¿Los temas que tratas no lo asocias a una experiencia tuya?
Sí, pero no es lo que me guía. No, porque Metal y melancolía la hice con gente que yo no había conocido en mi vida en Lima. Era una Lima que yo no conocía. La única vez que me tocó personalmente fue cuando pensé: “Ah, ¿qué hubiera pasado si yo me hubiese quedado viviendo acá? De repente hubiese estado haciendo taxi porque si no se puede vivir de hacer cine. ¿De qué viviría?”

Se trata de ver cómo la música ayudó a soldados de diferentes lugares, como Corea o Srebrenica, a sobrevivir, tener recuerdos bonitos, luchar contra el miedo y el deseo de regresar a casa

¿La relación que estableces con tus personajes en el momento de hacer el documental es estrecha? Lo parece por las cosas que logras sacarles.
No necesariamente. Al contrario, algunas veces cuando he tenido una relación estrecha el personaje ha comenzado a hacerme preguntas a mí porque ya se consideraba mi amigo, o al último minuto me ha dicho que no filmaba porque tenía miedo. Mientras que si mantienes una cierta distancia es mejor. Pero mientras se filma se establece una relación de confianza. Ellas saben que lo que les pregunto me interesa de verdad, que me interesan ellos. Es cuestión de curiosidad; mis preguntas salen de la curiosidad.

¿Después de hacer un documental sigues manteniendo el vínculo con tus personajes?
Con algunos, porque con todos es imposible mantener el contacto.

Es que tus documentales son corales. No hay un solo protagonista.
No, no hay. Hay personajes más importantes que regresan a la película. Sigo manteniendo contacto con dos personas de La orquesta subterránea que filmé en 1998, tengo contacto aún hoy con un par de personas de Forever. Los taxistas se me han perdido. Una vez me pasó algo muy bonito: Una persona me mandó por Facebook un pedido de amistad. Le pregunté que por qué le interesaba y me dijo que hacía mucho tiempo había filmado a su mamá. Resultó que era el hijo de Emilia que es una de las dos mujeres que salen en Metal y melancolía. Me dijo que habían pasado la película y él la había visto, pero que su mamá no podía moverse de la cama porque estaba enferma del riñón y quería un DVD, que se lo hice llegar.

Tú has dicho que cuando filmaste El olvido no habías planificado hacerla. Fue algo que se ocurrió cuando viniste al Perú.
Eso es lo que pasa con casi todas las películas. Es como dice Stephen King en su libro On writing: las ideas tú no las vas a buscar, sino que te caen y tienes que saber reconocerlas. Eso es lo que pasó también con Metal y Melancolía: una vez que traje a Lima a mi hijo y a mi esposo fallecido para que conozcan la ciudad en la que había nacido, vi a un señor que pegaba con baba un cartel en la luna de su carro que decía “taxi”. Lo paré y le dije que lo había visto pegando el cartel de taxi en su carro. Me dijo que así se pagaba la gasolina para ir a su trabajo y regresar. El señor era contador.

¿Fue tu primera filmación en Lima?
Es que lo más difícil es filmar en tu propia ciudad. Tenía que encontrar un ángulo fílmico y ésa fue la idea que me cayó y reconocí: “Ahí está, la clase media ha llegado al taxi por la catástrofe económica”. Era 1992. El país estaba arruinado por Alan García y Sendero Luminoso.

¿Te parece que Lima ha cambiado bastante, como dicen? Que antes era una ciudad triste y que ahora hay entusiasmo?
Sí percibo que la gente no está tan decaída. He visto muchos negocios pequeños, restaurantes nuevos. Pero eso es lo superficial. Las desigualdades no cambian. Y me di cuenta cuando compré unas granadillas en Vivanda y cada una costaba un sol. Pensé que el costo de vida había subido. Lo que he hecho durante esta estadía es ver muchas películas latinoamericanas que me hablan de un continente bastante herido que está sangrando.

Sobre la guerra interna que vivió el Perú, ¿nunca se te pasó por la mente hacer un documental?
Una vez cuando mataron al columnista holandés Theo Van Gogh porque hablaba mal de los árabes. Me acuerdo que en el Festival de Amsterdam preguntaron por qué nadie se había atrevido a hacer una película sobre su muerte. Mi respuesta fue que era demasiado actual, demasiado periodístico. Tienes que tener otra puerta de entrada que no sea la misma muerte.

Algunos historiadores alemanes declararon que todavía sentían que no podían escribir sobre la Segunda Guerra Mundial porque les parecía muy reciente, y que tenía que pasar muchísimo tiempo para que la reflexión de ese hecho fuera objetiva.
Sí, estoy totalmente de acuerdo. Necesitas reflexionar. Nosotros empezamos a filmar Metal y melancolía en octubre de1992. A Guzmán lo capturaron un mes antes. Me acuerdo que me dio un pánico terrible porque se me ocurrió que todos los choferes de lo único que hablarían sería de la captura y que la película sería otra. Felizmente no ocurrió.

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