La economía peruana ante la encrucijada
La economía peruana ante la encrucijada
La evolución de la economía peruana durante estos primeros meses del 2013 le ha pegado un susto a más de uno: de repente el término “desaceleración” se puso de moda, se inició un intenso debate sobre el cómo y el porqué de tal desaceleración, y en ese contexto el Gobierno anunció medidas dirigidas a reactivar la economía, fundamentalmente mediante la agilización de la ejecución de un paquete de grandes inversiones en infraestructura y proyectos mineros.
Partamos de que el escenario global se muestra complicado, pues las proyecciones de crecimiento de la economía mundial para el 2013 están siendo revisadas a la baja. Así, vamos a enfrentar un entorno complejo, con fenómenos como la desaceleración de la economía china y el fin del ciclo de altos precios de las materias primas, lo que inevitablemente afectará nuestras propias perspectivas de crecimiento. Por ello, ciertamente es correcto que las autoridades se preocupen y reaccionen, y que se propongan medidas que apunten a mantener su dinamismo.
El problema, sin embargo, es que hay cuestiones pendientes sobre el enfoque con el cual se proponen estas medidas y lo que él implica en relación con nuestras posibilidades de avanzar por un sendero de desarrollo que sea sostenible, equitativo e inclusivo.
Una primera pregunta que debemos hacernos es si no estamos en realidad profundizando el proceso de primarización de nuestra economía, perpetuando nuestro rol como exportador de materias primas e incrementando nuestra vulnerabilidad ante un shock externo. La importancia de esto radica en que se prevé que en los próximos años los precios internacionales de nuestras principales exportaciones, como el cobre y el oro, declinarán paulatinamente, lo que afectará nuestros niveles de actividad comercial y productiva, así como los ingresos fiscales.
Este panorama debería ser un acicate para replantear el modelo de crecimiento adoptado durante la pasada década, basado en la exportación de materias primas, pues a pesar del sustancial crecimiento logrado gracias al auge de sus precios internacionales, este modelo presenta limitaciones y debilidades estructurales que tienen que encararse, apuntando a un crecimiento sustentado en la diversificación de nuestra estructura productiva y el desarrollo de los mercados internos, con el fin de reducir nuestra dependencia de los ingresos de la minería y otros sectores primario-exportadores.
Sin embargo, la propuesta de crecimiento económico que oficialmente se maneja apuesta, paradójicamente, al desarrollo de una serie de megaproyectos mineros y a incrementar aún más la producción de minerales y otras materias primas para compensar la caída en sus precios. Es decir, más de lo mismo, sin reconocer cabalmente los riesgos que tal estrategia implica. Sin duda, la minería y demás sectores primario-exportadores cumplen, y seguirán cumpliendo, un papel fundamental en la economía nacional, pero es necesario que nos planteemos seriamente cómo construir un modelo más equilibrado, menos vulnerable a la volatilidad de los mercados internacionales.
En relación con lo anterior, un segundo tema que preocupa es cómo vincular crecimiento económico con desarrollo; no solo en materia de sostenibilidad, sino también de inclusión y equidad, pues a pesar de los positivos resultados alcanzados por el Perú en expansión del producto, niveles de exportación y reducción de la pobreza, entre otros, subsisten aún severos problemas de inequidad y marginalización económica y social, y, lo que es aún más preocupante, hay indicios de que las brechas existentes podrían estarse ampliando.
Se prevé que en los próximos años los precios internacionales de nuestras principales exportaciones, como el cobre y el oro, declinarán paulatinamente, lo que afectará nuestros niveles de actividad comercial y productiva, así como los ingresos fiscales.
El “Marco macroeconómico multianual 2014-2016”, recientemente publicado por el Ministerio de Economía y Finanzas, establece ambiciosas metas de crecimiento para los próximos años: 6% o más de incremento anual del PBI real hasta 2016, año en el que el tamaño de la economía peruana debería quintuplicar los niveles alcanzados en 2000. Ciertamente, es deseable que logremos esas metas, pero preguntémonos si, por sí mismo, el crecimiento económico basta y sobra para mejorar la situación de todos los peruanos, incluyendo la de los sectores más marginados; o si, por el contrario, ya va siendo hora de que nos establezcamos también metas concretas relacionadas con la reducción de la desigualdad, en lugar de apostar a que eventualmente el crecimiento terminará chorreando a todos los sectores y metamorfoseándose en equidad.
De hecho, abundante evidencia indica que, pese a la significativa expansión de la economía durante la última década, los salarios reales aún están por debajo de los niveles que tenían hace 25 años. De igual forma, el Perú tiene una de las distribuciones de ingresos más desiguales de América Latina, pues la participación de la renta del capital (como porcentaje del producto interno) se ha incrementado significativamente desde los años 90, en tanto que la de los salarios, contrariamente, ha retrocedido.
Se argumenta que el tema de la desigualdad es secundario, que mientras la torta siga creciendo y haya un poco más para todos, no importa que las tajadas de unos crezcan a expensas de las de otros. Pero este fenómeno de la concentración de ingresos y el ensanchamiento de las brechas entre los que ganan más y los que ganan menos no es un tema menor o superfluo. Por el contrario: debería ser motivo de la mayor preocupación, pues un proceso de crecimiento económico que no aborde también la reducción de las brechas no tendrá garantizada ni su estabilidad económica ni su estabilidad social y política.
Finalmente, debemos mencionar que las propuestas que se han planteado para agilizar y acelerar las inversiones públicas y privadas, si bien, en principio, son positivas, tienen que manejarse con discreción. Nadie podría estar en contra de propuestas que busquen combatir el burocratismo y reducir las barreras y retrasos que sufren los proyectos de inversión; pero estas propuestas no pueden hacerse a expensas de las garantías legales, sociales y ambientales que deben respetar esos proyectos.
De igual forma, no basta con un puñado de megainversiones para empujar al resto de la economía hacia el desarrollo: se requiere una visión y una política más amplias, so pena de que la desconexión entre los sectores “estrella” y el resto de la economía se profundice y terminemos generando enclaves aislados de prosperidad que no necesariamente van a perdurar. La inversión en grandes obras de infraestructura y megaproyectos productivos es necesaria, pero tiene que complementarse con el reforzamiento de los programas productivos que generen oportunidades y beneficios para las grandes mayorías. De modo que es preciso diversificar las fuentes de crecimiento con mecanismos que fortalezcan la competitividad y la productividad, que impulsen el desarrollo de los mercados internos y la generación de encadenamientos productivos y comerciales entre Lima y las grandes ciudades con el resto del país.
En suma, el desafío de la política económica para éste y los próximos años estriba en ir más allá de asegurar resultados macro positivos y mantener las cuentas nacionales en azul. Es además necesario plantear y establecer con claridad el rumbo de este proceso de crecimiento y su articulación con una estrategia de desarrollo de largo plazo. Como bien se ha dicho, la época del “piloto automático” ha concluido, y han empezado a aparecer las limitaciones y riesgos del actual modelo. Estamos ante un momento crucial, frente a una encrucijada en la que se tiene que escoger entre la inercia y el “más de lo mismo”, o asumir una reforma real y una trasformación de la economía nacional que no será ni inmediata ni fácil, y que exigirá esfuerzos y sacrificios, pero que resulta indispensable si queremos que estos años de auge económico no queden en nuestra historia como otra oportunidad perdida.