Marcela Said: “Un país en el que la mujer no tiene derecho sobre su cuerpo es un país muy violento”

Marcela Said: “Un país en el que la mujer no tiene derecho sobre su cuerpo es un país muy violento”

Patricia Wiesse Directora de la Revista Ideele
Gerardo Saravia Editor de la Revista Ideele
Ideele Revista Nº 275

Foto: El Mercurio.

La dirección de cine es parte del mundo de los hombres. Todavía son pocas las mujeres de las nuevas generaciones que se animan a dar el paso. O son productoras, scripts o actrices, pero directora ya es una palabra mayor. Marcela Said estudió cine en Francia. Tiene una personalidad tan definida como sus convicciones políticas, de las que habla abiertamente. En 2013 se estrenó en Lima su primera película, El verano de los peces voladores, una inquietante historia que transcurre al borde de un hermoso lago donde asoma el conflicto mapuche. Cuatro años después ha presentado Los perros: una mujer de clase alta chilena, de 42 años, vive rodeada de hombres agresivos y sujeta a presiones sociales como la de ser madre. En esos momentos de fragilidad se involucra en un romance con su profesor de equitación, que resulta ser un exoficial investigado por violar los derechos humanos durante el régimen de Pinochet. Esto la confronta con el pasado no solo de ese hombre sino el de su propia familia.


Empiezas haciendo documentales con temas políticos, referidos a la dictadura pinochetista.

Yo nací en 1972, en la etapa posdictadura, pero siempre me ha interesado escarbar en ese pasado. El primero de mis documentales fue El mocito. El personaje principal era un chico de 16  años que limpiaba y servía café en un centro de detención y tortura. Él había sido cómplice, pero al mismo tiempo era tan joven como para darse cuenta de la magnitud de lo que ocurría ahí. Es una especie de límite, algo muy ambiguo. Me interesaba tocar el tema de la víctima y el victimario.

La frontera entre buenos y malos, culpables e inocentes es borrosa a veces.

Siempre es más fácil decir que los malos fueron los que pusieron las manos, como los militares en el caso chileno, cuando hay un sector de la sociedad civil que apoyó y financió la dictadura y hoy están libres. Se desentienden de lo sucedido y siguen en el poder ganando mucho dinero, porque la dictadura sirvió para imponer un modelo económico que ellos suscriben, mientras cuarenta años después todos vivimos las consecuencias.

Y una democracia concertada que ha aceptado el borrón y cuenta nueva, y que impone una uniformización no solo económica sino cultural.

Incluso acá en el Perú, ves la cantidad de grupos económicos chilenos implantados, las mismas marcas, la globalización. Yo pienso que en poco tiempo nos vamos a dar cuenta de que lo original es lo que se tiene que conservar. Lo que tenga valor va a ser lo que no se haya globalizado: todas las manifestaciones que desmarquen de la homogenización.

¿Personalmente qué te ha aportado investigar y desarrollar estos temas políticos y de memoria?

Tratar de comprender qué es lo que pasó, qué es lo que está detrás. La dictadura es una forma de gobierno que permite incorporar un modelo económico a costa de torturas y de muertes, porque finalmente lo que importa es la plata. Además un país que no tiene memoria y que no salda sus deudas no puede encarar el futuro.

¿Quién influyó en ti? ¿Tu familia, la escuela?

Crecí en una familia dividida: un padre que apoyaba la dictadura y una madre que tenía familiares exiliados. Influyó que me fuera a vivir afuera. Me fui muy joven a Francia y allí conocí a los exiliados y tuve acceso a otro tipo de información que no circulaba en el país. Yo creo que todos tienen la posibilidad de abrir los ojos. La prueba es el director de cine Pablo Larraín que viene de una familia tradicional de clase alta y de derecha.

Estudiaste cine en Francia.

Sí, primero conocí el mundo documental y después estudié cine. 

También hiciste un documental llamado I love Pinochet.

Sí, en ese documental entrevisté a familias de distintos niveles socioeconómicos sobre su amor a Pinochet,  y me respondieron qué representó él en su vidas, cómo justificaban el abuso contra los derechos humanos. En algún momento mencionan los prejuicios típicos sobre “los comunistas come guaguas”. Lo bueno fue que pude acceder a ejecutivos del diario El Mercurio, por ejemplo, y a la asamblea de socios de la Fundación Pinochet.

¿Te piensas seguir moviendo entre el documental y la ficción?

No lo sé. Por el momento la ficción me interesa más porque te da más libertad, e incluso me interesa hacer cosas más artísticas, más experimentales, más instalaciones para tener más libertad para crear e indagar en aspectos inconscientes.

Tu cine tiene un componente político bastante fuerte.

Sí, pero quiero aclarar que yo no hago cine ideológico. Lo que me interesa es el ser humano. En esta película hay dos cosas que me interesaban: el monstruo que uno lleva adentro. Las personas que contienen esa especie de ambigüedad, que pueden hacer bien y mal. El personaje del coronel lo escribí como un personaje que fue capaz de hacer el mal pero que 20 años más tarde es capaz de lo contrario. Le puso atención a la alumna, fue encantador, generó empatía con la alumna, y ella que estaba un poco frágil y enferma se siente atraída. Hay muchas películas sobre gente que se siente atraída por los criminales, de amor entre una mujer y un criminal. El mal es muy atractivo, es más cinematográfico.

"Es el único que la escucha, que le presta atención, que le da tiempo. A pesar de haber sido un criminal, veinte años más tarde este tipo se ocupa de ellas. Hay mujeres a las que les gusta este tipo de hombres".

La idea de Los perros nace de una experiencia personal.

El personaje del coronel es real. Cuando estaba filmando El mocito conocí al coronel Morales Salgado, que era profesor  de equitación y que estaba acusado de violación a los derechos humanos. Para corroborar lo que me contó el chico me contacté con él, que fue su jefe directo. Lo conocí antes de que entrara a la cárcel y me pareció interesante incluirlo en la película. Yo llegué a tomar clases de equitación con él, pero aclaro que no tuve ninguna relación personal.

Tus personajes son bastante complejos. Poco comunicativos, pero muy expresivos.

Son grises. El coronel es el que mejor sabe dónde está parado, tiene un sentido del honor, y que debiendo ser el malo, es casi el menos malo de todos los que rodean a esta mujer que navega en un mundo bastante masculino.

La protagonista femenina no llega a romper con su mundo, lo cuestiona pero no se atreve a salir de ese espacio. Es como si su conducta fuera medio errática por momentos, no se sabe por dónde irá y quién es finalmente.

En ese sentido es muy humana y se vuelve muy real. Ella tiene sus propias armas femeninas, toma algunas cosas que les gustan y cierra los ojos a otras. Por ejemplo, nunca confronta al padre. La relación con el padre es enferma, pero está establecida desde el ámbito patriarcal. Es muy complejo para ella juzgar y ver. Cuando los alemanes se me acercaron en Cannes me dijeron que les parecía que intentaba liberarse de algo y yo creo que es así. Es la búsqueda de la liberación del lazo patriarcal con el padre, con la obligación de la maternidad que el marido le impone. Le cuesta y no necesariamente lo logra. Es muy difícil para las mujeres liberarse completamente.Además, ella está en una zona de confort y se siente bien ahí.

¿El hecho de ser de una posición acomodada le da más libertad de hacer lo que quiera mientras no traspase ciertos límites?

Sí y no. No logra liberarse del todo. Por ejemplo, ella no quería ser madre pero la sociedad le impone ese rol. Pero, a la vez, no llega a ser una víctima. Es cierto que tiene un lado frágil, pero es fuerte en otros aspectos. Es una mujer que usa su cuerpo, que es encantadora, que no le tiene miedo a su sexualidad. Eso puede ser un poco perturbador. Es una dualidad del personaje y parte de su complejidad.

El padre ejerce un poder muy fuerte sobre ella. Ella se rebela y no quiere formar los papeles de la venta de la empresa, pero al final lo hace.

El padre es un híbrido que construí con un personaje público llamado Roberto Izquierdo, que es gerente general de una empresa forestal y fue uno de los primeros civiles a quienes llamaron a declarar por un caso, porque también quería hablar de la complicidad de los civiles que apoyaron a la dictadura. Y también cuando escribía pensaba en Ricardo Claro, otro empresario muy poderoso en Chile, un tipo que es dueño de una pesquera, de canales de televisión, que prestó un barco para transportar a los torturados. Ahora ellos están en el directorio de las empresas de un Chile enteramente privatizado. Es gente que sigue defendiendo a ese régimen y que siente que fue legítimo hacer eso. Ese discurso yo siempre lo escuché. Los diálogos han sido sacados de la realidad.

El personaje del esposo es argentino. Él cuestiona la dictadura pero desde una posición muy cómodo y conservadora.

A él lo que le interesa es tener una familia, tener hijos y eso no le está resultando como quería. Me pareció interesante que fuera argentino porque nos conectaba con la realidad de un país hermano y comprobar que hemos vivido procesos similares, aunque en ese país la dictadura fue aún más violenta, hubo 30 mil desaparecidos. Toda la burguesía latinoamericana es parecida.

¿Por qué ella siente esa atracción por ese hombre que representa el mal?

Es el único que la escucha, que le presta atención, que le da tiempo. A pesar de haber sido un criminal, veinte años más tarde este tipo se ocupa de ellas. Hay mujeres a las que les gusta este tipo de hombres. Quería personajes mucho más reales. Hay mucha gente de la burguesía que es así, gente que no sabía. Hace poco hubo una serie en la televisión en la que desclasificaron archivos secretos y la gente estaba sorprendida y decían que no sabía que eso había pasado en el país. No sé cómo porque yo tenía 12 años y sabía lo que ocurría.

Él carga con una culpa porque sabe que fue culpable de hechos atroces. ¿En Chile hay casos de militares que se hayan suicidado?

Muchos. Cuando salieron las condenas muchos se suicidaron.

La naturaleza juega un papel protagónico en tus películas.

Eso tiene que ver con la propuesta estética. A mí me gusta la naturaleza, creo que es mucho más cinematográfica que la ciudad. No me gusta Santiago. Me complicaba mucho hacer Los Perros; en cambio en La noche de los peces voladoreshicimos hasta casting de los árboles. Todo es buscado: la casa, el lago, la oscuridad, la niebla. Pensé filmar de noche Los perros para esconder un poco la ciudad, pero lo que me favorecía es que la burguesía vive pegada a los cerros, hay casas con árboles. Ellos viven mirando la ciudad desde afuera.

En tus dos películas hay una atmósfera amenazante. De algo que no se ve, pero que va a explotarles en la cara.

En Los perros la atmósfera es más una de violencia social que existe en Santiago de Chile, que es una ciudad en la que respira cierta violencia en el ambiente. Hay violencia machista, violencia de género. Creo que en países que han pasado por dictaduras, la gente tiende a tener un discurso más violento. La película habla de la violencia machista: de los hombres que ponen las bolas sobre la mesa, el policía que está borracho y se cree con derecho a tirársela. Hay una escena que refleja la violencia cotidiana que vivimos: es la del vecino que le grita a la protagonista y la amenaza con matar a su perro si no lo amarra. Esta mujer está rodeada de todos estos hombres, hay una violencia masculina muy amenazante que atraviesa toda la película.

"Hay mucha gente que trabajó para el servicio de inteligencia y está libre. Los que están en la cárcel son contados con los dedos, a pesar de que se les ha juzgado".

¿Por qué te interesa retratar el otro lado?

Siempre me interesa retratar al “enemigo”; no he trabajado mucho con las víctimas sino con el victimario, con la burguesía. En I love Pinochet retraté ese mundo, luego hice otro documental que se llamaOpus Dei y me metí en ese mundo muy complejo en conformado por un sector muy arribista, que ni siquiera puede ser considerado como burgués.

Y  los humanizas, a pesar de que tu posición es contraria.

Es que eso me parece importante. Igual que con los dictadores a los que no hay que retratarlos como monstruos porque eso es no darse cuenta de que salieron de nuestra propia sociedad. Si la dictadura en Chile duró 17 años fue porque la mitad de la población la apoyó. Hay que entender que el mal está también en nosotros. No se puede pensar que nunca nos comportaríamos de esa manera, y la clave está en saber que sí podemos, pero que no lo vamos a hacer. Los problemas de racismo, de inmigración, la poca tolerancia con las poblaciones indígenas son manifestaciones del mal que llevamos dentro. Es importante hablar de ese monstruo interno que llevamos dentro.

¿Cuál fue la dificultad más grande al hacer una película como Los perros?

Cómo iba a retratar el otro lado, cómo traer el pasado al presente y presentar a las víctimas. No quería hacer un flashback. Recordé la escena que sale en El mocito de “la funa” y la recree. Esa es la única vez en que se ve al otro, cuando un grupo que se manifiesta afuera de la casa del coronel se les acerca con furia. Era la única manera en la que yo podía mostrar la impunidad, la falta de justicia en Chile.

Hay muchas cosas que no han sido procesadas en Chile, porque no puede ser que sea coincidencia que en el último festival de cine tres películas chilenas traten sobre la policía secreta de Pinochet, la DINA: tu película de ficción y los documentales El pacto de Adriana y El color del camaleón.

Hay mucha gente que trabajó para el servicio de inteligencia y está libre. Los que están en la cárcel son contados con los dedos, a pesar de que se les ha juzgado. Son 200, 300 militares cuando en la DINA participaron 5 mil personas. Había dos cárceles militares y una ya la cerraron, y ahora los van a trasladar a cárceles comunes.

¿Cómo construyes esos personajes de clase alta del sector empresarial? En tu película anterior El verano de los peces voladores también aparece una familia burguesa. Por extracción, ¿eres más cercana a esos sectores?

Yo soy de clase media pero los he conocido por mis documentales. Saco los personajes de gente que conozco, o son híbridos de gente que aparece en los diarios. Yo creo que fue porque cuando me empecé a preocupar por este tema tenía mucha rabia y los culpables venían de ese sector.

¿En qué momento es que empieza tu rabia?

Bueno, yo crecí en dictadura y el país funcionaba a dos marchas, como decimos: un sector que podía acceder a la universidad y tener una serie de beneficios, y otro con mucho talento que no podía educarse en la universidad porque era muy cara. Eso marca, por supuesto. Ahora esto ha cambiado por una fuerte lucha social que hubo, pero ahora que la derecha volverá al poder no es seguro que se mantenga. Parece que vuelve Piñera y ha sido una pena que Lagos haya desistido porque era la única persona que hubiera podido frenarlo.

Lo que sorprende es que en Chile siempre ha habido como un 50% de gente más progresista y el otro que apoya  la derecha.

Sí, pero también hay que tener en cuenta que Chile es un país muy conservador. Estamos tratando de aprobar la ley sobre la despenalización del aborto por tres causales y no se ha logrado. Un país en el que la mujer no tiene derecho sobre su propio cuerpo es un país muy violento.

¿Cómo ves la industria de cine chilena?

Somos un cine emergente. Estamos detrás de Argentina, México y Brasil. Intentamos hacerlo con pocos recursos, y estamos obligados a coproducir. Hay una buena generación: Larraín, Lelio, Bize. Hay un fondo y hay algo así como una ley de cuotas. El cine chileno se ha ganado un espacio - no es un fairplay, por si acaso – pero está regulado y a las distribuidoras no les gusta nada. Además hay una pequeña distribuidora de cineastas y productores jóvenes que manejan tres salas donde se exhiben nuestras películas. Hace 15 años solo había un lugar en el que se exhibían que era el cine arte Alameda.

Las películas se subvencionan. Pero, ¿se puede ganar algo?

Solo si haces cine comercial. Se pagan los sueldos y no hay deudas. Pero algo interesante es que cada vez el cine latinoamericano se vende mejor a nivel internacional porque interesa al resto al resto del mundo.

Pablo Larraín ha sido llamado a Hollywood, es muy posible que Sebastián Lelio también siga ese camino. ¿A ti te interesa ese mercado?

Lo que me interesa es que cada vez más gente vea mis películas y que yo me demore cada vez menos en hacerlas. Me interesa la colaboración con otros países latinoamericanos y contar historias de nuestros pueblos.

¿Cuál es tu próximo proyecto?

Tiene que ver con eso. Estoy escribiendo algo relacionado al feminicidio, con una mujer que vive su vida como ella quiere y eso es mal percibido por la gente del pueblo donde vive.

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