No se sabe a ciencia cierta
No se sabe a ciencia cierta
Sobre los rumbos y tumbos de un ministerio aún sin resolver.
El ministerio de ciencia y tecnología fue una promesa presidencial que se transformó en propuesta a partir de sendos discursos. El misterio de la ciencia, en cambio, había sido —hasta hace algunas semanas— una eterna promesa nacional, carente de propuestas concretas.
En los últimos días el ministerio prometido se ha ido transformando en un misterio sin resolver. Cuando todo parecía que por fin estaba enrumbado, descubrimos que más bien nada está dicho. Todo lo que huela a ciencia, tecnología y saberes afines está aún por inventarse, descubrirse y ensayarse en nuestro despistado país. Una muestra de ello es el inesperado desacuerdo en el gremio. Aunque parezca extraño, no todos coinciden con que la ciencia sea ministeriable.
Furia de titanes
Al frente de esta polémica, dos aplicados contrincantes: Modesto Montoya y Francisco Sagasti. El primero, un científico nato que ha dedicado la mayor parte de su vida a la investigación y divulgación. Por su parte, Francisco Sagasti, además de ser un ingeniero graduado en la UNI, es experto en políticas públicas relacionadas con el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Pero no se trata de una solitaria partida de ajedrez. Ambos, con sus peculiaridades, representan tendencias y tensiones en un oficio que, aunque concentrado e introvertido, no deja de tener fricciones. “Yo no estoy ni a favor ni en contra del ministerio, sino todo lo contrario. El problema no pasa por ahí. Un ministerio tiene sentido cuando cuentas con capacidad para ‘ministeriar’. Invertimos 140 millones de dólares al año en ciencia y tecnología. Si creamos un ministerio por cada 140 millones en el sector público, tendríamos 2 mil ministerios”, advierte Francisco Sagasti.
Además de su escepticismo respecto de lo que se pueda gestionar, Sagasti piensa que un ministerio podría ahogar a la ciencia en la burocracia, además de convertirla en un gueto cuando, por el contrario, debería ser más bien de la incumbencia de todas las demás carteras.
“Tenemos institutos de investigación tecnológica adscritos a ministerios; también tenemos a CONCYTEC, y durante los últimos decenios estas instituciones no han sido prioridad de sus propios entes. Lo que debemos hacer es que todos peleen y se preocupen por tener una capacidad científica en agricultura, energía y minas, transportes y comunicaciones, defensa, salud. Una política transversal. Si creamos un ministerio, todos se lavan las manos y no van a querer invertir. Se corre el riesgo de poner a la ciencia y la tecnología en un gueto”, dice Sagasti.
Pero Montoya piensa más bien que gueto es lo que vivimos ahora: “Es una tesis absurda. Ahora es un gueto porque estamos fuera del debate. Los científicos no somos políticos y los que opinan no son científicos; son analistas que nunca han trabajado en un laboratorio”.
La propuesta de Sagasti consiste en crear —antes que un ministerio— un comité interministerial presidido por el Primer Ministro o por el propio Presidente. “Creo que más sencillo y más conveniente para los próximos cuatro años es crear un comité interministerial de ciencia, tecnología e innovación con una secretaría técnica y un secretario ejecutivo con rango de ministro para sentarse en el Gabinete. ¿Necesitamos de ministerio para cambiar todas las normas que generan trabas? No.”
Montoya piensa, a su vez, que en el país solo se toma en serio a los ministros. Un funcionario, por más rango ministerial que se le asigne, no cuenta con el peso ni la influencia suficientes. Un ministro discute ‘tete a tete’ con sus colegas el presupuesto de la nación. Dice que asignarle la responsabilidad de un comité intersectorial al Primer Ministro es inverosímil, ya que no podría dedicarse a ello.
“El Presidente de CONCYTEC no tiene peso ni capacidad de convocatoria. Como no hay cabeza, los diferentes institutos dependen de ministerios diferentes y casi nunca comprenden el tema científico. El presidente de cada Instituto hace lo que cree y no tienen relación con los otros. El ministerio debería ver prioridades y líneas de trabajo. Yo he conversado con los responsables de institutos nucleares de los Estados Unidos y nos dijeron que los países en desarrollo se copiaron un modelo que ellos abandonaron hace 40 años. Para hacer la bomba atómica fundaron institutos nucleares que ahora hacen biología, energía solar. Hacen de todo. No hay institutos ‘mono’.”
No le falta razón. Nuestra sociedad sigue siendo en gran medida cortesana. A todo aquello que no tenga la investidura de un poder, que a veces se cree real, no se le da importancia. “Si el Presidente de CONCYTEC convoca a una reunión, ¿quiénes asisten? Y si, en cambio, ¿la hace un ministro?”, se cuestiona Modesto (y molesto).
Benjamín Marticorena tiene una posición más ponderada. Prefiere no entrar en discusiones que no ayudarán a reducir nuestro patético pasivo tecnológico. “Cuando un tema se pone en la agenda política y pública adquiere fuerza propia. Personalmente pensaba que no era indispensable, aunque no me oponía. Lo primero son las políticas públicas y la gestión de recursos. Hay que financiar programas. El ministerio tiene sentido si la ciencia y la tecnología van a tener presencia en los niveles de decisión. Si se va a crear el ministerio, hay que hacerlo bien. No importa que tome 4 años; la cuestión es que hay que trabajar el nuevo marco institucional para que tenga contenidos.”
Hubo un tiempo en el que nos dedicamos a ensamblar automóviles y hacer refrigeradoras. De nada de eso se trata ahora.
La comisión de la discordia
A pesar de los ofrecimientos, Montoya es suspicaz. Teme que la influencia de la “promo” del premier (Francisco Sagasti y Fernando Villarán) puede ser determinante a la hora de los loros. “Se está demorando la aprobación del ministerio porque hay estas posiciones que crean dudas. Estas dudas las traen los no científicos que se dedican a las consultorías como Sagasti y Villarán, que no conocen nuestras necesidades. Sagasti plantea lo mismo que los chilenos: un comité interministerial. El científico Carlos Bustamante señala que los chilenos están hartos de ese comité y por eso piden un ministerio. El ministerio anunciado está en peligro porque Salomón Lerner es ingeniero industrial de la UNI y ha sido dirigente estudiantil de la misma generación de Sagasti y Villarán; por eso los ha llamado a ellos. Yo estoy en campaña con los científicos en actividad. Hoy día los que más ganan en el campo científico son los consultores.”
Montoya hace referencia a una comisión que ha formado el Premier para discutir estos aspectos. Muchos de los convocados están en contra de la creación de un ministerio y prefieren otro tipo de organismo. Algunos minimizan y otros la maximizan, pero lo cierto es que aún no hay nada definido y solo se han reunido una vez.
“Si no quieres resolver un problema, ¡crea una comisión!”, reflexiona con amargura Modesto y tiene dos centenares de años de vida republicana como fundamento. Los científicos puros y duros consideran que el ministerio debería estar a cargo de un científico. Con este criterio solo un médico podría ser ministro de Salud, un militar ministro de Defensa y un policía ministro del Interior. La experiencia vivida no garantiza la bondad de este planteamiento.
La verdad es que sería impensable realizar una política para el desarrollo de la ciencia y la tecnología al margen del quehacer de los científicos. Pero también es cierto que este desarrollo requiere de lineamientos concretos y una experiencia en el manejo de políticas públicas.
La mayoría de científicos que entrevistamos se inclina por un ministerio, pero no todos tienen el entusiasmo y la convicción de Montoya. Se percibe en ellos más bien una actitud de “será el sereno”. Si es con ministerio bien, sino igual existen una serie de medidas que se deben adoptar y que no dependen necesariamente de una estructura ministerial.
Rutas y retos
El problema es por dónde empezar, ya que no se trata solo de dineros. Nuestro trajinado país conoce de millonarias inversiones en balde y de revolucionarias decisiones que terminan empeorando la situación. Por suerte, no se necesita tampoco descubrir la pólvora. Todo está escrito y hablado, aunque falte conversarlo más.
Para Francisco Sagasti, el primer requisito se cae de maduro: para hacer ciencia se necesitan científicos. Es necesario un potente programa de formación de científicos en campos prioritarios para el país, con las facilidades que podrían encontrar fuera. “Eso significa una inversión muy fuerte en recursos humanos, cientos o miles de becas al año en el exterior, y traer a científicos que puedan formar a los jóvenes. Si ahorita le metemos 100 millones de dólares para hacer investigación en biotecnología o en física, no habría cómo gastarlos, porque no hay quién la haga. Tendríamos que importar científicos de la India, de Tanzania.”
Otro de los factores que se debe tener en cuenta es la cooperación entre la empresa privada y el Estado. Siendo la primera una de las beneficiarias (sería cuantioso lo que se ahorrarían si tuvieran a la mano recursos tecnológicos), también debe ser incluida en el proceso, lo que implica brindarle facilidades, tal como sostiene Sagasti: “En el Perú, los gastos de las empresas que hacen investigación no se consideran como un costo para deducción de impuestos. Es una medida que se hace en dos segundos, pero vaya usted a convencer a los amigos de la SUNAT”.
“¿Cómo apoyamos al sector privado? Hay servicios tecnológicos de certificación que se le pueden prestar. ¿Por qué no tenemos en el Perú un laboratorio de ensayo, de calidad, que ofrezca servicios a las empresas peruanas que quieran ser proveedoras de empresas que invierten en infraestructura energética, vial? Ésa es una inversión muy grande que inicialmente debería hacer el Estado.”
Así como es erróneo pensar que el dinero lo soluciona todo, también lo es creer en la ley del eterno retorno. Nada peor. Hubo un tiempo en el que en el Perú se hablaba de ciencia y se quería copiar el modelo de los países desarrollados. Fue entonces cuando nos dedicamos a ensamblar automóviles y hacer refrigeradoras. De nada de eso se trata ahora.
“No hay que retornar a los 70, sino convertir a los institutos ya creados en verdaderos instrumentos de investigación y potenciar a las universidades donde hay bolsones de excelencia. Por ejemplo, no en toda la PUCP sino en ciertos bolsones”, apunta Benjamín Marticorena.
Para hacer ciencia en el Perú se necesita, entonces, invertir en la formación de los científicos, hacer alianza con el sector privado y potenciar todo lo que ya existe, desde universidades hasta institutos específicos. Pero falta algo: los científicos deben tener un lugar donde chambear, y con eso no cuenta el país.
La prioridad, según Modesto Montoya, es la carrera del investigador. En el Perú existen leyes de carrera de muchas profesiones: profesores, doctores, enfermeras, jueces, etcétera; pero, claro, en este grupo los investigadores no tienen lugar ni siquiera en cazuela. En los últimos meses los trabajadores del Instituto Nacional Penitenciario (INPE) han estrenado su ley, sobre la cual Modesto Montoya tiene una sabrosa anécdota:
“Me estaba duchando en la mañanita y me llaman para felicitarme porque habían dado la ley de la carrera del IPEN e iban a entrar 500 empleados nuevos. A mí me pareció algo increíble, y cuando averigüé, resultaba que era la ley del INPE. En el caso de nosotros, no podemos incorporar nuevos investigadores porque no tenemos ley de carrera; entonces todos se van. Los que han ingresado lo han hecho porque se ha creado un instituto nuevo. El Instituto Geofísico, instituido en la década de 1970, no ha aumentado el número de doctores. Con la carrera les puedes ofrecer un sueldo de 5 mil dólares a los jóvenes científicos que están afuera, y se vienen. Hay muchos de biología molecular, electrónica, física, química, que están en Brasil.”
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Como ven, no faltan ni ideas ni planes. Dicen que tampoco plata. Solo resta que se terminen de poner de acuerdo. Y ojalá que la primera investigación en estos flamantes tiempos sea para descubrir el método científico que logre la concordancia entre peruanos, al menos en temas tan básicos como éstos.
Ufff, aunque eso parezca más delirante que los sueños de alquimia.