Ojos de vidrio: Retratos de María Cecilia Piazza

Ojos de vidrio: Retratos de María Cecilia Piazza

Patricia Wiesse Directora de la Revista Ideele
Ideele Revista Nº 250





Documento sin título

Cuando visitamos las exposiciones de María Cecilia Piazza sabemos que siempre saldremos con inquietud, con una desazón que nos dejan sus encuadres, sus personajes, su forma de mirar. Esta última no ha sido diferente. Su obra es fuerte y original; lo inusual es que se trata de fotografías en las que el color es fundamental, cuando en la mayoría de sus trabajos ha explorado todos los matices del blanco y negro. La exposición ya terminó. Duró un poco más de dos semanas, pero vale la pena buscar las fotos en Internet para corroborar nuestra impresión.



Falsa sonrisa, falsa peluca, falsa mirada, falsa quietud, falso distanciamiento. Estas mujeres de plástico nos piden a gritos que las liberemos.

Están atrapadas en estrechas y atiborradas tiendecitas de algún emporio comercial, casi asfixiadas por la mercadería que las apachurra. La fotógrafa ha tenido que escarbar entre mochilas, lencería y cajas para encontrarlas.

Son unas extrañas criaturas. Como bien lo señala la poeta Marcela Robles, con la sensibilidad que la caracteriza: “No se trata de figuras armónicas, sino más bien dotadas de una extraña naturaleza que nos interpela con una mezcla de fiereza e indolencia. Como si se tratara de un simulacro de venganza por no ser dueñas de su inapelable destino, que las confina a una vitrina perpetua”.

Así es. Algunas son fingidamente dulces, otras son desafiantes, otras son vulnerables porque están rotas, mutiladas, solas, molestas, impotentes. Hay las descaradamente provocadoras: una en particular tiene el pelo púrpura, el rostro níveo, la boca pintada y un fustán rojo encendido. Pero su sonrisa artificial la delata. Es fría y descaradamente falsa. Quien caiga en sus redes será presa de su venganza. Salvo ella y otra, la que tiene el rostro más “humano”, no están dañadas. Pero incluso ésa que parece humana, posee una mirada estrábica y extraviada. Aunque para Marcela Robles,  “la fotógrafa conquista una especie de transformación de estos seres aparentemente inertes, infundiéndoles aliento y humanizándolos”,desde nuestro punto de vista, se trata de una humanización parcial, que es los que nos genera rechazo teñido de compasión. Su otredad las aleja.

El resto muestra con descaro sus cicatrices, sus escaras, su inevitable deterioro. La fotógrafa dirige nuestra vista al detalle perturbador.Hay tres que tienen medio rostro, como si se los hubieran cortado. Otras tres no tienen globos oculares, solo cavidades vacías y largas pestañas.

Perturban, también, esos maniquíes infantiles. Son niñas sin brazos, desprotegidas, que posan como si estuvieran perdidas en un espacio indefinido, esperando el cobijo de sus  madres.

Algunas parecen haber olvidado que su función es la de ser una percha y se rebelan, asumiendo su desnudez de manera displicente;a diferencia de otras más sumisas, como la que han vestido con un convencional bikini azul y cuya pose de Barbiegamarrina se ve deslucida cuando descubrimos que la unión entre su omóplato y su húmeroestá sujeta burdamente por cinta adhesiva.

El texto de Robles finaliza refiriéndose a ellas como “existencias atrapadas en sí mismas, cuya única prerrogativa para liberarse es a través de su creador, que en este caso las indulta con su lente iluminado”.

¿Será que esa liberación se produce cuando ellas muestran con descaro lo que muchas mujeres ocultan en lo más profundo? ¿Se les otorga el indulto cuando se convierten en seres salidos del mundo interior femenino?

Esa es la versión optimista, de la que no estamos muy seguros. ¿Y si se quedan atrapadas para siempre? ¿Y si sus almas nunca llegan a ser libres?Quizás por eso tienen tristes ojos de vidrio.

 

 


Agregar comentario

Entrevista

Urbanismo